Gabriela Cabezón Cámara: “La literatura no es el jardín de unos pocos burgueses blancos heterosexuales”

En esta charla con Infobae, la autora de “La virgen cabeza” y “Las aventuras de la China Iron” habló de sus ficciones, del origen de algunas de sus historias, de su participación en la discusión por los temas de género y de las inequidades del sistema y, también, de su creciente preocupación por el medio ambiente

Gabriela Cabezón Cámara (Foto: Martín Rosenzveig)

Gabriela tiene una voz. En realidad, tiene varias, todas propias y singulares. Tiene las voces de sus novelas y tiene, también, la voz de sus intervenciones públicas, cada vez más potentes, en diferentes foros de la Argentina y del mundo y también -sin apuro pero sin pausa- en las redes sociales. Gabriela Cabezón Cámara es una de las autoras argentinas más leídas y celebradas de los últimos años. Sus novelas reciben elogios lectores y también el aplauso crítico; de sus ficciones se celebra la peripecia pero también la forma y, de manera central, su elaborado trabajo con el lenguaje. Con el paso del tiempo, el suyo se fue convirtiendo un nombre inevitable si se pretende tomar la foto de la actual literatura local, pero en función del momento histórico que las mujeres están viviendo, también forma parte de una cada vez más extendida y poderosa red de escritoras en lengua española, al tiempo que sus libros van siendo traducidos a diversas lenguas en todo el mundo.

Hace algunas semanas, la autora de La virgen cabeza, Le viste la cara a Dios, Beya, Romance de La Negra Rubia y Las aventuras de la China Iron estuvo en Radio Nacional, en el programa Vidas prestadas. Lo que sigue es la reproducción de una charla cálida y llena de recuerdos en la que Cabezón Cámara habló de sus ficciones, del origen de algunas de sus historias, del cambio que fue para su vida convertirse en una autora leída, de su participación en la discusión por los temas de género y de las inequidades del sistema y, también, de su creciente preocupación por el medio ambiente.

— Lo primero que te quiero preguntar qué se siente al tener un nombre propio dentro de la literatura argentina. Sin modestia.

— Ay, no sé. Más allá de modestia o no. Me pasa que, no sé; me piden cosas, contratapas, presentaciones, entonces yo ahí digo bueno, debe ser que les gusta lo que hago. Y es lindo. O sea, se siente como alegría, agradecimiento de ser leída, ¿no?

"La virgen cabeza" (Literatura Random House), de Gabriela Cabezón Cámara

— ¿Es presión también?

— Ni hablar. Porque te piden un montón de cosas que vos quisieras poder con todas y ni en pedo podés porque no alcanza el tiempo. De todas maneras yo estoy rodeada de gente que está más o menos en las mismas circunstancias. Muchos de mis amigos son colegas y a todos les va muy bien.

— Sí, pero en tu caso no empezaste a publicar de muy joven. Vos saliste y jugaste en primera con La virgen cabeza, ya grande. Eso te permite tal vez tener una mirada diferente.

— Sí, fue como sorprendente. Sí, si lo pienso en el momento que salió La virgen cabeza era todo como una locura para mí. Porque bueno, si bien empecé a publicar tarde, no sé si diría tarde, pero grande, ya tenía 40 años, era una señora, aunque no me sentía una señora ni parecía una señora ni a mí se me habría ocurrido que lo fuera pero ni remotamente.

— Eras una adulta.

— Era una adulta, hecha y derecha. Y fue un cambio, yo siempre fui una persona muy solitaria, de fobias importantes, digamos; no podía tener vida social si no bebía. Con lo cual mi vida social quedaba muy limitada porque tampoco podía andar bebiendo todos los días, soy una trabajadora. Entonces veía a cinco personas por semana. Y, de repente, empecé a ver a cincuenta. Y eso fue, y todo por cosas muy lindas ¿no? Que vamos a una mesa donde se discute tal tema, o que vamos a una lectura donde se discute tal otro. Y fue como un cambio muy fuerte, también por estas características que te digo que tengo, esta introspectiva y solitaria, que es lo que soy en algún lugar, pero también la felicidad de estar con otras personas, de intercambiar recomendaciones de libros, de hablar de lo que más te gusta en la vida es re lindo. Compartir eso es como una forma del amor para mí.

