Por Eli Madera
En las Cartas a un joven poeta, Rilke afirma que la mayoría de los acontecimientos son incomprensibles, ocurren en un recinto cerrado donde las palabras no logran entrar. Lo mismo sucede con las obras de arte a las que define como “seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra que pasa y muere, perdura”.
Esta idea que habla del arte en general cobra especial fuerza en la obra de Tobías Wainhaus. Su paseo por el limbo nos sumerge en paisajes difusos, etéreos, que parecen reales pero gravitan en la atmósfera. Los seres que los habitan son igualmente misteriosos, personajes de ensueño, criaturas imaginarias, humanos que devienen animales, quimeras.
Es posible sentir la misma fascinación que sentían los exploradores medievales o renacentistas ante el descubrimiento de un nuevo mundo. Las imágenes se ligan tanto a los antiguos bestiarios, con sus monstruos apocalípticos e infernales, como a los gabinetes de maravillas y los libros de naturaleza. Sin embargo, estos monstruos y portentos han perdido el carácter moralista y religioso que pudieron tener en obras como las de Hieronymus Bosch, en el Beato de Liébana o en el pórtico gótico de una catedral. Los seres de este limbo miran desde el vacío, apenas conscientes de algo más que ellos mismos.
La obra nos habla desde la fragilidad, los paisajes se diluyen, los reyes desnudos pierden sus coronas, el vacío es lo que fue primero y puede que sea lo que vendrá después. La soledad es una mancha que se contagia entre los personajes, la falta de un otro hace que no vean su propia desnudez y les permite mantener la ficción de soberanía en sus reinos unipersonales. Las criaturas brotan de los más diversos imaginarios, los cuentos populares, la religión, la mitología, las fábulas, el tarot, las ideas de la infancia.
La atracción que genera la obra responde no solo a su fuerza plástica y su belleza, sino también a la fusión de dos tópicos recurrentes en la Historia del Arte, por un lado, el deseo de explorar nuevos territorios, presente desde siempre en figuras como los peregrinos, los flâneurs, los exploradores, los naturalistas, los caminantes; por otro, el interés por los monstruos, los seres extraordinarios, lo inesperado, aquello que la razón no puede explicar. Es posible que, después de todo, un solo día en el limbo no sea suficiente.
A continuación, diez obras de arte que se exhibirán en la muestra.
* “Un día en el limbo”, de Tobías Wainhaus, con curaduría de Eli Madera, se inaugura mañana a las 19 horas en Espacio Ftalo, en Gorriti 3864, CABA.
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