Polanski y la encrucijada entre el acusador y el acusado: denuncias que no cesan y el boicot a sus películas

A un mes de su estreno, “Yo acuso” fue boicoteada por parte de la sociedad francesa y, aunque estaba lejos de ser un fracaso de taquilla, terminó desapareciendo de las carteleras. En una entrevista reciente en “Paris Match”, el director de “El bebé de Rosemary” volvió a agitar a detractores y defensores: ¿se debe o no separar al hombre del artista?

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La figura de Roman Polanski despierta repudio a parte de la sociedad francesa
La figura de Roman Polanski despierta repudio a parte de la sociedad francesa

Yo acuso (J´accuse) se estrenó el 13 de noviembre en Francia, después de haber obtenido y no sin polémica, el Gran Premio del Jurado en el festival de Venecia. La película narra el “affaire Dreyfus” de manera, en todo sentido, bastante regular, apenas con el punto de vista del capitán Picquart, interpretado por un medido Jean Dujardin, y algún que otro plano -el comienzo, las palmeras en la isla del Diablo- y escena -el diálogo entre Picquart y su amante, el duelo de espadas- propios del mejor Roman Polanski. Polanski, además de dirigirla, co-escribió el guión a partir de D., la exitosa novela histórica escrita, curiosamente, por un inglés, Robert Harris, que salió en 2013.

El título de la película (Yo acuso) corresponde al mítico artículo de Émile Zola publicado en 1898 en el diario L´Aurore bajo la forma de una carta abierta. Pero ¿qué es o qué fue el affaire Dreyfus? Por un lado, y a esta altura, todo un símbolo. Un símbolo para los franceses, pero también para Occidente, tanto de infamia e injusticia -condenar a un inocente- como de verdad rehabilitada y libre expresión. Un capitán judío (Alfred Dreyfus) es acusado de espionaje en tiempos de conflicto con Alemania, dado de baja y condenado a prisión en la isla del Diablo. Pero a Polanski, probablemente, la historia le interesa menos por su valor documental, que por el conflicto entre el hombre y su causa (tanto Picquart como Dreyfus); y también por la segregación y persecución brutal por parte, en este caso, de ciertas castas militares, judiciales y políticas, de un militar francés, aunque judío, alsaciano, y de bajo rango.

J´accuse -la carta abierta de Zola- es además la piedra de toque para restablecer la justicia y da cuenta del “escritor comprometido (engagé)”, toda una figura clave en la primera mitad del siglo XX, como también lo sería -y en esto, el affaire Dreyfus es anticipatorio- la terrible persecución a los judíos. Por esta carta Zola fue llevado a la justicia, declarado culpable y debió exiliarse en Londres. Pero también gracias a esta carta, comenzó una investigación que llegó a la verdad y le permitió a Dreyfus reincorporarse al ejército, combatir en la primera guerra y hasta merecer la Legión de honor.

Sin embargo, la película de Polanski es menos épica que burocrática. La niebla, la inestabilidad, la incertidumbre, la sugestión e incomodidad típica de Polanski están a la vez vehiculizadas y neutralizadas por los fangosos avatares burocráticos del proceso judicial a Dreyfus.

Trailer de "Yo acuso", de Roman Polanski

El boicot y la censura

El 8 de noviembre, es decir, pocos días antes del estreno de Yo acuso, la fotógrafa francesa Valentine Monnier contó que había sido golpeada y violada por Polanski en Suiza en 1975. Entonces ella tenía 18 años mientras que Polanski tenía 40 y, obviamente, ya era “Polanski” (El bebé de Rosemary, por ejemplo, es del ´69). Pero no sólo Monnier, 12 mujeres han acusado a Polanski, de las cuales 5 lo han hecho públicamente. Todas tenían entre 13 y 18 años cuando fueron abusadas y violadas. Hasta hoy, Polanski tiene arresto internacional, después de haber cumplido una breve condena en prisión en Estados Unidos, país al que no puede volver. Pero como es ciudadano francés, Francia era y es uno de los lugares donde podía sentirse a salvo, en todo sentido. El testimonio de Monnier derribó esa sensación y Polanski también está jaqueado en el lugar donde ha nacido y vivido gran parte de su vida.

