Es una mañana algo fría. Algo. El calor de los primeros días de primavera parecen haberse ocultado, aunque los ojos de Julio Bocca, el más grande y popular bailarín argentino, chispean de calor, todavía refulgen en ellos los aplausos y los vítores de la noche anterior. Sin embargo, con la fatiga en el cuerpo, pero con una ilusión juvenil, recibe a Infobae Cultura en el primer piso del Teatro Coliseo, donde se desarrolló hace solo unas horas la solidaria Gran Gala para los niños.
París, Nueva York, La Habana, Ámsterdam, Milán, Oslo, Moscú… Buenos Aires. La agenda de Julio Bocca se divide en siete meses de viajes y cinco en su hogar, en Uruguay. Ayer, arriba del escenario, mostraba por el mundo cómo un cuerpo podía inspirar belleza perpetua; hoy, debajo de las tablas, se convirtió en un maestro para las nuevas generaciones de las principales escuelas de baile del mundo.
Y ese rol de maestro lo ha llevado a ver qué el universo del ballet ha cambiado. No solo por la infraestructura o las comodidades que los artistas de su generación nunca tuvieron y hoy, sobran, sino también porque los propios bailarines se relacionan con la danza con otra intensidad. “Hoy un bailarín te dice ‘me duele el dedo’, y queda tres días parado. Y uno bailó con costillas rotas”, reflexiona.
Mientras tanto, él se dedica a la docencia con la misma pasión que lo hacía cuando estaba sobre el escenario. Porque además de su rol en la enseñanza también, a través de su fundación, busca ayudar, orientar e incentivar a los jóvenes talentos de Argentina, sin importar en que parte del mapa surjan. Y, como corolario, tras una extensa y exitosa carrera su único sueño por cumplir es poder participar de la creación de una escuela de arte, que le otorgue a sus estudiantes mejores herramientas en la vida.
El también director y coreógrafo de ballet dialogó sobre esto, en un paso fugaz por la ciudad que lo vio dar sus primeros giros, como también recordó sus sacrificados primero años y analizó el nivel del ballet en la región.
Con la Gala finalizada, Bocca revive algunas de sus impresiones: “La función de ayer fue totalmente agotada, es impresionante la respuesta de la gente, los apoyos que se tuvo y haber tenido 80 niños en el escenario, de las tres instituciones, más del Barrio 31 que nunca habían hecho danza, junto a Elena Roger, cantando un tema de María Elena Walsh y verlos ahí, unidos, divirtiéndose, fue realmente increíble”.
Por las tres instituciones se refiere al Patronato de la Infancia, Manos en Acción y la Fundación Julio Bocca, que por segunda vez organizaron el evento que busca “tratar de incentivar y seguir ayudando a los niños a que puedan tener una mejor educación, una mejor salud, una mejor alimentación”.
“Y también, como los grandes necesitaríamos, tener cultura, arte en nuestra vida cotidiana. El Patronato tiene más de 125 años, Manos en Acción también tiene sus años, la Fundación más de 20. Son instituciones que vienen trabajando con los niños desde hace mucho tiempo y tratamos de unirnos para generar algo diferente, generar un poco más de conciencia y estar conectados un poco más con la gente. A veces estas instituciones trabajan muy hacia adentro y esta clase de gala, de funciones, nos hacen salir al mundo, a que la gente conozca lo que estamos haciendo”.
Pero la fundación que lleva su nombre también cumple otras funciones. Una de ellas es la de buscar jóvenes talentos por el país, darle luz a aquellos que no pueden llegar hasta la gran metrópolis para mostrarse. Uno de los últimos casos es el de Agostina Arreguez, una “chica que estudia por youtube”, que “no tiene ni siquiera una maestra” y que es la única bailarina de su pueblo, el tucumano Amaicha del Valle.
