Modigliani: la vida fugaz y genial del más incomprendido de todos los artistas bohemios

Vivió en la París de los ‘20, pero eligió su propio camino creativo en vez de unirse a las vanguardias. Amigo y enemigo de Picasso, el artista italiano apenas ganaba para sobrevivir en una existencia donde las drogas, el alcohol y las peleas iban apagando su frágil salud. A un siglo de su muerte, un repaso por su estilo singularísimo, sus obras y sus amores trágicos

Amedeo Modigliani, un repaso por su vida y obra a 100 años de su muerte

La vida de Modigliani podría ser la arquetípica de la bohemia: pintar en estudios polvorientos, tanta hambre que ambiciones, el dinero que no circula, peleas en tabernas tras largas noches de alcohol, enfermedades, días en cama, mujeres, muchas mujeres como aves de paso, poca de las que caldean el corazón y, por supuesto, el arte atravesándolo todo. Ah, y por supuesto, una muerte precoz.

Sí, una bohemia un tanto más cruel, cínica si se quiere. Es que Amedeo Clemente Modigliani (Livorno, 1884-París, 1920) fue un artista singularísimo en una época de artistas únicos, que cuando las vanguardias gobernaban la mirada eligió su propio camino estético, decisión que muchas penurias le trajo, en vez de sumarse a las tendencias y el deseo de los merchantes parisinos que decían que arte valía la pena y cuál no. Claro, el de Modigliani no valía nada. Y por eso, hoy, vale muchísimo.

Mandatory Credit: Photo by Granger/Shutterstock (8640838a) Amedeo Modigliani (1884-1920). Italian Painter And Sculptor. Amedeo Modigliani

Durante su vida, el artista italiano apenas consiguió vender obra o lo hacía a precios modestos. Decían los envidiosos que por eso pintaba rápido, podía realizar un retrato -que hizo muchos- en un intento, sin retoques, sin correcciones, aunque si hay algo que no abundan en las obras de Modigliani son las zonas de conflicto, esas que revelan un cambio brusco en la idea primigenia del artista, fantasmas en el lienzo.

A un siglo de su muerte, la obra de Modigliani ya no necesita reivindicaciones. Es uno de los artistas más importante del siglo XX y sus pinturas -como sus esculturas- se venden en valores que jamás hubiese imaginado aún en la más delirante de sus borracheras y ensoñaciones febriles. Por ejemplo, hace una década una de sus esculturas, Tête, alcanzó los 43 millones de euros en una subasta y hace cinco, su pintura Nu Couché (Desnudo acostado, 1917) los USD 170,4 millones y hace solo dos, Nu couché (sur le coté gauche) -Desnudo acostado (en el lado izquierdo)- los 157,2 millones en billetes estadounidenses. En toda la historia del arte, solo Leonardo Da Vinci y Pablo Picasso puedan ufanarse de alcanzar precios superiores.

Arriba "Desnudo acostado (en el lado izquierdo)" y abajo "Desnudo acostado"

El precio falsificable de la sencillez

Sus figuras estilizadas son inconfundibles. Sus trazos sencillos. No hay margen para el error para confundir un Modigliani y eso lo convierten en uno de los pintores más falsificados del mundo. En 2018, en una escandalosa exposición en el Palacio Ducal de Génova se comprobó que un tercio de las setenta obras expuestas jamás habían pasado por las manos del artista. Todas ya habían sido expuestas o pertenecían a museos o colecciones privadas, por lo que la moda de imitar a Modigliani, en sí, no está relacionada a sus súper ventas. Una, incluso, hasta contaba con un certificado de autenticidad del Ministerio de Cultura italiano. “Modigliani pintó más de muerto que de vivo”, dijo entonces Carlo Pepi,uno de los mayores expertos en Italia en la obra del pintor. Así que si usted, alguna vez vio un Modigliani, no esté tan seguro de ello.