Valentine Monnier
Valentine Monnier

El 12 de noviembre, día de la avant-prèmiere de su última película, hubo protestas delante del cine Le Champo. Las pancartas decían: “Polanski violador: fin del pacto de silencio” (decía, literalmente, fin de l´omertá, palabra que designa el pacto de silencio, sí, pero en el código de honor de la mafia siciliana). Es probable que haya algo mafioso en todo esto, tanto por los intereses en juego como por los códigos en torno a los vicios, y una cierta moral de qué puede ser público y qué privado.

Una de las portavoces de la protesta feminista decía que pagar la entrada y ver la película “era financiar la posibilidad de expresión del realizador y también legitimar su espacio público”. Pero había voces disidentes a ese escrache y condena pública. Philippe Lançon, periodista sobreviviente de los episodios del Bataclan y autor de uno de los sucesos editoriales de los últimos tiempos, el libro Le Lambeau (traducido como El colgajo) escribió en Charlie Hebdo: J´accuse pas (es decir, Yo no acuso). No fue el único, muchos insisten en distinguir la obra de la vida de su autor y se ha manifestado una vía u opinión más singular; se dice que habría que aceptar a Polanski con sus “debilidades”.

El filme de Polanski recibió protestas en diferentes salas de Francia. "Polanski violador", dice una pancarta (AFP)
El filme de Polanski recibió protestas en diferentes salas de Francia. "Polanski violador", dice una pancarta (AFP)

Lo cierto es que a un mes de su estreno la película ya había sido. Un poco por los piquetes que impedían o entorpecían el acceso a ciertas salas -y a los franceses no les gustan esta clase de escándalos y violencias cotidianas-, los propios cines en algunos casos fueron “bajando”, desprogramando la película. Y también porque no logró despegar comercialmente a pesar de un buen arranque: a dos semanas del estreno habían ido 886000 espectadores solo en Francia. El tercer mejor arranque del año.

El autor y la obra

La presidenta del jurado del último festival de Venecia, la argentina Lucrecia Martel, fue y vino en declaraciones, intentando contemporizar dos posiciones, por un lado, la valoración artística de la obra y carrera del director polaco, por otro, la condena y el rechazo a su persona en tanto acusado, procesado y condenado por delitos de abuso y violación. Finalmente, Lucrecia Martel no asistió a la gala de estreno de J´accuse aunque planteó el conflicto con claridad, respecto del caso de 1977. “Si la víctima se ve resarcida, ¿qué vamos a hacer nosotros?, ¿ajusticiarlo, negarle estar en el festival? Son conversaciones pendientes de nuestro tiempo, sacar o meter a Polanski nos obliga a conversar, no es algo sencillo de resolver”.

Roman Polanski y la actriz Emmanuelle Seigner, su esposa (REUTERS Yves Herman)
Roman Polanski y la actriz Emmanuelle Seigner, su esposa (REUTERS Yves Herman)

En una entrevista de 1979, es decir hace 40 años, cuando Polanski tenía 46, Polanski cuenta su temporada en la prisión norteamericana, pero sobre todo apunta a la ley norteamericana que caratula como delito la relación sexual con menores de 18 años. Polanski dice dos cosas clave en esa entrevista. Que él nunca ha ocultado su preferencia por mujeres jóvenes. Y que entonces la mayoría de los estadounidenses -y hoy podríamos decir el mundo- estaría cometiendo un delito (porque la mayoría de los estadounidenses tendría relaciones sexuales con mujeres menores de 18). Al parecer, cuando Polanski superó la cuarentena y se casó con la actriz francesa Emmanuelle Seigner, con quien tuvo dos hijos y que está presente en varias de sus películas (Frantic, Bitter Moon, The Ninth Gate, de hecho actúa en Yo acuso), la temporada de excesos y violencia sexual podría haber quedado atrás. Quién sabe.