“Hay todo un equipo de la Fundación saliendo por el interior, dando seminarios, yendo a buscar talentos. El secretario de cultura la llevó a la ciudad y en un seminario que la fundación fue a dar. La maestra que está allá se va arreglar para poder darle clases y nosotros, la fundación, se va a encargar de los gastos para tratar de incentivar y ayudar a eso sueños. Nuestro objetivo es tratar de ayudarlos, acompañarlos, de incentivarlos y cuando hay posibilidades de aportar algo para que puedan viajar, damos becas para que vayan a Nueva York en lo que es Steps, ahora se llegó a un convenio con Barcelona. Yo he dado también becas, por ejemplo, a (Facundo) Luqui, bailarín del Colón, para que pueda ir al Prix de Lausanne hace unos años. Trato de generar dentro de lo que yo puedo, no soy una empresa y la fundación es sin fines de lucro, no gano un peso con eso, pero sí gano la satisfacción de ver a estos niños que puedan descubrir”.
Recuerdos de infancia y la importancia de la danza
Julio Bocca (1967) nació en Munro y no necesitó demasiado tiempo para descubrir el motor de su vida: “Yo empecé a los 4 años, mi madre era profesora de danza. Mis abuelos construyeron la casa en Munro para vivir, atrás había un patio y parte de ese patio, cuando mi madre se recibió, le hicieron un estudio para que pudiera ejercer como maestra y ahí fueron mis primeros pasos. A los 4 como juego, diversión. y ya a los 6, 7 yo veía que me fascinaba, me gustaba y fui”.
“Antes de eso ya estaba en el escenario, justo en el teatro de acá al lado, el Teatro del Globo, esos fueron los primeros escenarios que pisé haciendo español, folclore, clásico, haciendo lo que un niño de 4 ó 5 años puede hacer, divertirse con lo que hacía y ahí fue cuando le pedí a mi madre que quería estudiar ballet”.
Pero la vocación significó una infancia de esfuerzos y resignaciones, de viajes desde el Gran Buenos Aires que se repetían día tras día, como en una secuencia inevitable: “Y sí, fue una vida sacrificada, mi madre trabajaba mañana, tarde y noche; mi padre no me reconoció, entonces vivía con los abuelos. Y bueno, venido de Munro, que es diferente ahora, el tren más el colectivo; venía a la mañana, iba a la Escuela Nacional de Danza, después a la primaria y de ahí saltaba a la Escuela del Teatro Colón a la noche, terminaba como a las 8 ó 9, me cruzaba a la Escuela Nacional de Danza a esperar a mi madre que terminaba de trabajar y 10.30, 11 nos volvíamos para casa y a las seis de la mañana todo el mismo recorrido. Ya a partir de los 10 empezaba a venir solo, la diferencia de época, ¿no?”
Niño prodigio de dedicación exhaustiva, Bocca obtuvo a los 18 la Medalla de Oro en el 5.º Concurso Internacional de la Danza de Moscú, el más importante del mundo. Y allí, su carrera dio el gran salto. Un año después el gran Mijaíl Baryshnikov lo convocó para ingresar como primer bailarín en el American Ballet Theatre, donde permaneció por dos décadas.
-¿Cómo viviste la danza?, ¿cómo fue ese paso del juego al nivel más alto de profesionalización?
-La danza para mi siempre fue muy fuerte. Es un juego, siempre fue un juego. Hubo etapas en que uno empieza a verse más profesional y empieza a ponerse como paredes, límites. Hasta que volvés, cuando ya tenés la experiencia, podés volver a ese niño a disfrutar cada función, cada espectáculo, cada proyecto, de diferente forma. El sacrificio está, como en cualquier trabajo, lo importante es tratar de ver cómo lo manejás y descubrís para que sea divertido, sobre todo en algo que vos elegís, no te están obligando a hacer algo.
