“Yo no pinto, documento”, definió su estilo Alfredo Gramajo Gutiérrez luego de que el mismísimo Leopoldo Lugones escribiera un artículo que lo sacó del anonimato. En esas líneas aseguraba que el pintor tucumano “sabe vivir la humanidad de la Patria" y lo calificó como “el pintor del pueblo”. Habrá sido esa referencia, quizás, la que lo sacó de esos arcones reservados para el olvido (en los que vivió más de cuatro décadas) hasta que su obra La Salamanca norteña fue colgada recientemente, nada menos, que en el despacho del presidente Alberto Fernández, en la Casa Rosada.
Sin ser imitador de nadie, a primera vista recuerda el trazo y reflexión de Diego Rivera, y se caracterizó por el deseo de documentar el duro trabajo de su pueblo de la infancia. En las pintura del también apodado “el pintor del dolor” quedó el reflejo de la vida de hombres y mujeres realizando trabajos rurales, mostraba las costumbres de sus raíces como las procesiones, los entierros y los “velorios de angelitos”, cuenta a Infobae Cultura el periodista tucumano Roberto Espinosa.
“En ese ambiente casi brujo nací. Heredé de mi pueblo el aciago pesimismo y creía que la vida era solo un sueño perverso. El misterio era para mí algo real y tangible. Mi espíritu se alimentaba de tradiciones y consejos que andaban en boca de jóvenes y viejos, gente atormentada por lo sobrenatural me hablaba trasladando a mi espíritu sus hábitos, sus abominaciones, sus creencias”, dejó escrito el pintor y muy bien lo reprodujo Espinosa en el artículo Pinceles con olor a pueblo.
“Nací en un paisaje gris —contó una vez Gramajo Gutiérrez—, en un poblado tucumano donde el diablo andaba suelto, saturando el paisaje con su aliento e induciendo a los vecinos en cosas de misterio y brujería". Sus dibujos eran, como lo fue para Quinquela Martín el puerto de Buenos Aires, el trabajo del campesino tucumano y del Norte argentino.
Nació el 29 de marzo de 1893 en la localidad de Monteagudo, a una hora de la histórica plaza tucumana. “En sus obras impactan las composiciones dolorosas y con una poderosa autenticidad”, reflexiona Espinosa sobre el pintor que durante su juventud llegó a Buenos Aires y para ganarse el sustento trabajó en los Ferrocarriles del Estado, en un puesto modesto pero que le daba el dinero suficiente para desarrollar su arte.
Pese a haber incursionado como autodidacta en sus inicios, tomó su primer curso de pintura en la Asociación Estímulo de Bellas Artes para perfeccionar su técnica. Allí se recibió de profesor en la Escuela Nacional de Arte Decorativa, pero él quería seguir pintando. “No imitó a nadie, logró su propia técnica”, aseguró orgulloso Espinosa sobre la vida artística del tucumano.
“Su pintura es trágica, desgarradora hasta cuando ríe, casi feroz en un implacable verdad”, dijo Leopoldo Lugones sobre Gramajo Guitiérrez.
A diferencia de otros en su época, no pasó desapercibido en su tiempo; eso también lo hizo distinto aunque pronto fue olvidado. “Obtuvo varias distinciones. En 1956 ganó el Gran Premio de Honor del Salón Nacional por el óleo Un velorio de angelito; otro cuadro muy celebrado del pintor tucumano es Un entierro en mi pueblo, obra adquirida por el Gobierno de Francia para el Museo de Luxemburgo”, escribió Espinosa en La Gaceta de Tucumán a modo de revelar al nuevo mundo que casi lo olvida quién pintó el cuadro que describe el aquelarre, el baile infernal, y que desde el 10 de diciembre forma parte del flamante despacho del presidente en la Casa Rosada.
“La Salamanca es el baile de los diablos, un aquelarre donde participa todo el infierno. Aparecen allí los excluidos, las brujas, los asesinos, los malditos y quienes querían adquirir determinadas destrezas. El diablo otorga el don de ser el mejor guitarrero, el mejor domador, ganador en los juegos de azar, buen cuchillero y mejor rastreador a quien mediante un pacto de sangre firma un trato con el diablo”, explica la historiadora María Inés Rodríguez Aguilar, en su trabajo “Alfredo Gramajo Gutiérrez (1898 - 1961). Interrogantes a su obra de ilustración”.
