Mar del Plata, especial. Con gran afluencia de un público entusiasta, la fiesta anual de la cinefilia marplatense se va acercando a su fin. En la ceremonia de clausura que tendrá lugar mañana a la tarde en el Teatro Auditorium, se anunciarán los premios de las siete competencias oficiales que conforman el Festival: la Internacional, Latinoamericana, Latinoamericana de cortos, Argentina, Argentina de cortos, “Estados alterados” y Work in Progress. Como ocurrió en la edición anterior, el lunes se proyectarán con entrada gratuita las películas galardonadas.
Por primera vez en nuestro país, mañana podrá verse El irlandés, la esperada película de Martin Scorsese que protagonizan Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci: el film se proyectará a las 9 y en una segunda función vespertina, luego del anuncio de los premios. Entre las películas que podrán verse mañana, también se destaca Patria es un espacio en el tiempo, documental del alemán Thomas Heise, muy elogiado desde su estreno en la última edición de la Berlinale. (El público porteño tendrá la oportunidad de apreciar el extenso film de Heise: se proyectará el viernes 22 en la Sala Lugones del Teatro San Martín, en el marco de un breve ciclo dedicado a tres realizadores berlineses.)
Cinco films de la Competencia Internacional
Como cabía prever, la última película de Pedro Costa es una avasalladora obra de arte: Vitalina Varela completa un díptico con Caballo Dinero (2014), y se adentra aún más en el mundo sombrío que conjuraba su film anterior. ¿Cómo olvidar el inicio de esta segunda parte de la saga? Mezcla de zombi y de oscura esfinge, Vitalina baja descalza la escalera del avión que, por primera vez, luego de décadas de espera, la deja en Lisboa. Viene de Cabo Verde, dispuesta a no volver nunca allí. Su marido albañil, al que ama y aborrece en partes iguales, acaba de morir. De ahí en adelante, ella transita el más enigmático de los duelos: indaga en las circunstancias que llevaron a su esposo a la muerte, sostiene con él diálogos imaginarios, conversa con una pareja de jóvenes que la vida ha dejado en la calle, trata de hallar consuelo en un sacerdote abatido e incrédulo.
El compromiso empático del director con los desamparados carece de fisuras, pero la política que lo anima no podría ser elusiva: como ha señalado el filósofo Jacques Rancière, en los films de Costa nunca comparecen ni el poder económico que explota a los miserables ni el poder administrativo y policial que reprime o desplaza a las poblaciones. Más allá de todo sociologismo, el director portugués continúa retratando la belleza en ruinas de la barriada de Fontaínhas con la radicalidad de quien redescubre los escombros de un mundo desaparecido. Por eso Vitalina Varela es, entre otras cosas, una de esas películas que cada tanto aparecen para obligarnos a repensar la relación de la pintura con el cine. (Sus planos fijos –unidad básica con que Costa construye sus films– toleran e incluso demandan la comparación con los logros pictóricos del tenebrismo, el “caravaggismo” y, más en particular, la escuela barroca holandesa.)
Además de El cuidado de los otros, de Mariano González, otras dos películas argentinas forman parte de la docena de films seleccionados para la Competencia Internacional. En Planta permanente, Ezequiel Radusky sigue de cerca las vicisitudes de Lila (Liliana Juárez, inolvidable) para mantener un comedor y, más tarde, dirigir una cantina en los recovecos semilegales de un Ministerio desangelado. En segundo plano, vislumbramos la vida de otra trabajadora de la limpieza, encarnada por la siempre eficaz Rosario Bléfari. El director tucumano logra contar la historia de estas mujeres –a la vez amigas, comadres y rivales– en el estrecho marco que él mismo se impone. Aunque apenas trasciende el marco costumbrista, esta trama de victorias precarias y desazones duraderas es contada con un adecuado tono de comedia tristona: una suerte de picaresca administrativa.
La institución familiar como usina del malestar de sus miembros es el tema central de Los sonámbulos, quinto largometraje de Paula Hernández. “¿De qué te sirve una familia si uno no puede hacer lo que uno quiere?”: así increpa a su madre una hija adolescente, víctima propiciatoria de todas las tensiones que recorren el film. Es verdad que ni lo logrado de sus atmósferas ni su escrupulosa factura llegan a ocultar la extenuación de un modelo narrativo, en el fondo deudor de La Ciénaga. Por lo demás, con su denuncia del fascismo intrafamiliar, la película se suma algo dócilmente a un clima de época: si exceptuamos el personaje de la abuela, intimidante pero en el fondo inocua, la violencia invariablemente la ejercen los varones sobre las mujeres. Pero Érica Rivas lidera una excelente troupe de actores (Ornella D’Elía, Marilú Marini, Luis Ziembrowski, Daniel Hendler, Rafael Federman): la entrega pareja de todo el elenco vuelve llevadera la inquietante lección que se propone contarnos la directora.
