Es muy difícil precisar el origen de la entrevista como género periodístico, pero en 1906, en una publicación titulada El arte del periodista, el abogado español Rafael Mainar la calificaba como “una fórmula precisa y preciosa de la información” que “está muy en boga”. ¿El apogeo de la entrevista, acaso, en los primeros años del siglo XX? Tal vez. Lo cierto es que con el tiempo esta técnica fue ganando notoriedad siendo, en las últimas décadas del milenio pasado, un verdadero espectáculo para sentarse a verlo frente al televisor. ¿Qué tiene, entonces, este género que lo hace tan especial, tan ameno a la lectura, tan propicio al trance literario?
En palabras de Beatriz Sarlo, la entrevista es el género de la voz y la autenticidad, porque requiere un contrato: en ese cara a cara —real o virtual, online u offline—, en ese intercambio de pregunta-respuesta, en ese diálogo donde la palabra va y viene como un peloteo de tenis, se dice “la verdad”. A veces, una confesión; otras, una pose —en la máscara también hay verdad—; generalmente, una declamación. Como sea, allí el lector observa al entrevistado que, acorralado en un callejón sin salida, lanza un atisbo de intimidad. O como sostiene Leonor Arfuch en La entrevista, una invención dialógica: “entrever una verdad en la fugacidad del decir”.
Si el periodismo —los diarios, los medios digitales, la televisión, la radio—es un discurso que nace para morir en la instantaneidad del presente, es la literatura la que lo proyecta a la eternidad. Así, las obras periodísticas se convierten en libros y la práctica de la lectura se transforma en una experiencia más relajada, más atemporal, más literaria. Podría decirse: se convierte en otra obra. La entrevista es quizás el género donde mejor se ve este cambio de soporte. Son muchos los libros donde la entrevista es el método, sobre todo en los últimos años, pero claro, no todos los autores —y entrevistadores— lo utilizan del mismo modo. Si esto fuera Twitter diría: “abro hilo”.
Hace unos meses, la editorial Signos del Sur publicó Cuando mi nombre ya no exista de Santiago Berisso, una antología de entrevistas que reúne a un conductor de radio, un escritor, dos muralistas, el dueño de un videoclub, un realizador de maquetas de autos, un imitador de Andrés Calamaro. Son diez en total y este género funciona aquí como un espacio elástico donde el entrevistado olvida el grabador con el rec encendido y se sumerge en un diálogo que por momentos se precipita a un monólogo sobre el know how de su profesión. El entrevistador —Santiago Berisso— interviene en la trama, pero no para preguntar, sino para contextualizar esa “fugacidad del decir”.
Marcelo Di Costa, el doble oficial de Andrés Calamaro —oficial porque el propio Calamaro le dio su aval—, confiesa, en medio de tanta determinación, la incertidumbre de su destino: “Yo no busqué el parecido. Fue casualidad. Eso es lo más extraño”. Son esos momentos de desconcierto y sinceridad los que sobresalen en Cuando mi nombre ya no exista. Estos textos, que fueron publicados originalmente en medios más bien alternativos como Nan y Polvo, son entrevistas que no tienen la estructura formal de pregunta-respuesta, dado que prevalece el entrecomillado. De esta manera, lo narrativo se impone sobre la ortodoxia.
En el sentido contrario, otros libros. Solo se trata de escribir (Milena Caserola, 2015) de Nando Varela Pagliaro que entrevista en el formato clásico del diálogo a 16 escritores contemporáneos varones —está en preparativos el libro de entrevistas a 16 escritoras mujeres—: José Pablo Feinmann, Juan Forn, Fabián Casas, Hernán Casciari, Eduardo Sacheri, Pedro Mairal y Pablo Ramos, entre otros. Los temas que surgen en esas conversaciones son prácticamente literarios: la cuestión autobiográfica en la obra, el rol del escritor en la sociedad, la función del taller literario, el cruce entre periodismo y literatura. Uno lee estas entrevistas e imagina los cafés sobre la mesa.
Bajo un paraguas temático, Leticia Martin escribió Feminismos (Letras del Sur, 2017). Diecisiete mujeres —escritoras, músicas, académicas, psicoanalistas, referentes— hablan de feminismo y empiezan por responder qué significa para ellas ese término. En este libro de entrevistas intercaladas con ensayos breves, la autora se mueve despacio, con sigilo, como si fuera la linterna que el lector sostiene mientras avanza por una habitación oscura. Todos conocemos ese lugar, sabemos de qué se trata el feminismo y tenemos, con mayor o menor mesura, posturas tomadas. Sin embargo, el arte de la entrevista está en escuchar. Entonces el lector le baja la espuma a sus prejuicios y escucha.
