En un cuadro gris, salpicado por el verde uniforme de una masa interminable de soldados que sencillamente aparecen entre los árboles y las columnas de humo, un muy joven tanquista sube a la torreta de su T-34 y expresa un lacónico “adelante”.
El conductor acata la orden, las orugas giran pisando faroles y un gran enrejado, aparente puerta de entrada al parque de una ciudad europea, rodeado de soldados que lo acompañan como moscas y se abalanzan sobre otros soldados, vestidos de gris. Entonces la acción pasa al claustrofóbico interior del vehículo blindado, donde la oscuridad es total salvo en la cara subrayada, por la luz que entra por el periscopio, del tanquista.
Abre los ojos y sonríe porque los espejos del periscopio parecen haber reproducido algo que increíblemente aún puede sorprender a un muchacho que ha adquirido la suficiente experiencia como para convertirse en comandante de un tanque, una brutal máquina de matar.
La ciudad europea es Berlín, y el parque al que las tropas del Ejército Rojo acaban de entrar, en medio de la última batalla de la Gran Guerra Patriótica (como los rusos conocen a a la Segunda Guerra Mundial), es el famoso zoológico de la capital alemana.
La que sigue es quizás la escena más famosa y conmovedora de Liberación (Osvobozhdenie), la épica saga de cinco películas sobre la Segunda Guerra Mundial estrenada entre 1970 y 1971 y filmada por el director Yuri Ozerov.
Cisnes, búfalos, vicuñas y monos aparecen a través del periscopio en una paleta dorada, y el tanquista, emocionado, pide que no les disparen a los animales y repite “¡antílopes!”, emocionado. Mientras tanto, el sonido de los disparos, las explosiones y las orugas rompiendo todo a su paso queda completamente anulado por una música, un tema sencillo ejecutado por un saxofón y cuerdas, parte de la música compuesta por Yuri Levitin y el gran Aram Khachaturian.
Épica en cinco partes
Poco conocida en Occidente, Liberación fue distribuida en todo el mundo soviético y vista por millones de personas. Consta de cinco películas (un total de 477 minutos de duración), que narran episodios desde la Batalla de Kursk, usualmente considerada el punto bisagra en el Frente Oriental, hasta la captura de Berlín por parte del Ejército Rojo, e involucró a las productoras más importantes del otro lado de la Cortina de Hierro, entre ellas el estudio ruso Mosfilm y la Deutsche Film-Aktiengesellschaft (DEFA), en Alemania Oriental.
Por su épica descomunal (algunas escenas de batalla involucran a miles de extras y decenas de tanques), su larga duración y la fuerte campaña de promoción encarada por el estado soviético, Liberación es quizás la pieza cinematográfica más recordada dentro de una rica tradición de películas bélicas dedicadas a la Segunda Guerra Mundial y filmadas en la Unión Soviética (URSS).
Pero no fue la única y quizás tampoco la mejor de estas películas con un fuerte contenido propagandístico, diseñadas para exaltar valores soviéticos y en gran medida pensadas para contrarrestar un aluvión de películas sobre la Segunda Guerra Mundial estrenadas en aquella época en Estados Unidos (y que continuaron en los años posteriores), subordinadas a otros valores y otros objetivos propagandísticos contrarios. Una faceta más de la Guerra Fría, desde el entretenimiento de masas
Esta tradición, que quedó trunca tanto en el número de estreno como en estilo tras la caída de la Unión Soviética, parece estar reviviendo en la última década con un impresionante número de películas que se están estrenando en Rusia con la misma temática y el apoyo del gobierno del presidente Vladimir Putin. Aunque los tiempos han cambiado, y así también los héroes, los valores y las representaciones.
La era soviética
La lista de películas bélicas soviéticas sobre la Segunda Guerra Mundial es interminable y casi imposible en encarar y asimilar desde Occidente, donde poco llegó en aquel momento y llega aún hoy.