De las nuevas generaciones de bailarines
-Hoy, recorre el mundo para enseñar. De hecho, hiciste todo el círculo en el Bolshoi, por ejemplo, de alumno a jurado y en la actualidad, maestro. ¿Qué cambió desde tu época de aprendiz a estos de tutor?
-En cuanto a lo que son los pasos son siempre los mismos. Eso no cambió porque es la estructura. Lo que si se va globalizando también. En Moscú fui como maestro y di lo que mi maestro me dio. Mi maestro es alemán, con una escuela muy americana, que es una escuela totalmente diferente a la rusa, pero ya todo es lo mismo. Lo que van es tomando lo mejor de cada uno, eso es lo que está pasando y lo que voy viendo.
-Una mixtura de estilos, de escuelas.
-En mi época era clásico o contemporáneo, nada más. Hacer las dos cosas era raro, ahora no. Ahora tenés una compañía que te va desde un Lago de los cisnes, a un Forsythe a un Graham, te salta de un lado a otro y el bailarín tiene que estar preparado.
-¿Y qué sucede con las nuevas generaciones de bailarines? Lo niños de hoy no tienen nada que ver con los de ayer, el mundo cambió muchísimo.
-Los niños vienen mucho más directos. En mi época no le iba a decir nada a mi madre, o el profesor me decía tal cosa y vos lo hacías. Y si no te salía, te quedabas después. Ahora le podés decir que lo haga o le podés decir ‘por favor’... es lo mismo. Y también tienen preguntas. Cuando empecé como maestro al principio me resistía mucho. "Yo te estoy diciendo esto porque es así, tenés que hacerlo así. Por algo yo estoy adelante para enseñarte, transmitirte”. Uno va a aprendiendo. Ahora lo tenés que acompañar, incentivar. Enseguida se cansan, tenés que estar constantemente entreteniendo.
-¿También cambiaron las condiciones para bailar?, ¿qué ves de diferente?
-Yo voy a las compañías ahora y me quedo con la boca abierta de las comodidades, de lo que tienen. Me acuerdo que bailábamos en piso de madera, ahora todo es piso de goma o piso especial flotante, que si no tienen eso no se baila. Y antes bailábamos en cemento, en baldosa. En el American Ballet teníamos un cuartito chiquitito con el kinesiólogo y para la temporada del Met, que eran dos meses de 8 funciones semanales, venía alguien más a ayudarlo, pero tampoco mucho más. Ahora tienen estudios como si fuera una sala de danza y todo lo que tenga que ver con gimnasio, pilates. Australia tenía como tres camillas, con cinco diferentes masajistas, diferentes horarios. Entonces ahora el chico llega y tiene todo, entonces quiere más. El tema es cómo se lo das, en qué le das ese más para que pueda incentivarse para continuar. Es genial que tengan eso, quizá se lastiman menos. Pero también tenés la contra, “hay me duele el dedo”, tres días parado. Y uno bailó con costillas rotas. Hay todo un cambio, lo que yo hacía tampoco era normal y no era lo correcto. Estamos como en dos límites, hay un proceso de buscar un balance, que muchas compañías lo han entendido.
El ballet en la región
Luego de un retiro multitudinario, que reunió 300 mil personas en un espectáculo público y gratuito, Bocca decidió mudarse a Uruguay, donde desde 2010 a 2017 estuvo al frente del Ballet Nacional del Sodre, al que llevó a un lugar de excelencia en el mundo.
-¿Y qué sucede en la región?, ¿existe ese nivel de profesionalización?
-Sí. Una de las primeras que empezó fue el Ballet Municipal de Chile, con Ivan Nagy, que fue el que hizo un cambio dentro de la compañía y ahí se mantuvo. Es una compañía muy estable, que siempre mantuvo un nivel, una de las primeras compañías que empezó a viajar por el mundo. Fueron los primeros en hacer una reestructura del manejo. Son bailarines contratados, trabajan sus 8 horas, hay todo un implemento de la realidad.
