Quién fue Enriqueta Muñiz, la mujer que tejió en silencio la trama de “Operación Masacre”

Compañera de investigación de Rodolfo Walsh, sus cuadernos fueron editados recientemente por Planeta en un libro imprescindible. Infobae habló con su sobrina, quien con su relato ayuda a conocer quién fue la hacedora invisible de una obra fundamental para la literatura y el periodismo argentinos

Enriqueta Muñiz era periodista

“Hay un fusilado que vive”. Quizás esta sea una de las líneas más poderosas de la literatura argentina, una de esas frases cuyo origen se reconoce de inmediato al ser pronunciadas o escritas, una oración canónica en un libro que rompió todos los cánones. Pertenece, claro, a Operación masacre, la crónica de no ficción que devela los secretos de Estado detrás de los fusilamientos en los basurales de José León Suarez, bajo el gobierno de la así llamada “Revolución Libertadora” –que había depuesto a Juan Domingo Perón– y que ejecutó ilegalmente a los conspiradores que siguieron al también fusilado general Juan José Valle, que había intentado liderar un putsch contra los golpistas. Su autor fue Rodolfo Walsh y la potencia del libro radica no sólo en los resultados de una investigación a fondo –que se inició cuando el escritor tuvo conocimiento del “fusilado que vivía”– sino porque su forma lo convirtió en un texto inaugural de la non-fiction, precursor del género que Truman Capote, haría propio una década después en A sangre fría, ya como material cincelado con las herramientas de la literatura.

La investigación de Walsh tratando de dilucidar los acontecimientos es novelesca y se lee con pasión en toda época al tiempo que es estudiada con minuciosidad de relojero en las academias de periodismo. Sin embargo, faltaba algo. Es que “hay un fusilado que vive”. Y hay una mujer que acompaña a Walsh codo a codo a cada palmo de la búsqueda de los hechos. Su nombre fue Enriqueta Muñiz. La historia de Walsh y Enriqueta buscando la verdad que el Estado quería ocultar y la historia de su relación personal fue publicada en Historia de una investigación (Planeta), quizás el libro del año, que cuenta con una edición facsimilar de los cuadernos escritos por Enriqueta en los que da cuenta de esa investigación, fotos y un estudio preliminar de Daniel Link, a la vez que un prólogo de Diego Igal.

Walsh, como todo gran autor era consciente de que sus textos albergaban otros textos. En esa cadena infinita de la literatura el escritor había ejercitado el policial clásico con el personaje del investigador Daniel Hernández, que publicaba en librería Hachette, donde Enriqueta trabajaba (permítasele al redactor el uso de “Walsh” para referirse al escritor y “Enriqueta”, nombre tan sonoro, para referirse a ella). El 20 de diciembre de 1956, Walsh llegó y dijo: “Encontré al hombre que mordió al perro”. Claro: se refería al “fusilado que vive”, un sobreviviente de la masacre que no había fallecido bajo las balas de la dictadura. De una frase a otra, media la literatura. Del “puedes empezar a buscarme un refugio en Buenos Aires”, que le dice Walsh a Enriqueta (en su recuerdo, Walsh habla de “tú”, ella era española), a la relación de investigador y asistente, media la complicidad y tal vez otros sentimientos. La historia de Walsh (la suya propia), la de la investigación de Operación Masacre y la de la relación entre Walsh y Enriqueta son historias de transiciones.