Roberto Espinosa es periodista y tiene el ferviente deseo de que Gramajo no quede en el olvido, por eso se dedica a escribir sobre él y es quien más sabe sobre el artista admirado de todo un pueblo y se lamenta porque “solo tres de sus cuadros quedaron en nuestro museo. No se sabe qué pasó con todas sus obras".
En Buenos Aires, el pintor tucumano vivió en Olivos, lugar donde hizo amistades que lo describieron como un hombre silencioso, de pocas palabras y "mucha vida para adentro”. También se relacionó con personalidades de la cultura. "Su pintura es trágica, desgarradora hasta cuando ríe, casi feroz en un implacable verdad”, lo elogió Leopoldo Lugones. Esas fueron las palabras que lo sacaron del anonimato.
Alfredo Gramajo Gutiérrez murió en agosto de 1961. A lo largo de su carrera, Tucumán nunca le prestó demasiada atención a este artista excepcional, cuyas obras, hoy en día, son buscadas por coleccionistas del país y del exterior.
Algunas revelaciones sobre la vida del pintor
“Duendes, luces malas y apariciones danzaban en mi mente y mi sueño se volvió desesperado. En las noches, las ánimas esparcían su frío por mi cuerpo; sentía su respiración en mi almohada y me arrebujaba con desesperación en las cobijas”, describió el artista en referencia a sus obras.
“Con su madre y su hermana se traslada a San Miguel de Tucumán, donde ya ejercita la pintura —cuenta Espinosa—. Nubes de silencios lo llevan a Buenos Aires; se gana la vida en el ferrocarril. Estudia en la Escuela Nacional de Artes Decorativas. Es ya maestro de dibujo. Inesperadamente, el 27 de mayo de 1920, un artículo del diario La Nación lo arranca del anonimato. ‘El pintor nacional que era una esperanza brillante, aunque vaga todavía, en la persona de Gramajo Gutiérrez, acaban de revelárnoslo completo… la conciencia personal de vivir viene a uno de sentirse diferente. Si tal ocurre, dentro de pocos años más la pintura de Gramajo Gutiérrez será en el país lo que es la poesía de Martín Fierro: una realización definitiva, un monumento fundamental. La patria tiene de qué regocijarse’, celebra Leopoldo Lugones, pluma de fuste de la literatura argentina”.
Sus obras navegan por el exterior y el interior, “menos por Tucumán, donde sigue siendo un desconocido, pese a que en 1988, una plaza ha sido bautizada con su nombre”, cuenta Espinosa y avisa que esa plaza está ubicada frente al Cementerio del Oeste “donde reinan las ánimas”, personajes que don Alfredo pintaba.
“Los personajes de mis cuadros existen, pero más dolientes y lacerados que antes. Parecen señalados por la mano de la desgracia para que yo pinte sus angustias y vierta su dolor en las pinceladas. Con la desesperación que ellos resumían en mi corazón, abandoné el pueblo”, había dicho sobre sus pinturas, las que hablaban por él para el punto de contar por qué dejó su tierra natal.
Gramajo Gutiérrez murió en agosto de 1961.
Algunas frases de Alfredo Gramajo Gutiérrez
“El campo que exaltaba mi fantasía, los quebrachales y los montes impenetrables y erizados que ocultaban una amenaza para la vida”.
“Expuse por primera vez en 1918 en el Salón Nacional y en el Salón Anual de Acuarelistas. Desde entonces envío mis cuadros a todas las exposiciones importantes”.
“No sé de escuelas ni de academicismos. Pinto para los hombres de sentimiento, para los que aman la vida, para los que se amargan con sus tristezas, para los que quieren liberar de su condenación a los condenados, iluminar en sus tinieblas a los envilecidos, salvar de la pendiente de la muerte a los que viven enceguecidos y enfermos”.
“Yo no pinto, documento. Nadie es profeta en su tierra…”.
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