“La calle es el único sitio donde sabes que algo es real.” Arturo Pérez-Reverte (El Francotirador Paciente)
Diciembre de 2001. En la televisión la Plaza de Mayo apenas se distingue tras una cortina de humo blanco. Los caballos de la policía montada arremeten contra los manifestantes sin mirar si son chicos, jubilados o Madres los que caen al piso. El Presidente Fernando de la Rúa renuncia y abandona en helicóptero la Casa Rosada. Esa noche la calle es un campo de cascotes y vainas servidas.
En días de consternación e incertidumbre, de cinco presidentes en 11 días, de los ahorros de miles embargados por los bancos, de un chino en cadena nacional llorando frente a la persiana de un supermercado, mientras a su espalda corren personas con mercadería en los brazos y hasta un árbol de Navidad, se generó el clima propicio para que empezaran a pasar también otras cosas en las calles de Buenos Aires.
“Era verano, no teníamos un peso, teníamos muchas inquietudes, el país estaba en llamas y a mí no me daba militar en un partido o salir a tirar una piedra”, le explica GG de Buenos Aires Stencil a Infobae Cultura, sobre lo que lo llevó en aquel momento a tomar por asalto las primeras paredes y salir a pintar. Cuando no era cool, cuando nadie más lo hacía, cuando el arte urbano era ilegal en todas sus versiones.
“En ese momento había tanto caos que había temas mucho más importantes que boludos pintando en la pared. Era el ambiente propicio para que pase eso”, opina parado a unos metros de él NN, su compañero en Buenos Aires Stencil, que sintió el mismo impulso por los mismos días. Así se conocieron; en las paredes.
“Era inconsciente, era hacer algo en la calle, más vandálico que artístico”, analiza y se suma a sus compañeros Fede parte de colectivo Run Don´t Walk, que lleva puesta una campera amarilla manchada con pintura. “Yo estaba atravesando el peor momento de mi vida y en vez de salir a matar personas salí a matar paredes”, cierra la ronda irónico y sin anestesia, desparramado en una silla de mimbre desvencijada, Malatesta. En su pecho lleva el pin de una cara amarilla y sonriente en la que se lee: die.
Los cuatro artistas están dispuestos en círculo en una de las salas de Hollywood in Cambodia (HIC), el reducto en el que hace 13 años abrieron junto a otros dos artistas -Tester y Stencil Land- la primera galería de arte urbano de Buenos Aires. Un lugar para primeras muestras, un búnker para los que hasta ese momento solamente pintaban en la calle. La fundaron en 2006 en la terraza de Post Street Bar, en Thames al 1885, a cambio de pintar el lugar.
“Nos llamaron tres muchachos de Caballito diciéndonos que se estaba abriendo un bar y que habían visto nuestros laburos en el primer libro de arte urbano que hubo acá en Argentina, que lo había sacado Guido Indij en La Marca Editora y se llamaba Hasta la victoria stencil. Ahí estaban nuestros contactos y nos llamaron”, recordó Fede, la propuesta que terminaría dándoles en 2006 la oportunidad de abrir una galería. “Yo cuando me dijeron Palermo me imaginé una cosa cool, minimalista, a un arquitecto diciendo ‘hasta ahí’,'esto sí', ‘esto no’ y nada que ver” admitió.
“Hagan lo que quieran nos dijeron”, siguió GG, sobre la negociación que los hizo dueños de una galería en Palermo: “No les habilitaban estas dos habitaciones, porque no había baño. La municipalidad no los dejaba y cuando las vimos les dijimos que les pintábamos todo el bar a cambio de que nos dejaran usarlas para hacer una galería. Ya a futuro veías que o abrías tu galería o ibas tener que terminar dándole tus obras a una, porque afuera estaba pasando eso ya”.
En el primer piso hay dos habitaciones, las dos salas, y una terraza. Detrás de una barra de la que ahora cuelgan bombitas de colores están los stencils del primer día que los cuatro fueron al bar. Una especie de manifiesto. En el resto de los muros se distinguen los trazos de artistas internacionales como el belga ROA o el italiano BLU, entre otros amigos de la casa. La historia del lugar se lee como jeroglíficos en las paredes. En cada rincón hay una historia que ellos pueden contar.
“Todos los martes íbamos a bailar al mismo boliche, El Dorado, uno vivía en Almagro, otro en Congreso, otro en Microcentro, pero todos confluíamos ahí. Y cada uno desde su casa hasta este lugar pintaba todo lo que encontraba. Cuando llegabas pintabas la pared de enfrente y entrabas. Y de pronto la pared de enfrente empezó a convertirse en un pizarrón de stencils”, le contó Malatesta a Infobae sobre cómo conoció a sus compañeros.
“Recuerdo haber pasado cuando pintaban la parte de abajo del bar Post, cuando estaban trabajando, y ya empezar con las primeras cervezas en la terraza, charlando de ideas que tenían, planes y locuras”, rememora Pum-Pum, una de las artistas porteñas que más veces expuso en la galería, llamada alguna vez por la BBC británica “La Banksy argentina”, por el arte y la constancia a lo largo de los años de no dar su nombre, ni mostrar su rostro, preservar su identidad más allá de las paredes.
“Siempre desde el inicio fue como encontrarse en una casa con amigos, con esa sensación además de que estábamos todos en la misma, y los espacios para hacer cosas no eran muchos”, explica la artista. Y agrega: “Fueron los que abrieron las puertas a pensar exposiciones a los que pintábamos en la calle. A pensar otras formas de mostrar nuestro trabajo. Un espacio de amigos, colegas, familia, nuevas y viejas formas de arte, siempre en HIC. Y pasan los años y sigue siendo esa sensación de hogar cada vez que llegás al patio, antes de subir las escaleras y ya tenés un vaso de cerveza en la mano -aparece casi mágicamente- y estás hablando con la familia que te da trabajar en las calles”.
"Era un lugar que podías compartir con gente que hacía cosas parecidas", dice Fede. Mientras que Malatesta volviendo a esos primeros años recuerda días en que "empezó a haber mucho agite, mucha movida y de pronto teníamos nuestra base. Había gente de distintas corrientes, del hip hop, del punk rock, del diseño gráfico y en 2003 confluimos todos".
A pesar del lugar que ocupa HIC en los comienzos de la escena del arte urbano porteño, un movimiento del que fueron pioneros aunque renieguen de etiquetas, mientras roban tiempo a sus vidas para la galería y discuten refacciones, aseguran que no planifican a mañana ni proyectan a futuro, ni esperan nada. Que no son la banda que busca hits y ventas, a ellos les gusta tocar. Es día a día. HIC podría ser para siempre o desaparecer mañana. Así es desde hace 13 años.
Todos evitan responder sobre la muestra que más les gustó a lo largo de esos 13 años. Quizás no haya forma de contestar bien a la pregunta, a la necesidad periodística de que haya mejores y peores. Niegan con la cabeza como si fuera imposible lograrlo, aunque alguien recuerda una escena de los primeros años y todos coinciden en una sonrisa.
Mediados de 2007. Están los seis parados al centro de la habitación y de los rodillos cargados que les cuelgan al final de los brazos, caen gotas de pintura blanca que van a parar sobre papel de diario dispuesto en el piso. Tuc, tuc, tuc, es todo lo que se oye en las dos salas de Hollywood in Cambodia.
En las paredes que miran están las creaciones de los Base-V, una crew -como se denomina a un grupo de artistas que trabajan en conjunto- de San Paulo, Brasil, que trabajó con obsesión durante semanas cada rincón de la galería ese año para su muestra en HIC.
El tic-tac de las gotas se convierte en el correr de un segundero invisible, inevitable e inignorable. Les recuerda que tienen que moverse. Blanquearlo todo como lo hicieron y lo harán muchas veces más. Dejar el lugar listo para el próximo artista. Pero GG, Malatesta, NN y Fede, siguen estáticos con la vista clavada en los trazos paulistas.
Retrasan la decisión lo más posible hasta que uno, no recuerdan quién, encuentra el valor y el resto lo sigue. La escena se repetirá cientos de veces. Blanquearán decenas de muestras, juntos y por separado. Cada vez costará menos porque es necesario, porque son las reglas. Como en la calle, las obras desaparecen para que otras puedan llegar. Años más tarde recordarán esos segundos de silencio con una sonrisa.
Banksy, el stencil y el arte urbano 13 años después
“Fueron 10 años de menemato en lo que tiene que ver con la cultura, todo se derrumbó de repente y había que hacer algo con los restos. Lo loco es que en 2001 no solo pasaban cosas acá, en Inglaterra Banksy se había mudado de Bristol a Londres y empezaba a hacer cosas”, repasa Fede. Años más tarde el argentino sería invitado por el misterioso artista británico, quizás el más mainstream del mundo, quizás el mejor, quizás las dos cosas, a participar de la intervención colectiva de un puente en la capital inglesa.
“Pero nosotros no lo conocíamos”, acota GG cuando Banksy aparece en la conversación. Sin embargo él también tuvo un punto de encuentro con el oriundo de Bristol. Desde su entorno lo llamaron para pedirle registros de una obra que había realizado y que podía llegar a ser parte de Exit through the gift shop, el documental que realizó el inglés en 2010, del que participan varios de los máximos exponentes del arte urbano a nivel mundial como el norteamericano Shepard Fairey, más conocido como OBEY, o el francés Space Invader.
“Cuando nos conocimos nos dimos cuenta de que teníamos inquietudes bastante parecidas, yo me acuerdo de ver el stencil de Disney War de los chicos de Buenos Aires Stencil con todo lo que significaba y me preguntaba ¿cómo serán los otros stencileros?, serán raperos, escucharan rock”, describe Fede esos primeros años, en los que comenzaba a conocer en las paredes, a quienes más tarde serían sus colegas y su socios en HIC.
“Lo más valeroso que teníamos en aquel momento era el anonimato, salir de noche y después escuchar en la calle cómo hablaban de tus cosas”, se ríe NN y mira a un rincón de la galería con la expresión todavía en el rostro, como si repasara en su cabeza esas escenas en las que escuchó a personas hablar de su trabajo en un colectivo en un vagón de tren. Pero 13 años después las cosas cambiaron.
“Hoy sucede que el que pinta tiene que tener una galería que venda sus obras. Se corre el foco, se corre el centro. Nosotros cuando empezamos a pintar no había nada, entonces no teníamos una meta, la idea de un futuro, de hacer una carrera pintando”, desarrolla GG, haciendo un contraste entre los primeros días y toda la vorágine que vino después, el arte urbano como trampolín a la escena artística y un género explotado por las marcas para vender.
“Yo creo que cambia todo en el momento en que se genera un mercado, en que la gente ve al arte urbano como una salida laboral o una salida para conocer el mundo”, dice el artista. “Ahí cambia todo porque cambian las reglas del juego, vos lo hacés con un fin, para ser reconocido, sea en el ambiente o en tu grupo de amigos. Cuando no existía eso eran otras las reglas, lo hacías de otra manera”, cierra el pensamiento.
“Hoy lo más conocido del arte urbano es todo sponsoreado, nadie puede pintar el costado de un edificio si no tiene une empresa atrás que paga 50 mil pesos por día para una grúa que te eleva ocho o diez pisos. No lo puede hacer nadie de su bolsillo, de onda. Para mí pierde la raíz del arte urbano que es gratis y sin permiso”, opina GG.
Es NN el que sale al cruce: “son cosas diferentes, yo no soy de los que suben en grúa, pero que haya gente que puso plata para que suban en grúa y pinten, más allá que no sea yo, me parece que en cierto punto lo tomo como de lo peor es lo mejor. Porque a mí me encanta ver esos edificios con sarpadas obras. De hecho hoy hablábamos de lo que están pintando en el Hospital de Clínicas, es impresionante”.
Al debate Malatesta cita una frase que -cuenta- alguna vez fue graffiti: "tu graffiti me sube el alquiler", dice y todos se ríen de nuevo. Deja flotando así una idea que también habla de la escena actual. Cómo barrios como los del sur de la ciudad con "la movida inmobiliaria" se resisten a volverse cool, turísticos, al embellecimiento urbano que "mejora" las calles y también, les sube la renta.
El nombre de la galería Hollywood in Cambodia está relacionado a una canción de los Dead Kennedys, un “chiste para pocos”, comparten. Sobre los orígenes y la actualidad del arte urbano, sobre una galería que durante casi toda esa historia del movimiento en Buenos Aires estuvo ahí y todavía está, queda una última pregunta que sale a responder Malatesta:
-¿Qué es la galería ahora?
-Creo que estamos intentando representar lo que nosotros vivimos en ese momento, pero 13 años después.
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