Nadie, ni en la historia de los tiempos ni en la actualidad, llega a la Antártida y dice: qué frío. El yo desaparece frente a semejante panorama; se diluye y se hace trizas. Primero está la sorpresa, luego la fascinación y finalmente viene una sensación que nadie llega a expresar con certeza.
El explorador Carsten Borchgrevink, que comandó la expedición británica de 1898 a la Antártida, la describió de este modo: “El silencio rugía en nuestros oídos”. Pura sutileza poética. Por otra parte, el poeta chileno Pablo Neruda compuso un poema titulado “Piedras antárticas”. Empieza así:
Allí termina todo
y no termina:
allí comienza todo:
El músico y compositor Nicolás Sorín, que estuvo en dos ocasiones en el continente blanco, busca las palabras en el laberinto de su cabeza y las suelta: “La Antártida es muy shockeante. Es como meterte en un cohete y aterrizar en otro planeta”. A ese planeta de nieve viajó con un objetivo: encontrar la melodía perfecta.
Ahora, a las cuatro y media de la tarde de un lunes de sol en Buenos Aires, Sorín atiende el teléfono y dice: “Acá, ultimando detalles”. Y larga un resoplido cansino pero expectante, como si estuviera preparando su casamiento. El CCK no es una iglesia pero bien podría decirlo. ¿Acaso no es la música una forma más de la religiosidad?
Esta noche presentará allí, en ese edificio imponente y público, su “Sinfonía Antártica” dentro de un concierto titulado Sorín Sinfónico. El primer movimiento de esta composición formó parte de Argentum, la obra orquestal del G20 en el Teatro Colón, que él mismo dirigió. Ahora, completa, se adhiere a un show lleno de perlas, como un recorrido por la música que compuso para películas, como Los que aman odian de Alejandro Maci y Días de pesca de Carlos Sorín, su padre.
Criado en cuna de artistas y creciendo al calor del punk y el metal, se abocó al estudio musical pero siempre con un desvío casi ontológico, como quien busca algo más que aprehender conceptos, como quien está buscando los ingredientes para escribir su propia fórmula. Se internó en Berklee, la universidad privada de música más grande del mundo y se recibió de tres carreras.
Luego vino el mercado laboral, cuyas puertas se le abrieron de par en par: trabajó con Shakira, Alejandro Sanz, Juanes, Jovanotti y Miguel Bosé, dirigido orquestas como la London Session Orchestra, la Orquesta Sinfónica de México y la Henry Mancini Orchestra y compuso la banda sonora de varias películas. Recibió premios y cuatro nominaciones para los Grammy latinos como productor. Apenas pisa los cuarenta.
Ahora, del otro lado del teléfono, habla del concierto que está preparando y casi que se puede ver cómo su cabeza se abre como si fuera un cofre y emergen ideas. “Estoy pensando en un bloque de hielo y rasquetearlo ahí... un par de locuras”, le dice a Infobae Cultura. Pero este concierto trae detrás un recorrido inmenso y lleno de sobresaltos. Todo comienza, por supuesto, en la Antártida. Empecemos por ahí.
En 2013 le proponen conocer el continente blanco. Fue desde el programa Arte en la Antártida. Dijo que sí sin dudarlo. Se instaló en la Base Marambio y comenzó la aventura introspectiva. “Me llevé la partitura sin tener mucha idea de nada. Comencé a escribir lo que terminó siendo el primer movimiento de la ‘Sinfonía Antártica’. Esa estadía duró dos meses. El primer mes fue muy prolífico: mucha inspiración, bajaba mucha información a la partitura...”
Pero las cosas se complicaron. En la primera escena, Nicolás Sorín levanta una caja de víveres en medio de los treinta grados bajo cero y siente un ruido, un pequeño crack interno; no le prestó demasiado atención. En la segunda escena, Nicolás Sorín se despierta en medio de la noche con un dolor atroz en el brazo. “Tuve una parálisis en el brazo. Estuve 23 días sin dormir, básicamente una pesadilla, la pasé bastante mal, entonces paré el proyecto”, cuenta.
