Elsa Barber llega a la sala de reuniones con la vista cansada. Está agotada, con dolor de cabeza. Pide un café —que casi no prueba— y que enciendan el aire acondicionado. Son sus últimos momentos como directora de la Biblioteca Nacional: hace algunas horas presentó la renuncia y lleva todo el día ocupada en cerrar la gestión de manera ordenada.
Trae dos largos documentos, que antes le envió por correo electrónico al ministro Tristán Bauer, consigna un balance cultural y otro administrativo de los 15 meses que estuvo en el cargo. “Me saqué un peso de encima”, dice a modo de saludo, pero lo dice sin convicción.
Cuando Barber habla con Infobae, se realiza la oficialización de Juan Sasturain como su sucesor. En el ambiente literario, la llegada de Sasturain fue recibida con esperanza: es un hombre culto y generoso, un escritor de vastísima trayectoria, un gran promotor de la literatura. A Barber no se la ve incómoda para nada con él. De hecho, dice que desde hacía algunos meses estaba evaluando dejar la función. Pero sí se la ve muy dolida por la manera en que se dio su salida. Al fin de la charla, exhausta, va a largarse a llorar.
—¿La llamó Tristán Bauer?
—No.
—¿Nunca, desde el 11 de diciembre hasta hoy, habló con el ministro?
—No, absolutamente no. Me hubiera encantado que me llamara. Pedí dos audiencias telefónicas, le envié un email con las memorias de la gestión. Me respondieron diciendo que se lo iban a entregar en cuanto fueran acomodándose. Después de doce años y medio de estar acá, primero como subdirectora de Horacio González y Alberto Manguel y luego como directora, me hubiera encantado tener una conversación y que me dijeran que no iba a continuar. Pero el domingo leí en una entrevista que el ministro decía que ya tenía el candidato para la Biblioteca. Esto no lo soporto. Fue el detonante.
La Biblioteca en llamas
Barber abre uno de los documentos y comienza a recitar dónde invirtieron el presupuesto: en los baños, en la adquisición de mangueras para bomberos, en la recarga de matafuegos, en la reparación de las calderas, en la compra de equipos de primeros auxilios. “Si no solucionábamos el gas, la Biblioteca explotaba”, dice.
—Su gestión estuvo acuciada por el tema presupuestario. Alberto Manguel dejó la Biblioteca diciendo que tenía muy poco dinero. ¿No hubo forma de negociar el presupuesto con el entonces ministro Pablo Avelluto?
—No hubo forma. Quizás me equivoqué, pero di por sobreentendido que no había dinero. Cuando asumí la dirección me dijeron que la Biblioteca estaba quebrada y que la situación era crítica. Entendí que íbamos a tener que trabajar con mucha austeridad, y, considerando esa austeridad, se hicieron muchísimas cosas de infraestructura y servicio.
—¿Por qué se fue desmoronando la Biblioteca? ¿Fue falta de previsión?
—Yo creo que la plata se ponía en otro lado. Me quise morir cuando a mí me dijeron que todos los matafuegos estaban vencidos. ¡En semejante edificio!
—Lo que llama la atención es que, como directora, termine administrando el presupuesto con un nivel de desagregación tan bajo, que no hay posibilidad de desarrollar ninguna política institucional.
—Totalmente. Estuve totalmente en el día a día apagando un incendio detrás de otro. Y tratando de solucionar todo eso.
—La pregunta es cómo se llegó hasta y qué va a recibir el siguiente director.
—Cómo llegamos hasta acá lo descubrí recién al ser directora. No sé qué hizo Horacio González. Tampoco Manguel. Evidentemente yo debo ser diferente. Tengo otra formación, otra obsesión para ver cómo están las instalaciones, cómo se puede solucionar.
—Este año el edificio del Museo del Libro y de la Lengua tuvo un gran inconveniente, que fue la inundación del subsuelo.
—Este año nos pasó de todo, producto de la falta de planificación con respecto a la asignación de presupuesto para el mantenimiento, tanto de la Biblioteca, como del Museo. El edificio del Museo del Libro y de la Lengua tenía unas fallas de origen que continuaron y se incrementaron, porque, si año a año no se incluye en el presupuesto tanto dinero para mantenerlo, obviamente se va deteriorando: es como una casa. Alberto había cerrado el Museo y yo lo abrí porque me parecía que se iba a seguir deteriorando cada vez más. Pero se inundó el subsuelo y las actividades que estaban previstas las tuvimos que trasladar a la Biblioteca. Hasta que, gracias a un trabajo muy minucioso entre AySA y el área de infraestructura de la Biblioteca, se solucionó de manera transitoria.
—En la época de Horacio González, la Biblioteca recuperó muy activamente su rol editorial. En la época de Manguel se frenó pero no se abandonó. Durante su gestión sí se frenó. Lo que me pregunto es por qué no se peleó el presupuesto para no perder aquellas conquistas. Es tan importante que haya matafuegos como que salga una edición facsimilar.
—Por supuesto. Yo valoro muchísimo eso, pero fue imposible equilibrar todo. Porque había cuestiones edilicias ¡urgentes! Por acá circulan 1.800 personas por día y todo esto cuesta dinero. Y ese dinero no lo podíamos usar en reproducción de facsimilares. Pudimos hacer algunos catálogos de las muestras, que debo decir están muy bien. Pero no nos quedaba margen. Sabemos muy bien lo que cuestan las impresiones. Fuimos equilibrándonos, sabiendo que, al mismo tiempo, con el presupuesto del 2019, teníamos que pagar deudas del 2018. Y tratando de terminar el 2019 con la menor cantidad de deuda para que quien recibiera la Biblioteca, la reciba con menos deudas que las que recibí yo.
Pasado y futuro
—¿Se arrepiente de esos seis meses que estuvo a cargo de la Biblioteca, entre la salida de González y la llegada de Manguel? En ese tiempo se despidieron a 240 personas: finalmente quedó involucrada con eso.
—Siempre dije que hay una Elsa Barber antes y otra después de esa situación, sumamente desagradable. Pero también quiero decir, de una vez por todas, que de las 240 personas se reincorporaron 140 y que en esas reincorporaciones tuve muchísimo que ver. Y otra cosa que quiero decir es que creo que por mi resistencia y mi sufrimiento el tema de los despidos —o desvinculaciones— no fue sangriento. Porque hubiese sido fatal. Había una bajada de línea política y desde acá había que resistir y se resistió todo lo que se pudo.
—En el ascensor vi carteles en su contra. ¿Cómo fue este mes con los gremios?
—Muy bien. La verdad es que yo no tuve ningún problema. Hoy tuve una reunión con todos los directores y con UPCN y ATE. Lo que pasa es que en ATE hay una división, un ATE “disidente”, que son los menos. Pero yo creo que la gente de la Biblioteca me respeta.
—Si Sasturain la llama, ¿va a hablar con él?
—Si me llama, encantada. Soy una persona muy simple, sumamente transparente, sumamente trabajadora y no tengo ningún problema de hablar con quien quiera hablar conmigo.
LEER MÁS: