En Buenos Aires ocurre una maravillosa reunión de herencias culturales. Nieta de italianos, la ciudad goza de una histórica vida operística, entronizada en uno de los más magníficos coliseos líricos del globo, el Teatro Colón. Por otro lado la producción escénica actual de los llamados teatros independientes es fecunda en cantidad y calidad. En esta encrucijada entre tradición y vanguardia es donde se enclava la nueva ópera local.
Aunque como género continúa a su materna “ópera clásica”, por sus medios de producción y por su modo de hacer y conceptualizar el teatro y la música, que implica cambios en materia de poéticas, formas de organización grupal, vínculos de gestión con el público, militancia artística y política y teorías estéticas propias, debe filiarse más a estos “primos” de la escena independiente: el teatro y la danza contemporáneos.
La ópera experimental, dentro del marco de la lírica oficial, padece una terrible paradoja que la perpetuará al fracaso, o al menos, a ser parasitaria de una ópera elitista, representativa de un estética pasada y foránea, y a la vez de un sector de la sociedad que entiende que la ópera clásico-europea es el arte que debe representarse. Los museos-teatros de ópera oficiales salvaguardan una veintena de títulos del llamado repertorio, de la que lógicamente la producción contemporánea está excluida. En ningún período de la historia del arte se vivió -y vive- tal desfasaje como en los siglos XX y XXI en los que el arte oficial enarbola una producción tan ligada al pasado.
En nuestro caso sudamericano la digresión histórica es doble: obras lejanas en los siglos y de otras culturas, incluso otros idiomas. Es así que la nueva ópera contemporánea debe producir comprometida con su contexto histórico, geográfico, político, social y estético concretos. Esto no significa el mero localismo, sino que al tratarse cada uno de sus componentes creativos -compositores, dramaturgos, directores, artistas visuales, intérpretes y otros- de individuos que habitan la presente coyuntura temporal y espacial, éstos están ineludiblemente atravesados por la contemporaneidad.
Las ratas, una tragedia sonora para seis actores
Este desafío es el que nos propusimos transitar el grupo de artistas que creamos la tragedia sonora Las ratas. Nacida del intercambio intelectual y afectivo entre los hermanos brasileños Eduardo Mey -historiador-, Thiago Ramires -productor artístico- y Vinicius Soares -dramaturgo-, y los argentinos Pablo Archetti -artista visual- y Guillermo Vega Fischer -compositor y director-.
Cito a su dramaturgo Vinicius Soares: “Las Ratas evidencia el fracaso del patriarcado, la competencia desenfrenada, el machismo, el desprecio hacia los ancianos, la dominación mediante la violencia, la ambición desmesurada y una avaricia egocéntrica que aspira exclusivamente al lucro, despreciando las consecuencias, sin considerar el colectivo ni el futuro. Es una obra que tiene como objetivo la reflexión sobre en qué medida la ideología neoliberal puede fragmentar nuestras relaciones personales e interpersonales, hasta el punto en el que perdamos nuestra racionalidad. El sótano en donde se encuentra la familia puede ser comprendido como una metáfora de los lugares donde nos vemos obligados a desempeñar papeles sociales: el trabajo, una reunión de vecinos, la iglesia, entre otros. Es un texto para que nos preguntemos: ¿hasta qué punto nos pueden llevar la ambición y la avaricia?”.
*Guillermo Vega Fisher responsable de la Música, traducción y dirección de Las Ratas /Funciones sábados 20 hs en Teatro El Extranjero, Valentín Gómez 3378 / Entrada: $ 400,00 / $ 350,00 / $ 300,00 / $ 250,00 - Hasta el 07/12/2019
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