Eran apócrifas. Como una serie de tres cabezas descubiertas en 1984. La historia es apasionante: era el centenario de su nacimiento y existía la leyenda de que Modigliani, en 1913, había arrojado un grupo de esculturas en el Foso Real de Livorno al no ser aceptado por la comunidad artística de su pueblo.

Arriba: Michele Ghelarducci, Pietro Luridiana y Pierfrancesco Ferrucci, los tres estudiantes falsificadores. Abajo, las tres cabezas apócrifas

Los hermano Durbé (Vera, encargada del Museo de Arte Moderno de Livorno, y Darío, superintendente de la Galería Nacional de Arte Moderno de Roma) convencieron a todos de que el mito era real y se realizaron excavaciones que atrajeron a curiosos, expertos y medios de comunicación. Finalmente, luego de ocho días las retroexcavadoras de dedos de seda, hallaron tres cabezas a las que llamaron “Modi”, por el apodo del artista, 1,2 y 3. Los especialistas de varios medios estaban extasiados, la piedra era correcta, los golpes del cincel similares, el proceso de envejecimiento también, no había dudas. Parafraseando a Hemingway, en esos días, Livorno era una fiesta. Todo el mundo hablaba del miracolo modiglianesco. Livorno festejaba por su hijo pródigo, en la capital italiana el orgullo les henchía el pecho.

Todo acabó en escándalo, cuando primero un periódico y luego la RAI informaron que un grupo de muchachos había realizado con herramientas industriales al menos una de las cabezas. Y para comprobarlo, los jóvenes salieron al aire en televisión y mostraron todo el proceso. Al poco tiempo, un trabajador de los puertos, Angelo Froglia, que dibujaba y esculpía como hobby, anunció que era el padre de las otras dos y dijo que lo hizo porque quería “acabar con la crítica poco seria, con los curadores de museos, galeristas, expertos. Quería demostrar que, a través de los medios de comunicación, se puede concretizar una convicción que no tiene ninguna base artística ni científica”. Y el miracolo pasó a ser una vergogna nazionale (vergüenza nacional).

De Livorno a París

Dejando a los estafadores de lado y volviendo al artista, Modigliani fue el cuarto hijo de una familia burguesa de la comunidad judía, con un linaje que llegaba hasta el filósofo holandés del siglo XVII, Baruch Spinoza, uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía junto al francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz.

Liceo de Livorno, 1895 (mostramodigliani.livorno.it)

Para 1898, el adolescente Dedo, según el apodo filial, tomó clases con Guglielmo Micheli, un fiel discípulo de Giovanni Fattori (referente del movimiento de los Macchiaioli). Allí, Modi entabló una amistad con el pintor Oscar Ghiglia -padre del gran guitarrista clásico italiano homónimo- con quien mantuvo una prolífica correspondencia durante sus viajes a Capri y Venecia, en las que le revela su deseo de escapar de las restricciones de la escena cultural livornesa. Se conservan de aquella época algunas obras como Stradina toscana (1898) exhibida en el Museo Cívico Giovanni Fattori, donde se revela la influencia macchiaioli.

Ya desde la juventud su salud se presenta problemática. Sufre un ataque de fiebre tifoidea y dos años más tarde, tuberculosis.

En 1902, se inscribe en la Escuela libre del Desnudo, Scuola libera di Nudo, en Florencia y un años después se marcha al Instituto de las Artes de Venecia, donde comienza a llevar el tipo de vida nocturna y descarriada que mantendría en París a partir de 1906.

Stradina toscana

Modigliani llega a la Ciudad de la Luz en un momento clave de la historia del arte moderno: el fauvismo tardío, el cubismo, el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo y el ultraísmo convivían y la invitación a sumarse era constante. Es un momento dominado por los -ismos, y Modigliani se animó a experimentar un poco con el cubismo -quizá llevado por el éxito de varios de sus colegas o la admiración por Picasso- pero a la corta hizo su propio camino, lo que le confirió esa impronta tan personal, personalísima diríamos.