Boletos de tren a José León Suárez de Walsh y Enriqueta Muñiz

“En la época en la que Cuqui, como la conocíamos, conoció a Walsh, ella y su familia habían llegado poco antes a la Argentina –dice desde Salta Marike Muñiz, sobrina de Enriqueta, a Infobae Cultura–. Era adolescente y tanto mi papá, su hermano, como ella se enamoraron de Buenos Aires. Seguramente sería porque venían de una Europa triste y devastada y quedaron fuertemente impresionados por los edificios y la vida de bonanza que se vivía acá por aquellos años. Puedo decir que inmediatamente ambos, a diferencia de mis abuelos, fueron seducidos por la gran ciudad, al extremo de que mi papá renunció a su ciudadanía belga. Ellos no eran inmigrantes en el sentido propio de la palabra ya que no los traía el hambre de la Europa de posguerra; tenían una situación holgada en Bélgica, donde mi abuelo llevaba adelante unos laboratorios muy importantes. Lo que los decide a venir a América es el llamado insistente de una prima que les contaba las bondades del país. Mi abuela y los dos chicos llegaron en barco y les sorprendió enormemente la costa de Río de Janeiro. Mi abuelo, unos meses más adelante, llegó en avión”.

Páginas de los cuadernos de Enriqueta Muñiz que se reproducen en el libro "Historia de una investigación" (Planeta)

Del mismo modo en que un avión llega desde Europa a la Argentina, Walsh fue el piloto que incorporó la literatura al relato de investigación policial. Las lecturas de Walsh no sólo incluían las que dicta el cánon de los literatos, sino que también leía literatura popular, como el pulp estadounidense, ese género negro de crímenes e investigadores no impolutos en el que el Estado era, de un modo u otro, uno de los culpables. Una marca de esta lectura se puede encontrar en el nombre de otra de sus obras, ¿Quién mató a Rosendo García?, que adoptaba el “quién mató” usual en el pulp. Daniel Link hace notar la introducción de lo novelesco sin la novela: el narrador recibe la noticia del fusilado que vive en junio, luego regresa a casa bajo un polvillo de tilos que lo pone nervioso. Sin embargo, esos tilos no existen en invierno. Roland Barthes en S/Z señala que un loro en un texto de Flaubert es puesto de manera arbitraria: no cumple ninguna función, no tiene relevancia. Sólo da cuenta, lo cual no es poco, de la presencia de la literatura.

“Mi abuelo hacía traducciones y escribía ya que parecía ser el oficio familiar, estaban emparentados con Bretón de los Herreros, escritor y hombre de cultura en España –dice Marike refiriéndose al padre de Enriqueta–. Y Cuqui era una niña superdotada que decidió seguir la carrera de Letras. Era una lectora ávida desde la infancia y en la adolescencia ya había leído casi todos los clásicos. Mi abuela Enriqueta Jurrebaso, francesa, dedicaba su vida a leer. Estaba imbuida en lo intelectual desde su nacimiento y antes también pues toda la familia se dedicaba a la intelectualidad. Abuelos, tíos y bisabuelos tenían libros publicados y desempeñaban cargos culturales. Este era el ámbito en el que estaba por esos entonces inmersa Cuqui. Ella era una chica muy alegre y explosiva, muy inteligente y sensible. Escondía un interior un poco atormentado. Cuqui consiguió un puesto como periodista”.

Los cuadernos de Enriqueta Muñiz constituyen una lección de periodismo. Se sabe: todo aspirante a periodista debe leer a Rodolfo Walsh y, claro, su Operación Masacre. Ahora también debe hacerse de un ejemplar de esta edición. Es que los cuadernos tienen información que no se puede desechar. Desde ese día en el que Walsh le pide que le busque un refugio en Buenos Aires a la propuesta de que lo acompañe en la investigación y hasta que el libro tenga, por fin, fecha de publicación. Todo esto puede leerse allí: los viajes en tren juntos, el carácter indómito de Walsh, la admiración admitida por Enriqueta, las entrevistas (y su método, sobre todo su método) a los fusilados que viven, la negociación con los posibles publicadores, los recaudos de seguridad por un material quemante como el carbón encendido de las injusticias, la redacción del texto, el marco periodístico de dos literatos como Walsh y Enriqueta, su relación. Su relación.

