La Guerra de Invierno: a 80 años de la gran resistencia finlandesa que hizo tambalear al imperio soviético

A tres meses de haber comenzado la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética atacó Finlandia. El enfrentamiento, desigual, dejó 25 mil bajas finesas contra 200 mil del Ejército Rojo, sin embargo los liderados por Stalin se quedaron con la victoria. La intrahistoria de un enfrentamiento que pudo haber cambiado el desarrollo de la mayor contienda bélica

Soldados finlandeses marchando a la guerra

Este año se cumplen ochenta años del inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), un acontecimiento decisivo del siglo XX. En Europa, África y Asia por tierra, mar y aire las potencias de ese entonces junto con sus aliados se enfrentaron en lo que hasta el presente constituye el mayor conflicto bélico de la historia. Los números totales estimados de muertos, heridos, desplazados y desaparecidos se cuentan por millones, siendo incalculable la destrucción material.

Dentro del escenario europeo tuvo lugar un enfrentamiento de gran significación: la llamada “Guerra de Invierno” entre la Unión Soviética y Finlandia cuya primera fase se extendió desde noviembre de 1939 hasta marzo de 1940, cumpliéndose en estos días también ochenta años desde su inicio. El conflicto estalló cuando los soviéticos amenazaron con invadir Finlandia para apropiarse de una parte de su territorio con alegados fines estratégicos, económicos y militares. Su importancia no puede soslayarse: por ejemplo, el desarrollo de esta contienda fue uno de los elementos que llevó al dictador alemán Adolf Hitler a creer como muy posible una conquista rápida de la Unión Soviética: en efecto, si el desempeño del Ejército Rojo contra Polonia en septiembre de 1939 había sido mediocre (recordemos que acuerdo entre Alemania y la Unión Soviética mediante, ese país fue atacado simultáneamente por ambas potencias), el saldo de la guerra contra Finlandia arrojaba resultados aún más preocupantes.

Unidad de artillería soviética dirigiéndose hacia el frente de batalla

Cuando estalló la guerra entre soviéticos y finlandeses los observadores internacionales imaginaron una rápida victoria del Ejército Rojo en unas pocas semanas. Sin embargo, las cosas serían bastante diferentes: los finlandeses habían estado preparándose desde 1917 –el año de su independencia de los restos del Imperio Ruso y de la naciente República de los Soviets– para un enfrentamiento eventual con su gigantesco vecino del este.

La estrategia a seguir ya estaba decidida: sería una combinación letal de acciones de guerra regular e irregular, una fórmula que por esos años ya estaba probando con éxito Mao Tsé Tung en China y que en las décadas siguientes sería decisiva para las victorias de los revolucionarios vietnamitas contra Francia y los Estados Unidos, por ejemplo. Durante un invierno que tuvo temperaturas promedio de 30 grados bajo cero, los fineses estrenaron esa estrategia bélica dinámica y moderna entre bosques inmensos, pocos campos de batalla abiertos y varios lagos congelados. Por su parte, los soviéticos no poseían otro plan más que inundar el país enemigo con soldados, tanques y demás recursos militares en cantidades exageradas para lograr una victoria gracias a su poder de fuego abrumador.

Tropas especiales finlandesas para la guerra en la nieve

No obstante, para los soviéticos la guerra estuvo lejos, muy lejos, de ser un trámite fácil. Los finlandeses resistieron el masivo embate inicial del Ejército Rojo, comenzando luego a guiarse por un principio tan básico como efectivo: guerra de guerrillas contra grandes concentraciones de tropas enemigas cuando éstas se encontraran en espacios reducidos y sin posibilidades de maniobrar y guerra abierta frente a frente cuando existiera paridad de fuerzas o inferioridad del adversario.

Mediante el seguimiento de esos lineamientos, los finlandeses dieron muerte a una gran cantidad de soldados soviéticos entre los claros de los bosques y de las zonas rurales de su país en las fronteras con la Unión Soviética. Además, contaban con una sección de élite integrada por algunos de los mejores francotiradores que vio la historia de la guerra moderna. Entre ellos se destacaba Simo Häyhä, apodado “la muerte blanca” por amigos y enemigos. Este soldado campesino de 1,58 mts. de altura había dedicado una gran parte de su vida cazando lobos y otros animales en los bosques congelados de su pueblo natal.

Simo Häyhä, “la muerte blanca”, fue el mayor francotirador de la historia

Durante el conflicto armado, Häyhä se especializó en volarles los sesos a los oficiales enemigos. Los tres meses que duró la “Guerra de Invierno” le alcanzaron para entrar en el ranking de la historia militar como el francotirador más mortífero jamás visto con más de 500 bajas confirmadas. Del lado soviético la situación era tan desesperante como vergonzosa: un ejército de soldados campesinos de una ex provincia rusa estaba frenando el avance del mayor ejército del mundo, propinándole duras derrotas tras derrotas. Mientras tanto, Hitler tomaba nota de la debilidad y desorganización de las tropas soviéticas: el Führer empezaba a imaginar que podría conquistar la Unión Soviética fácilmente en unos pocos meses.

Frente a este panorama desesperante, Stalin continuó con su única estrategia: mandar a cumplir un objetivo a su ejército sin importar las pérdidas humanas o materiales. El líder soviético era víctima de sus propias decisiones: había enviado a la muerte a gran parte de la oficialidad del Ejército Rojo durante la “Gran Purga” de 1936-1938, así como había decidido el destierro del genio militar mejor conocido como León Trotsky.

Miembros de la unidad de artillería del ejército finlandés

La mayoría de los comandantes que combatió por la defensa de la República de los Sóviets en la Guerra Civil (1917-1922) había sido acusada de “traición”, “conspiración” u otros delitos, siendo condenada a muerte o trabajos forzados. De todas formas, la estrategia de Stalin de seguir acumulando soldados y más soldados terminó forzando al gobierno finlandés –exhausto por el esfuerzo de guerra– a firmar un acuerdo para ceder los territorios reclamados por los soviéticos.

Formalmente se trató de una victoria de la Unión Soviética. Pero los tratados de armisticio suelen dejar de lado ciertas cuestiones que nos permitirían complejizar las nociones de victoria o de derrota: por ejemplo, el saldo de muertos de un lado y del otro. En los meses que duró la guerra los finlandeses contaron 25.000 muertos aproximadamente. Por su parte, los soviéticos tuvieron el escalofriante saldo de 200.000. Cualquier ítem que se tome para estimar las pérdidas de un lado y del otro da resultados parecidos. Para entender la gran paradoja de la victoria, un oficial soviético dijo: “ganamos la guerra: el territorio que obtuvimos fue suficiente como para enterrar a nuestros muertos”.

*El autor es Becario Postdoctoral (IDAES-UNSAM-CONICET)

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