En el principio había una peluca.
Una peluca de color castaño que Olivia, una amiga de Laetitia Colombani (Burdeos, Francia, 1976), la autora de La trenza (Salamandra), compró antes de comenzar un tratamiento de quimioterapia. Y le pidió a Laetitia que la acompañara.
“Escribí el libro para Olivia. Dije: voy a escribir una novela para regalársela. Escribí la novela para una persona. Quería que fuera publicada para poder dársela físicamente. Por eso busqué editor. Pero no imaginé ni un segundo el éxito que iba a tener”, dice Colombani a Infobae Cultura desde un sillón del lobby de un hotel céntrico de la ciudad de Buenos Aires. Y no exagera: La trenza, una novela que cuenta las historias de tres mujeres de tres países distantes, vendió quinientos mil ejemplares en Francia y fue traducida a cerca de treinta idiomas.
La sorpresa de Colombani se entiende porque es su primera novela. Ella es actriz, guionista y directora de cine (dirigió a actrices como Audrey Tautou, Catherine Deneuve o Emmanuelle Béart). Ya terminó el guión de La trenza y espera que la película se estrene en 2021. Ella misma va a dirigirla.
Su visita a Buenos Aires es fugaz: apenas un día y medio, como parte de una gira promocional del libro que incluye Perú y otros países latinoamericanos. Aquí está ahora, una mujer igual a las fotos que la representan.
La historia de la peluca sigue, y crece. No queda ahí. La autora cuenta cómo se transformó en una novela:
“Mi amiga me pidió que la acompañara. La vi probarse distintas pelucas, primero sintéticas y luego una de cabello natural. Era preciosa, con pelo que venía de India pero que había sido teñido en Sicilia. Ella la eligió y me emocionó y la idea de que una mujer en India hubiera llevado ese cabello. Me dieron ganas de saber más sobre el tema, conocer el increíble viaje que había hecho ese cabello. Había atravesado Sicilia, donde había sido procesado, y mi amiga, que es abogada, lo compró. En ese momento tuve un disparador y dije: tengo que contar esa historia. Pero más que el cabello lo que quería contar era la vida de las mujeres en el mundo de hoy a través de tres retratos, en India, Sicilia. Al principio había pensado París, pero luego elegí Canadá porque quería que las tres estuvieran en continentes distintos”.
-Hay una intriga en La trenza y es: cómo van a “trenzarse” esas tres mujeres, la “intocable” india, Smita; la joven siciliana que confecciona pelucas, Giulia y la abogada canadiense, Sarah. ¿Eso estuvo desde el comienzo, ese final, o surgió después?
-El final del libro fue mi punto de partida. Yo sabía exactamente cómo iba a terminar. Ese nexo era el corazón del libro. Lo que no sabía era cómo iba a llegar hasta allí. Sabía que mi primer personaje iba a ser una mujer india porque existe en la India un verdadero comercio con el pelo. Luego tuve que inventar a esas tres mujeres investigando sobre cada una de las sociedades. Yo había viajado a la India varias veces, pero tuve que mirar muchos documentales y leer mucho para intentar descubrir lo que una no descubre cuando viaja como turista, que es la violencia en esa sociedad.
-Contra esa violencia está el personaje de Kamal, que es un hombre muy particular. ¿Está inspirado en una persona real o es ficticio?
-Es alguien que inventé y que llegó en el final de la escritura. Había escrito toda la novela y me faltaba un eslabón. Me costó encontrar le personaje de Giulia, escribí cuatro veces la parte siciliana. El día que se me ocurrió Kamal, ahí encontré el personaje de Giulia y todo el rompecabezas se armó. Fue la última pieza, pero era muy central.
-Smita trabaja limpiando letrinas en Badlapur, India. Ella pertenece a la casta de “los intocables”. ¿Cómo es esa realidad hoy?
-En India el gobierno ha prometido baños. Yo fui a esas aldeas de intocables, hay un montón de pueblos donde el gobierno empezó a fabricar los baños, pero nunca terminaron. La mitad de la población no tiene agua corriente. Hay 200 mil mujeres que hacen el trabajo de vaciar las letrinas. Y hombres encargados de bajar a los pozos. Muchos se enferman y mueren.
-De las tres protagonistas de la novela, aparentemente Sarah, una abogada de clase media canadiense, sería la más cercana a usted. ¿Qué cosas suyas hay en Giulia y en Smita?
-Sí, en apariencia Sarah es más cercana a mí, porque vive en una sociedad parecida a la mía. Al mismo tiempo tengo la suerte de no sentirme tan tironeada como ella en mi vida profesional y familiar porque puedo trabajar en mi casa, puedo dedicarme a mi trabajo y al mismo tiempo estar presente para mi familia. Pero a Smita la siento cercana a mí porque es una madre. Yo tengo una hija de la edad de su hija Lalita y tengo una relación muy cercana con ella. Entonces puedo entender el instinto de Smita y su necesidad de rebelarse contra su destino por su hija. Y Giulia es otra faceta mía. Giulia lee mucho y yo crecí en una biblioteca porque mi madre era bibliotecaria. Y esa curiosidad que ella tiene por el mundo o por un hombre distinto a su cultura es algo que yo comparto. Y es algo que también viví. Cada una de estas mujeres representa una faceta de mi personalidad.
