Escríbí Auschwitz en 1998 y lo publiqué por primera vez en el año 2004. En realidad lo llevé a Alfaguara dos años antes, pero Fernando Esteves, que en ese momento era el director, me pidió que lo mandara a algún concurso, dadas las características del libro. Las “características”, como él las llamó, eran el material de mi novela: la discriminación, la xenofobia, el antisemitismo, la perversión y la basura. Yo venía de publicar un libro beatífico, El amor enfermo, que se había vendido bien. Ellos esperaban que continuara en esa línea y yo continué, sí, pero a mi modo: planteando un personaje antagónico. Donde Saravia era bueno, Berto era malo.
Le hice caso y mandé Auschwitz al concurso 2003 de becas y subsidios de la Fundación Antorchas. César Aira era el jurado. Gané el primer premio, volví a la editorial y Fernando cumplió con lo prometido. Puso en la contratapa todas las características que no habían servido para hacer valer a mi libro por su cuenta y forma como si fueran virtudes, y largamos a Berto en su Torino cupé 380, verde esperanza militar, a la calle.
Poca gente de la cultura lo entendió. La mayoría de los medios evitaron reseñarlo, cuando El amor enfermo había salido hasta en la sopa. Osvaldo Aguirre y Oliverio Coelho hicieron valientes comentarios en Radar y La Nación, pero fueron casi los únicos. Más adelante me llegaría la noticia de que Auschwitz era de lectura obligatoria en la Universidad de Princeton y que la doctora Agnieszka Ptak de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y el profesor Fernando Reati de la Universidad de Georgia habían hecho con él sus tesis finales. El escritor Carlos Gamerro llevó mi novela al podio, en una nota aparecida en Ñ en el año 2015, entre los siete libros para comprender a la Argentina.
Berto es de clase media. Odia todo lo diferente a él, con su vecino hindú como única excepción. Secuestra un niño. Lo tortura y no sabe contestar por qué lo hizo. Utiliza el Nunca Más como manual de sadismo. La verdad es que en el año 1998, si me hubieran preguntado de dónde había sacado el odio para escribir Auschwitz, yo tampoco hubiera sabido qué contestar. Sin embargo hoy, con una violencia de derecha extendida por Latinoamérica; con engendros como Bolsonaro, Piñera, Macri en el poder, el libro se entiende perfectamente. La realidad le aportó la vigencia que necesitaba para no desconcertar. A la vista de los acontecimientos, yo hubiera preferido que mi libro siguiera sin entenderse.
La edición de Obloshka trae el Torino en la tapa. Dibujo mío. En ese Torino van a pasear ustedes por una Buenos Aires de pesadilla. Berto conduce, está chocho. Le encanta llevarlos como a mí me encantó escribir sus peripecias. El amor enfermo lo había pensado en una casa en La Pedrera, Uruguay, desde la que se veía el mar. El paraíso, como dicen las viejas. Para Auschwitz me tuve que mudar a un pasillo oscuro, donde viví los once días que tardé en armarla. Mi novia de aquel tiempo me encerró desde afuera. Ubiqué un colchón de gomaespuma para recostarme, una mesita de luz para escribir, un foco para ver, y en el baño puse una pequeña heladera con algunos comestibles para un mes. El pasillo y el baño eran internos, por lo que yo no tenía noción del día o la noche. El encierro sacó todo eso que había adentro mío, y que ahora está tan a la vista en nuestros vecinos que apoyan represiones. No me dio miedo estar ahí. Me da más miedo saber que mi hermana votó a Macri por segunda vez, por ejemplo. Mi novia venía a preguntarme, sin abrir, si estaba bien. Cuando anoté “fin” en el papel, rompí la puerta a patadas: no me importó tener sangre en el pie. Ya no podía esperar para huir del pasillo y de Auschwitz.
Antes de escribir un libro suelo leer todo lo que encuentro sobre el tema. Soy un obsesivo; me tomo mucho tiempo entre la escritura de notas y el primer manuscrito, que además es manuscrito a todas luces: lo hago a mano sobre hojas de papel Rivadavia. En el caso de Auschwitz leí dos libros escritos con odio, Mi lucha y el SCUM, y también leí el Nuevo Testamento y algunas partes de la Biblia que suponía aborrecibles desde mi recuerdo de la escuela católica a la que asistí durante la primaria. También releí el Nunca Más. Para las notas seguí el último consejo del decálogo de Sebald:
“Te animo a que robes todo lo que puedas. Nadie se dará cuenta nunca. Tienes que tener una libreta de notas con chismes, pero no anotes los autores, al cabo de un par de años podrás volver sobre la libreta de notas y emplear el material como propio sin culpa.”
Llené más de diez páginas de frases, sin especificar las procedencias. Estaba seguro de que en esta ocasión no iban a ser difíciles de localizar, dadas las “características” de los libros. Sin embargo, a los dos años volví a abrir ese cuaderno y, oh sorpresa, los orígenes de algunas eran impredecibles. El autor de Austerlitz tenía razón. Por ejemplo: ¿ustedes pueden adivinar de cuál de esos libros es la cita: “El que no está conmigo está contra mí”?
La solución, en el próximo número.
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