La virgen cabeza se inscribe dentro de cierto registro de literatura del Conurbano; un tema que ya no tiene solo que ver con los ensayos sino que empieza a aparecer en la ficción, y con tu novela entrás ahí sumando uno de los títulos más fuertes en un marco de marginalidad y con una travesti como protagonista. ¿Cómo sentiste eso, qué pasó a partir de ese momento?

— Mirá, estoy viendo maravilloso que es que no se minorice a la literatura escrita por mujeres y que no se minorice a la literatura escrita por travestis y que no se minorice a las literaturas escritas por todos esos que no somos el centro. Y que ya no se diga bueno, esta es una novela escrita por una mujer o esta es una novela feminista, o esta es una novela que trata el tema del género como un fuera de la literatura. A mí me gusta que pase eso porque el universal era tan estrechito, ¿no? Tan chiquitito que si vos eras una adolescente que estaba buscando con quien representarse en los libros que leías y eras una mujer de clase media baja, lesbiana, por ejemplo, te iba a costar mucho. Y si eras una travesti ni idea, tenías que encontrar a Copi y te ibas a convertir en una travesti bastante rara, ¿no es cierto? Leías a Copi para identificarte.

— Claro, claro.

— Pero no había nada y si eras, qué sé yo, un muchacho de clase baja de La Puna tampoco ibas a tener con qué identificarte. Digamos, el universal realmente representaba a muy poca gente. Me parece que ahora tenemos esa cuestión como expandiéndose, elastizándose. Mirá, me parece que la mejor palabra es menos constreñida, tenemos un universal menos constreñido. Y me parece que eso es más rico para todos y que la literatura no es el jardín de unos burgueses, unos pocos burgueses, blancos, varones, heterosexuales, sino que debería ser el gran vergel de todos y estamos trabajando por eso y eso tiene un montón de factores. Está siendo un poco más fácil expandirlo ahora en el sentido de lo que se consideran minorías de género, pero en términos étnicos, mucho menos, y eso es espantoso. Es impactante. También hay una cuestión de clase muy importante. Porque somos muy democráticos, todo muy lindo, pero si la mitad de los chicos comen mal, al vergel de la literatura no van a poder entrar porque es muy difícil leer cuando tenés hambre.

— Bueno, no van a leer y por la misma razón tampoco van a escribir.

— Tampoco. Y es de una injusticia, porque es hermoso ¿no es cierto? De lo que más nos gusta en la vida, lo más lindo que hay.

— Sí, pero además el horizonte de lo que se va a escribir y de la memoria de los que van a escribir va a ser infinitamente más estrecho, constreñido como decías vos. Yo pensaba recién, por ejemplo, todas las veces que un autor como Marcelo Carnero habla de lo que fue su vida mientras era chico y vivía en un conventillo, por ejemplo. Lo que significó ese crecimiento y esa movilidad social para él. Y la riqueza de que él traiga ese relato cada vez. Esa gente que ahora no va a leer, no va a poder escribir.

— Totalmente. Totalmente. Y siempre va a ser contado por otro. Y además en general se trata masivamente de que sean hablados por otros. Y bueno, me parece que tenemos un montón de batallas para dar.

— Tenés un estilo especial de llevar adelante tus batallas porque aunque sos guerrera, no sos agresiva sino que hay una búsqueda a través de los argumentos. Y no hablo solo de la ficción sino que cada vez que aparecés en la escena pública de una manera muy persuasiva y cero violenta. Me refiero a lo que significó en Ni Una Menos, a todo lo que tiene que ver con la cuestión de los derechos civiles y con temas de género. ¿Te sale así naturalmente? ¿Es algo que lo pensás políticamente?

— Es una mezcla. En principio lo que a mí me pasa cuando entro a Twitter y pongo algo, y alguna vez, o cuando alguna persona se siente como, no sé, compelida, o compelido a agredirme por algo que dije en una entrevista o algo así pienso: ¿y vos, para qué hacés esto? ¿Vos me querés convencer de algo? Agrediéndome no me vas a convencer de nada, mi vida. Me vas a hacer tener ganas de ir y darte una trompada. Cosa que por supuesto no voy a hacer. Porque aparte me olvido las cosas, me pasa seguido y para cuando te vea ya no me acuerdo. Pero me parece que si queremos lograr algo en principio, y mientras se pueda, la persuasión y el tratar de mostrarle al otro “mirá, puedo ser diferente a vos pero soy una persona, tengo sentimientos igual que vos, o sea, podemos tratar de encontrar algún punto de comunicación antes de matarnos”. Si tenemos que matarnos, bueno, pero preferiría que no.