Las primeras se estrenaron aún en tiempos de guerra, y en la década de 1950 hubo también una gran cantidad de películas dedicadas a diferentes batallas, en especial la ocurrida en las afueras de Moscú en 1941, cuando la invasión alemana casi triunfa en su intento de destruir a la URSS, y los combates finales, y triunfales, en Berlín en 1945.
El tono de estas primeras películas es más íntimo y las historias retratadas son en general mínimas: pequeñas unidades, familias destruidas por la guerra. Aunque destaca también “La caída de Berlín” (Padeniye Berlina), lanzada en 1950, un adelanto de lo que sería Liberación.
El estreno en 1962 de The Longest Day (El día más largo), la superproducción estadounidense y europea que agrupó a algunas de las principales estrellas de Hollywood de la época (John Wayne, Herny Fonda, Robert Mitchum, entre muchos otros) para contar el desembarco en Normandía el 6 de junio de 1944, provocó ira en la Unión Soviética ante lo que fue considerado una afrenta histórica: la película no menciona en ningún momento los esfuerzos del Ejército Rojo en el este, que avanzaba hacia Berlín sin pausa y con enormes pérdidas, mientras las tropas angloestadounidenses desembarcaban en el norte de Francia en una operación coordinada con Moscú.
La Guerra Fría se encontraba en lo que suele ser considerado su punto más álgido: 1962 fue el año de la crisis de los misiles, cuando Estados Unidos y Rusia estuvieron a punto de entrar en una guerra apocalíptica tras el despliegue de armas nucleares en Turquía y Cuba por parte de ambas superpotencias.
Liberación fue, en parte, la respuesta a El día más largo, e inauguró una era de monumentales películas bélicas que cobraron aún mayor impulso en la década de 1970 y 1980. Destacan entre estas Nieve ardiente (Goryachiy sneg) de 1974 y dirigida por Gavriil Yegiazarov, y Lucharon por su país (Oni srazhalis’ za Rodinu), de Sergei Bondarchuk y estrenada en 1975, ambas dedicadas a la Batalla de Stalingrado librada entre finales de 1942 y principios de 1943.
Por otro lado Torpedonostsy (Los pilotos torpederos), de 1983 y del director Semen Aranovich, tiende una inusual línea con Occidente al concentrarse en un episodio de colaboración entre aliados durante la guerra, cuando buques mercantes estadounidenses y británicos llevaron suministros a la URSS a través del ártico, enfrentándose a la aviación y la flota alemana. La película se concentra sobre las acciones de un regimiento de la fuerza aérea soviética y las familias de los pilotos, y es considerada un hito cinematográfico por sus escenas de combates aéreos.
La lista, como se ha dicho, es interminable, pero los elementos se repiten.
Siguiendo valores y ideales de la URSS, los héroes representados no son individuales (como suele mostrar Hollywood al menos desde películas como To Hell and Back, de 1955, centrada en las hazañas espectaculares de un sólo hombre: Audrey Murphy) sino siempre colectivos: el foco está siempre en regimientos, pelotones y ejércitos compuesto de héroes anónimos (con excepción, quizás, de algunos generales elevados en la posguerra al panteón soviético, como el mariscal Gueorgui Zhukov), y los esfuerzos, y sacrificios, compartidos.
También a diferencia del cine bélico de Hollywood, donde los enemigos suelen tener mala puntería y morir de a cientos, el ejército alemán presentado en el cine soviético es poderoso, eficiente y temible. Las victorias soviéticas son extremadamente costosas, casi pírricas, aunque siempre llegan (no hay tradición de filmar derrotas). Por supuesto, cualquier otra representación hubiera sido desestimada por la población que experimentó la guerra en su territorio y sabía muy bien qué tan terrible había sido, una situación no compartida por los civiles estadounidenses.
Esto se exhibe en un intento de coreografiar escenas realistas, dentro de los límites técnicos, usando un gran número de extras (por lo general soldados de diferentes ejércitos del Pacto de Varsovia), enormes cantidades de equipo (de la época, o maquillado para aparentarlo) y grandes tomas aéreas. El resultado puede ser más documental y pedagógico que entretenido, y Liberación tuvo problemas en mantener la atención de los espectadores sobre estas gigantescas representaciones.