-Llegaste al Sodre, que estaba casi desarmado y lo convertiste en un ballet de élite, ¿cómo fue esa experiencia?
-Cuando me dieron esa posibilidad yo fui muy claro. Yo le dije “mirá, yo vengo de EE.UU, de trabajar 20 años en el American Ballet, mi mentalidad es totalmente diferente a lo que se hace aquí. Si acepto quiero tener esa libertad, de tener ese cambio, sé que se puede lograr, se pueden conseguir frutos maravillosos. Pero bueno hay que hacer una reestructura de cambio, sobre todo mental en la forma del trabajo, en la cultura del trabajo”. De golpe de pasar de 25 funciones al año pasar a 90, o cuando me fui en 2017, llegar a 104. Eso en la historia de latinoamérica no existe y haber viajado por el mundo, tener sala llena. Pasar a tener 10 personas en la sala, que yo lo he visto, a tener 20 mil espectadores por espectáculo. Se generó un gran cambio y por suerte se sigue manteniendo y para mi es una de las mejores compañías de la región, de nivel, en cuanto a bailarines, conducta de trabajo a cantidad de obra, de calidad de las cosas como las hacen. Hicimos, que salió carísimo, Romeo y Julieta de MacMillan, una de las grandes producciones que tiene el mundo del ballet y se lo alquilamos a Queensland, en Australia.
-Tan cerca y tan lejos, la pregunta es inevitable. ¿Qué debería suceder para que encare un proyecto en el país?, ¿se puede llevar adelante un proyecto como el del Sodre?
-Se puede hacer lo que quieras, el tema es que estén con ganas de hacerlo. Aceptaría si quieren, juntarnos, poder hablar, transmitir. Es muy difícil. La estructura del Colón es muy difícil, es muy grande, hay una estructura muy antigua, muy aferrada; creo que necesita un cambio. Tenés que tener el apoyo de todos, sino es imposible. El Colón como teatro es uno de los más bonitos e increíbles del mundo, tiene una acústica espectacular, un escenario divino. Tenés gente ahí adentro en los talleres que trabajan maravilloso. En este país tenés de todo, no te pueda faltar nada.
-¿Hay algún sueño que le falte cumplir?
- Lo único que me gustaría poder hacer es poder lograr que alguna vez los políticos realmente vean la importancia de una escuela integral de arte profesional, donde el niño pueda hacer su primaria, su secundaria, pueda estudiar danza, teatro, canto. Porque eso va a ser el alimento del Teatro Colón, el San Martín, el Argentino de La Plata, diferentes compañías que tiene el país. Y generar niños que tengan la posibilidad de no estar estresados de viajar de un lado a otro para tratar de llegar. No solo los niños, también los padres. Dar esa facilidad. Eso es algo que me gustaría que alguna vez salga. Que alguna vez realmente lo piensen como algo a futuro, del crecimiento de la sociedad, no es un negocio. No es algo que empieza y se corta y se cambia cuando viene otro nuevo, una tradición, algo a largo plazo. Ahora voy a la Escuela de Ópera de París y tienen una estructura para que los chicos se queden y quizá de esa escuela a la compañía entran dos. Y el resto está preparado para ir a cualquier otra parte del mundo. Generan a un chico con las facilidades y las condiciones para poder ir más allá, después que a los 18 años el chico quiera ser economista, va a estar preparado para expresar, para moverse. Es muy importante tener el arte en las escuelas desde niño. No como un hobby, sino como algo que pueda ser una profesión normal. Que sea una elección que la gente pueda tener y que el niño pueda disfrutar"
-Y si existiera la posibilidad de realizar esta escuela
-Primero hablemos del proyecto, y después veamos. No es tampoco nada del otro mundo. Lo que pasa es que tiene que poder vivir por 20 ó 30 años, cómo se va a mantener, cómo se va a alimentar, todo eso.
Fotos y video: Gastón Taylor
Edición de video: Bruno Rattazzi
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