Los alaridos, de a miles, transformaban la tranquilidad absoluta de los domingos por la tarde en Flores –a la altura de la comercial esquina de Nazca y Avellaneda– en una marabunta de jóvenes y adolescentes, pero también familias, que concurrían a la fiesta de la comunidad coreana en Buenos Aires. “Somos alrededor de 30 mil personas en la comunidad y hoy vinimos 20 mil”, dice a Infobae Cultura el presidente de la Asociación Coreana en la Argentina, David Paik, que no cabía en sí de felicidad. No era para menos. Cuatro cuadras de Flores habían sido copadas por la celebración, que incluyó actividades de la Asociación, del Centro Cultural Coreano y que tenía como centro de atención y fanatismo teen a los recitales de K-Pop. “Sin contar a la comunidad coreana, deben haber pasado 80 mil personas más por aquí hoy”, se entusiasma Paik, aunque cifras más mesuradas indican que indudablemente se habían congregado más de 50 mil asistentes. “Aportamos mucho de nuestras tradiciones, tenemos una historia de cinco mil años, es una cultura milenaria que incluye vestimentas, gastronomía, modales, una ética, la reverencia a los mayores –señala Paik–. Nuestra comida se basa en la fermentación natural, que es muy buena para una mejor alimentación, a la vez que nuestra dieta es principalmente vegetariana, con mucho arroz y verduras”. Mientras Paik explica, los asistentes hacen fila en los puestos de venta de kimchi, unas algas picantes, picantísimas, que poco a poco se integran al paladar argentino. “Y, claro, tenemos el K-Pop, que en Corea es un fenómeno. Desde chiquitos ensayan, bailan, cantan desde la infancia y desde muy temprana edad forman grupos. M.O.N.T., la banda principal de la jornada, se formó recién en marzo de este año y tiene fanáticos en todo el mundo, desde Corea a la Argentina”.
Gritan. Gritan mucho. Son chicas y chicos centennials –que así se llama a las generaciones más jóvenes– que ven llegar en una camioneta negra, de porte presidencial, desde donde salen los tres miembros de M.O.N.T., uno rubio rubísimo, otro de pelo color salmón y el restante, negro. “No lo habríamos podido imaginar nunca –dice Narachan a Infobae Cultura–. Ayer en la noche de los museos los tres pisos del Centro Cultural Coreano estaban repletos de nuestros fans”. “Agradecemos mucho, pero mucho, a nuestras fans que aprendieron nuestras letras y las cantaban con nosotros”, dice Bitsaeon.
–Pero cantaban por fonética, no es que hablen coreano, ¿no?
–Jamás lo sabremos –dice el tercer miembro de la banda, Roda.
–Tienen muchos fans, como se puede ver acá, pero se formaron hace apenas unos meses.
–No lo esperábamos, pero al ver esta energía de los seguidores estamos demasiado felices como para morir –dice Narachan y ríe. “Se trata de una expresión coreana”, aclara la traductora, antes de que M.O.N.T. suba al escenario, haya otra vez gritos y más gritos y ellos canten y bailen coreografías muy puntillosas que son vivadas todo el tiempo por el público.
Mientras tanto, en el stand del Centro Cultural Coreano, los visitantes se ataviaban con vestimentas coreanas tradicionales que sacaban de un ropero, que actualmente se encuentra en exhibición en la sede del Centro que queda en el barrio de Retiro. También miembros del Centro escribían los nombres de quienes aguardaban en una fila en la lengua de ese país de Oriente. “Es que es una lengua aislada, que no tiene filiación con otras –dice Eunmi Yi, curadora del Museo Folclórico Nacional de Corea–. El sistema de escritura es el hangeul, un sistema alfabético y fonético inventado en el siglo XV por Sejong el Grande, que gobernaba el país. La ropa es ropa tradicional que se usa hoy en las fiestas como bautismos, casamientos o festividades de ese tipo”.
En otro stand, Ari Choyong muestra sus barriletes intervenidos. Se trata del artista más conocido de la comunidad coreana en la Argentina. “Los barriletes son un llamado a la unión pacífica de las dos coreas y a la paz, ya que son dos naciones hoy que están en una guerra interrumpida por un armisticio, pero que podrían concluir en un enfrentamiento bélico nuclear –dice Choyong–. Por eso esta necesidad de la paz y los barriletes en Corea simbolizan el deseo, y ese es mi mayor deseo”. El artista cuenta que su padre había nacido en Corea del Norte, pero que al firmarse el armisticio que suspendió la guerra, quedó del lado del sur. “Pudo ir a ver en 1991 a sus hermanos, ya que no pudo encontrarse con sus padres, mis abuelos que habían ya fallecido. De la Argentina, debido a una iniciativa de ambas Coreas, pudieron viajar al reencuentro 30 parejas de la comunidad. Al llegar le ofrecieron un banquete con una sopa de verduras tradicional a la que agregaron carne de vaca, lo que en Corea del Norte es casi un lujo. ‘¿Y? ¿En Argentina pueden comer esta carne como comemos acá?’, le preguntaba su hermano a mi padre, que reía. Pero después dijo que no le gustó mucho lo que le decía cuando compartieron la habitación para dormir. ‘Me trataba de convencer de que Corea del Norte era el mejor país del mundo, que mis hijos y yo debíamos ir a vivir allá’, me contaba. ‘Biológicamente es mi hermano’, fue su conclusión, ‘pero en realidad ya no lo es’”.
Mientras tanto la gente seguía bailando y los más extravagantes hacían coreografías sobre el asfalto. Gritos y más gritos se emitían frente al escenario y la gente no hacía caso al picante y seguía pidiendo kimchi sin parar. Una jornada cultural de Corea se había vivido en Buenos Aires, que pasó a ser una capital K-Pop por unas cuantas horas.
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