Por Ignacio Sánchez Mestre
El primer encuentro con Mirta Busnelli fue en un bar, a media mañana. Llegué puntual. Elegí una mesa al lado de una ventana y miré para afuera. Ahí, justo apareció un auto, conducido por Mirta. Veo que me hace seña. Parece que no encuentra lugar para estacionar. Le digo “ok” con la mano y al ratito la tengo enfrente. El mozo se acerca y ella pregunta si hay café descafeinado. El mozo dice que sí. Ella pregunta si el descafeinado es realmente bueno. El mozo dice que cree que sí. Mirta pide un té. Yo atónito. Desayunamos y empezamos a hablar de La Savia.
¿Por qué escribiste esto? ¿Por qué creés que yo lo puedo hacer? ¿Vos me viste actuar a mí? Empezamos con preguntas. Sí, claro, te ví muchas veces. ¿En dónde? En la tele, en teatro, en cine. Decime una obra de teatro en la que me hayas visto. Era un examen. Algo de esa incomodidad propia de cuando se rinde un examen, eso sentí. Y me acordé: en Nunca estuviste tan adorable. Esa fue una de las primeras obras que ví en Buenos Aires. Todavía no vivía acá. Pero en un viaje a Capital ví esa obra y Mirta me fascinó. Después de responder sus inquietudes y de charlar de cualquier otra cosa me dijo “bueno, sigamos hablando estos días". Y así vinieron varios desayunos más. Charlábamos de maneras de ensayar. De maneras de encarar un trabajo. No nos conocíamos. Ella había visto mis obras anteriores, Mirta es de las que va a ver todo en teatro, pero no sabíamos cómo éramos trabajando. Sus preguntas eran específicas y mi respuestas, diría que intuitivas. No estoy tan acostumbrado a hablar de la manera de trabajar, es un lindo ejercicio, ponerle palabras al trabajo, como lo que estoy haciendo acá.
A los encuentros se sumaron Agustín García Moreno y Constanza Herrera, dos jóvenes actores que conocí dando clases. Siempre me entusiasma mezclar actores que están empezando con los que tienen mucha experiencia. Y mezclar generaciones también. Como si en esa unión pasara algo que a veces no puedo describir pero que me atrae y mucho. Nora Moseinco, con quien me formé, dice que en el riesgo hay libertad, y que cuando hay química entre los actores, cuando en escena sucede algo verdadero entre ellos, uno se olvida de los rótulos, desaparece la idea de la trayectoria, del nuevo, desaparece todo eso y aparece otra cosa. Estoy de acuerdo.
Pero antes de los actores está el texto. Cuando empiezo una obra prefiero decir que estoy “juntando material". Y en un archivo en la compu voy escribiendo, con un nombre provisorio, escenas y mientras tanto, también leo. Para ese entonces estaba leyendo de manera obsesionada un libro de Édouard Levé, Autorretrato. Es un libro que ni siquiera sé como definirlo, no es una biografía, son frases, una detrás de la otra, particulares, graciosas, duras, distintas. Frases al azar, gustos, sensaciones, sobre él mismo, sobre el mundo y sobre cualquier tema. Entonces decidí que algo de eso estaba bien para Elsa, la protagonista del material que estaba juntando. En los procesos de escritura, de repente todo parece hablar de lo que uno está escribiendo.
En la obra, Elsa puede pasar de un tema al otro y decir algunas frases como si fuesen “máximas”. Así decidimos bautizar a esas frases con Tomás Mesa Llauradó, asistente de dirección. Las “máximas” son las verdades que Elsa decide subrayar. Y a ese momento, en el cual Elsa se presenta, donde pasa de una cosa a la otra, le pusimos “el manifiesto”. En un ensayo descubrimos que quizás cada frase era también una foto, después dijimos que cada foto era una diapositiva y había que entender la velocidad de la máquina de diapositivas para poder decir cada frase y pasar de una energía a otra. Esa imagen a Mirta le sirvió, “es clarísimo, vamos con eso”.
Sabía que tenía ganas de hacer algo con mis recuerdos, con eso que me acordaba de la infancia. Para deformarlo, para volverlo ficción. Como si los recuerdos se pudieran hilvanar, sumar, multiplicar para construir otra cosa. Y algo parecido le pasa a Elsa en la obra. Ella es una lectora que empieza a coquetear con la escritura por miedo a olvidarlo todo. Y en esa escritura, además de sus recuerdos, aparecen personajes que ella misma crea, para que, en definitiva, la saquen de ese lugar relacionado al pasado. Y también, para que empiece a haber lugar para lo nuevo. Para las preguntas. Esa idea me gusta. La de generar preguntas. Mientras escribía la obra, le preguntaba cosas por mail a Agustín y a Constanza. Y aunque fue poco lo que quedó en la obra de eso, aparecieron detalles que la particularizaron: una planta de marihuana y una canción de 4 Non Blondes. Creo que la idea de preguntarnos es también La Savia. El proceso de ensayo fue de muchas preguntas. Todo el tiempo las preguntas se multiplicaban y venían de todos lados. ¿Por qué ella dice esto? ¿Cómo se actúa lo imaginario? ¿Cuándo los tiene que mirar Elsa? ¿Los personajes a veces se rebelan? Lejos de llegar a las respuestas, íbamos acumulando preguntas como si fueran guías.
