Volvió The Deuce en su tercera y última temporada. Es decir, este mes volvió una de las series más ambiciosas creada por la dupla David Simon y George Pelencanos, responsables de algunos de los programas de televisión más extraordinarios de las últimas décadas. A Simon, sobre todo, se lo conoce por un conjunto de ficciones notables hechas para televisión tales como Show me a Hero, Generation Kill, y sobre todo la legendaria The Wire, serie sobre el mundo de las drogas y su relación con la marginación, la policía y hasta la política.
Las ficciones en las que interviene Simon suelen ser conocidas por su realismo. Este aspecto ha sido claramente influido por los orígenes profesionales de este guionista. Antes de dedicarse a la televisión, Simon se desempeñó durante décadas como periodista policial, puesto desde el cual pudo estar en contacto directo con el mundo del crimen, la marginación, las drogas y la policía. El mismo Simon ha confesado en más de una ocasión que muchos de los personajes o diálogos tremendamente realistas de las series en las que participó provienen de anécdotas o situaciones reales que él mismo vivió durante su oficio.
En algunos de sus productos, incluso, Simon parece encerrar una idea de pensar fenómenos sociales de importancia capital que dan sus primeras señales y a veces tienen sus orígenes en las calles y en figuras aparentemente grises o marginales: gente sin demasiadas ambiciones que sin saberlo está representando hechos culturales significativos. The Deuce, que es producción de HBO, tiene mucho de eso.
Este programa cuenta la historia del ascenso de la industria del porno en la década del 70 en Estados Unidos. La primera temporada transcurre entre el 71 y el 72, época en la cual la pornografía empezó a legalizarse en ese país. La segunda pega un salto de cinco años, cuando la industria estaba en su apogeo creativo y hasta de popularidad en las salas de cine. La tercera transcurre en el 84, cuando el VHS comenzó a cambiar por completo el consumo de estos productos y la presencia de HIV infundió de miedos a la revolución sexual americana iniciada en los 60.
El enfoque que tiene esta serie no es precisamente el más amable. No porque condene la pornografía o la sexualidad libre (si hay algo que no es este programa es puritano), sino porque los sectores y los climas que propone suelen ser sórdidos. La primera temporada, de hecho, transcurre mayormente en las calles más marginales de la Nueva York de los 70, esas áreas urbanas caracterizadas por transmitir una sensación de suciedad y anarquía permanente, y que fue retratada alguna vez en la icónica Taxi Driver de Martin Scorsese.
En estos espacios se mueven los personajes de The Deuce, que recorre la vida de distintas prostitutas, proxenetas, policías y mafiosos y las relaciones entre ellos. Si decimos que la serie no es amable, no es sólo porque ninguna de estas vidas se caracteriza por su luminosidad, sino porque además la serie pareciera estar todo el tiempo amenazando con ir por la vía convencional del relato para luego desviarse hacia otro tipo de caminos. Por ejemplo, un personaje particularmente importante en esta serie es Vincent (James Franco), un bartender que termina manejando negocios de la mafia. Vincent es una persona talentosa para la organización y promoción de bares, y tiene un hermano gemelo llamado Frankie (obviamente, también James Franco, perfecto, por cierto, en los dos roles), que es un apostador compulsivo e indisciplinado. En un principio, uno podría creer que la serie irá por la vía de explorar las vidas de dos hermanos antitéticos: el serio y el problemático. No obstante, las relaciones no se darán nunca de manera obvia, y ciertas situaciones que uno pensaría como inevitables (como por ejemplo, que las deudas de juego de Frankie se transformen en una bomba de tiempo que afectará a los dos hermanos), no terminan nunca de derivar en las consecuencias que uno esperaría.
Hechos así se suceden todo el tiempo en The Deuce: de pronto, un cliente de una prostituta puede morirse de un paro cardiaco en frente de ella, creemos que esto podría derivar en un trauma grave, o en una investigación policial, y termina siendo un hecho más. O alguien afecta de alguna manera a un mafioso, esperamos que esto derive en una reprimenda violenta, y ese hecho termina siendo una escena aislada.