Al mismo tiempo, las películas intentan separar y rehabilitar a los civiles alemanes y al soldado común de los jerarcas nazis, brutales adversarios que son usados para representar no sólo al enemigo histórico que invadió y sembró la destrucción en la URSS, sino también al de la época del estreno de las películas: capitanes de industria y miembros de clases privilegiadas en los países occidentales, y en definitiva enemigos del pueblo, cualquiera fuera su nacionalidad.
El contexto es clave: los alemanes del este eran aliados estratégicos de los rusos, y sus fuerzas armadas, primera línea en una guerra hipotética con la OTAN, estaban repletas de ex soldados de la Wehrmacht. También, eran parte del público que asistía a ver estas películas. El cine los mostraba entonces como víctimas del nazismo, liberados por el Ejército Rojo e incorporados al mundo socialista como pares valiosos.
Esto también significó que los saqueos y las matanzas y violaciones indiscriminadas perpetradas por tropas rusas en Alemania durante y tras el fin de la guerra, no aparecen en ninguna de estas películas. Pero tampoco las atrocidades de las SS y el Holocausto tienen mucho peso, con excepción, entre otras, de la desgarradora Masacre: Ven y Mira (Idí i Smotrí), de 1985 y dirigida por Elem Klimov.
La rica tradición cinéfila alemana fue también incorporada en estas películas, a través del mencionado estudio DEFA ubicado en Alemania Oriental, satélite de Moscú. Por esta razón, personajes alemanes son siempre representados por actores alemanes hablando alemán, a diferencia de Hollywood y su voluntad, por ese entonces, de usar intérpretes estadounidenses hablando en un inglés con acento (salvo excepciones como, precisamente, El día más largo).
En Liberación, además, las escenas de acción y las protagonizadas por rusos están filmadas en color. Las que muestran a los generales alemanes e incluso al dictador Adolf Hitler, están, en cambio, en blanco y negro, un uso simbólico para un tecnología que era aún muy nueva.
Otro punto en común en estas películas es la ausencia total de referencias religiosas, lo cual cambiaría décadas posteriores. No hay escenas de soldados rezando en las películas encargadas por el estado ateo, no hay imágenes de santos ni encomendaciones a ningún Dios en momentos de terror, a pesar de que el cristianismo ortodoxo y el islam seguían siendo importantes en los pueblos que compusieron la URSS, aunque fuera en secreto.
Rusia toma las riendas
Las revoluciones en Europa del Este en 1989 y la posterior caída de la URSS en 1991, que trajo una era de caos político y escasez, puso fin a esta era de películas épicas. Pero el cine ruso siguió adelante.
Quemado por el Sol (Utomlyonnye solntsem), una película estrenada en 1994 y dirigida por Nikita Mikhalkov, marca de alguna manera el giro que comenzaría a tomar el cine bélico, liberado de sus requisitos propagandísticos y enfocado también en un público global (ganaría el Óscar a la mejor Película Extranjera y el Premio del Jurado en Cannes).
Las miserias de la vida soviética en los años 30, la persecución estalinista y los garrafales errores cometidos por los militares en los primeros años de la invasión nazi, comenzaron a colarse en películas como ésta, de las pocas en hablar específicamente de lo absurdo de la guerra.
En 2005 el director Alexander Sokurov, famoso en Occidente por su aclamada Arca Rusa, se permitió hacer algo poco común en el cine ruso pero que nunca causó pruritos a Hollywood: filmar una película sobre la Segunda Guerra Mundial pero desde la perspectiva de los enemigos y los aliados.
El Sol (Solntse) muestra los últimos días de la guerra desde la perspectiva de Hiroito, Emperador del Japón. Hiroshima y Nagasaki han sido ya arrasadas, y tras la rendición de su país, el general estadounidense y comandante de la ocupación, Douglas MacArthur, se reúne con el regente para negociar la llamada “Declaración de Humanidad”: la renuncia del Emperador a su condición de Dios en la tierra.
