(Desde Guadalajara) Había un tiempo no muy lejano que Javier Cercas era un celebrado escritor español sinónimo de autoficción histórica, de operaciones literarias sofisticadas, de exigencias intelectuales grandes pero número de lectores considerablemente más chico que los mega bestsellers: con la excepción de su novela debut, Soldados de Salamina, un inesperado éxito en España a comienzos de siglo y ya un clásico, elogiado tanto por Mario Vargas Llosa como por el entonces presidente Rodríguez Zapatero, ninguno de sus aclamados libros llegó al gran público.
Pero las fortunas pueden cambiar en un segundo. Eso es lo que le sucedió el mes pasado al autor de El impostor y Anatomía de un instante, cuando fue revelado que gracias a su más reciente novela, un policial tan tradicional como sui generis, había sido galardonado con el premio Planeta 2019, el botín literario más cuantioso del mundo (600 mil euros), superado solo por el Nobel (aunque con la misma cantidad de polémicas en su haber que el premio sueco)
Es lógico entonces que Cercas sea uno de los principales atractivos de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en este año, y que Terra alta, su premiada novela, comande el gigantesco stand de su editorial, relegando a George R.R. Martín y hasta a la última sensación mexicana, El vendedor de silencio, de Enrique Serna.
La novela de Cercas es un thriller que transcurre en un escenario de plena actualidad, durante el proceso independentista de Cataluña, del que Cercas ha sido y es muy crítico. El protagonista de la novela es Melchor Marín, un ex delincuente convicto, héroe en los atentados terroristas de 2017 y actual mosso d’esquadra (policía) en Gandesa (Tarragona). Su tarea es resolver un triple asesinato de gente poderosa.
En diálogo con Infobae, este catalán de adopción, admirador absoluto de Borges, revela la razón detrás de su súbito cambio literario, explica por qué el policial es el género más maleable, y por qué, aún tras ganar el suculento premio Planeta, no es tan rico como la gente puede suponer.
—¿Qué aparece primero, la trama de Terra alta y sus personajes, o las ganas de cambiar y hacer algo diferente?
—No, el deseo de cambiar, evidentemente. Y es que yo sentía que lo que venía haciendo, llamémosle autoficción, novela sin ficción, mezcla de géneros, o como quieras, ya había dado lo que tenía que dar. Además mucha gente se puso a hacer eso y yo no quería repetirme. Recuerdo que en París, en la Escuela de Altos Estudios, un chaval me dijo “tú antes hacías una cosa que nadie hacía y ahora lo hace todo el mundo”. Y yo le dije, “tienes razón, pero no es mi culpa” (risas).
—¿Le parecía que había llegado muy lejos, o que había ido demasiado adentro en realidad, con El monarca de las sombras, una obra tan intrincada como personal?
—Es que ése fue el primer libro que quise escribir, y el más importante para mí porque tenía que ver con algo familiar. Entonces, después de hacerlo, sabía que necesitaba cambiar. El miedo a estar bordeando el manierismo también fue un signo de alerta, para serte sincero.
—Pero siendo un escritor muy reconocido, la tentación de no alejarse de eso que lo hizo famoso supongo que sería mucha.
—Bueno, yo podía haber continuado escribiendo el mismo libro sin ningún problema, todos sabemos que hay muchos escritores que lo hacen, es lo más normal, sobre todo cuando uno tiene 57 años como los tengo yo. Dices que eres experimental y ya está (risas). Pero es que puedes engañar a los demás pero a ti no. Y un escritor que se engaña a sí mismo está acabado
—¿Y desde que decide dar ese volantazo hasta sentarse y escribir, cuánto tiempo pasa?
—Bastante, como año y medio. Porque no se me ocurría la historia. Pero de repente se me aparece el protagonista, Melchor, y especialmente una frase, que es la primera del segundo capítulo, donde yo escucho una música distinta, y eso me da el combustible que necesitaba. Y bueno, la crisis en Cataluña, claro, que me cambió completamente.
—¿Ve reflejada en la novela su indignación por el proceso independentista? Alusiones directas no hay.
—Claro que no, ¿pero de dónde sale toda esa furia del protagonista? ¿De dónde ha salido ese afán justiciero que tiene? Ese odio que tiene? En las novelas decimos cosas que en la vida normal uno no se atrevería a decir. A mí la ficción me ha hecho más libre, como también tener que atenerme a algunas convenciones del género. Digo algunas porque no estoy seguro que sea 100% una novela policial. Al fin y al cabo, todas mis novelas eran policiales de alguna manera.
—¿El planteo de un enigma es esencial para el desarrollo una novela?
—En realidad, es esencial que una novela formule una pregunta compleja, y de la manera más compleja posible. ¿Por qué tal cosa? ¿Quién tal otra? En el caso de Terra Alta, la pregunta es muy evidente porque hay un crimen: la pregunta es quién mató a esta gente.
