La historia de los almanaques de Alpargatas es conocida: todo comenzó en 1930, cuando Sherman Ackerman, ejecutivo de la empresa de calzado, ideó una estrategia de marketing que sería un suceso y que eternizaría la obra del artista nacido en Buenos Aires (1891).
Para aquellos años, Molina Campos ya se había hecho un nombre. Principalmente a partir de 1926, cuando tuvo su debut expositivo en la Sociedad Rural de Palermo. Sus gauchos y escenarios bucólicos cautivaron a los visitantes y a otros grandes artistas, como Pío Collivadino, el primer paisajista urbano moderno, quien aseguró que las creaciones gauchescas estaban “deformadas armoniosamente”.
En aquellas exhibiciones hizo su debut Tiléforo Areco, el personaje que repetiría en muchas de sus obras y que fue el único al que ficcionalizó. “Molina Campos dibujó siempre al gaucho de fines del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Los caricaturizó resaltando notablemente sus fisonomías, poses y costumbres. Buscaba recrear la totalidad de la vida de un gaucho en la pampa en esa época: sus alegrías, tristezas y sacrificios. Todo ello en forma grotesca pero de manera simpática”, explica Braulio de la Fuente, coleccionista y especialista en la obra del artista, a Infobae Cultura.
Y agrega: “Tiléforo Areco (Teléforo en la realidad) es el personaje individual más característico que podemos encontrar en su obra. Aparece por primera vez en la carátula de su 3ra. Exposición Individual realizada en la Sociedad Rural Argentina en Agosto de 1927”.
Cuando los almanaques hacen su debut en enero de 1931, Tiléforo está allí, trago en mano, dentro de una pulpería. El personaje aparecería y desaparecería y no fue hasta 1934 cuando tomó su nombre y tuvo su propia historia.
La inspiración “la toma de un capataz muy apreciado por él, al que conoció en sus viajes a la estancia familiar Los Angeles, que estaba situada en los pagos del Tuyu a principios del siglo XX. El resto de sus personajes son paisanos en general observados en sus viajes por campos de la pampa de Buenos Aires y Entre Ríos entre los años 1900 a 1940”.
Desde el ‘34 hasta diciembre del ‘36 se ilustran momentos de la vida de Tiléforo, a través de 36 ilustraciones con un texto al pie del almanaque. En esas entregas se relata su llegada al pueblo, sus visitas a la pulpería, una reunión con una adivina, su trabajo, la persecución de bandidos, su romance con Jenuaria, casamiento, el nacimiento de su hijo, la edificación de su hogar y así.
Además, de 1931 a 1936 se lanzó una serie de tarjetas de inicio de año que contaron con un texto escrito de puño y letra por Molina Campos, donde ponía una voz gauchesca, a su Tiléforo Areco. Estas piezas son algunas de las más coleccionables por la dificultad que representa conseguirlas. Las lámina están “autografiada” por el mismo Tiléforo quien, en un juego autorreferencial, nombra a “Don Molina Campos”, como el artista que lo retrató. En el ’37 la ilustración es de Mario Zavattaro, retoma entre 1938 hasta 1942. Habrá otras tarjetas, pero sin texto.
Texto de la tarjeta de 1933:
Apresiado amigo
con motibo del Añio Nuebo juí a el pueblo i no allé nada como paserle un osebqio de paso dentré ha la barbería ande me pelaron el pelo meafaitaron me painaron con perjume de Agua Florida y de yapa me encajaron una rrifa de un armuadon. Como salí echo un manate juí asta la fotrogarfía i el artisto con su maqinaria sescundió con un trapo negro pa mirar espiando po rel ojetibo.
El picazito jué del finao mi Padrino (Q. D. P.) lindo no? me Dijo el Patrón q. ai q. tener confiza en el Pais pues la crise va pasar. Felicitasión por el Añio Nuebo. Lo saludo S. S. S.