No es esta una película bélica tradicional, pero aporta a la visión rusa de la Segunda Guerra Mundial a través de una premisa y lenguaje único: las escenas giran en torno a los encuentros y conversaciones entre Hiroito y McArthur, con un ritmo muy lento y una fina atención al sonido y el silencio.
Mikhalkov estrenó Quemado por el Sol 2 (Utomlyonnye solntsem 2: Predstoyanie) en 2010, y amplió en sus críticas a la dirección soviética de la guerra (en especial a su pobre preparación para el ataque alemán de 1941) y a la figura paranoica de Josef Stalin.
Pero la película estuvo marcada por un hecho externo. En 2008 el entonces primer ministro de Rusia Vladimir Putin, de quien Mikhalkov era un admirador, visitó el set de filmación, interesado por una nueva obra que, si bien criticaba con ironía y hasta humor negro al esfuerzo soviético, hacía enormes esfuerzos técnicos por reproducir los tiempos pasados.
Putin debió haber sufrido una fuerte impresión viendo trabajar a Mikhalkov, ya que a partir de entonces el número de estrenos de películas sobre la Gran Guerra Patriótica no ha parado de crecer.
Las críticas al legado soviético no duraron mucho, sin embargo, pero tampoco esto significó una vuelta al estilo de Liberación y otras películas.
La Resistencia (Brestskaya krepost) fue también estrenada en 2010 y se concentra, algo poco usual, en una derrota soviética, la ocurrida en la fortaleza de Brest en 1941 cuando los ejércitos alemanes se vieron retrasados en su avance y sufrieron una victoria pírrica tomando este sitio.
Enmarcada en el clásico subgénero bélico de la fortaleza sitiada, la película pone el foco en la resistencia y el sacrificio de las tropas (incluye una escena en la que uno de los protagonistas, ya viejo, acude al lugar donde ocurrió la batalla con su nieto), con pocas otras sutilezas políticas o propagandísticas, y sí con atención a los efectos especiales y las escenas de acción.
El Gran Cine Patriótico
En 2013 el cine ruso volvió a uno de sus temas preferidos, la Batalla de Stalingrado, con una película titulada simplemente con el nombre de la ciudad hoy conocida como Volgogrado.
Con la nueva Stalingrado ocurrió algo similar a la dupla El día más largo/Liberación. Una película alemana del mismo nombre y estrenada en 1993, hoy considerada un clásico, y otra producción francoestadounidnese de 2001 (Enemigo al acecho), junto a numerosos videojuegos, habían monopolizado las representaciones a nivel global de una de las batallas más importantes en la historia de Rusia.
La película de 2013, una superproducción dirigida por Fyodor Bondarchuk (un reconocido simpatizante de Putin y miembro del partido del presidente, Rusia Unida), intenta solucionar esto apelando en especial a las escenas espectaculares de acción, con múltiples tomas en cámara lenta y grandes explosiones.
Como en La Resistencia, hay también una voluntad manifiesta de vincular los sacrificios con el presente de la Rusia del siglo XXI, y la película abre y cierra con escenas situadas en la actualidad y vinculadas, como pareciera ocurrir en todo gran éxito taquillero, con una historia de amor.
“Hay muchos efectos especiales en mis películas, eso lo único que me pone en el mismo territorio de Hollywood. Estoy tratando de alejarme de esas comparaciones, estoy tratando de crear algo que tiene un sabor nacional ruso”, expresó Bondarchuk en una entrevista con la revista Electric Ghost.
La lista de películas bélicas rusas recientes es también muy larga y muy pocas tienen distribución internacional, aunque a diferencia de lo ocurrido en la era soviética, Internet hace posible que el alcance sea mayor. Algunas notables son Indestructible (Nesokrushimyy), de 2018 y otra vez dedicada a los tanques, y Aquí los crepúsculos son apacibles (A zori zdes tikhie), un drama sobre una unidad de artillería antiaérea operada por mujeres, que ya se había filmado en 1972.
