Ya se ha reseñado lo suficiente, antes y después del estreno, sobre los enlaces con Cervantes y también con las tortuosas relaciones posibles entre los mundillos del teatro y de la política que propone La vis cómica, magistral pieza de Mauricio Kartun, idealmente llevada a escena, que se está ofreciendo en el Teatro San Martín agotando localidades. Asimismo, el programa de mano –que desde sus imágenes podría emparentar este reciente estreno con otra obra maestra, el film Zama, de Lucrecia Martel-, avisa con sustanciosa concisión de qué va la obra. También reiteradamente se ha escrito sobre la forma en que el dramaturgo y director juega a poner en evidencia, mediante los comentarios de un perro desencantado de los seres humanos, las convenciones del teatro sin que decaiga la credulidad del público. Que, está muy demostrado, si hace el necesario acto de fe, puede creerse que un personaje llamado Hamm, viejo, ciego e inmóvil tiene a un sirviente joven que no puede sentarse, mientras que el padre y la madre del primero viven en el mismo espacio en tachos de basura y ella se permite comentar lo divertida que es la infelicidad, tal como sucede en Final de partida, la obra cumbre de Beckett.
Justamente, Beckett es un autor que se cuela en La vis cómica –como asimismo en Terrenal de Kartun, todavía en cartel-, en ese ámbito “cerrado como un sueño” (diría Borges en su poema A un gato), ámbito metafísico que supo crear la escenógrafa Gabriela Aurora Fernández, favorecido por las luces de Leandra Rodríguez. Y desde luego, en la situación extrema y absurda en que se presentan los personajes, empantanados en más de un sentido. También hay toques beckettianos en la forma de generar comicidad, breves risas negras, a partir de la desolación de Toña –la costurera, lavandera, actriz cuando le dan lugar- y del dramaturgo humillado Isidoro, en la causticidad sin atenuantes del (con razón) resentido perro Berganza. Sin olvidar algunos bocadillos cínicos del canallesco Angulo, capaz de decir: “Me comprometí. Artista comprometido”, luego de arruinar al pregonero para usurpar su lugar. Sopa de osamenta de Quevedo, unos de los dos bueyes de la carreta, comen desde hace un mes –vale creerle a Berganza- estos cómicos de la legua arrastrados por Angulo, cabeza de compañía, a las playas de Buenos Ayres en pos de escenarios, público, aplausos, ganancias…
En La vis cómica, Kartun no se pierde la oportunidad de aludir a la intolerancia eclesiástica respecto de la gente de teatro, el sometimiento cruel de los indígenas, la esclavitud de los negros como práctica habitual de la clase dominante proveniente de Europa. Y así como el dramaturgo, incluso por boca del villano, alude a ciertos vicios típicos de los actores de todos los tiempos, también deja emanar su entrañable amor por el teatro y sus hacedores, sus ilusiones y sus penurias. Hay en esta obra tan compleja como fascinante un homenaje a los trucos y artificios, a antiguos vocablos referidos a la escena, algunos en desuso o usados actualmente con otro significado, como la palabra farándula (antaño, una pequeña compañía). Y aunque Kartun toma a personajes de la literatura cervantina del Siglo de Oro –del 16 al 17- los traslada libremente a finales del siglo 18, cuando se establece el virreinato en el Río de la Plata, adonde viene a parar el cuarteto funambulesco (perro incluido, claro) con aspiraciones de llegar a Asunción donde, dice Angulo, “hay teatro con escenario y escotillones”.
Mario Alarcón, actorazo de larga data sobre las tablas, en el cine y en la tevé (inolvidable el exjuez justiciero de procedimientos heterodoxos en la sobresaliente novela Entre caníbales, de 2015), se nota aquí que se relame con sus apostillas y parlamentos entrando en la cabeza de ese divo de pacotilla pagado de sí mismo, mal bicho encantador, rufián y trepador a cualquier precio, que busca la luz de los focos, la marca que le corresponde aún en su peor momento.
Stella Gallazzi, de ferocidad implacable en Salomé de chacra, se reencuentra gloriosamente con Kartún haciendo a Toña, mujer malquerida de Angulo a quien conoce hasta la entretela, sabe de antemano cuál es su discurso en cada ocasión y no le deja pasar una, pero depende de él como antes de su padre sastre de teatro. Galazzi da vida escénica a su Toña en cada segundo de su silencio, con sus gestos, con esa mirada que todo lo atraviesa, y cuando se apropia de la palabra es sencillamente fulminante. Hay algo de la expresividad corporal de hace más de dos siglos que se puede advertir en las pinturas de ese período, de la forma de moverse con esas ropas, las faldas largas, las enaguas, los tocados tejidos sobre el pelo que la actriz parece haber internalizado a conciencia.
El perro Berganza de Cutuli es lo más de lo más, como concepción de personaje por parte del autor, como actuación apabullante. De traje de época –un tanto trajinado, naturalmente-, el pelo canoso recogido, es un perro sabio, filosófico en la onda del escepticismo al que le creemos todo desde que abre la boca para hablar en el inicio. Y más todavía cuando emociona a través de su armónica.
Luis Campos no la tiene fácil con su dramaturgo apocado, como encogido, ataviado con restos de viejos vestuarios encimados, siempre degradado por Angulo. Y pidiendo a grito pelado estrenar. El actor encarna a Isidoro sin ponerse nunca por encima del personaje, aunque dándole un resquicio para rescatar su dignidad.
Hay un trío de artistas sin las cuales La vis cómica no sería la maravilla que es como espectáculo en estos días, hasta el 15 de diciembre (para reponer en enero), y a las que ya se puede considerar kartunianas a pleno. Las tres aportaron a Terrenal: Gabriela Aurora Fernández, vestuarista y escenógrafa (que también diseñara las ropas de Ala de criados y Salomé de chacra); Leandra Rodríguez, iluminadora: Eliana Liuni, diseñadora de sonido. Todas con igual grado de compromiso, lo que les supuso atentas lecturas del texto, investigación, asistencia los ensayos, una búsqueda muy profunda personal y junto al autor y director.
Fernández se puso la camiseta de la obra y creó ese paisaje mental ensoñador en la playa barrosa junto al río que produce tosca, esa piedra caliza de agua dulce que aparece en escena magnificada. Una escena semicircular cercada por cortinados desgastados: para obtenerlos, la escenógrafa buscó flecos móviles trabajando con un artesano del Colón que emplea telares antiguos. El telón teatral suspendido en segundo plano tiene pintados –desteñidos- cortinados atados a ambos lados, preservando una estética del siglo 18. Fernández se formó con el maestro Gastón Breyer, de quien suele citar una frase faro que le viene de perlas a Mauricio Kartun: “Hay autores que tienen un paisaje de fondo en sus obras, un lugar donde anidan”. El vestuario de Fernández es otro logro admirable: cada textura, color, puntilla, volado, guarda, alamar remite genuinamente a otro tiempo, entre el 17 y el 18. Cada traje habla de haber sido cosido, descosido y vuelto a coser por esa costurera que se quiere actriz y que resguarda su coquetería: si hay pobreza, que no se note, los cachetes realzados por el carmín, la boquita corazón.
En esta escenografía se hizo la luz crepuscular de Rodríguez que vio el barro y el agua, y se puso a la par con tonos amarronados que atrapan a los personajes, y bordeó de candilejas la escena teatral completando la misión de los cortinados. De modo que en la platea estaría el río, cambiante en cada función, como es costumbre en los ríos… El perro, que ve todo verde, cuando hace falta, con un gesto hacia el fondo de la sala ordena un cambio de luces. Y un apagón a la hora de la venganza.
Liuni, trabajando con la misma minuciosidad que sus compañeras, hizo pruebas incontables de sonidos de la naturaleza con variados instrumentos y objetos, tan depurados e incorporados a la obra que se los puede escuchar siempre integrados a un todo, nunca un alarde de virtuosismo personal. Sonidos generados en vivo por los actores que parecen brotar desde distintos lugares, venir del río. Y la tocante armónica de Cutuli, honda expresión de sentimientos perrunos que compuso Liuni.
Aparte de Cervantes y de la picaresca del Siglo de Oro, de Beckett y otras fuentes inspiradoras, queda a gusto de cada espectador/a según sus propias referencias permitirse asociaciones libre. Por caso, la escena de Angulo, el pecho desnudo, apenas guarnecido por una capa blanca blandiendo el látigo de domador bien podría ligarse a lo que hacía Marcello Mastroianni encarnando a Fellini en 8 1/2, cuando intenta refrenar a algunas mujeres de su vida –la salvaje Saraghina, la madura vedette que se resiste a que la jubilen- envuelto en una toalla a manera de toga. Y el destino de Berganza, ¿por qué no verlo representado en la famosa y enigmática pintura negra de Goya, Perro semihundido? Quizás en un río de barro o en arenas movedizas, nunca se sabrá. El horizonte infinito de ocres y sombras, casi una abstracción.
*La vis cómica, 100 minutos, de miércoles a domingo a las 20,30, en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín, a $ 210; miércoles y jueves a $ 105. Hasta el 15 de diciembre. Se repone en enero
SEGUIR LEYENDO: