Hace algunos años, casi quince ya, Carlos Gamerro hizo un decálogo del relato policial argentino. Un “mecágolo” como dijo con humor Juan Sasturain. Irónico o no, ese decálogo, sin embargo, daba cuenta, si no de una serie de lugares comunes, sí al menos de una serie de lugares esperables para la novela negra argentina. Algunas de las reglas eran “El crimen lo comete la policía”, “El propósito de la investigación policial es ocultar la verdad”, “Frecuentemente, se sabe de entrada la identidad del asesino y hay que averiguar la de la víctima”, “Los detectives privados son indefectiblemente ex-policías o ex-servicios; la investigación, por lo tanto, sólo puede llevarla a cabo un periodista o un particular”.
Lo interesante de la lista —que spoiler alert: no se respeta— es que estas reglas no se pueden exportar a otros países. El género sí. Como todo género, el policial tiene un conjunto de pasos que lo conforman, y que también están para ser transgredidos. Pero, en última instancia, la idea tan ambigua de una “literatura nacionalidad” está en la manera en que la trama pone a funcionar al resto de los mecanismos.
Si bien el decálogo de Gamerro no se respeta, nos ayuda a interpretar cómo la literatura da cuenta de nuestra sociedad. ¿Cómo cambia el policial —y con él, esos diez mandamientos— cuando un recital se convierte en una catástrofe mayúscula, cuando un escritor sale a la calle y es amenazado por un grupo de militantes políticos, cuando una mujer muere cada 27 horas?
Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Sergio Olguín y Pablo de Santis —cuatro grandes protagonistas de la literatura argentina— participaron en un panel organizado por la librería Libros del Pasaje (Thames 1762) con la propuesta de analizar la actualidad la novela negra. A lo largo de una hora y a sala llena, los escritores abordaron las diferentes características, los intereses y los desafíos de un género que nunca deja de estar en el apogeo.
El policial como género nacional
“El policial es un género que nunca abandonamos”, dijo Sergio Olguín, “a diferencia de otros géneros como la ciencia ficción. El policial se impone como el género argentino, casi más que la gauchesca. Pero no tiene que ver estrictamente con la Argentina, sino que las distintas variantes del policial en Europa, en Estados Unidos, en México, están vinculadas con otro tipo de novelística que es la novela social: el policial se hizo cargo de lo social, y eso se refleja en estas literaturas.”
A tono con Olguín, Claudia Piñeiro dijo que una sociedad se cuenta a través de los crímenes que se cometen en ella, y que el género siempre estuvo ligado a lo social, aunque no lo reconociéramos. “Por ejemplo”, dijo, “en la novela Acaso matan a los caballos, de Horace McCoy, muere un participante en un concurso de baile. En ese momento en Estados Unidos estaban en discusión esos concursos que duraban 24 horas y en los que la gente con necesidades económicas bailaba y bailaba, y terminaban muriendo por desfallecimiento. McCoy usa esa novela para denunciar los concursos, pero nosotros la leemos como una novela donde muere un participante.”
Para Guillermo Martínez, la importancia del género policial en la Argentina tuvo como principales aliados a Borges y Bioy, que dirigieron la famosa colección El séptimo círculo: “Fue una ventaja comparativa con respecto a otros países porque le dio al policial cierto lustre literario que en otros países tenía una dimensión de literatura de kiosco, una literatura menor. En concursos literarios importantes de España ni se consideraba la posibilidad de premiar una novela policial.”
El tiro del final
Uno de los grandes desafíos de la novela policial es la manera en que se resuelve. ¿Cómo se hace para mantener la tensión hasta el final? “Esa tensión está permanentemente”, dijo Piñeiro, “vos vas llevando al lector hacia adelante y el final es simplemente el final. A veces te puede defraudar, porque todo lo que te iba llevando era tan importante que el final tal vez no sea lo trascendental. Pero el suspenso está en toda la novela, vos lo vas dosificando. Habitualmente uno entra en una novela policial con la promesa de resolución. A mí me gustan las novelas que transgreden esa promesa. En ese sentido, me gusta la teoría de la conspiración paranoica de Piglia: no necesariamente tenés que explicar quién lo mató y por qué.”
“El final es el gran problema cuando se hace un relato de enigma”, señaló Pablo De Santis, “por la doble cara, que tiene que ser algo que sea una sorpresa pero a la vez que sea familiar. Las circunstancias que rodean al asesinato no pueden ser totalmente desconocidas para el lector, ni tampoco totalmente previsibles. Eso hace que sea muy difícil encontrar los finales apropiados. Evidentemente el final no es solamente un hecho sino que hay toda una historia enterrada debajo de la novela. Leemos la historia de la investigación y también vemos cuál es la historia que llevó al crimen. Una característica del policial es que la pregunta está en el pasado: si bien la historia avanza hacia adelante, la causa viene de antes. A veces desde antes de que comience la novela.”
“Además de saber quién es el asesino, me interesa saber qué le va a pasar a quien investiga”, dijo Olguín. “Algo que fue cambiando en el género es que el que investiga la puede pasar muy mal. En los últimos años, los protagonistas pueden ser también víctimas. Por eso hoy no es tan importante contar quién es el asesino —en todo caso, como se dice, será la sociedad capitalista—, pero sí qué es lo que les pasa a esos personajes a lo largo de la investigación. Y también el surgimiento de nuevas víctimas vinculadas a la investigación, como los testigos.”
La responsabilidad del autor
¿Qué hace un escritor con la “confianza” que le da un lector al elegir su libro? “El hecho de que alguien gaste su dinero en un libro es una responsabilidad”, dijo De Santis. “No en la invención de la trama, sino en la corrección. Cuando uno corrige piensa en ese que va a comprar el libro y gastar su plata y tiene que estar tan bien como se pueda, con la menor cantidad de errores y la mayor coherencia posible. Creo que la responsabilidad del escritor pasa por amar su oficio y hacerlo tan bien como pueda.”
“Yo tengo el tema de valor de los libros”, dijo Martínez, “y recuerdo cuando era joven y vivía de una beca y compraba libros en librerías de viejo. Entonces, cuando veo el precio de mis libros como novedad me alarmo porque sé que todos los estudiantes y los que son como era yo no lo podrán comprar y quizá lo consigan recién cuando alguien se deshaga del libro si no le gustó y aparezca en las librerías de usados. Me duele un poco que los libros sean tan caros porque no llegan a un sector del público que me gustaría.”
“Yo nunca pensé en el precio, pero si en las horas que alguien le dedica a mi libro. Y pienso en la desilusión que podría provocarle”, dijo Piñeiro. “Hasta que no leíste el libro, no sabés cómo es. Los cuatro somos muy trabajadores y obsesivos al escritor y corregir. Si a alguien no le gusta el libro que uno escribió no es por falta de esfuerzo. A veces alguien me manda un mensaje que dice ‘leí Una suerte pequeña y me encantó; ahora estoy con Las maldiciones’ y lo primero que pienso es que son libros tan distintos que seguro este no le va a gustar.”
Dicho esto, volvió al tema del precio: “Sergio y yo”, dijo, “creemos que los libros tienen que circular y no tenemos ningún problema en que se fotocopien”. Olguín, mirando al público y a la dueña de la librería, contestó “Es como entrar en una iglesia y tratar de convencer que se hagan ateos”.
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