Enviado Especial Park City, Utah - Entre tantas temáticas vistas en lo que va de esta edición 2020 de Sundance Festival, la variante política se impone en una buena cantidad de documentales y especialmente en los que tratan sobre Hillary Clinton (Hillary, producido por la plataforma Hulu), el periodista árabe asesinado Jamal Khashoggi (The Dissident, dirigido por el ganador del Oscar Bryan Fogel) y mucho más directamente unido al sentimiento latinoamericano, el trabajo del artista y realizador chino Ai Weiwei sobre el caso de la desaparición forzada de 43 estudiantes secundarios mexicanos en 2014.
Vivos, estrenado aquí en Park City con la presencia de su responsable -un personaje de indudable atractivo mediático, además- es un documental poético y crudo a la vez, un retrato del efecto devastador que tuvo este bárbaro crimen en las familias de unos chicos que simplemente militaban por una sociedad más justa.
Ai Weiwei, globalmente famoso disidente del gobierno de su país y también provocador a tiempo completo, focaliza su mirada en esos padres, madres, hermanos, hermanas y esposas de “los 43 de Ayotzinapa”. No sin un dolor lacerante, diario, que nunca los abandona y que, por esas paradojas de la vida, aún así los alimenta para unirse, mantener viva su lucha y exigir justicia pese a todo.
Con la sensibilidad del artista detrás de la cámara, la película se nutre de la simpleza de las pequeñas cosas que hacen a la vida cotidiana de estas personas. Que habitan lejanas zonas rurales de un gran país, lamentablemente azotado desde hace décadas por una combinación letal de violencia, corrupción y en muchos caso, potenciada por la ausencia del Estado.
Vivos estructura el relato para mostrar cómo un grupo de familias sobrevive después de perder a sus seres queridos y cómo viven en una sociedad mayormente desprovista de una idea básica de justicia. Así de simple y contundente. “Hay personas que desaparecen todos los días en México y los casos de homicidio quedan sin resolver”, opina el director del documental. Sin embargo, su trabajo comienza en un camino rural cubierto de niebla. Un cuadro sereno y melancólico cortado esporádicamente por algún auto que pasa. Es una imagen ambigua que gana poder una vez que la película detalla los eventos que la provocaron.
El 26 de septiembre de 2014, en la ciudad de Iguala, un convoy de autobuses que transportaba a estudiantes de la escuela de formación de maestros de Ayotzinapa, en camino a la Ciudad de México para conmemorar la Masacre de Tlatelolco de 1968, fue interceptado violentamente por la policía. Seis estudiantes fueron asesinados, mientras que otros 43 fueron secuestrados: su destino y paradero es desconocido hasta la fecha. Una investigación del gobierno -pomposamente titulada “Verdad histórica”- concluyó que los estudiantes habían sido entregados a un grupo de tareas del cartel Guerreros Unidos y luego ejecutados. La evidencia posterior luego de una investigación realizada por una comisión independiente de derechos humanos, arrojó muchas dudas sobre esa teoría y apuntó a un encubrimiento de las autoridades mexicanas.
Entre poéticas imágenes de zonas rurales, discretos inserts que reflejan algunas de las costumbres arquetípicas del pueblo mexicano (su liturgia del Día de los Muertos, un espectáculo de Lucha libre y una tradición gastronómica inalterable) y los testimonios de miembros de las ONGs que mantienen viva la investigación, emerge la desolación en las palabras -a veces en castellano, otras en su dialecto regional originario- de estas personas que perdieron a sus seres queridos y no encuentran consuelo. Pero, peor que eso: no saben dónde están, qué les pasó y en el peor de los casos, no tienen ni siquiera el consuelo de visitar una tumba con su nombre y llevarle una flor. La figura del “desaparecido” que bien se conoce en buena parte de América latina, genera esa desesperación.
El efecto de las imágenes y las palabras se potencia cuando se cuenta una variedad de historias conmovedoras: el chico que llegó a llamar por teléfono a su madre; el que intercambió mensajes con su esposa hasta último momento; y también uno de los sobrevivientes, baleado y con muerte cerebral, recibido en una nueva casa construída por su familia para que -al menos- pueda ser atendido lejos de los peligros de una infección intrahospitalaria.
Finalmente, este catálogo de sufrimiento en primer plano se fusiona en algo más comunitario de espíritu, a medida que las familias unen fuerzas para llevar su dolor y furia a las calles de la Ciudad de México, marchando y protestando con el grito de guerra que le da título a la película: “¡Vivos, se los llevaron! ¡Vivos, los queremos! "Cuando estoy fuera, estoy mejor; cuando estoy en casa, siento que alguien me está encerrando ", dice una madre de los desaparecidos, en un resumen de la visión de un dolor compartido.
“Antes de hacer esta película, mi conocimiento de México era superficial. Luego de hacerla puedo decir que me ayudó a tener una comprensión más profunda cuán dominante es la religión en la vida cotidiana de sus habitantes, cómo ven la muerte y cuán pacientes, hospitalarios y tolerantes son. Al mismo tiempo, también vi el lado criminal de la sociedad. El gobierno, la policía y el ejército han estado involucrados en muchos incidentes importantes, como en este caso. México tiene la gente más amable y honesta, pero también bandas criminales siniestras”, declaró el artista chino a The Hollywood Reporter.
“Aprendí mucho sobre la situación de los derechos humanos en América del Norte, la relación política entre México y los Estados Unidos y cómo México ha sufrido debido a diversas políticas estadounidenses, incluida la Guerra contra las Drogas y sus políticas de inmigración, que causan daños sostenidos en la sociedad mexicana”, agregó Ai Wei Wei.
Según detalló el artista chino, su primer contacto con esta tragedia ocurrió en 2016 cuando fue invitado por la Universidad Autónoma de México para realizar una exhibición en el Museo de Arte Contemporáneo la institución. El curador de la muestra, Cuauhtémoc Medina, invitó Ai Wei Wei a reunirse con la organización de lucha por los derechos humanos Centro Prodh, y luego a conocer a varios de los familiares de los estudiantes desaparecidos. “Sentí que experimentaban preocupaciones similares a las mías: la justicia social y cómo las personas luchan por la igualdad y la justicia. Estos casos tenían muchas similitudes con lo que experimenté en China. Después de esa reunión, quise hacer esta película”.
*Todos los contenidos aquí reseñados podrán verse próximamente en la señal Sundance TV. Disponible en Argentina, Chile, Colombia y Perú a través de DirecTV. Además, a través de SuperCanal (Argentina), Mundo Pacífico (Chile), Claro (Colombia) y Axtel, Izzi, Megacable (México).
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