Mar del Plata, especial. Con su oferta variada de más de 300 títulos, el Festival de Cine marplatense ya atraviesa su sexta jornada. En plan de balance provisorio, podemos repasar algunas películas de la Competencia Internacional que se proyectaron los últimos días. Vale comenzar por La vida invisible de Eurídice Gusmão, del brasileño Karim Aïnouz, film que ya ha logrado recorrer un auspicioso periplo (en Cannes ganó el Premio del Jurado de la sección “Un Certain Regard” y el próximo año será candidato al Óscar).
Sin excesiva fidelidad, la historia adapta la novela homónima de Martha Batalha, que puede conseguirse en traducción española. Es la semblanza de dos hermanas en la Río de Janeiro de los años 50. Por un lado, está Guida (Julia Stockler), la hija díscola, que huye a Grecia con un marinero y vuelve a Brasil sola y embarazada, sólo para que su padre la eche para siempre del hogar. Por otro, Eurídice (Carol Duarte) se perfila como una pianista con talento, pero la vida conyugal pronto irá sofocando su sueño de llegar a ser concertista. Separadas por el mandato paterno, ninguna hermana conocerá el paradero de la otra y así, a través de los años, Guida se obstinará en escribirle cartas a Eurídice, a quien cree viviendo en Viena: las misivas nunca llegan a destino –o tal vez cuando ya es demasiado tarde–, mientras Eurídice se esfuerza, sin éxito, por hallar a su querida Guida.
Lo que gana en apego emocional, La vida invisible de Eurídice Gusmão lo pierde en sofisticación formal. Al presentar el film, la actriz Carol Duarte afirmó que la historia de Guida y Eurídice versaba “sobre la enfermedad del patriarcado”, opinión que enfatiza el sentido de este dramón, no sin aplanar sus resonancias. Por otra parte, es probable que las premisas del melodrama resulten insuficientes para explicar cómo, en tantas ocasiones, la maternidad no deseada puede malograr una vida. La película se desarrolla en un registro naturalista, que nos hace extrañar otros logros más osados del director; también presenta algunos problemas de ritmo narrativo, sobre todo cuando debe volver perceptible el paso del tiempo en una historia que atraviesa un extenso período de tiempo.
Algo muy diferente ocurre con Estaba en casa, pero, la última película de la alemana Angela Schanelec. Ya su título desalienta de antemano la construcción de un sentido unívoco y a la vez homenajea el nombre de un film mudo de Yasujiro Ozu. De manera muy oblicua, vislumbramos el mundo que forman Astrid –joven madre, viuda y alterada– y sus dos hijos; y también entrevemos la historia de una pareja que se separa, los ensayos de Hamlet por parte de un elenco infantil y las complicaciones de un hombre con serios problemas para hablar (¿cáncer de laringe?), empecinado en vender su bicicleta.
Además del nombre de Ozu, suele pronunciarse el de Robert Bresson cuando se habla del cine de Schanelec. Si bien la directora pretende –y a veces logra– transmitir una emoción recóndita, la mención al maestro japonés apenas amerita el análisis. En cuanto a Bresson, la realizadora comparte la predilección por la elipsis, la fragmentación y los cambios bruscos en la escala de planos: procedimientos que en la actualidad se perciben más bien como manierismos.
Si en la película no falta la presencia de un burro que evoca el de Al azar Baltazar, la verdadera clave bressoniana hay que buscarla en la dramaturgia: la actriz Maren Eggert –muy persuasiva, por cierto– oscila entre la inexpresividad estatuaria y el exabrupto nervioso. Mediante su teoría del “modelo”, Bresson criticó las convenciones tributarias del teatro que, a sus ojos, falseaban la actuación cinematográfica. En un pasaje de Estaba en casa, pero, la protagonista expone ese credo al criticar con vehemencia la escena de una película imaginaria. Pero la secuencia peca de énfasis autorreferencial y, con idéntica vehemencia, nos invita a criticar la película muy real de Schanelec: 105 desérticos minutos, aligerados en cierto momento por una canción de David Bowie.
Acompañado por parte del elenco, el argentino Mariano González presentó anteanoche El cuidado de los otros, su segundo largometraje. Film breve y deliberadamente modesto, gira en torno de Luisa, atribulada babysitter que también trabaja en un taller precario donde se confeccionan Budas. Fruto del azar y de la imprudencia, un accidente dejará a Luisa a la vez ligada y radicalmente separada del niño al que cuida. Aunque prefiere no ahondar en un mundo de relaciones y situaciones que se adivinan más complejas, la película logra transmitir la inquietud de la protagonista, encarnada por Sofía Gala Castiglione con sensibilidad y convicción. Sin embargo, el guión encierra al personaje en un perímetro demasiado acotado: así impide que la actriz explore matices alternativos y relega al resto del elenco a un papel subsidiario.