-Acostumbrada a dirigir, trabaja en equipo, y la escritura es más solitaria. ¿Cómo le resultó esa experiencia?
-No fue una experiencia nueva porque también soy guionista y escribo cada una de mis películas sola. Me gusta mucho la soledad de la escritura. Me gusta también el trabajo del cine. Es una suerte tener un oficio que permita alternar momentos de soledad y otros de trabajo en equipo. Pero cuando escribo no me siento sola. Estoy con mis personajes, en India, en Sicilia o en Canadá y a veces al final del día me cuesta salir de todo eso. Me ha pasado de ir a buscar a mi hija al colegio teniendo en mi cabeza los diálogos, las situaciones. Tengo la impresión de estar viviendo dos vidas. Una vida imaginaria muy intensa, luego una vida cotidiana, concreta, que es muy importante para mí, con mi familia.
-Su película Mes stars et moi (Mis estrellas y yo), también está protagonizada por tres mujeres que interpretan Catherine Deneuve: Emmanuelle Béart y Mélanie Bernier.
-Creo que no es casual. El trabajo que hice en esa película me influyó para escribir La trenza. Ya tenía un interés por las mujeres. Si bien Mes stars et moi es una comedia muy liviana, me di cuenta de que el modo comedia no era un modo natural de expresión para mí. Tenía ganas de abordar temas más serios de una manera más profunda.
-¿Y el modo novela le permitía más profundidad?
-No solo eso. En cine los proyectos llevan mucho tiempo para financiarse. Estaba un poco cansada de estar esperando a los productores, a los actores, al distribuidor. Quería escribir algo más personal. En literatura nadie te dice es demasiado caro, o es demasiado complicado. Descubrí una auténtica libertad en este tipo de escritura.
-Publicó una nueva novela en Francia, Las victoriosas. ¿Se va a traducir al español?
-Sí, en 2020. Es una nueva historia sobre mujeres, que transcurre en dos épocas: el París actual y el de 1925. La novela cuenta la epopeya del combate de Blanche Peyron, una mujer que trabajaba para el ejército de salvación y soñaba con fundar una residencia que pudiera alojar a mujeres que necesitaran un refugio. Mujeres que estaban en la calle, huían de la violencia conyugal, de la prostitución, e inmigrantes que buscaban asilo. Esa residencia existe, viven 400 mujeres. Yo creé el personaje de una joven abogada que sufre pico de estrés y se pone a hacer trabajos ad honorem de caridad en ese hogar. Su trabajo es el de “escritora pública”, ayuda a escribir cartas a mujers analfabetas. Después de descubrir a esas mujeres va a reconstruirse ella misma.
-¿Influyó el movimiento de mujeres en la concepción de esa novela?
-Por supuesto. En Francia, la tasa de femicidios es alta: una mujer es asesinada cada dos días. Y es una cifra que se mantiene estable hace décadas y no disminuye. Es uno de los temas de mi nuevo libro porque en esta residencia hay mujeres golpeadas. Es algo que me interpela mucho porque no hay equivalencia en el reino animal. No hay ningún animal que mate a su hembra. No hay violencia del macho hacia la hembra. ¿Por qué en los seres humanos eso sucede? Es algo que quiero seguir desarrollando.
-¿Qué piensa de la polémica entre las francesas con el #MeToo, a partir de la carta que actrices como Catherine Deneuve firmaron contra las denuncias de acoso sexual?
-Creo que Catherine Deneuve lamentó haber firmado. Todas las mujeres deben ser solidarias, el acoso y la violencia sexual son inaceptables, y es importante que las mujeres tomen la palabra y se reconozca que esa palabra es legítima. Yo apoyo 100 por ciento el movimiento #MeToo. Creo que esas mujeres tuvieron miedo del escrache mediático. Personalmente creo que la palabra de las mujeres debe liberarse en los tribunales para que se haga justicia. Hay que tener cuidado con las redes sociales. Me sorprendió mucho enterarme de que en el caso de Harvey Weinstein (el productor de cine de Hollywood que disparó denuncias de actrices en Estados Unidos. N, de la R) muchas mujeres hablaron y esto está bien, pero muy pocas hicieron la denuncia ante un juez. Creo en la justicia y que los crímenes sexuales tienen que ser llevados a los tribunales más que a las redes sociales.
-Volviendo al origen de su novela: ¿su amiga Olivia está bien?
Todavía sigue luchando contra la enfermedad. Tiene un cáncer de mama muy agresivo y está intentando un nuevo tratamiento. Hace cinco años que da pelea, es muy valiente. Hoy su cabello volvió a crecer porque hay nuevos tratamientos que hacen que no se te caiga el pelo. La quimioterapia no es eficaz en su caso. Guarda la peluca. La tiene porque para ella es un símbolo. Si logra curarse se la va a quedar diez años por superstición.
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