Ernesto Neto ingresa vestido todo de blanco a la sala del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Su uniforme remite a un pai umbanda y algo de eso hay; lleva el pelo batido, una flor de jacarandá sobre las orejas, pero lo más llamativo no es su apariencia, sino esa energía arrolladora, esa locuacidad descontrolada que brota y que se materializa en su obra, que también se presenta de manera desmesurada -alrededor de 60 piezas- en su primera retrospectiva en Argentina, bajo el nombre de Soplo.
Y la muestra del artista brasileño, tiene mucho de bocanada, de aliento, no solo desde la perspectiva de su originalidad, ya que ahonda en temáticas que en el arte postcontemporáneo no abundan: la reconexión con el plano espiritual, la naturaleza como motor de la vida, lo milagroso y lo divino, sino también por ser una invitación constante a la interacción, al arte relacional, y por ende a la comunicación. Arte que dialoga con el espectador y que lo hace dialogar.
En épocas en que el arte intenta ser crítico -en general- desde una perspectiva con base en en el cinismo, en el desencantamiento por la existencia humana o en la sobre-conceptualización de la experiencia citadina alienante, Neto regresa a las raíces, busca lo esencial, lo básico, lo primigenio y lo encuentra en la naturaleza y en los fenómenos que hacen posible su existencia. O sea, no es solo un observador de fenómenos naturales con ansias de representación, en su obra también hay una perspectiva cientificista, a partir del cual plantea que por más que aquello que nos asombre tenga una explicación -microscópica en muchas casos- no significa que no ingrese en el orden de lo maravilloso o lo divino.
En un punto, su vestuario es una toma de postura, una declaración de principios. Él es aquello que busca representar, la pureza y la luz, la hoja en blanco que desea “volver a conectar con la naturaleza”, aunque para eso -dice durante el recorrido de prensa- “hay que apagar la mente, porque la mente miente y el corazón es más sincero”.
Oriundo de Río de Janeiro (1964), Neto es un artista que convierte en real las ficciones de una experiencia, de una creencia profunda, que lo llevó por ejemplo a convivir con la tribu Kaxinawá (Huni Kuin), quienes habitan la frontera Brasil-Perú en la Amazonía occidental.
“La convivencia con ellos me ha proporcionado un profundo entendimiento de la espiritualidad, de esta fuerza de continuidad del ‘cuerpo-yo’ y del ‘cuerpo-medioambiente’, y también una base estructural ‘espíritu-filosófica’, además de la comprensión de la cual hay mucho que descubrir como humanidad: ¿quiénes somos? ¿dónde estamos? ¿hacia dónde vamos?”, comentó el artista.
Y, en el texto curatorial, agregó: “El artista es una especie de chamán. Él trata con lo subjetivo, lo inexplicable, aquello que sucede entre el cielo y la tierra, con lo invisible. Desde ese lugar, consigue transportar cosas”.
Soplo recorre 30 años de trabajos, de distintas etapas, por lo que se puede apreciar -como en toda buena retrospectiva- los procesos formativos y los desarrollos estéticos de un artista que posee piezas en colecciones importantes como el Centre Georges Pompidou (París), Guggenheim (Nueva York), MoMA (Nueva York), Museo Reina Sofía (Madrid) y la Galería Tate (Londres), entre otras.
La muestra reúne obras sobre papel, fotografías y grandes instalaciones inmersivas, y está curada por Jochen Volz y Valéria Piccoli, director y curadora jefe de la Pinacoteca de São Paulo, donde la exposición se presentó de marzo a julio de este año.
“Desde el comienzo de su trayectoria, Neto viene explorando y expandiendo radicalmente los principios de la escultura. Gravedad y equilibrio, solidez y opacidad, textura, color y luz, simbolismo y abstracción son las bases de su práctica artística, un continuo ejercicio sobre el cuerpo colectivo e individual, sobre el equilibrio y la construcción en comunidad”, observa el curador Volz.
La mejor manera de recorrerla, comentó Neto, es siguiendo el símbolo del infinito, ∞, como en “una danza” y que “nuestro cuerpo no se quede aprisionado en espacios, entre paredes, controlado, y que sea libres como los pájaros”.
Una de las instalaciones inmersivas es una de sus clásicas Naves, a las que define como “estructuras como organismos”. Y son, efectivamente, estructuras de tela elastizada a las que se ingresa y que se expanden con la caminata y que, en este caso, parecen remitir a un útero -también prístino, como su ropaje- , en una gran demostración de que se puede renacer en la vida.
“Me gusta pensar la naturaleza como continuidad, no se trata sobre el hombre y la mujer, de lo masculino y lo femenino, sino sobre que somos uno solo”, comenta mientras presenta Copulônia, una obra esencial en su carrera, ya que que marca el comienzo de sus trabajos fragmentados en múltiples elementos que se esparcen en el espacio expositivo.
Así, tanto en Copulônia -neologismo del mix entre “cópula” y “colonia”- como en Subdivisiones del relámpago en la tierra, Neto recurre a medias de nylon rellenas de esferas de plomo, que metamorfosean su forma al tocar el piso.
Hijo del movimiento Neo-Concreto brasileño, que en los 50/60 rechazaban el enfoque racionalista puro del arte concreto y se volcaron por lo fenomenológico con Lygia Clark, Hélio Oiticica y Lygia Pape como principales referentes, Neto elige seguir “el camino de la naturaleza, de lo divino, de los sagrado” y, en ese sentido, entiende a “la cultura como parte de la naturaleza y no al revés”.
Otra de las características estéticas de Neto es el crochet -que aprendió desde pequeño gracias a su abuela, comentó. Por ejemplo en su obra Oxalá se genera una micro comunidad entre cuatro personas que se unen al colocarse unas coronas de este tejido, que a su vez contiene cristales de cuarzo para “la limpieza y la conexión”. “Aquí, solo hay que respirar profundamente y cerrar los ojos”, agrega.
En Navegando entre nos, propone una hamaca grupal, también de crochet, que busca colocar en la misma sintonía a aquellos que deseen subirse a una experiencia grupal, donde el ritmo de uno es el mismo para todos. Allí cerca, también se encuentra una instalación con forma de corazón, con un tambor en el medio para que “marque el ritmo” y que funciona como “punto de encuentro que se expande, como sucede con El Aleph de Borges”, explica Neto.
Entre las muchísimas piezas fotográficas, hay una que resume el espíritu del concepto artístico de Neto: Foto al escultor y la diosa. En pocas palabras, es una captura de la boca del artista que contiene una figura, una suerte de Venus de Willendorf. La imagen, ya desde el nombre, deja en evidencia esa relación circular entre los divino, lo milagroso y lo natural. Es que para Neto, el Soplo es un elemento esencial para que todo comience a cobrar vida.
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