Último momento y la historia sin fin

Hace unos días, Polanski dio una entrevista que fue tapa de Paris Match. En ella se le pregunta y él responde sobre todas las acusaciones. Enseguida muchos señalaron y reprocharon al medio por ser “una tribuna que se le ofrece, que se le brinda a Polanski, que no correspondería”. Es decir, un poco como con el boicot a la película: la idea de que lo privado y lo público, el Polanski ciudadano y el Polanski artista son el mismo (tal vez lo sean, por qué no), y por ende darle lugar a uno es respaldar al otro. Es curioso que sin embargo la manera de rechazarlo en la esfera civil sería negarlo, silenciarlo, omitirlo de la escena pública en tanto director de cine, en tanto artista.

En esa entrevista, Polanski retoma y explica y opina lo que ya ha dicho en más de una ocasión. “No fue Samantha (en relación a la víctima por la que fue condenado en USA en el ´77) sino el fiscal quien me acusó de estos crímenes, y nunca me he declarado culpable de estos cargos. Me declaré culpable de una relación ilícita con una menor”. Polanski niega. Niega eso y niega todo. Y hasta se anima a tomar la voz de la víctima con la que, según dice, ha estado en contacto, y afirma que “el trauma que le causa el ‘circo mediático’ es peor que lo que yo le hice". También dice: “Las costumbres han cambiado profundamente. Es cierto". Y: “Olvidamos hasta qué punto nuestra sociedad ha sido más libre, más tolerante. Todo aquello de lo que se me acusa reenvía a esa época. Casi medio siglo atrás”. Y frente a la posible expulsión de la sociedad de autores, realizadores y productores franceses (ARP) -Polanski ya ha sido expulsado de la academia de Hollywood- se le pregunta si va a defenderse, Polanski responde, “Yo me defiendo con mis films”. ¿Sí? Tal vez siga ahí el malentendido.

Roman Polanski tiene 86 años, es uno de los mejores directores, como él ha dicho, de los últimos cincuenta años. Pero también es un hombre, acaso no tan común como silvestre. Y como decía Pushkin, “en cualquier elemento el hombre es tirano, esclavo o traidor”. No parece que haga falta atacar lo que se ataca (es evidente), ni defender lo que se defiende (también es evidente). Pero en el medio del escándalo hay algo, complejo y clave, que de veras sería positivo aclarar y entender.

El homenaje y el signo de los tiempos

Sharon Tate y Roman Polanski, a la izquierda. Charles Manson, a la derecha
Sharon Tate y Roman Polanski, a la izquierda. Charles Manson, a la derecha

En 2019 se cumplieron 50 años, medio siglo, del asesinato de Sharon Tate, actriz y esposa de Polanski en 1969, embarazada de 8 meses, asesinada por miembros de la secta La familia, que lideraba Charles Manson. Pero no era la primera vez que Polanski enfrentaba la tragedia con trazos gruesos, él mismo había escapado con menos de diez años del gueto de Varsovia mientras su madre había sido deportada y asesinada estando embarazada. Recién volvería a ver a su padre en 1945.

Quentin Tarantino estrenó este año Había una vez en Hollywood, una película que un poco es un homenaje, sin dudas, al cine de Polanski, pero que sobre todo es un registro del cambio de los tiempos. Quizá convenga ver esta película en sintonía con Manson Family Vacation, de Jay Duplaas, donde uno de los personajes es un muchachón americano fanático de Charles Manson. Fanático, vale aclarar, a la manera hollywoodense. Quizá Polanski represente mejor que nadie aquello que dijo Marx, que la Historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa.

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