En Black Magic for White Boys, el actor y cineasta Onur Tukel vuelve a encontrar la inspiración en los márgenes difusos de la incorrección política: puede ocurrir entonces que, dada la quisquillosa moral de nuestra época, chistes anodinos devengan casi subversivos. En la estela de Seinfeld o del Woody Allen más cáustico, este film coral neoyorkino nos introduce en las metamorfosis de un teatro en decadencia, con un mago que no vacila en apelar a la magia real para hacer desaparecer a las personas que considera indeseables, incluida su esposa. También merodean, entre otros excéntricos, un odioso rubio misógino, un agente inmobiliario dispuesto a todo, un cínico cuarentón y su novia, ambos inmersos en el sueño o la pesadilla de ser padres... No pocos temas profundos aparecen tratados con ligereza en este simpático film independiente, que rompe con la atmósfera algo solemne de la estética festivalera.
Bitácora cinematográfica de una quincena en Madrid, La virgen de agosto –del joven español Jonás Trueba– es una película luminosa y aérea, centrada en una actriz treintañera que permanece en la ciudad durante el verano, con la intención de reencontrarse a sí misma. En una seguidilla de encuentros casuales, charlas frívolas u ocasionalmente profundas, Eva tal vez llegue a anoticiarse de alguna verdad interior; poco importa si esa verdad es cándida o banal, o si en realidad esconde algún viraje espiritual más decisivo. Con espíritu cercano a los films juvenilistas de Éric Rohmer, la película de Jonás Truba nos roza la mente y el corazón como una brisa ligera. (También en calidad de coguionista, la actriz Itsaso Arana se las ingenió para imprimirle a esta historia un sutil toque femenino.)
Noches de cine clásico en el Teatro Colón
Noche tras noche, los amantes del cine clásico pudimos acudir a la cita que propuso Boris Nelepo, crítico y director artístico del Festival “Spirit of Fire”. En el marco inmejorable del Teatro Colón marplatense, se proyectaron ocho películas fundamentales de John Stahl (1886-1950), exhibidas en copias en 35mm de diferentes archivos y filmotecas del mundo. De esa manera, Nelepo nos invitó a redescubrir a este clásico de Hollywood, nacido en el Imperio ruso bajo el nombre de Jacob Strelitsky.
Directores como Todd Haynes y R. W. Fassbinder supieron reactualizar la tradición melodramática de Douglas Sirk, pero no hay que olvidar el propio Sirk se había nutrido de los melodramas de Stahl al momento de crear algunas de sus películas más emblemáticas. Es el caso de When Tomorrow Comes (1939), film que acusa la influencia de Leo McCarey. En esta comedia romántica, Irene Dunne interpreta a una guapa y elocuente moza sindicalizada, dispuesta a liderar una huelga, pero también a enamorarse sin esperanza de Philippe (Charles Boyer), virtuoso pianista casado con una mujer trastornada luego de la muerte de su único hijo. Por otro lado, también pudo verse Imitación de la vida (1934), glorioso dramón que Douglas Sirk reelaboraría con delirante suntuosidad 25 años más tarde. En contraste, la versión de Stahl resulta casi lacónica al momento de contarnos la historia de dos mujeres independientes (Claudette Colbert y Louise Beavers), socias de negocios y compañeras de desgracias a pesar de la barrera racial que las separa.
Del período tardío de la filmografía de Stahl, se proyectó The Foxes of Harrow (Débil es la carne, 1947), intento de la 20th Century Fox de emular la épica de Lo que el viento se llevó, con elementos de rituales vudú, gótico sureño y las presencias estelares de Rex Harrison y Maureen O´Hara. En cuanto a sus películas tempranas, pudieron verse Seed (1931) –con la participación de una jovencísima Bette Davis– y, sobre todo, Back Street (1932), con otra gran actuación de Irene Dunne: en su registro de una relación adúltera a lo largo de toda una vida, el film ilustra las libertades que reinaban en Hollywood antes de que, en 1934, se instaurara el código de censura Hays.
En la poco conocida Letter of Introduction (1938), un padre y una hija dispuestos a no revelar su vínculo acaban generando equívocos a veces divertidos y otras veces trágicos. Mientras varias parejas se hacen y deshacen, escenas dramáticas se alternan con secuencias muy graciosas, en las que no faltan el ventrílocuo Edgar Berger, con su muñeco Charlie McCarthy, ni un perro temible llamado Blitzen, que sólo responde órdenes en alemán. Así el melodrama se va incubando en los recovecos de esta screwball comedy, casi sin que el espectador se aperciba.
Finalmente, la retrospectiva incluyó dos films atípicos. Por un lado, Our Wife (1941), donde Stahl parece deconstruir de antemano las convenciones de las “comedias de rematrimonio” (“comedies of remarriage”), que luego analizaría el filósofo Stanley Cavell en su libro La búsqueda de la felicidad (1981). Muchos espectadores, por otra parte, se acercaron al Teatro Colón a ver o volver a ver la película más célebre –ciertamente, no la más representativa– del director: Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945). Con la música de Alfred Newman y la presencia de la sublime y malévola Gene Tierney, esta historia romántica pronto acaba metamorfoseándose en un policial negro, fotografiado en alucinante Technicolor. Martin Scorsese, de quien mañana veremos su última película, sintetizó el sentido de este film –uno de sus favoritos– a través de una brillante paradoja: a sus ojos, se trata de “un film noir en color”.
* El Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se extiende hasta el lunes 18 de noviembre. La entrada general cuesta $60; jubilados y estudiantes pagan sólo $ 30. Los tickets pueden adquirirse online a través de mardelplatafilmfest.com.
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