Después de unos treinta años, busco los materiales guardados ligados al proyecto Podría ser yo, con el entusiasmo y las ganas de hacer una nueva edición, con el libro original y con una serie de ensayos que reflejan el camino recorrido por el libro, por las fotografías, por la vida. Durante todos estos años, el libro estuvo siempre presente en mi vida, como uno de los productos más queridos de mi larga trayectoria. Recuerdos varios de su hechura, de su recepción, de todo lo vivido en tantos años…
Ese fue un libro que recogía los resultados de un trabajo de investigación social en barrios populares del área de Buenos Aires, que llevamos adelante durante la transición. No fue un libro como otros. El encuentro con Alicia D’Amico, fotógrafa ya consagrada en esa época, fue en el marco de la efervescencia de los proyectos y luchas feministas de aquella época -aunque muy lejos de la magnitud de lo que sucede ahora, recordemos que fue en 1984 cuando pudimos hacer la primera concentración un 8 de marzo, después de años de represión, que consistió en un encuentro de unos cientos de mujeres y algunos hombres en las escalinatas del monumento a los dos Congresos.
Los aires de renovación también tocaban las puertas del mundo académico, y ahí decidimos dar unos pasos, sin saber muy bien hacia dónde ir o dónde íbamos a llegar. Decidimos usar fotografías en el trabajo de investigación de campo sobre la vida cotidiana de los sectores populares. Pasamos varios meses recorriendo barrios con Alicia, que tomaba fotografías de la vida común y corriente de la gente –no las fotos de cumpleaños o fiestas, para las que la gente se prepara y arregla. “¡Hasta la mugre de mis cacerolas vas a registrar!” fue la respuesta de una mujer que había nos había permitido entrar en su cocina. Con las fotografías en mano, hicimos muchas reuniones para mostrarlas y esperar que la gente reaccionara, dejando abiertas múltiples posibilidades de interpretaciones y sentidos. Fotos que puedan y también permitan “respirar”.
Lo hicimos sin muchas precisiones, dejando mucho aire: en las entrevistas no decíamos dónde habían sido tomadas las fotos; en el libro no hay epígrafes; los textos cercanos a cada foto podían o no ser comentarios relacionados específicamente con esa foto. Texto y foto con vínculo abierto, no lineal. Nuestro objetivo era que el libro reprodujera lo más posible la manera como habíamos trabajado en la investigación. Y ahí, no podía haber líneas claras, líneas rectas o verticales que marcaran caminos claros. Ni en la relación con los sujetos con los que estábamos trabajando ni en nuestra relación con Alicia.
Aunque los roles estaban predefinidos (ella fotógrafa, nosotrxs cientistas sociales), compartimos experiencias de trabajo de campo, compartimos mirar contactos y discutir qué fotos faltaban, compartimos entrevistas en barrios, conversaciones en la oficina con el material sobre la mesa y discusiones sobre el diseño del libro. En fin, compartimos una aventura que, en su momento, no sabíamos en qué iba a culminar. Porque Alicia era más que una artista y fotógrafa profesional. Era una militante de la vida, sensible a la diversidad de experiencias y gentes, sin ataduras a cánones preestablecidos.
El libro se entregó de manera gratuita a organizaciones e instituciones que trabajaban con personas de sectores populares, a quienes habían participado en el trabajo de campo, y a otrxs que se acercaban a pedirlo. Hubo reuniones en bibliotecas municipales, hubo exposiciones de las fotografías acompañadas de reuniones-debate, hubo reuniones en diversas instituciones y barrios del Gran Buenos Aires, tanto en lugares donde habíamos hecho las fotos y/o los encuentros de debate para el libro como en otros lugares. Nos acercamos a profesionales –trabajadorxs sociales, bibliotecarixs, talleristas, docentes, alfabetizadorxs-, a activistas de base –de grupos políticos, religiosos y barriales-, a vecinxs de barrios populares, a colegas académicos.
A lo largo de los años posteriores, recibimos mensajes relacionados con el libro –preguntas sobre cómo conseguirlo, relatos del efecto que tuvo en algún barrio o pueblo en el que la gente empezó a armar su propio libro, colegas que lo empezaban a usar en sus cursos.
Fui prestando y regalando copias hasta que sentí que tenía que cuidar lo que quedaba. Era un tesoro mío, propio, algo que quería guardar y cuidar. No desprenderme, actitud muy diferente a la que tengo frente a otros textos y productos, frente a los que siento que una vez que están impresos ya no me pertenecen, y los demás pueden hacer con ello lo que quieran, que son palabras que se las lleva el viento.
Tenía en mi poder las fotografías originales usadas en el trabajo de campo, guardadas en cajas, bien cuidadas, como indican lxs expertxs. Lo más importante eran las fotos de Alicia, cada una con su valor afectivo, artístico e histórico. Ese archivo quedó en la privacidad de mi estudio hasta que encaramos, con el entusiasmo y la iniciativa de Agustina Triquell, este proyecto de reedición del libro y de recuperación de su contexto.
Ahí busqué y recuperé los materiales con los que habíamos trabajado para el libro y para su difusión. Tengo frente a mi esa multiplicidad de materiales –cuestionarios incluidos en los ejemplares del libro, registro grabado y luego desgrabado de entrevistas grupales y presentaciones, cartas que recibimos, fotocopias de recortes de prensa donde se reseña el libro, comentarios de colegas al informe que preparamos en su momento, etc.