París, Picasso y la bohème

Aborda a Picasso en la calle, se toman unos tragos, y de artista a artista el español le recomienda mudarse a Montmartre, epicentro de la bohemia, y asistir a Bateau-Lavoir (barco-lavadero). En esta casa histórica, de la que hoy solo queda original la fachada tras un incendio en los ‘70, el malagueño realiza su transición de su período azul al rosa y pinta la icónica Señoritas de Aviñón.

Además de Picasso, a la casa la frecuentan Max Jacob, Kees Van Dongen, Guillaume Apollinaire, Diego Rivera, Chaïm Soutine y Vicente Huidobro, entre otros. Por supuesto, no podía salir más que enriquecido de aquella experiencia y su lenguaje pictórico atraviesa profundas modificaciones: comienza a realizar retratos, su tema principal, experimenta con el color y su pincelada sintética, directa, lo ayudan a construir volumen.

Modigliani, Picasso y André Salmon frente al Café de la Rotonde, Montparnasse, en 1916, París. La foto fue sacada por Jean Cocteau (Modigliani Institut Archives Légales)

A su interés previo por la pintura etrusca y prerrafaelita, se le suman Toulouse-Lautrec, Paul Cézanne, Gustav Klimt y, como muchos “artistas parisinos adoptivos” de entonces, el ukiyo-e japonés, en especial las estampas de Kitagawa Utamaro. Por supuesto, la influencia del arte africano, gusto que compartía con Picasso, es evidente.

Mirando para atrás es difícil no otorgarle un carácter romántico a todo aquellos, los cristales del tiempo hacen eso. Pero las cosas no era sencillas, cada atardecer Modi regresaba a su propio estudio, “una choza desmoronada en un desagradable y feo trozo de tierra, y aunque estaba amueblado de la manera más espartana siempre se alegró de ir allí porque encontró un ambiente artístico en el que nunca se aburría”, escribió André Salmon -amigo, poeta y crítico de arte-, autor de La apasionada vida de Modigliani.

Modi pasa la mayoría de su vida en la capital francesa, pero regresa a Livorno en 1909 y 1913 (cuando arrojó sus esculturas al Foso Real), siempre con el deseo de recuperar su salud.

"Joven con pelo marrón", de 1918, se encuentra en el Museo Picasso de París

La relación con Picasso se enfría. Si bien nunca perteneció a su círculo más cercano, habían gozado de buenos momentos e incluso el español adquirió Joven con pelo marrón, de 1918, que actualmente se encuentra en el Museo Picasso de París.

En su libro Modigliani: A Life, la biógrafa estadounidense Meryle Secrest, asegura: “Por lo que se sabe, después de un tiempo Picasso lo encontraba un poco tedioso. Además, la bebida y las drogas… No aprobaba del todo su estilo de vida”.

Además, relata que un día Picasso no tenía lienzo para pintar y que tomó uno de Modigliani, lo que generó un fuerte enfrentamiento. Se sabe, ya entonces el autor de El Guernica era un celebrado y bien remunerado artista, mientras que el italiano luchaba por sobrevivir, teniendo apenas para comer y desesperado por conseguir “algo que beber”.

Amedeo Modigliani y Adolphe Basler en el Café du Dôme, París, en 1918 (Shutterstock)

Picasso decía que Modigliani “era el único hombre que sabía vestirse”, mientras que Modigliani sostenía “que el talento artístico no era una excusa para no vestirse”. Detrás de ese look aristocrático que tanta envidia causaba en Picasso, estaba el médico Paul Alexandre, su primer mecenas, un artista de espíritu que buscaba a partir de los demás podés vivir un poco el sueño.

La cuestión es que el italiano se cansó del ambiente de los vanguardistas y buscó un nuevo taller en Montparnasse, donde da un giro a su carrera o más bien un regreso a su amor por las esculturas.