Siempre que ensayo salgo a ver teatro. Un día quedamos en ir a ver una obra con Mirta a un teatro de Avenida Corrientes. Llegué antes que ella, otra vez, y esa función se canceló. Le avisé por whatsaap y me llamó. Estoy a una cuadra, andá a la calle y vamos a ver otra obra a la calle Humboldt. ¿Pero a qué hora es? Medio tarde ya, pero vamos igual. Bocina, me subo. Agarramos Avenida Córdoba y llegamos un poquito jugados con el tiempo. Estaba difícil estacionar. Mirta me dijo “bajate y corré esos carteles de madera”. Pero Mirta, son de una obra en construcción. No se construye los sábados por la noche, correlos, dale. Sin mirar a nadie empecé a correr las maderas, le hago señas para que estacione y me hace señas que allá hay otro lugar. Un chico que cuidaba autos ya la estaba guiando. Estaciona, se baja, el chico la mira como reconociéndola y le pregunta “¿vos sos Mirtha Legrand?” Sí, cuidalo, querido. Algo de esto también configuró a Elsa. Esa rapidez, ese humor, esa impunidad, esa facilidad para descolocar y sorprender es bastante Elsa. Hoy pienso que también la posibilidad de conocer a los actores genera que por momentos sea fácil el saber qué pedirles.
Elsa en un momento, cuenta que tuvo una casa enorme y dice “después nos separamos, los chicos se fueron a otras ciudades y yo me quedé sola. Me di cuenta que tanta estructura me sobraba. Y ahora vivo acá. Con las plantas, con los libros y con mis recuerdos”. Y yo ahora, recordando cómo inició La Salvia me acuerdo de un debate con chicos del colegio que habían ido a ver la obra al Cervantes. Una chica de unos quince años dijo que La Savia no tiene estructura, que al igual que Elsa, la estructura le sobra. Y agregó que lo más lindo que tiene la obra es que es deforme. Hoy, revisando el cuaderno que usaba mientras trabajaba el texto encontré una hoja con los siguientes títulos: El agua y los libros. Los vínculos. La empleada de Elsa. El Chino que no para de correr. Karaoke. Lo berreta puede emocionar. Evitando el realismo y tratando de encontrar la poética y lo mágico. Los hijos que visitan a su madre. El casamiento del ex. Leyéndolo así, con distancia, es un buen resumen. Y es bastante deforme. Parecen también máximas de la obra. Y hablando de resumen, la obra también termina con un resumen de Elsa.
Con Mirta y con La Savia pasó de todo. Las funciones en el Cervantes fueron hermosas. Nos fuimos de gira a San Juan y a Mendoza. También casi hacemos una temporada en Mar del Plata, que por cuestiones que no vienen al caso, sólo duró 2 funciones. En 2018, La Savia tuvo un reemplazo de lujo, llegó Stella Gallazi para hacer de Elsa en la segunda temporada. Es decir, Mirta y La savia hicieron una pausa. En la obra hay un momento en donde Elsa cuenta que a veces le gusta hacer “una pausa”. Elsa dice que en el mejor momento de los libros decide parar, descansar, tomarse un respiro. Registrar que está en el mejor momento, en el que todo puede suceder. Y con las plantas hace lo mismo. A veces las ve tan bien, que decide no alimentarlas, no regarlas. Confía en que una sequía las va a hacer más fuertes. Después todo sigue. Es sólo una pausa. En el medio, en esa pausa, Mirta y yo seguimos haciendo otras cosas juntos.
Desde hace un tiempo estamos “juntando material” audiovisual, junto a dos amigas directoras de cine, Madeleine Emery y Martina López Robol. Salimos a filmar lo que Mirta quiere actuar. Nos reunimos, discutimos, producimos y salimos a filmar. Y después veremos. Y ahora, antes de que se nos vaya el 2019, arrancamos de nuevo con la obra, con el elenco original. Estamos a punto de reestrenar La Savia. Con el mismo equipo creativo; Tomás asistiendo y anotando preguntas; Laura Copertino en escenografía, que acaba de terminar el perímetro del nuevo piso de Elsa; David Seldes en las luces, que está luchando para que no se refleje la luz en un vidrio que tiene la sala; Lara Sol Gaudini, en vestuario, que está terminando el nuevo vestido de Elsa y con la inclusión de María La Greca, la productora que estuvo detrás de mis obras anteriores coordinando a la perfección todo lo necesario para que La Savia se vea igual de linda que en el Cervantes.
Hace un tiempo fuimos al Cervantes a buscar “la loca”, la monstera deliciosa, o la costilla de Adán, la planta preferida de Elsa. Estaba en el patio del teatro, al lado de otra igual pero más chica. Quien la cuidaba nos dijo “hay dos, una es la de siempre y la otra es la que compramos para la temporada de 2018, pasa que a la primera la agarró una helada en la gira de Mendoza y no aguantó”. Pero ahora, pasó un tiempo, la cuidaron y la loca está linda y también mucho más fuerte. Así que nos llevamos esa, la de siempre. Me gusta pensar que La Savia es un poco la loca, esa planta que según Elsa, “si la cambiás de lugar, es capaz de seguir creciendo”. Así que Dumont4040 ahí vamos.
*La Savia - de Ignacio Sánchez Mestre, el autor y director.
DUMONT4040, Santos Dumont 4040, CABA
Funciones: viernes 20.30. Entrada anticipada con tarjetas a través de Alternativa Teatral $400 / Jubilados y menores de 30 años $320
Entrada General en boletería $450. Jubilados y menores de 30 años $350.
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