Y aunque es quizás difícil hablar de una nueva tradición, ya existen numerosos elementos comunes en esta ola, muy diferentes a los de la era soviética.
En primer lugar, la influencia de Hollywood, no sólo en efectos especiales como señala Bondarchuk, en una Rusia que ha pasado del comunismo al capitalismo de amigos y oligarcas cercanos al poder, pero que al mismo tiempo intenta promover valores patrióticos y vincular con el pasado, parece haber llevado al abandono de los colectivos heroicos, dejado lugar a los héroes individuales, en muchos casos con capacidades casi sobrehumanas.
Al mismo tiempo, los soldados alemanes a los que se enfrentan tienen una reputación temible, pero al momento de la acción suelen ser ineptos, letárgicos y desafortunados, siempre superados por los astutos rusos en una variante del llamado “efecto stormtrooper” (basado en la saga de La Guerra de las Galaxias, se refiere al pobre desempeño de los villanos en combate contra los protagonistas, llevado al punto del ridículo).
En esta nueva ola es también notable la visibilización del cristianismo ortodoxo, y los soldados rezan antes de las batallas y llevan figuras religiosas en las paredes de acero de sus tanques, en medio de un aparente esfuerzo por mostrar valores tradicionales y nacionalistas.
Finalmente, las batallas épicas, didácticas y en muchos casos aburridas han dejado lugar a combates estilizados y poco rigurosos, muy violentos y visualmente espectaculares, con el foco en el entretenimiento.
Además, el éxito de estas obras en una Rusia que parece estar obsesionada con resurgir como potencia y afirmando las bases de una nación post URSS es patente: estrenada en enero de 2019, la película ultrapatriótica y glorificante T-34 alcanzó rápidamente los 8 millones de asistentes, de acuerdo a la agencia Reuters, convirtiéndose en la segunda película más vista en el país desde 1991.
Financiada por el gobierno de Putin, T-34 se aleja del rigor histórico y narra la aventura de una tripulación de tanques y su raid de destrucción en las filas ejército alemán, con infinidad (hasta el cansancio) de escenas en cámara lenta que muestran a los proyectiles enterrándose en el acero, y hasta se permite la indulgencia de contar con una trama romántica muy básica. T-34 exalta las virtudes del soldado ruso (sólo circunstancialmente peleando para la URSS), destaca su religiosidad y hasta enlaza con la cultura pre soviética usando en su banda de sonido al segundo movimiento del 2° Concierto para piano y orquesta de Sergey Rachmaninov, compositor ruso exiliado en Occidente, donde llegó a ser muy popular.
Existen algunas joyas que se alejan de las últimas tendencias ultranacionalistas. Una podría ser Tigre Blanco (Belyy tigr), estrenada en 2012 y con dirección de Karen Shajnazarov, que continúa con la obsesión rusa por los tanques y en especial el T-34, herramienta militar sólo superada en fama por el AK-47, pero da cuenta de una pluralidad que era difícil de encontrar en el cine bélico soviético pero que al mismo tiempo dialoga con las ricas corrientes experimentales de aquella época.
La historia, entre fantástica y mística, gira en torno a una presencia fantasmal. En medio de la guerra, el Ejército Rojo se enfrenta a un misterioso tanque alemán (un Pzkfw VI Tiger, o tigre) capaz de causar una enorme destrucción y luego desaparecer. Su eliminación es encargada a uno de los pocos sobrevivientes de sus ataques, un tanquista que cree en el “Dios del tanque” y dice poder hablar directamente con estos monstruos de acero, como si no tuvieran tripulantes en su interior.
Esta trama delirante está llevada adelante con una representación gris y realista del combate, que funciona a manera de contraste. A esto se suma un puñado de escenas históricas cuidadosamente construidas (como la rendición de Berlín o diferentes reuniones de Hitler con sus generales) y un final alegórico que dejó a muchos con más preguntas que certezas sobre la naturaleza de la guerra y el patriotismo.
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