Enriqueta Muñiz y Walsh con amigos

“Puedo decirte con certeza que novios no tuvo hasta aquellos días, claro que admiradores tuvo siempre –continúa Marike sobre su tía–. Eran devotos enamorados que no calificaban por alguna razón para ella. Quizás la verdadera razón inconsciente fuese un temor a estar en pareja o a casarse. Creo que estuvo enamorada dos veces en su vida. Nunca jamás habló de su relación con Walsh con nosotros. Creo principalmente que no habló de esto porque no hubo más que un amor utópico con alguien que tenía su vida enajenada pues estaba casado y tenía dos hijas. Eso ponía la perspectiva muy por encima de sus posibilidades y de lo que podría permitirse. Era una persona que controlaba sus emociones y sus impulsos, pero sí me consta que amaba a Walsh por una página que escribió en sus diarios personales y que ese amor era un tormento ya que no estaba dispuesta a tirar su vida por la borda. Cuando Cuqui logró estabilizarse y recuperar su vida, partió para otro rumbo alejándose de él. Nunca habló de Walsh con nostalgia y guardó el mayor de los secretos sobre este punto. Ese mutismo agranda más el misterio ya que ella figuraba en Operación Masacre en la dedicatoria y la mención en el prólogo que Walsh hace. Nunca pudo escapar a esa sombra y sé que le molestaba mucho que le preguntaran sobre Walsh. Dio muy pocas conferencias sobre el tema Operación Masacre. Lo único que puntualmente yo sabía es que ella dijo que jamás haría un peso con la memoria de su amigo muerto”.

Rodolfo Walsh tenía 29 años cuando inició la investigación. Enriqueta Muñiz tenía 22

David Viñas dijo alguna vez que le preguntaron por el mejor escritor de la literatura argentina: “Si me apuran no elijo a Borges, elijo a Walsh”. Así se ha incorporado la textualidad de Walsh al canon de nuestras letras. Un escritor que fue abandonando, de cualquier manera, su rol de escritor. Hay que notar que comenzó escribiendo policiales ingleses y que incluso publicó un cuento en “El séptimo círculo”, la colección dirigida por Borges y Adolfo Bioy Casares, luego el fusilado que vivía lo llevó a la crónica y la investigación de los crímenes estatales, que obligan a posicionarse a un escritor. Después participó de la experiencia periodística de la fundación de la agencia Prensa Latina, en La Habana, y después ya dirigió, como militante, el diario Noticias, orientado por los Montoneros.

Claudia Gilman en el libro La pluma y el fusil lo señala como uno de los ejemplos del antiintelectualismo que anidó en los años setenta. Sin embargo, debe notarse que la “Carta Abierta a la Junta Militar” –un documento implacable contra la dictadura de Videla, un J’acusse moderno impecable en su orientación y estilo– fue firmada por Rodolfo Walsh, escritor. Una firma que implica una sentencia sobre sí. Con ese hombre compartió investigación Enriqueta, encontró una de las formas del amor y del desapego, y la política los distanció.

Enriqueta Muñiz

“Cuqui era una muchacha muy simple mundana y encantadora, no tenía orgullos de tipo profesional con su trabajo, lo veía como un oficio –dice Marike–. Sí valoraba mucho la intelectualidad, estaba rodeada continuamente de amigos intelectuales del medio, era jodida de carácter, brava. Tenía una fuerte postura ideológica. Creo que cambió el tipo de periodismo que estaba haciendo porque lo suyo no era morir en el intento sino más bien defender específicamente a esta gente inocente y su familias lastimadas. Por otro lado supongo que necesitaba poner aire en una relación fuerte y poderosa que casi la arrastra hacia la locura. Nunca más tuvo pareja salvo ya grande, cuando inició, oh sorpresa, una relación con Juan José Panno, el ajedrecista. En mi opinión tuvieron con Walsh una comunión de almas muy especial y muy fuerte, muy grande, pero cada uno siguió su camino no sólo para no herir a nadie sino porque no podían el uno con el otro”.

Un texto fundamental, Operación Masacre. La crónica policial, lo novelesco sin novela, la literatura como hecho político, la acción. Walsh tenía 29 años al iniciar la investigación sobre los fusilamientos de José León Suárez, Enriqueta Muñiz, 22. Debemos sumar a todas esas categorías, entonces, la novela sentimental de iniciación.

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