Sobre vivir en el pasado o forjar una nueva masculinidad

En “Cómo hacerse hombre”, el psicoanalista y escritor reúne una serie de cuentos, hilvanados por momentos como una novela, en la que ingresa al mundo del mandato patriarcal desde diferentes puntos de vista

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"Cómo hacerse hombre" (Paradiso), José Ioskyn
"Cómo hacerse hombre" (Paradiso), José Ioskyn

Este libro empieza por el título, aunque es de perogrullo que todos los libros empiezan por la tapa, ya sea la imagen o el título. Hace unos años pasé unos cuantos días a solas con mi hijo varón, él era en ese momento un adolescente adorable, un poco a la defensiva y con una postura de hombrecito un tanto forzada que yo quería romper de alguna manera, aunque me limité a observarlo porque a él lo que le salía evidentemente era eso. Pensé que los padres no queremos perder a nuestros hijos cuando se empiezan a fusionar en la normalidad de la vida adulta. Fue en ese momento que escribí el primer relato de este libro.

Después escribí dos o tres más, y tuve la fortuna de que una escritora de verdad, Esther Cross, aceptara guiarme en lo que estaba empezando a hacer. Ella me sugirió utilizar una estructura de relatos entrelazados, es decir, escribir una serie en donde las situaciones, las voces y los personajes se conectaran para dar un efecto de unidad o de conjunto. Eso me venía bien para luchar contra la dispersión que a veces me supera. Esther además se portó como una maestra en la técnica del relato, cortando comienzos y párrafos enteros con una birome que corría limpia como el trazo de un pintor chino, aunque nunca vi a un pintor chino. Anuló muchas partes con mucha seguridad, aunque en otras hizo observaciones del tipo “esto podría ampliarse”.

En ese momento leí un libro de Yasmine Reza que usa una estructura parecida en donde se hibrida la novela con el cuento, y al ver lo que yo estaba tratando de hacer en el libro de otro me terminé de convencer; me gustó volver a encontrar a los mismos personajes después de haberlos medio olvidado, y no saber en qué momento podrían regresar o cambiar de personalidad para ser los mismos pero diferentes, mostrar algún costado oculto, ya sea benéfico, compasivo, cruel o cualquier otra mutación posible. La hibridación o fusión de géneros es una novedad de los últimos años por lo menos para mí: novelas que incluyen ensayo, narración o autobiografía dando vida y movimiento al estudio de un tema, poesía con un ánimo narratológico, y así. Creo que actualmente en el género del ensayo Margo Glantz es quien mejor hace esta fusión. En cuanto al resultado en mi propio trabajo, comprobé que para algunos de los lectores se trata de una novela sin lugar a dudas y para otros, con la misma determinación, es un libro de cuentos de manera inobjetable; por lo tanto creo que por lo menos en ese aspecto logré lo que me había propuesto, generar un poco de confusión desde el vamos.

Pero volviendo al título, es una ironía a medias ya que ¿quién sabe cómo debe ser un hombre, y quién puede hacer alguna recomendación al respecto? Es cierto que términos como hombre y mujer ya suenan como cosa del pasado, palabras que se trata de hacer caer en el olvido de lo demodé y hasta del enemigo al que hay que vencer para siempre. Pero todavía algunas personas pretenden forjar alguna especie de masculinidad y se encuentran con el problema de que hay que inventarla con los parámetros actuales, ya que uno de los efectos de la época es la de haber complejizado al hombre. Y por otro lado le han simplificado la tarea, porque no es necesaria la impostura de hace veinte o cuarenta años.

José Ioskyn
José Ioskyn

El relato Mendigos de Londres es el más largo y también el más complejo, el más intenso creo. Para hacerlo tomé como punto de partida un diario que llevé en una visita a Londres en donde estuve solo, sin saber el idioma, desorientado en una ciudad hecha de íconos. Más que las maravillas turísticas me sorprendieron los mendigos, bastante organizados, casi integrados a la sociedad que de alguna manera los mima, por lo general limpios, afeitados, con una serenidad despreocupada que me hizo dudar sobre su condición. En aquel momento yo mismo me sentía un poco caído, por fuera de la sociedad, y buscaba en ellos una empatía posible. Pero una empatía en base a la caída no resulta bien y algo que el narrador no sabe termina acechando a la vuelta de la esquina, un peligro que estaba pujando por decir su verdad desde un punto preciso de su propia historia.

Cuando empezaba a escribir este libro comencé también a pasar bastante tiempo en Buenos Aires, fue una semi mudanza. Si bien no vivo lejos y ya tenía la costumbre de viajar con mucha frecuencia, me limitaba a pasar en la capital unas horas, a lo sumo una o dos noches cada tanto, y esta vez había tomado la decisión de instalarme en la ciudad a la que un poco temía y deseaba. Fue la ocasión de vivir una cantidad de situaciones nuevas, como la del cuento Dos palabras, en donde el narrador se encuentra con que debe acondicionar un departamento prácticamente destruido, y a medida que avanza en una tarea para la que no está preparado lucha al mismo tiempo con un amor esquivo y con las paredes del departamento, hasta darse cuenta que al construir en lo material estaba en realidad vaciándose él mismo hasta tocar su propio vacío.

Muchos de los relatos, como señaló bien Edgardo Scott en la contratapa, no tienen un comienzo definido y un final, ya que son en realidad escenas en donde el verdadero protagonista no es el narrador sino la intensidad poética o absurda de una situación clave en una vida, o el sinsentido que se demora hasta detenerse del todo, entre la percepción y los mecanismos que tenemos para significar cualquier cosa. Traté de fotografiar esos momentos que al final me resultaron lo más interesante para contar.

En otras ocasiones el eje del libro es la ciudad misma, o más bien los encuentros posibles en donde el narrador avanza al tiempo que tropieza, se angustia y cae, se maravilla o se queda sin palabras, permanece a la intemperie bajo la lluvia, o se relaciona con personas inabordables ya sea por una proximidad en demasía que acaba en el mareo, o por la distancia un poco automática que implica estar juntos sin haberlo previsto. En lo personal todavía no pude conseguir una relación estable con la ciudad, aunque la quiero y la temo, con una intensidad diferente, ahora aplacada por la costumbre. Creo que uno de los temores, el de transformarme en un ser absolutamente anónimo, o el de estar aislado dentro de la multitud, el equivalente moderno de la cucaracha de Kafka, en definitiva significó una liberación: sumergirse en el propio desconocimiento, ser uno más sin nombre alguno en medio de los otros al fin no resultó algo terrible ya que evita el lastre de tener que ser de determinda manera, y se acaba encontrando algo que alivia el hecho de cargar demasiado con su propio ser: no significar absolutamente nada para toda esa gente que sí es alguien. Finalmente ser alguien no es algo tan necesario, esa es la experiencia que animó la escritura de este libro.

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