La avenida Corrientes estaba repleta de transeúntes de manera inhabitual para un domingo por la noche, y menos para un domingo de tanto calor, y menos que menos en medio de la crisis para llenar las librerías, buscar ofertas y, claro, asistir a las actividades literarias que propone, ya por doceavo año, La Noche de las Librerías. El evento que ya está incorporado a la agenda anual cultural de los porteños se realizaba en el mes de marzo, pero un pedido de las librerías que conforman la postal siempre viva de la arteria más importante del centro de la ciudad pidieron si se podía trasladar a este mes la celebración con la esperanza puesta en que se vendan más libros, en uno de los peores años de la industria editorial en materia de ventas. “Se vende bastante más que en cualquier época del año, casi como los días de las fiestas, pero este año fue muy bajo en ventas en general”, dice uno de los encargados de una librería tradicional de la calle Corrientes que pidió reserva de su nombre. A la vez, los vendedores de las mesas puestas en la calle hacían malabares por los pedidos del público: en general ofrecían ofertas muy convenientes, del mismo modo que las librerías de saldo, que estallaban de público por sus pasillos. Pero no todo es la venta de libros en La Noche de las Librerías. También se hace presente, claro, la literatura.
Había escenarios en cada esquina desde Riobamba hasta Talcahuano, zona que alberga 33 librerías, y en esta oportunidad todos los espacios tenían nombre de escritoras mujeres. Desde el escenario Alejandra Pizarnik hasta el “estadio” Hebe Uhart, pasando por los livings Sara Gallardo, Alfonsina Storni o Silvina Ocampo, entre otras, las hacedoras de literatura fueron homenajeadas en el evento. En esas instalaciones se podían apreciar, por ejemplo, la “conferencia performática” de Esteban Faune de Colombi y Bobby Flores, que se unieron para recordar a Federico Manuel Peralta Ramos, uno de los mayores performers (aunque quién sabe si le cabía tal denominación o le quedaba chico) de la Argentina. Faune escribió Del infinito al bife, una biografía coral de Peralta Ramos, que fue la excusa para recordar al artista que se hiciera muy popular al intervenir con sus monólogos en el programa de Tato Bores. “Lo conocí en la Galería del Este, en el bar Barbudos, donde iban desde Borges, Guillermo Vilas o Víctor Laplace –recordaba Flores, con gafas oscuras–. Hicimos un programa juntos en 1990 en Radio Municipal y lo que se nos ocurrió fue llevar artistas, pero el artista era él. Había cambiado la denominación del Ministerio de Economía por Misterio de Economía, él fue quien le dijo a Charly García que cantara el Himno nacional y salió tan bien que fueron a grabarlo de inmediato, al conocer a Moria Casán le dijo que ella era “La Mucha”, por ser inabarcable”. Y muchas anécdotas más de aquel personaje de una Buenos Aires distina, al que Faune ubicó en una genealogía con Macedonio Fernández, en la que la obra es el mismo artista.
Desde el Bar La Paz arriba, ubicado en las alturas del mítico café porteño, se tenía una visión privilegiada del evento pero hacia adentro también pasaban cosas. Mesas de billar habían sido tomadas por editoriales independientes y la no había bolas de colores, sino libros. El ensayista Mariano Dorr había ideado algunas actividades lúdicas, como poemas escritos a dos manos por dos escritores (o público que se animara) mediante una pantalla en la que se proyectaba cómo uno escribía un verso, el siguiente el otro, aunque también tenía la potestad de corregir algo del verso anterior. También había cartas para ser respondidas, es decir, una serie de personas de diversos estratos fueron convocadas a escribir una carta a un ser anónimo y el público que llegara era invitado a responderlas en máquinas de escribir mecánicas, de esas con palanca y rodillo. “Vamos a editar un libro con las cartas y las respuestas de esta jornada”, dice a Infobae Cultura Dorr.
“Nosotros no nos damos cuenta, pero los extranjeros se sorprenden mucho por esta avenida Corrientes –dice el ministro de Cultura porteño Enrique Avogadro–. Es que esta es la ciudad con mayor densidad de librerías por habitantes del mundo y un evento como este es inédito. Esta es la primera vez que se realiza con la avenida remodelada y creemos que a pesar del calor vamos a tener una asistencia récord”. Según las cifras brindadas luego por el ministerio, así había sido la concurrencia, que habría superado a las cien mil personas. Es que además era un paseo, una oportunidad de tomar un helado, una jornada para asistir a eventos con artistas calleros, ilustradores como Sergio Langer o Tute, entre otros, que intervinieron los vidrios del teatro Sarmiento y hasta caballetes con pinturas para que los niños también disfrutaron. Los bares se encontraban llenos de asistentes, incluso más que otros domingos previos a un feriado.
Una mesa con mucho atractivo para el público fue aquella que reunió a talleristas de escritura, a la vez que escritores ellos mismo, Liliana Heker, Jorge Consiglio y Julián López, coordinada por Hinde Pomeraniec. “¿Se puede aprender a escribir?”, fue la pregunta disparadora que produjo que se desarrollaran conceptos y memorias. “Puede ser que el espacio del taller o de la clínica se convierta en un dispositivo como el psiconalítico –dijo Consiglio–, lo cual permite encontrar los puntos de referencia con la voz del autor”. “No se puede obligar a nadie –dijo Heker–. Las personas que vienen a mi taller deciden, pero se puede orientar”. “Son espacios de intercambio en los que el tallerista o los compañeros pueden ayudar a encontrar un camino en la escritura. En todo caso, es una satisfacción leer lo que escriben quienes van a mi taller, como es una satisfacción ser leído”: Luego de la mesa, el público se acercó a los escritores y les hizo preguntas y apreciaciones de un modo más íntimo y los tres mostraba muy buen ánimo al encontrarse con su propio público. Cerca de allí Luis Diego Fernández conversaba con Tomás Abraham sobre las distintas formas de leer y también de filosofía. Abraham contó la relación que lo unía a tres de sus pensadores favoritos cómo Nietsche, Foucault y Deleza.
El clásico café El gato negro había sido escenario durante toda la jornada de escritores y artistas que contaban sus travesías literarias por la frontera de la ciudad. Pasadas las 22 llegó Mariana Enriquez, recientemente galardonada con el premio Herralde 2019, que la llevo´a ser copartícipe en pocos días de otras escritoras argentinas también premiadas. “Estoy muy pero muy contenta con haber ganado el premio –dice Enríquez a Infobae Cultura, que había preguntado si consideraba que había una avanzada de difusión de libros de autoras–, pero no estoy de acuerdo con la idea de que un momento de la mujer. O tal vez piense que en realidad se trata de lograr que pronto no se diga ‘literatura de mujer’ u ‘hecha por mujeres”, sino que debería existir simplemente literatura, sea quien la haya escrito, sin que importe el género”. La temperatura no bajaba y tampoco llovía, para felicidad de los libreros. Y de Enquíquez: “Me gusta mucho el calor”, dijo y se despidió.
Es que había sido una noche caliente. No sólo por las altas temperaturas, sino porque las veredas mismas se convirtieron en espacio para las bateas de libros, por los escritores que visitan las mesas y por el público que compró sus obras. Como siempre, se demostró que un libro es siempre un buen amigo. Qué mejor que compartirlo con decenas de miles de personas al mismo tiempo en la ciudad.
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