Tres mecenas que lo ayudaron en su carrera: Paul Alexandre, Paul Guillaume y Léopold Zborowski

El príncipe de Montparnasse

Lejos de la ebullición de Montmartre, de los egos, las reuniones sin fin, Modi comienza a trabajar con mayor consistencia. Es un artista que no se siente reconocido, un incomprendido y lo detesta. Sigue refugiándose en vasos y bares, en prostitutas y peleas, aunque la llegada a Montparnasse lo ayuda a escucharse a sí mismo, a silenciar un poco todos los elogios que sus contemporáneo recibían y le eran esquivos.

Su mecenas, Paul Guillaume, un marchante joven y ambicioso, le presenta al escultor, pintor y fotógrafo rumano Constantin Brâncuşi, quien lo orienta en su regreso a lo escultórico, entre 1909 y 1914. De acuerdo al historiador de arte Gerhard Kolberg, “las esculturas de Modigliani conjugan pretensiones idealistas y plásticas, con una realización escultórica primitiva, incluso arcaica”. Los cuellos estirados, las caras afiladas, los ojos como contornos, los rasgos similares a los del arte africano, se expresan en mármol y piedra, sus elementos favoritos.

Tres artistas retradas: Juan Gris, Diego Rivera y Max Jacob

Y continúa pintando, ya sus cuadros y esculturas tienen su sello, su marca estética eterna. Realiza más y más retratos de desconocidos y conocidos como Moïse Kisling, Soutine, Rivera, Juan Gris, Jacob, Blaise Cendrars y Jean Cocteau; de mecenas, comerciantes y galeristas, como Guillaume.

En sus pinturas, afirma su amigo Salmon “crea una paleta propia, inventa formas... Sólo se parece a sí mismo. Es inimitable. Es el pintor de la purificación”.

El padre del desnudo moderno

Anuncio de la primera y escandalosa exposición de Modigliani en Berthe Weill

La última etapa creativa de Modigliani estuvo marcada por los desnudos. Realizó 22 desnudos acostados y 13 sentados entre 1916 y 1919, la mayoría de los cuales se exhiben en museos como el de Arte Moderno (MoMA) y el Metropolitano de Arte (MET), ambos de Nueva York.

”Los desnudos son, quizá, sus obras más conocidas y provocadoras. En sus lienzos el artista hizo uso de nuevas e impactantes composiciones que modernizaron la pintura de desnudos”, afirmó Nancy Ireson, curadora de la muestra Modigliani, la primera gran retrospectiva realizada por el londinense Tate Modern, en 2017.

La primera exposición individual de Modigliani, en 1917, se realizó en la galería de Berthe Weill. Tenía 33 años. Centenares de curiosos se acercaron a conocer la obra Desnudo reclinado, de ese italiano que tenía cierto nombre en los círculos del arte, pero que era un desconocido para el público.

"El Origen del mundo" expuesto en el museo Courbet de Ornans, en Francia (AFP / SEBASTIEN BOZON)

En el cuadro se apreciaba el vello púbico de una modelo anónima, que miraba al público a los ojos, de labios pintados y nariz respingada, que en actitud distaba siglos de los desnudos clásicos, del Romanticismo hacia adelante. Esta no fue la primera vez que el vello púbico se exhibió en París, ya en 1866 el también genial Gustave Courbert había presentado El origen del mundo, pero esta obra estuvo más tiempo oculta que expuesta. Las obras fueron calificadas de indecentes y un comisario de policía ordenó a la galería que las descolgara. Sin embargo, el escandalete le dio un envión a su carrera y -finalmente- pudo vender sus pinturas a precio de mercado.

Roger Fry, un artista y crítico de Londres, se interesó por su obra y llevó 59 pinturas a una exposición colectiva de artistas franceses en la Mansard Gallery de Londres. “De repente, todos los que eran alguien querían un Modigliani“, dice Secrest en su biografía.

"Desnudo en divan" (1918)

Mujeres que son amores, amores que son desgracias

En las diferentes biografías se explicita que Modigliani era atractivo, encantador, y que no rehusaba a usar esas características para vivir de las mujeres que atraía o para que le presten dinero. Era, en pocas palabras, un don juan.

Muchísimas de aquellas relaciones las traspasó a un lienzo, pero pocas, poquísimas, llegaron a su alma. Más bien, dos: Beatrice Hastings y Jeanne Hébuterne.

“Ambas hicieron posible la obra imperecedera de Modigliani. Una despertó su genio, la otra le dio fuerza mediante la fe”, dijo André Salmon. Hastings fue una escritora, poeta y crítica literaria inglesa, que se mudó a París antes del comienzo la Gran Guerra, amiga íntima de Max Jacob. La relación fue apasionada, enfermiza, violenta.

Se conocieron en el restaurante de Rosalía Tobia, una ex modelo de pintores, que daba comida y alojamiento a los artistas a precios módicos. No fue un crush instantáneo, a Beatrice el italiano le pareció “feo, feroz y glotón”, aunque en un segundo encuentro, Modi regresó con sus mejores ropas y la invitó a conocer su obra. Vivieron juntos en Montparnasse, hubo una admiración mutua, pero el alcohol, las inseguridades, los celos, dinamitaron todo atisbo de futuro.

Beatrice Hastings

Para los biógrafos, el verdadero -el único- amor fue Jeanne Hébuterne, una joven estudiante de pintura de ojos angelicales. En marzo de 1917 se conocen a través de la escultora Chana Orloff, quien acudía al centro de estudios en busca de modelos para sus obras. Allí sí hubo una conexión inmediata y no pasó mucho tiempo para que ambos compartieran el departamento de la rue de la Grande-Chaumière, el espacio que el poeta polaco Léopold Zborowski, ahora agente de Modi, le había alquilado como taller.

Pero no todo fue sencillo. O más bien, nada lo fue. Su familia conservadora, austera y muy católica, en especial su padre, se oponía de manera determinante a la relación entre su niña y un artista judío, pobre y depravado.

Para 1918 se mudan a Niza, en la Riviera francesa, donde la obra de Modi tendría más potenciales compradores, millonarios de vacaciones en la Costa Azul. Pero el interés es escaso. Para noviembre nace la primera hija de la pareja, también llamada Jeanne. Deciden entregarla a una institución, para asegurarle el provenir y los cuidados que no podían darle. Modi, entonces, atravesaba otra tuberculosis (Años después, la niña fue recogida por sus abuelos maternos y luego por la hermana de Modigliani, quien la crió. Jeanne Modigliani, que luchó para la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, escribió el libro Modigliani: hombre y mito y falleció en 1984).

Jeanne Hébuterne

Para agosto de 1919, Modigliani debía viajar a Londres, donde sus obras eran un éxito de crítica y ventas. Había encontrado su mercado, su público, pero su débil estado de salud se lo impide y la pareja regresa a París.

Con Jeanne esperando su segundo hijo, Modigliani desaparece una noche. Vuelve al otro día, golpeado, afiebrado. Debe guardar reposo, pero no hay mucho por hacer. Muere de meningitis tuberculosa el 24 de enero de 1920. Tenía 35 años. Esa misma madrugada, Jeanne, de nueve meses, salta por la ventana del quinto piso de su antigua habitación en la casa de sus padres. Muere al instante. Tenía 21.

El 27 de enero el pintor es enterrado en el cementerio de Père-Lachaise después de un cortejo fúnebre principesco, con una gran comunidad de artistas y amigos acompañando al cajón. Jeanne, en cambio, fue enterrada en secreto por sus padres en el cementerio de Bagneux.

Una década después, Emanuele Modigliani, hermano mayor y un destacado político antifascista, convenció a la familia Hébuterne para trasladar los restos de su hija a una tumba contigua a la de Amedeo. Desde 1930 descansan juntos bajo el epitafio: “Compañera devota hasta el sacrificio extremo”.​

Tumba de los Modigliani

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