Releer esos informes retrotraen al clima de época de hace treinta años. Ilusiones y desilusiones, esperanzas y prejuicios. Hubo reacciones negativas al libro, especialmente por parte de colegas profesionales que trabajaban en barrios populares (trabajadorxs sociales, educadorxs y alfabetizadorxs, militantes políticxs). Se quejaron, diciendo que el libro era un producto “de lujo” que no se adecuaba a la realidad vivida por la gente; se quejaron porque el libro planteaba el problema pero no daba soluciones; se quejaron porque era algo externo, no algo producido por los propios sujetos. También reacciones de sorpresa, de reflexividad, casos donde fue estímulo para movilizaciones u organizaciones (como en Arrecifes) o para llevar adelante iniciativas propias (como los libros propios que hicieron en Chos Malal y Vertientes). En esas reuniones, surgían cuestiones ligadas a lo que estaba pasando en ese momento, y también cuestiones de más largo alcance como los prejuicios, los recelos profesionales o la discusión del lugar de la intervención social en la vida de gente de sectores populares.
Implícitamente y a veces de manera explícita, aparecía “el adentro” y “el afuera”, con una crítica a las propuestas de “concientizar” desde afuera (así era visto el libro por algunxs) o esperar a que la gente misma elabore sus proyectos y los lleve a cabo. El debate sobre “dar la voz” o “concientizar” –ambos implican la intermediación de intelectuales y activistas— o dejar que el “sujeto popular” encuentre su propia voz y su accionar era fuerte en la época. Estaba la corriente de Paulo Freire; más cerca de nuestro trabajo estaba la postura de Sarah Hirschman en Gente y Cuentos –que estimulaba la voz popular acercando obras literarias canónicas. Era la época en que Gayatri Spivak se preguntaba si el subalterno puede hablar, Said escribía sobre Orientalismo, y se comenzaba a discutir la literatura testimonial del “sin voz”. En ese contexto se insertaban las reacciones al libro por parte de militantes de base, con su cuestionamiento de quienes nos acercamos desde “afuera” y quienes están “adentro”, construyendo salidas “con la gente”.
Algunas otras notas de la lectura, treinta años después: sin duda, poníamos mucho énfasis sobre la ambigüedad del estímulo y sobre la interpretación situada, sobre el papel activo de quien lee o recibe el libro. Hay poquísimas referencias –nuestras y de la gente—a la dictadura, a las violaciones y al movimiento de derechos humanos, tema que fue central en mi propia trayectoria a partir de esos años. Quizás la centralidad del pasado dictatorial se fue construyendo a lo largo del tiempo, a partir del surgimiento de recuerdos y sentidos del pasado, y no lo era tanto en el momento mismo de la transición. Sí hay muchas referencias a la democracia, sus promesas y sus (in)cumplimientos.
¿Y el género? En la hechura del libro tuvimos mucho cuidado al incorporar fotos y palabras de mujeres y de hombres, y a presentar sus relaciones, en la casa y en la calle, en el trabajo, en el tiempo de ocio o en la escuela. No identificamos el género de quien habla en el libro, como parte de esa estrategia de presentar un estímulo ambiguo. También, a la distancia, constato que no hubo preocupación por usar un lenguaje inclusivo o de género. El paso del tiempo, los cambios en los paradigmas y nuestra (mi) propia trayectoria en este tema se notan, y mucho…
En cambio, las cuestiones de clase y de grupo étnico están muy visibles. Lxs lectorxs de clase media se acercaban y se alejaban de quienes están reflejadxs en el libro; lxs entrevistadxs contrastaban la migración europea (italianos especialmente) con la gente que viene del campo, con “los villeros”, con los indios, con quienes instalan una casa prefabricada en sus terrenos y no de material, con los “negros”. Surgen allí los prejuicios excluyentes y los intentos de inclusión, en ese campo de ambigüedades que, como insistimos una y otra vez, el trabajo con imágenes permite y, todavía más, estimula.
Son muchas capas superpuestas, interrelacionadas. Experiencias pasadas, memorias de esas experiencias entrelazadas con otras experiencias vividas, plasmadas en un nuevo objeto, el doble libro que publicamos ahora. En todo este proyecto, están nuestras miradas –las de Pablo Vila, la mía, el recuerdo de la de Alicia—y las de quienes participaron en esta nueva edición con su mirada más joven, más fresca, más actual (Agustina, Sergio, Ludmila, Francisco y Juan Cruz).
Hay algo más, sin embargo. El horizonte futuro se abre, para seguir en esta espiral que vuelve sobre lo hecho, ampliándolo y multiplicándolo. La pobreza y la exclusión se mantienen; también las ilusiones de un futuro mejor. Además, en los tiempos de teléfonos celulares y selfies, de Facebook e Instagram, la imagen captada es un fluir, con más sentido de comunicación cotidiana y permanente que de preservación, y eso abre una gran pregunta que, como toda gran pregunta, deja abierta su respuesta, ¿cómo sería un proyecto como el Podría ser yo entrado el siglo XXI?
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