Tiléforo Areco
Regresando a los almanaques, la relación con Alpargatas tuvo diferentes etapas. La primera duró hasta el ‘36, se retomó con las series publicadas entre 1941 y 1945, y luego hubo una reedición con motivo del aniversario de Alpargatas entre 1961 y 1962. Por otro lado, la campaña publicitaria fue tan exitosa que a partir de 1939 trabajó para firmas norteamericanas, que colocaron sus diseños en avisos a doble página en revistas y carteles en la vía pública. Entre ellas se destaca la empresa de maquinaria agrícola Minneapolis Moline (’44 a ‘58), que le encarga sus propios almanaques.
Las obras de Molina Campos son, sin dudas, las de carácter más federal en la historia de cualquier artista argentino. Su alcance trascendió por lejos los límites de la región pampeana: solo entre las das dos tiradas de almanaques para Alpargatas se imprimieron 18 millones de láminas, lo que generó una circulación inaudita y, a la vez, dio la posibilidad de coleccionar piezas de arte, aún no siendo originales, a muchísimas personas, que mantuvieron -y mantienen- colgadas las piezas. A este coleccionismo se lo denominó la “pinacoteca de los pobres”.
El artista también realizó tarjetas postales para Kraft, Ediciones Aura y Panagra -una empresa de aviación-, publicidades para los lubricantes de Mobiloil, como tapas para la revista Pampa Argentina, afiches de películas, naipes y muchos libros, siendo el más importante el Fausto de Estanislao del Campo.
Un artista admirado
Además de los elogios de Collivadino, otros creadores y críticos destacaron la obra de Molina Campos. Cesáreo Bernaldo de Quirós, otro integrante el grupo Nexus como Collivadino, sostuvo: “Molina Campos es el creador personalísimo de ese personaje que, derivando del gaucho legendario, a quien tanta gloria le cupo como soldado de Libertad y como montonero en las guerras intestinas, gesta sus últimas bizarrías dentro de su natural coraje. ...Su lápiz y su pincel fueron requiriendo trazos que la imaginación opulenta, bizarra, del artista, marcaba en el papel. Solo, sin academias ni maestros, traduciendo esa verdad que llevan los predestinados, fue contando Molina Campos todo lo que sabía y había percibido en el campo abierto, en el ‘rodeo’, en las ‘fiestas’, en la ‘pulpería’, y en ese enorme conocimiento de ‘pilchas’ y sus nombres, y pelos y marcas de ‘montados’... Así fue plasmándose ese personaje suyo, el gaucho: el Gaucho de Molina Campos.”
Por su parte, Cayetano Córdova Iturburu -periodista, poeta y decano de la crítica de arte- escribió en la reseña de aquella muestra: “Lo inesperado era que el artista veía al gaucho como el gaucho se veía a sí mismo. No era el gaucho del poeta o del historiador o del narrador fantasioso. El secreto del inusitado éxito de Molina Campos en los medios rurales del Río de la Plata reside en su identificación absoluta con el hombre de esos medios. Los mira con los ojos con que se miran ellos y los considera con su mismo espíritu entre burlón y afectuoso. Su risa es bondadosa. Es risa de comprensión y cariño”.
Aunque, sin embargo, uno de sus más grandes admiradores vendría desde una distancia más lejana y su fama es hoy aún mayor que en su épica: Walt Disney.
Walt Disney: de amor y de odio
En 1941, Molina Campos vivía junto a su segunda esposa, María Elvira Ponce Aguirre, Elvirita, en el rancho Los Estribos, una cabaña de Cascallares, en el partido de Moreno. Allí, Elvirita recibió la noticia de que Walt Disney, el gran padre de la factoría de los sueños animados, deseaba conocerlo. Paradójicamente cuando Disney llegó al país, Molina Campos se encontraba en Estados Unidos realizando unos trabajos para la revista Liberty.
Disney había comenzado un viaje por Sudámerica durante el más grande conflicto gremial de la historia de su empresa que, a pesar del éxito de Blancanieves solo tres años atrás, estaba en serios aprietos económicos. Disney, como otras estrellas estadounidenses, viajó a esta parte del mundo como parte de la misión diplomática “Política del Buen Vecino”, que llevaba a cabo Franklin D. Roosevelt y que buscaba generar nuevos aliados comerciales (y políticos) en plena Segunda Guerra Mundial. Así visitó Brasil, Argentina, Uruguay, Perú y Chile.
