Pensar y escribir. En ese orden. Félix Luna no dejó de hacerlo, ni siquiera el último año de su vida. En 2009 tenía una vitalidad sorprendente. Estaba escribiendo un libro que se publicó de forma póstuma, Breve historia de la sociedad argentina, su último ensayo.
Mientras batallaba sin tregua y con mucha energía con las palabras, fue invitado a escribir el prólogo de uno de los títulos de la colección Claves del Bicentenario, dirigida por Ricardo de Titto. “Yo hago el desarrollismo”, dijo enseguida. La presidencia de Arturo Frondizi era uno de sus temas predilectos y lo conocía en profundidad.
Su estado de salud no era el mejor, tenía 83 años, pronto cumpliría 84; sin embargo no cedió. Lo entregó sin problemas con una prosa delicada, detallista, sentenciosa. Al poco tiempo moriría. Fue durante la mañana del jueves 5 de noviembre de 2009. Hace exactamente diez años.
Félix Luna nació en Buenos Aires el 30 de septiembre de 1925 en una familia de origen riojano. Su abuelo fue el fundador de la Unión Cívica Radical de La Rioja y su tío, Pelagio Luna, fue vicepresidente de la Nación acompañando a Hipólito Yrigoyen en su primera presidencia. De ahí, tal vez, el germen de su militancia en el radicalismo.
Abogado de profesión, se recibió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en 1951. Según contó, su primer conflicto con el peronismo fue ese mismo año cuando, tras repartir unos volantes en solidaridad con la huelga ferroviaria, un grupo de policías lo detuvo y lo torturó con picana eléctrica en una comisaría.
Entre 1956 y 1958 fue director de la Obra Social del Ministerio de Trabajo de la Nación. Para ese entonces ya militaba en el radicalismo, dentro de la Unión Cívica Radical Intransigente, y recorría junto a Ariel Ramírez los comités frondizistas interpretando canciones “groseramente proselitistas”: chamamés, zambas y milongas militantes. Mientras tanto, pensaba y escribía, en ese orden, la historia del país. Era su modo de reflexionar.
Además, el periodismo: desde 1964 (y hasta 1973) fue editorialista en el diario Clarín, entre otros diarios del país. Eran tiempos de pensar nuevas estrategias discursivas de interpelación popular. Con el golpe del 66 y la instalación de la dictadura militar autodenominada Revolución Argentina las esperanzas se derrumbaban. Sin embargo...
En una entrevista, contó su revelación: “El gobierno había prohibido la actividad política. Aunque esta medida fuera de relativa eficacia, era evidente que durante un tiempo mucha gente no tendría cauces para sus preocupaciones políticas. ¿Que era, entonces, lo más aproximado a la política? La historia”.
Así nació Todo es Historia, la revista de divulgación de historiográfica argentina más importante del país. La fundó Luna en 1967 y aún sigue publicándose mensualmente.
Además, por supuesto, fue docente universitario: en la Facultad de Derecho de la UBA, en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano y en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador, entre otras entidades.
También funcionario: Secretario de Cultura de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires entre 1986 y 1989 durante las intendencias de Julio César Saguier y Facundo Suárez Lastra. Condujo programas radiales y televisivos relacionados con la difusión de la historia.
No le faltaron premios: recibió distinciones de los gobiernos de Francia, Perú y Brasil, fue nombrado ciudadano ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 1996 y obtuvo el Premio Konex de Platino en 1994 en la disciplina Biografía y Memorias y el Konex Diploma al Mérito en 1984 y 1985
El trabajo de Félix Luna fue incansable. Tenía una obsesión: llevar la historia a todos los públicos y que no quedara relegada a una pequeña élite intelectual e ilustrada. Varios de sus libros son claros ejemplos de este pensamiento.
Un buen ejemplo es Soy Roca, una suerte de novela en primera persona desde la óptica de Julio Argentino Roca publicada en 1989. Fue un récord de ventas, se reeditó veinte veces y vendió más de 80 mil ejemplares. También El 45 (1968), Perón y su tiempo (1984) y Breve historia de los argentinos (1993).
Hoy en día, en cualquier librería hay un libro suyo. Dejó una huella imborrable en la historiografía argentina y alumbró un camino novedoso que muchos historiadores, escritores e intelectuales continúan en la actualidad.
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