—Sin embargo, la novela desarrolla un enigma doble: quién es el asesino, o quién mató a esa gente, como dice, pero en paralelo, ¿quién es el protagonista? ¿Qué le pasó, por qué es cómo es?
—Exacto, y es que todos los libros que a mí me importan funcionan de esa manera. Hay un enigma superficial, por ejemplo, ¿Don Quijote está loco o no está loco? ¿Por que Ahab está obsesionado con la ballena blanca? ¿De qué acusan a Joseph K? Y ese enigma superficial siempre esconde enigmas más profundos.
—El enigma principal es el protagonista, no la identidad del asesino.
—Sí, Melchor es el motor de todo. Piensa que todos los libros que he escrito, desde Soldados de Salamina hasta El monarca de las sombras, todos han sido en primera persona, y de una primera persona muy cercana a mí. Y aquí hay una tercera persona muy distante. Cuando él se me mete en la cabeza, lo que hice fue averiguar su historia. Después sumé toda la parte del crimen.
—¿Y cuál es su relación con el género policial? ¿Le gusta la novela negra, el acertijo de Agatha Christie, el noir nórdico…?
—He tenido interés por el género desde siempre, claro. Y a Christie la devoré de joven. Leí todos los clásicos, los he estudiado, hasta escribí mi tesis sobre el primer español que hace un uso peculiar del género, que es Gonzálo Suárez, y para eso tuve que leer a Chandler, Hammet, etc. Don Winslow me encanta, James Ellroy también, Benjamin Black es mejor que John Banville en mi opinión...
Pero igual lo del género para mí no es importante, hay novelas buenas y novelas malas, y punto. Borges ha escrito relatos que no eran estrictamente policiales pero que lo eran, como “La muerte y la brújula”. La mejor novela de Martin Amis también es una que parece un policial, Tren nocturno. Es un género muy maleable. Y como te he dicho, no creo que existan géneros mayores o menores, existen formas mayores o menores de usar los géneros.
—Dada la hegemonía de las series en los hábitos culturales hoy en día, ¿le gustaría que Terra Alta fuera adaptada para televisión o streaming?
—En realidad ya están vendidos los derechos audiovisuales, así que algo será probablemente, no sé si una película o una miniserie o qué. Pero soy un fanático de las series, así que eso estaría muy bien.
—¿Cuáles le gustan?
—Bueno, Homeland, Breaking bad, The Wire. De las recientes, El espía, la de Sacha Baron Cohen, me gustó mucho.
—Su novela se parece más a The night of, de HBO, protagonizada por John Turturro. Un crimen, un abogado desalineado y heterodoxo, un retrato social y humanista...
—Esa no me la vi, me la apunto. Según mi hijo se parece a Fargo: un lugar inhóspito donde no pasa nada y de repente pasa algo.
—De todos modos usted definió a la novela no como un thriller sino como un western.
—Claro, es que todas mis novelas, en el fondo, son westerns, tienen ese ímpetu épico, de aventura. Esto lo explicó muy bien Borges, quien dijo que en el siglo XX la novela dejó de ser épica, y la épica se refugió en el western. Y yo he crecido viendo westerns en la televisión, y si tengo que elegir diez películas favoritas, siete son de John Ford. Además la novela tiene un escenario típico del género: el protagonista es un tipo solitario que viene de la ciudad con un pasado a cuestas, un pasado de violencia.
—¿Y cómo ha sido la respuesta de sus lectores a este cambio?
—Bueno, la respuesta de los lectores ha sido fenomenal, inmejorable. De los lectores que ya tenía y de los que me descubrieron con esta novela. Pero la respuesta de la sociedad literaria... no tan fenomenal diría (risas).
—¿Y por qué cree que ha sucedido eso?
—Bueno, yo creo que la reticencia se explica por dos motivos: uno, la inmensa popularidad del premio Planeta. En América Latina no es tan masivo, pero en España sí, hay muchísimas personas en mi país que este año solo van a comprar este libro. El segundo motivo para entender el escepticismo es que se trata de una novela policial. Y agrego otro: algunos piensan que por ganar el premio ya eres rico, algo que genera antipatía, cuando la verdad es que la mitad se lo lleva el fisco.
—Está bien, pero son más de 600 mil euros de premio, es una cifra considerable.
—Bueno, sí, claro, pero como te digo, la mitad se lo lleva el fisco. Y cualquier banquero gana el doble en un año. Por eso cuando me preguntan qué voy a hacer con el dinero, digo “comprarme zapatos y camisas, y vivir modestamente”. Es como una vez me dijo García Márquez: “Los escritores somos pobres con plata”. Aunque no sé por qué decía eso en realidad, él tenía mucha plata (risas).
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