(Martín Rosenzveig)

— Quería preguntarte cómo surgió La virgen cabeza porque fue, digamos, tu ingreso a la literatura y sigue siendo un libro muy poderoso.

— Mira, nosotras trabajábamos juntas en esa época, yo era una joven diagramadora y escribía cuando no estaba en el diario. Y siempre intentaba terminar los textos y no podía, porque no creía en mí, no sé, hay que armarse el deseo de escribir en el sentido de poder sostenerlo. Y hay que armarse más bien solo. Bueno, al final lo logré. No lo logré sola sino con una psicoanalista y Diana Bellessi, también al lado. Me ayudaron ellas. Y estaba escribiendo; estaba queriendo escribir una novela que de alguna manera hablara de la época menemista. Y de la posterior y aún peor época de la Alianza, con De la Rúa. Y de 2001/2002. En el sentido que yo quería pensar un mundo en el que los estados nación desaparecían y solo quedaban megacorporaciones y tu vida valía un poquitito o no valía nada de nada, según trabajaras en alguna o no. Que también tenía que ver con esa sensación de que si te vas de acá te morís Y era como una novela a lo Philip Dick, era paranoica, distópica.

— Sí.

— Y estaba escribiendo eso y en un momento empiezo a escribir la voz de Cleopatra, la travesti. Y la escribo y me empiezo a poner muy contenta mientras la escribo, me siento muy bien, me río sola. Es un homenaje a una persona que yo quise mucho, que fue una amiga travesti que tuve a fines de la adolescencia y durante mi primera juventud y después no la tuve más porque la mataron. Como solía pasar, las travestis tenían una expectativa de vida de 35 años en esa época. Por el mero de hecho salir a la calle era delito, era una cosa… He visto violaciones de policías a las chicas de 16 años, la vida que tenían era un horror en esa época. Pero igual esta amiga mía y sus amigas eran unas delicias y tenían un sentido del humor como yo no vi jamás en mi vida. No volví a encontrar gente con ese sentido del humor. Entonces nos reíamos todo el día; yo estaba con ellas y era con quienes más me reía de toda la gente que conocía. Y la quise muchísimo a Paula. Entonces, mientras iba escribiendo a Cleopatra, yo iba homenajeándola a ella. Ponía inflexiones de su voz, de su sentido del humor. También de su inteligencia deslumbrante, porque era una chica muy inteligente que apenas si había terminado la primaria, porque cuando cumplió 13 era muy, muy, muy, muy, muy maricona, la echaron de la casa, en una provincia, y bueno, listo, se acabó la posibilidad de estudiar. Y tenía también una inteligencia muy notable. Bueno, era una luz. Escribirla a Cleopatra era un poco volver a traerla a ella, hacerle el homenaje que yo sentía que quería hacerle, y además era muy graciosa. Entonces yo me iba poniendo contenta y eso torció todo el plan de la novela y terminó siendo la novela que es. Salió de la paranoia, salió de esta cosa más puramente mental que era la primera novela y pasó a esta otra novela en la que está la cuestión de pensar la organización del mundo, y pensar la opresión. Y de pensar bueno, ¿hay salida? Esa pregunta. Pero también está el amor. Y la ternura. Y el juego. Y la posibilidad de refundar una vida colectivamente.

— ¿Y cómo saliste de lo que tenía que ver con ese mundo oscuro, durísimo y real de la marginalidad, porque pasaste también por el tema de la trata en tus ficciones, hasta llegar a Las aventuras de la China Iron, una road movie queer que es puro gozo?

— Es una road movie de tranco lento. Despacito, con las chicas. Mira, no sé, supongo tiene que ver con alguna curva biográfica también. Algo de mí estaba más tranquilo. Menos rabioso y con más ganas de amor que de guerra. Y además, cuando la empecé a pensar y a escribir justo me habían dado una beca en Berkeley, California, para ser escritor residente, que consiste básicamente en no hacer absolutamente nada en un entorno maravilloso. Berkeley es un pueblo, una ciudad pequeñita llena de unos árboles maravillosos, donde los autos paran para que las ardillas crucen la calle.

