“Mar de luna”: un cuento del fiscal Ricardo Sáenz, que lanza su primer libro de ficción

Infobae Cultura publica un adelanto de “Mucho que contar”, que estará disponible desde el 28 de noviembre

Guardar
El fiscal Ricardo Sáenz, autor
El fiscal Ricardo Sáenz, autor de "Mucho que contar"

Ricardo Sáenz es abogado y desde 1993 se desempeña como fiscal general ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la ciudad de Buenos Aires. En dos semanas verá la luz Mucho que contar, su primer libro de relatos, editado por El cuento de nunca acabar.

Escribir este libro fue uno de los procesos internos más enriquecedores que experimenté. Recuerdo el pasaje de la escritura terapéutica a una más elaborada, mostrable y compartible, lo que se suele llamar 'la dignidad de la escritura”, el ejercicio denodado que requiere escribir y corregir y volver a hacerlo tantas veces como nos termine por conformar", explicó Sáenz.

“Acá estoy ofreciendo a quien quiera, por un rato, vivir otras historias, hacerlas suyas o soñar con las muhcas posibilidades que a veces somos capaces de advertir”, señaló.

En el prólogo, el escritor Federico Andahazi expresó: “Sáenz teje una trama narrativa sutil e imperceptible. Cada uno de los personajes atraviesa los relatos tendiendo hilos que unen inmigrantes pobres, estudiantes universitarios, empleados judiciales, marineros, farsantes y novias”.

Y agregó: “Es un libro de cuentos donde la profunda herida existencial toma mil formas para hablarnos de una sola cosa: la liviana y a la vez cruel condición humana”.

Portada de "Mucho que contar",
Portada de "Mucho que contar", editado por El cuento de nunca acabar

A continuación se reproduce “Mar de luna”:

“Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”. Julio Cortázar

Cuando entré a la casa de mamá, no pude decirlo. Me enteré por mi sobrino a las ocho y cuarto de la mañana, y desde ese momento hablé con mucha gente, a varios los llamé para darles la noticia, pero con mi mamá no me salieron las palabras. Durante cuatrocientos kilómetros las preparé hasta el último detalle: mami, vení, sentate, quedate tranquila, Mabel tuvo un accidente de auto muy fuerte, vos sabes cómo maneja (¿o ya debía decírselo en pasado?). Apenas me salió bajito y entrecortado, mami, Mabel... ¿Qué le pasó?, ¿tuvo un accidente?, ¿está bien? La abracé fuerte, no la quería soltar para que no me mirara de nuevo, ¿está mal? Se fue...

Era la loca de la casa, la que siempre llevaba la contra, la única cariñosa de los cuatro. De la nada venía y te daba un abrazo fuerte, sentido, sincero. Yo no sabía qué hacer con eso, no soy como ella. No siguió el mandato, fue pintora, profesora de italiano, fumó marihuana y crió dos hijos de distinto padre, todo sin ningún orden. Debe haber imaginado mil formas de morir. Tampoco le importaba, la sangre le hervía a menos grados. Me pasé la vida buscando amores de película, intensos, parecidos a los que tenía mi hermana una vez por año. No hubo caso, los inventé mil veces, me los creí, me creyeron, pero los abandoné a todos.

Teníamos la misma raíz, pero crecimos desparejo. A diferencia de Mabel, amo con la misma baja intensidad que me amaron de chico. Ella devoraba a los que quería, yo giro el plato para olerlo de todos lados, como cuando mi vieja me retaba. En los momentos en que siento que se murieron muchas de las personas que yo quería y que perdí esos lugares de la infancia, pienso en lo que ella me diría: que esas personas y esos lugares pasaron por nosotros y se quedaron ahí, que son nuestros.

De todos esos lugares, conocer la casa donde había nacido papá en el País Vasco, fue el más importante 15 para ella. Papá contaba de su tierra una y mil veces, especialmente cuando se puso viejo, lo habían traído de España a los catorce años y tardó casi sesenta en volver a Lagrán, el pueblito que reconoció por la escalera de la plaza y la fuente de agua, y buscó la moneda que alguna vez tiró. El viento seco y el olor de los robles no habían cambiado, como tantas otras cosas.

Mabel fue unos años antes que yo y conoció a cuatro viejitos de aire familiar, los primos de papá. Cuando decidí por fin visitarlos me esperaban un viento helado, tres tumbas y una clínica geriátrica, donde Gaspar, el sobreviviente, ni bien me vio, me llamó “el argentino”, mientras me mostraba fotos de los viajes de mis padres, del último de Mabel, y la boina de uno de mis tíos.

Me emocioné, pero no estaba Mabel para el abrazo. Volver juntos a España fue nuestro último proyecto. Con su entusiasmo infantil lo daba por hecho, a mí me generaba una sensación extraña, la de no poder compartir sus intensidades, la comida, el cigarrillo, la bebida y ese sentido de la felicidad, que no requería nada más que una decisión. Nunca terminamos de armarlo, la enfermedad de mamá nos ocupó el tiempo y la energía. El proyectó voló por el aire la navidad de 2015, cuando decidí y le dije que no la acompañaría, cuando dejé de prometerle que iríamos juntos. Fue el último disgusto que tuvimos, nos despedimos con amor, con esos abrazos que nunca supe dónde había aprendido. “Nos hablamos”, dijimos con desgano, como dicen todos los que no van a hablarse. Mabel me saludó para mi cumpleaños, yo no pude corresponderle en el suyo, su muerte me ganó de mano. De todo eso que era nuestro, se llevó su parte, me quedó la mía.

No le creo a mi vieja cuando dice que está preparada, nadie lo está, por eso a veces, bondadosa, la muerte te lleva sin que te des cuenta, primero pasa lejos, en la China, después pasa al lado, después te toca. Como pasó con Mabel, inquieta, curiosa y siempre lista para conocer algo nuevo, se fue sin saber cómo. Para el bien de ella y para el dolor que desde entonces sería nuestro.

Desde algún lado me cuida, las intensas palabras que recuerdo son su manera de defenderme de mis tantas flaquezas.

Tiramos las cenizas al mar, en la Perla, como ella quería. Justo salió una luna redonda y naranja, era un mar de luna. Ahí va a estar, atenta, hasta que llegue mi turno. Que digan que estoy loco, yo sé que esa luna luminosa y que abrazaba a la noche, era ella con su esplendor.

SEGUÍ LEYENDO:

Guardar