Disney y Molina Campos no se conociern en el país, pero sí el padre de Mickey dejó una invitación para que realicen juntos películas sobre el gaucho argentino. “Llegaron al rancho, Disney y su señora, acompañados por el Sr. Embajador de los Estados Unidos y todo el ‘staff’ de sus numerosos dibujantes. Fue una fiesta criolla inolvidable: asados guitarreadas, bailes…, lo único que faltaba era Florencio”, escribió Elvira en su libro Florencio Molina Campos en mi vida. Luego de otros eventos, Dinsey siguió su derrotero.
Un años despues, ya en lso estudios de Burbank, Molina Campos firmó un contrato por tres películas. La idea ra que el argentino fuese quien aportaría la estética gauchesca, tanto en la vestimenta de los personajes como en los paisajes.
Sin embargo, ya desde el primer filme, El Gaucho Goofy, las diferencias fueron irreconciliables: había demasiadas “licencias” que hacían que el Goofy fuese un híbrido entre gaucho pampeano y un cowboy. A pesar de sus esfuerzo de convencer a Disney, la desición estaba tomada: la representación se haría en pos de ofrecer al público norteamericano una visión que pudieran sentir como más propia, aunque eso significase alejarse todo lo posible de la realidad. Y, en este cambio de 180 grados, había una razón política: Si bien la guerra no había llegado a su fin aún, el triunfo Aliado era cada vez más palpable y Argentina, por ejemplo, había elegido ser “neutral”, por lo que no era necesario seguir intentando generar puentes.
Sin espacio creativo, ni respeto por su rol de asesor, Molina Campos renunció. El proyecto primigenio que incluía tres películas, se acotó a dos: Saludos, amigos (1942), que recibió tres nominaciones a los premios Oscar, y Los Tres Caballeros (1944), una serie de cortos que incluyó The flying donkey (El gauchito volador). Poco quedó de su visión en las películas, apenas algunos detalles y paisajes, muy poco.
El Museo
En la ciudad de Moreno, a más de 40 km de la Ciudad, se encuentra uno de los dos espacios dedicados a su obra. Uno, Las Lilas, se halla en San Antonio de Areco, mientras que el otro es el Museo Florencio Molina Campos, el espacio que soñó y financió -con todos sus ahorros- Elvirita, la segunda esposa del artista, quien vivió frente a este edificio hasta su muerte. El museo se inauguró el 24 de noviembre de 1979, bajo la iniciativa de la Fundación, y desde hace casi dos años cerró sus puertas por falta de recursos.
122 obras. Muchas únicas, irrepetibles. Entre las piezas más destacadas se encuentran las donadas por Joshua B. Powers y la Fundación Laroque Tinker, quienes fueron los máximos coleccionistas del pintor argentino en los Estados Unidos, donde Molina Campos vivió a fines de los ‘30 y principios de los ‘40.
“Mantener un edificio no es fácil sin subvención y mucho menos un museo, que necesita de múltiples cuidados. De acuerdo a los últimos cálculos, se necesitarían solo 50 mil pesos por mes para mantenerlo abierto. Todos los museos que surgieron a partir de fundaciones en este país sobreviven porque detrás hay una empresa importante que lo subsidia. En nuestro caso eso no sucede, como tampoco recibimos nada del Estado, que es otra manera. Tocamos todas las puertas a nivel nacional, provincial y municipal; mandamos cartas, pero no tuvimos respuesta”, explica Braulio de la Fuente a Infobae Cultura por teléfono.
En el Museo abunda el vacío, gran parte de las obras están guardadas para protegerlas de la humedad, otras fueron como préstamo al Museo de Arte Popular José Hernández (MAP), donde se desarrolla la muestra Florencio Molina Campos. Color, arte y tradición.
“Cuando comenzamos a seleccionar la obra para el préstamos al MAP notamos, por ejemplo, que algunas marcos tenían polillas de la madera. Hubo que cambiar muchos marcos para evitar que se propaguen. Mantener abierto un museo no es solo la limpieza o tener personal para recorridas, son también las pequeñas cosas, que van desde cortar el pasto a que funcionen los servicios, todas cosas que no se pueden cubrir hoy”, explica.
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