También están los libros centrados en un solo entrevistado, como Krmpotic (Ediciones Paco, 2019) de Carlos Mackevicius. El título es el apellido de un miembro de la Organización Revolucionaria del Pueblo durante los ochenta, en un momento en que la lucha armada había caducado: Adrián Krmpotic. Cuando la impunidad ya estaba instalada en Argentina, efectivizada con la ley de Punto Final de 1986, la de Obediencia Debida en 1987 y los diez indultos de 1989 y 1990, la ORP decide secuestrar a Jorge Antonio Bergés —”el Mengele argentino”—, un médico de la policía bonaerense en funciones involucrado en la apropiación de bebés durante la última dictadura militar.
El hecho ocurre el 4 de abril de 1996. Hay una camioneta esperando en la esquina y dos militantes armados que van a buscar a Bergés a la salida de su casa en Quilmes. Todo está calculado desde hace meses, pero algo sale mal: Bergés se escuda detrás de su mujer, corre y un disparo que intenta guiarlo hacia la camioneta lo hiere. Por cuestiones operativas —ya no es lo mismo retener a alguien que necesita atención médica— deciden dejarlo. Krmpotic termina preso. El libro de Mackevicius está separado en cuatro capítulos: una introducción donde el autor deja boyando varias preguntas para que se respondan con la tenacidad del testimonio, dos entrevistas a Krmpotic —una en 2013 y otra en 2018— y, sobre el final, su alegato de 2007.
Libros escritos a partir de entrevistas hay miles, pero es preciso definir algunas diferencias con ejemplos claros. La crónica es un género que suele ubicarse entre la literatura y el periodismo. Leila Guerriero es una de sus mejores representantes. Opus Gelber: retrato de un pianista, el último libro que publicó, está escrito a partir de varias entrevistas con Bruno Gelber. Para muchos, el mejor libro de 2019. Otro caso similar, aunque distinto por la conmoción que tiene la historia, es Hanka 753 (Sudamericana, 2017) de Alejandro Parisi: una especie de crónica novelada a partir de las varias entrevistas que le hizo a Hanka Dziubas Grzmot, sobreviviente de Auschwitz.
Si de entrevistas noveladas hablamos, hay que mencionar a Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA —este año se cumplen veinte de su publicación—, la biografía escrita por Marcelo Larraquy y Roberto Caballero sobre Rodolfo Galimberti, dirigente de Montoneros devenido empresario. El libro, que tiene más de seiscientas páginas, es un relato historigráfico inquietante que se realizó a partir de cientos de entrevistas que los autores le hicieron a militantes, funcionarios, artistas y personas que lo conocieron. Es un libro atrapante y poderoso; sin dudas uno de los grandes textos de no ficción que se escribieron en este país.
Más ¿subgéneros? La memoria coral. Un caso reciente es Del infinito al bife (Caja Negra, 2019) de Esteban Feune de Colombi, un anecdotario zigzagueante sobre el actor, pintor, poeta y performer argentino Federico Manuel Peralta Ramos, nacido en 1939 y muerto en 1992. El libro recoge testimonios de 150 entrevistados —familiares, artistas, galeristas, empresarios, personajes que lo conocieron— sin que la figura del entrevistador aparezca. Son párrafos, textuales de cada entrevistado que se van sucediendo, uno debajo de otro, separados a partir de capítulos temáticos. La lectura es fragmentaria pero no por eso menos atenta.
El periodista llega al lugar pactado, saluda, se adapta a las convenciones protocolares y luego, sí, pregunta. Como un golpe, pero también como una caricia. Puede hacerlo por teléfono, por mail, por mensaje de WhatsApp, por Skype o cara a cara en un bar de mala muerte. “Cualquier pregunta solo puede nacer del deseo de hallar una respuesta, de saber algo que no sabemos, de disipar dudas”, escribió Francesc Burguet Ardiaca en El mejor libro jamás escrito sobre entrevistas: técnicas, estrategias y poder de la entrevista periodística. Entonces llega la respuesta —que habrá que desmalezar para encontrar “una verdad en la fugacidad del decir”—, donde empieza a vislumbrarse un todo.
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