Patti Smith, en un emotivo y salvaje abrazo musical a la libertad

La legendaria cantante y poeta estadounidense se presentó en fecha única en el Luna Park. Un repaso por una noche vibrante con fuertes mensajes a favor del cuidado del medio ambiente, la importancia de la juventud y un llamado urgente a no olvidar las atrocidades del pasado

Patti Smith se presentó por tercera vez en el país, esta vez en el Luna Park

Con su clásico atuendo negro, pelos eternamente blancos, una sencillez apabullante y un show despojado de todo artificio, porque cuando se lo tiene todo sobre el escenario -talento, buenas letras y pasión- no se necesitan ni grandes pantallas, ni camisetas de fútbol tribuneras, Patti Smith volvió a hipnotizar al público argentino, en su tercera visita, luego de la 2006 y la de 2018.

A sus 72 años, la también autora realizó en el país su último show latinoamericano, luego de conciertos en Brasil, Chile y Uruguay -donde fue nombrada Ciudadana Ilustre-, junto a su banda integrada por Jack Petruzzelli, en guitarra, el bajista Tony Shanahan, el guitarrista Lenny Kaye y el baterista Jay Dee Daugherty.

El show de apertura de Paula Maffia dejó un escenario caliente para que alrededor de las 21.15, la Madrina del Punk tomase la posta por una hora y media más, en los que recorrió gran parte de su carrera en 14 canciones.

En ese sentido, su repertorio estuvo basado sobre todo en sus primeros discos de la década del 70, cuando su irrupción en el escena neoyorkina generó un nuevo vínculo entre la poesía y la música punk, aunque también hipnotizó con clásicos de los ‘80 y ‘90, como con sus maravillosos covers.

La ceremonia comenzó sin pausa con los clásicos Dancing Barefoot y Redondo Beach, que hicieron levantar rápido al público para continuar con Ghost Dance, “dedicada a los pueblos originarios que siguen siendo exterminados”, “una canción que busca la unidad”, dijo.

Antes de comenzar con My Blakean Year hizo referencia “a los trabajadores, los que limpian, las madres, los jóvenes que se enfrentan a la opresión y el cambio climático”. Con Beds are Burning, el clásico de los australianos Midnight Oil, reforzó su mensaje por la necesidad del cuidado del medio ambiente y el público finalmente se liberó de la tiranía que genera en este tipo de conciertos las localidades numeradas.

Con Beneath the Southern Cross, recordó a las personas de esta parte del mundo que “pelearon con sus vidas por la justicia social, por los desaparecidos que siempre serán recordados”. Y apeló a que el público “levante las manos para sentir la sangre corriendo por su cuerpo”, para que “puedan sentir la libertad" antes de comenzar con las estrofas de Free Money. “Siempre levanten las manos contra las corporaciones y los gobiernos”, dijo.

Luego, realizaron un medley de covers clásicos de los Rolling Stone y Lou Reed, con I’m Free y Take a Walk on the Wild Side, respectivamente y continuaron con una preciosa y sutil versión de After the Gold Rush, de Neil Young, donde volvió a pedir por el cuidado de la naturaleza.

Con Pissing in a River el sonido de su voz furiosa volvió a llevar al concierto a las tierras de los brazos en alto, de los “Patti, te amo” y los aplausos sostenidos, que dieron paso a tres de sus grandes hits con los que cerró la noche: Because the Night, Gloria y People Have the Power.

Fue en Because the Night, con ya más de una hora de concierto, que el primer pañuelo verde por el aborto legal, seguro y gratuito cayó en el escenario. Lo levantó, lo ofrendó y lo engancho a su bolsillo. Un segundo pañuelo, esta vez de la bandera wiphala, lo siguió mientras entonaba el Jesus died for somebody’s sins but not mine de Gloria y lo ató a su muñeca.

Con People Have the Power, tal como sucedió en 2006 y en los dos conciertos de 2018, hasta el último de los espectadores abandonó sus asientos en una ceremonia que tuvo mucho de liturgia transgeneracional.

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