Melodías del cine argentino
En su documental El cine a través de la música, Emilio Cartoy Díaz nos invita a reconsiderar la importancia de las bandas sonoras del cine argentino. Tal como él mismo expresó, se propuso poner en valor el trabajo de los compositores. Así compuso un mosaico con fragmentos de más de 120 películas argentinas y testimonios de directores y productores, que se explayan sobre el rol fundamental que la música juega en el cine. Entre muchos otros compositores, desfilan Gustavo Santaolalla, Emilio Kauderer, Alejandro Lerner y Litto Nebbia.
La película mereció una mesa redonda en el espacio Tronador Concert, muy cerca del Torreón del Monje, donde tres importantes compositores –Luis María Serra, Daniel Tarrab y Diego Monk– se reunieron para discutir los gajes musicales del oficio cinematográfico. La charla fue liderada por Diego Boris, presidente del INAMU (Instituto Nacional de la Música); además del director del documental, también estuvo presente la productora María Ángeles Mira.
Con muy buenos motivos, Daniel Tarrab se preguntó qué sería de Steven Spielberg sin John Williams, de Alfred Hitchcock sin Bernard Herrmann y de Federico Fellini sin Nino Rota. Pero el protagonismo lo acaparó Luis María Serra con sus anécdotas y su histrionismo. Pionero de la música electroacústica en la Argentina, contó cómo María Luisa Bemberg le exigió que no pusiera “ni una sola disonancia” al momento de musicalizar Camila. En particular, el compositor rememoró cómo concibió la melodía que acompaña la escena del fusilamiento de Camila O´Gorman y el sacerdote Ladislao Gutiérrez al final de esta célebre película de 1984. También evocó su rica colaboración con Pocho Leyes para la banda sonora de Juan Moreira (1973), de Leonardo Favio, y la música para Casas de fuego (1995), de Juan Bautista Stagnaro, para la cual grabó los latidos del corazón de uno de sus hijos, todavía en gestación.
El legado de José Martínez Suárez
Entre los directores que desfilan en el documental El cine a través de la música, no estuvo ausente José Antonio Martínez Suárez: “Yo procuro hacer películas donde el espectador salga silbando la película”, aparece afirmando allí con picardía. Lo cierto es que, luego de ver Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), uno sale del cine tarareando su sinuoso motivo cromático. Como hemos contado en una nota previa, una versión restaurada de esa película fue elegida para abrir esta edición del Festival, dedicado a la memoria del realizador y maestro recientemente fallecido. “Actor, productor, guionista, director, che pibe, pizarrero, asistente, montajista... ¡estoy hecho de cine!”, supo decir Martínez Suárez, sintetizando su recorrido integral por el universo cinematográfico.
Fue una pena que, abandonando la sala en un éxodo poco sutil, parte del público se privara de ver la penúltima película de este director que presidió el Festival durante más de una década. Los muchachos de antes no usaban arsénico es una comedia de humor negro que emula el estilo de las películas producidas por los Estudios Ealing: en ella, lo macabro emerge a plena luz del día, entre el canto de los pájaros y las aves de corral. Las alusiones a misteriosas desapariciones de ciertos personajes tal vez hoy se sobreestiman como referencias cifradas a la Dictadura, que por entonces iniciaba sus peores crímenes. Paradójicamente, la película logró burlar la censura de la época y fue preseleccionada para competir por el Óscar a Mejor Película Extranjera (que ese año ganaría Derzu Usala, de Akira Kurosawa).
El próximo domingo, en la ceremonia de clausura del Festival se conocerá el premio a Mejor Dirección de la Competencia Argentina: por primera vez, llevará el nombre de José Antonio Martínez Suárez. Entretanto, pudo volver a verse el documental sobre su vida Soy lo que quise ser. Historia de un joven de 90, dirigido por Mariana Scarone y Betina Casanova. Y en el inmejorable escenario de Villa Victoria, se proyectó al aire libre El cuento de las comadrejas, la reciente película en la que Juan José Campanella intentó adaptar y reactualizar, con resultados inciertos, la clásica fábula de Los muchachos de antes no usaban arsénico.
* El Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se extiende hasta el 18 de noviembre. Las proyecciones en el Museo Mar son gratuitas (las entradas –dos por persona– se retiran una hora antes de cada función). En los restantes cines, la entrada general cuesta $60; jubilados y estudiantes pagan sólo $ 30. Los tickets pueden adquirirse online a través de mardelplatafilmfest.com.
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