No es que en esta serie no existan nunca cambios significativos. De hecho, no hay capítulo acá en el que algún personaje (y hay más de una decena de ellos) no viva un hecho significativo, o no experimente un cambio de actitud ante su vida; pero estos hechos y cambios se presentan de otras formas, y la gran mayoría de ellas de manera mucho menos espectaculares de las que uno esperaría. Este gesto no es gratuito en The Deuce, sino que tiene una lógica interna que uno va descubriendo a lo largo de la serie. Una de esas razones radica en que sea menos una serie sobre situaciones que sobre personajes moviéndose en distintos contextos; aprovechando situaciones, sobreviviendo como se puede y adaptándose a lo que le toca en gracia. Hay, en esta historia coral, personajes más y menos agradables que otros (incluso puede haber psicópatas), con más o menos códigos; pero no es intención de la serie juzgarlos nunca o administrar una suerte de premios y castigos a personajes que caigan en los infiernos o se rediman. Más bien es una invitación a conocer a personas que viven en contextos insólitos y han normalizado situaciones que para la mayoría de los espectadores oscilarían entre lo incómodo y lo horroroso, pero que para ellos constituyen parte de cotidianeidad.
Sin embargo, para la serie el conocer no implica necesariamente el que los comprendamos totalmente. Y en este sentido uno de los aspectos más fascinantes de la misma es que no juega a la idea simplista de decirnos que tales o cuales oficios transcurren siempre en el marco social, o que el juego de los oprimidos y los opresores sea tan fácilmente discernible. En The Deuce, la prostitución no siempre está ligada a la pobreza; la mafia no siempre está ligada a la psicopatía o siquiera a la violencia; el mundo de la policía y la delincuencia no es siempre antagónico, y la persona sometida puede de vez en cuando encontrar un insospechado espacio de poder.
La clave de todo esto, parece decirnos The Deuce (y considerando sus obras anteriores, también el propio Simon), es que en el mundo de las calles, ese que a veces contemplamos desde la comodidad del hogar, la realidad no es tan simple como esperamos. Y ahí está para probarlo uno de los personajes más fascinantes de la serie: Abby. Una ex estudiante de letras, proveniente de la clase media alta con militancia de izquierda y feminista, que va descubriendo a lo largo de la serie que las teorías que leyó en los libros no tienen por qué ajustarse a la realidad práctica. No necesariamente porque no haya virtudes o valores en esas ideas, sino porque los azares y las distintas particularidades que puede haber en cada persona que conoce no tienen por qué siempre ajustarse a lo que aprendió en las academias o en las charlas de partidos.
Que estas características de romper con las expectativas aparezcan en el marco de una serie que habla sobre el porno no es casual. Pocos géneros como el porno juegan tanto a mezclar las fantasías con la realidad. El sexo que se practica allí es explícito, lo que se asocia a la idea de realidad, pero al mismo tiempo, ese sexo no es el que se da en la vida real; en el fondo, no es más que un sexo simulado donde muchas veces lo único realmente cierto es la existencia de una penetración. Cuando en The Deuce vemos el producto terminado de las películas porno que hacen los personajes contrastando con las filmaciones del porno, contemplamos el contraste entre lo que ese género vende (extravagancias, placer y erotismo), con lo que verdaderamente es (filmaciones mecánicas, en contextos a veces precarios, y con la sola intención muchas veces de hacer un producto rápidamente para generar dinero lo antes posible).
El porno termina siendo acá algo parecido al mundo de la prostitución: un montón de mujeres vendiendo fantasías mientras su realidad se presenta de forma mucho más cruda y para nada erótica.
Lo que termina siendo The Deuce, en suma, es la historia de personajes que se presentan durante buena parte del tiempo como sobrevivientes. Varios de ellos terminarán siendo partícipes, de alguna u otra forma, de los apogeos y caídas de una revolución sexual. También serán personajes que reflejan muchos mundos que se cruzan, y que hablan claramente de varios tiempos de la historia americana y de cambios ideológicos y sociales trascendentes. No obstante, ellos casi nunca parecieran ser conscientes de estos cambios. No porque sean imbéciles, sino por la sencilla razón de que están demasiado ocupados en su día a día para poder estar atentos a lo que esas acciones significan; porque en algún punto, muchas veces el peor testigo de una tormenta es aquel que la está viviendo, y The Deuce es una forma de mostrarnos la tormenta desde el punto de vista de quienes están demasiado ocupados tratando de no mojarse.
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