(Gustavo Kogan)

— ¿Cuánto tiempo estuviste ahí?

— Estuve unos 40 días.

— Qué belleza.

— Para mí fue algo increíble. Aparte pagaban muy bien, yo que soy re cabeza me gasté todo lo que me dieron en esos días. Así que la pasé súper bien y descubrí el pinot noir y Napa Valley. Así que estaba entre el sol, los árboles, las ardillas, el pinot noir. Estaba muy contenta. Y lo único que me habían pedido a cambio de la beca era que diera un taller de escritura creativa. A mí se me ocurrió narrativa en verso, es algo que me encanta. Bueno, la narrativa en verso argentina es gauchesca.

— Claro.

— Entonces me puse a leer gauchesca y ahí se me hizo carne algo que ya sabía, pero viste que una cosa es saber algo y otra es que te toque el cuerpo, que te lo atraviese, y me atravesó el cuerpo que no había ninguna mujer en la gauchesca. Que las mujeres escasamente, alguna tiene algún nombre, alguna tiene dos líneas.

— Alguna cautiva...

— Pero apenitas. Y dije: qué divertido contar esto pero desde el punto de vista de una chica. Y empecé así, con ese espíritu, tipo qué lindo. Y ya que me lo voy a poner a escribir, yo quiero que ella sea inmensamente feliz, no como el pobre Fierro que la pasa tan para el orto. Y ya que el género gauchesco cuenta, aun sin proponerse, la consolidación del Estado nacional argentino desde la revolución de Mayo hasta Martín Fierro en los 70, pensar otro Estado, uno más hermoso, donde las personas puedan realizarse a sí mismas, puedan desplegar todo lo que tienen, como árboles, para llegar a lo más alto y ancho y abajo que podamos. Entonces traté de escribir ese libro con ese espíritu.

— ¿Y la presencia del inglés en la novela es porque la pensaste en un contexto de habla inglesa? Digamos, ¿la presencia de Elizabeth, que acompaña en su road movie a la China y se convierte en su pareja, viene por eso?

— Un poco por eso. Otro poco por el inglés de Incalaperra, del principio del Martín Fierro, que siempre me pareció una figura muy graciosa, que desaparece enseguida pero que a mí me había quedado grabado en la cabeza por algún motivo que desconozco. Otro poco porque me servía para representar también un primer estado de la China, que también podría ser en algún momento mío, en el sentido de que uno nace en determinada cultura, después conoce o le es dada a conocer la cultura del imperio, ¿no?, que es muy deslumbrante también, porque el imperio seduce mucho además de oprimir.

— La riqueza puede traer belleza.

— Es impresionante. Y entonces está la seducción de ese saber de la inglesa. La China no sabe ni que la Tierra es una esfera, la China no sabe que hay chinos, la China no sabe que existen las montañas. La China no sabe nada. Entonces la otra, por el mero hecho de haber nacido en el centro del imperio sabe estas cosas. Sabe que la Tierra es redonda. Sabe que hay ríos que en vez de ser marrones son transparentes. Sabe que existe la seda, que la seda se extrae de un gusano y que ese gusano está en Asia. Sabe qué es Asia. Digamos, está en el centro hacia donde van todos los ferrocarriles del mundo. A donde llegan y salen todos los barcos del mundo. Entonces los simples productos que tiene la inglesa en la carreta para la China son una pedagogía del mundo. Y es una belleza...la primera vez que ella siente seda sobre la piel es feliz porque es lindo tener seda sobre la piel en vez de un cacho de cuero o una tela de mierda re áspera.

— Lo mismo la comida.

— Ni hablar la comida. Cuando la inglesa le hace probar el curry, la China casi se muere.

— Antes decías que tal vez la cuestión del amor y del gozo tiene que ver con un momento biográfico. ¿Y no tiene que ver también con un momento social? ¿No sentís que montones de cosas que tenían que ver con la clandestinidad, en la medida en que dejó de ser clandestino porque se convirtió en ley dejó de ser mal visto y habilitó espacios como para poder gozar de una manera diferente?