Nada que hacer. Simplemente esperar y aguantar. En la base militar de Marambio no hay tomografías ni sistemas especializados. Sólo lo indispensable. Entonces, esperar y aguantar. Al regresar a la civilización, los médicos le dieron el diagnóstico: parálisis del serrato mayor. “Tuve mucha kinesiología. Pude restituir un poco el nervio, lo pude mejorar”, cuenta. La música siguió estando, pero de otra forma, claro.
Para esa época nació Octafonic, un octeto de rock delirante donde se mezcla jazz, música clásica, electrónica y punk. Fue en aquellos meses de largas sesiones kinesiológicas y dolor nocturno donde la cabeza de Sorín activó un mecanismo compositivo nuevo. Era el teen spirit que volvía para mezclarse con todo su caudal acumulado de orquesta. Así surgió este proyecto de una versatilidad y madurez que sorprendió a toda la escena.
“Y bueno —retoma Sorín—, ya pasado ese trauma inicial, el año pasado con el G20 pude incluir parte del movimiento en Argentum”. Ese fue el nombre del concierto que se montó en noviembre de 2018 en la gala del Teatro Colón donde asistieron los líderes del G20. Él mismo lo dirigió. Pero más allá del tenor social del espectáculo, había ahí una revancha antártica: la idea de la melodía perfecta resurgía.
Al año siguiente, entonces, el retorno al planeta de nieve. Este año, de forma “muy express”, hizo los contactos para viajar y se instaló en abril en la Base Carlini. Oh, la Antártida: “es increíble lo que pasa energéticamente ahí. Es un lugar muy fuerte, como el termómetro del planeta”, explica. ¿Cómo poner en palabras esa inmensidad? Pablo Neruda, quizás percibiendo esa musicalidad que Sorín anhelaba, escribió:
Es sola allí la soledad del mundo,
y por eso la piedra
se hizo música.
Fueron esas piedras, esa nieve, ese mar helado y ese cielo imposible: la totalidad del paisaje, lo que sacudió a Sorín para completar la pieza que guardaba a medias. Se tituló, entonces, “Sinfonía Antártica” y tiene, en sus propias palabras, “una cuestión medioambiental sobre cómo estamos dañando el planeta”. Marca tres pilares: “es un himno a la paz, a la preservación del ambiente y a la ciencia, los tres ejes y valores que definen a este continente fascinante”.
“El primer movimiento era más escenográfico, y este movimiento, el segundo, que me costó bastante encontrar el leitmotiv, tiene que ver con la soledad”, agrega. “En Ushuaia, cuando estuve varado, empecé a escribir, pero no todo funcionaba, entonces me propuse apelar a la emoción, a la soledad humana. En un momento pensé: si mi abuela hubiera llorado con esta música, entonces misión cumplida”.
“Fueron muy intensos los dos viajes”, concluye. ¿Cómo no serlos? Y de toda esa experiencia fascinante y a la vez angustiante, un resultado, el objetivo cumplido: música. Su melodía perfecta.
Sorín Sinfónico será un concierto de lo que conocemos como música clásica. Sin embargo, hay elementos que fragmentan esa definición. “Pienso toda la música de la misma manera, quizás cambio un poco los protocolos. A mi el rock es algo que me apasiona”, confiesa.
Y agrega: "La música clásica y el rock son dos universos que amo y que los tuve alejados mucho tiempo. O tiraba un pogo o dirigía una orquesta. Con la crisis de los cuarenta es algo que estoy tratando de unir”.
“Y me parece súper sano romper con tanto protocolo y, ¿cómo decirlo?, vieja escuela. Es súper importante la vieja escuela, pero un poco de sangre joven viene bien, y un poco de música orquestal le viene bien al rock, y viceversa”, dice en este breve diálogo telefónico con Infobae Cultura.
El programa del concierto lo tiene a Sorín al frente de la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto con el acompañamiento de una serie de solistas, como Susana Kasakoff en piano, Pedro Rossi en guitarra, la voz de Lula Bertoldi, entre otros músicos.
“Va a ser una noche muy especial, espero no llorar”, dice del otro lado del teléfono con una sonrisa atravesada. No se ve, pero es una sonrisa que anticipa, al menos, un par de lágrimas.
* “Sorín Sinfónico”, hoy, 13 de noviembre a las 20 horas, en el Auditorio Nacional (ex Ballena Azul) del CCK (Sarmiento 151, CABA).
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