Considerado uno de los eventos centrales de la Semana del Arte en Miami, la inauguración de El Espacio 23, flamante emprendimiento del coleccionista y empresario argentino Jorge Pérez, quien dio nombre a uno de los museos más importantes de la ciudad, el PAMM (Pérez Art Museum), reúne más de cien obras de 85 artistas de todo el mundo -como León Ferrari, Michelangelo Pistoletto, Doris Salcedo, Ai Weiwei, Teresa Burga- en la movilizante exposición Time for change, en el barrio de Appatallah.
La idea del empresario argentino, apasionado del arte y conocido aquí como el “Condo King de Miami”, es convertir este remodelado espacio de 3.000 metros cuadrados en una suerte de PS1 -el museo satélite que el Moma de NY posee en Queens y con un carácter mucho más experimental- pero en este caso, con relación al PAMM.
Con muestras que rotarán una vez al año, este nuevo espacio reúne una parte mínima de la colección privada de Pérez -de casi 1.600 obras- abiertas a todo público y con entrada gratuita en Allapattah, un barrio de clase trabajadora, en el que funcionan los grandes distribuidores de frutas, verduras y flores de la ciudad, y que para algunos tiene el potencial de Wynwood, el vecindario de al lado, ya convertido en distrito de las artes y reconocido por sus impresionantes murales.
“Pensamos al artista como agente del cambio social; no como salvador del mundo pero si como alguien que aborda aquellos temas relevantes para la sociedad”, cuenta Patricia Hanna, directora de El Espacio 23 y curadora de arte del Grupo Related.
Tres espacios para residencias albergarán además a artistas que trabajen en comunión con los vecinos de la zona, como es el caso actual de la argentina Agustina Woodgate, quien realiza alfombras con peluches donadas por la comunidad –un modo de exorcizar historias del pasado- y trabaja también con una fábrica que queda a pocas cuadras de la nueva sede, que emplea a 1800 costureras con discapacidades, y con quienes Woodgate compartirá las ganancias de sus ventas.
“Hay una pasión de Jorge Pérez de llenar de arte público todo Miami. Por ejemplo, la obra ‘Invisible’, de Marie Orensaz, que integra la muestra argentina Disruptions en Collins Park, simplemente no estaría aquí si Jorge no la hubiera adquirido para su colección personal. Se la pasa construyendo muros para sus emprendimientos, y a todos esos muros los llena de arte”, explica Carlos Rosso, presidente de Related Group, en una analogía eficaz de paredes que no buscan separar, sino por el contrario unir a las personas, a través del arte contemporáneo.
Las dos plantas de este antiguo almacén ahora bautizado El Espacio 23 se comunican por una escalera vidriada mandada especialmente a construir –según cuenta Patricia Hanna- inspirada en la misma escalera que une los pisos de Fundación Proa de La Boca, institución que justamente se propone una función social similar con respecto a la comunidad en la que se emplaza.
En esta ciudad de lujo, en medio de un clima invernal agradable y vistas maravillosas del océano, cada obra de arte –a donde sea que uno vaya- pareciera medirse únicamente en términos monetarios, algo muy a tono con los miles de collector del todo el mundo que arribaron estos días a la ciudad. Una idea –la del valor monetario- que el Espacio 23 logró hacer desvanecer de un plumazo con la potente y estremecedora “Tiempos de cambio, arte y desorden social”, curada por el colombiano José Roca junto a Patricia Hanna.
El glamour de la inauguración anoche, entre camareros pasando con copas de champagne, un exquisito catering, una banda realizando covers, debajo de un gazebo a la entrada del espacio y las limosinas que llegaban con los invitados, no opacaron la intensidad de una muestra pensada para acercar el arte a la mayor cantidad de público, para interpelar, para interrogar.
Seis núcleos temáticos dividen el itinerario, explica el colombiano José Roca, pero probablemente existan miles de recorridos posibles, tantos como visitantes: por nombrar algunos ejemplos, la inmensa escultura “Student” de Fernández Sánchez Castillo -un joven de espaldas, contra la pared y los brazos esposados-, una obra de Doris Salcedo que exhibe una silla de madera, repleta de cemento, donde es imposible sentarse o utilizarla, aludiendo a una ausencia; un grueso tomo con una única palabra escrita a lo largo de todas sus hojas, “Revolución” de Reynier Leyva Novo, o un mapa que señala la presencia de latinos en Estados Unidos, realizado sobre la pared con peones de ajedrez, del artista Lester Rodríguez, son algunas de las piezas que conforman este recorrido de intensa vigencia.
Sin dudas, una de las joyas del espacio es la obra “Dropping a Han Dynasty Urn”, del artista chino Ai Weiwei, realizada con ladrillos Lego, un inmenso tríptico de imágenes en las que el polémico artista se autorretrata dejando caer al suelo –y haciendo trizas- una urna ceremonial de la dinastía Han de 2.000 años de antigüedad. “Solo podemos construir un mundo nuevo si destruimos el anterior”, solía decir el artista por aquel entonces.
La colección privada de Jorge Pérez es en su mayoría de artistas argentinos, cubanos, colombianos y mexicanos, y en esta exposición, de carácter internacional, las temáticas abordadas por los creadores se multiplican como un eco a todos los países del mundo.
Las dictaduras, el desarraigo, los exilios, las discriminaciones por raza o género, las colonizaciones, los cuerpos ausentes, la represión o una vida precarizada son algunos de los temas de esta muestra que busca incomodar, y que también alberga producciones de Fernando Bryce, Sandra Gamarra, William Kentridge, Barthelemy Toguo, Eugenio Dittborn, Alfredo Jaar, Claudia Coca y Eduoard Duval Carrie.
Fuente: Télam
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