— Bueno, sí, por supuesto. Es realmente muy extraño pensar que vivimos como ciudadanos de segunda tantos años, ¿no? Y algunos de nosotros vivimos como ciudadanos de segunda pero con la suerte y la posibilidad de no vivir escondidos. ¿Pero vos te imaginás toda tu vida yendo a trabajar ocultando a tu pareja, a tus amores, a tus vínculos verdaderos, con tu familia negándote? Eso es muy loco. A veces, no sé, pensás ciertas cosas, como la cantidad de muertos homosexuales en el Holocausto, ¿y quién sabe? Porque si los nazis no dejaron registros, las familias no los reclamaban. Es re loco ¿entendés? Es la vergüenza de la familia. Como muy fuerte. O toda la gente que murió de SIDA a fines de los 80, principios de los 90, y sus parejas quedaban en la calle porque aparecían los hermanos, que no se hablaban con este muerto hacía 20 años porque lo despreciaron por puto, y al otro lo echaban a la calle. Se han visto cosas atroces y realmente la Ley de Matrimonio Igualitario fue una maravilla, bueno, y la de Identidad de Género es increíble, porque si por la homosexualidad y el lesbianismo te condenaban a cierto grado de clandestinidad, si eras trans no podías salir a la calle. No podías vivir. No podías trabajar. No podías nada. Eso fue un gran, gran cambio realmente. No sé de todas maneras si tiene tanto que ver con Las aventuras de la China Iron. Es un libro que empecé a escribir cuando mi papá se empezó a enfermar mucho. Y mi papá era un hombre muy sano, todos los días hacía gimnasia, nunca fumó, bebía una vez por mes y nunca pasaba de la botella de vino compartida con alguien. O sea nada, un chiste. Cosa que cuando se agarró el Parkinson llegó hasta la última instancia.

(Martín Rosenzveig)

— Sí, sí.

— Porque el resto del cuerpo estaba joya. Y fue una atrocidad. Y a la vez entrábamos en un período de la historia argentina para mi gusto muy negro, de empobrecimiento de mayorías, como muy trágico.

— Pero de la mano también de una recuperación del derecho a la palabra por parte de las mujeres. Entonces ahí uno también podría pensar que en esta novela de mujeres que disfrutan y que la pasan bien también está ese espacio, ¿no?

— Bueno, toda esa ebullición de conquista de derechos sí, te facilita la vida para el amor. Pero igual yo sentía que tenía que construir, yo también había empezado a tener una relación diferente con la naturaleza. Y esto está en La China y creo que tiene mucho que ver con la posibilidad del amor, por lo menos para estos personajes.

— Estás panteísta.

— Creo que sí, ¿sabés? Creo que sí. Estoy muy deslumbrada por la belleza del mundo y preguntándome qué hacer con lo que se está haciendo del mundo. Por ejemplo, con lo de los incendios de la Amazonia, esas cosas. Estoy muy preocupada. No tanto te diría ni siquiera por mí misma, 30 años más calculo que vamos a tener agua, aire y tierra, pero los chicos y todos los seres vivos que hay en el planeta tienen derecho a vivir. Y toda esa belleza rota, ¿para qué?

"Las aventuras de la China Iron" de Gabriela Cabezón Cámara

— Para quién.

— Para quién. Para quiénes ¿no?

— ¿Estás escribiendo algo que tiene que ver con estas preocupaciones? Por otra parte, en general siempre te preocupaste por lo que pasaba en el mundo, tu cabeza además de ser lectora, de haber pasado por la facultad y tener una enciclopedia importante en la cabeza sos una persona que siempre se ocupó de saber lo que pasa en el mundo. Te interesa lo que pasa en el mundo. ¿Lo que estás escribiendo ahora tiene que ver con tus preocupaciones?

— De alguna manera tiene que ver. De hecho yo pienso que lo que estamos viendo en la Amazonia, o en otros lugares como en los bosques de Siberia, es como el final del proyecto de la modernidad. La Amazonia es el final de la conquista, lo que queda, los pocos pueblos originarios que quedan bueno, van a masacrarlos y a extraer de ahí todo lo que puedan, ¿no? Y me parece que no da, que así es el fin del mundo y que no es sensato y que no lo tenemos que permitir. Y yo no sé muy bien qué hacer más que hablar y escribir.

— Que es lo tuyo.

— Que es lo mío, sí

SEGUIR LEYENDO: