Sobre volver a ocupar el lugar de hija en la adultez

En su última novela, “Mal de muchas”, la escritora argentina recrea la vida de una mujer que vuelve a la casa de su madre, con los renunciamientos, frustraciones y dificultades que significan regresar a un espacio que ya no le pertenece

"Mal de muchas" (El Ateneo), de Marcela Alluz

Cuando empecé a escribir esta novela, tenía la intención de hablar sobre el amor. Pero no del amor estereotipado, romántico y edulcorado. Quería recrear las posiciones del amante y el amado. La eterna búsqueda de un otro que finalmente puede estar en varios. Para eso dibujé a una mujer opaca, oscura a veces, un poco triste, cansada de los formalismos y los mandatos atávicos, pero también atada a ellos. Y un hermoso hombre mediocre que pescaba en el mar del Plata. La idea era recrear un amor de la adolescencia y premeditar un encuentro treinta años después, con todo lo que ello implica. Reconocerse en los cuerpos, en las voces, en los sueños, en aquellos que alguna vez fueron y estos que ahora son.

Mal de muchas es la historia de una mujer que se replantea sus decisiones y se enreda en ella misma, que se atreve a confesarse que no es aquella heroína que se soñaba, capaz de seguir a un amor hasta el fin del mundo y cenar sólo pan y cebollas. Y ese planteo cobra más fuerza desde la figura de la madre. Allí aparece esa madre totémica, enorme, avasallante pero a la vez frágil en su ancianidad, que le pone voz a los miedos de Margarita, reforzándolos.

Marcela Alluz

Margarita, como la mayoría de las mujeres, no le cumple el deseo a la madre de ser su hija soñada, y además de ello, embretada en mitad de la vida con un divorcio y una economía magra, tiene que volver a vivir en la casa de la infancia. Cómo se hace para sostener las puntas de ese ovillo, a qué se renuncia, a qué se aferra, cómo sobrevivir. De qué manera vuelve a ocupar el lugar de hija en la adultez.

El tiempo tiene a veces la descarada manía de ir sacando algunos velos y dejando la desnudez de quienes somos en realidad. En esa intimidad que se gesta entre dos mujeres que conviven, y que además son madre e hija, se despliega una trama de amores y rencores que no siempre se resuelven. La ironía es la forma hiriente con la que la madre sienta sus verdades, y el cariño que se gestó en la niñez es el amortiguador de una relación que por momentos estalla de odio, otros de pena, otros de ternura.

Podemos escaparle a la maternidad, pero no a la condición de hija. Todas somos hijas de una otra que nos nombró y nos signó. Biológica, adquirida, adoptada, la madre es una imagen que pisa y deja huella, que declama y orada con sus palabras piedras la conciencia de quien la padece, y también la ama. Nadie sale ilesa cuando es cuestionada por la madre. Esa relación complicada, intransferible y singular es el corazón de Mal de muchas.

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