Siglo pasado. Año 1994. Munro es un barrio tranquilo en las afueras de Buenos Aires que empieza a sentir los coletazos de una lenta desindutrialización. Las calles vacías no ofrecen demasiado. Salvo un pequeño brillo raro, imperceptible para los ciudadanos apurados, en un volquete junto al cordón.
En esa caja de hierro hay residuos, escombros, muebles viejos y artefactos destartalados. Nada que valga la pena. Sin embargo, entre la pila de basura sobresale algo raro y extraño que parece luchar contra ese destino trágico que es el olvido. El borde de un cuadro se asoma.
Entonces pasa una chica —no cualquier chica: una chica curiosa— que ve ese brillo y detiene su marcha. Se acerca, despacio, muy despacio, observa que efectivamente es un cuadro y queda maravillada. Arte en la basura, mucho más que una metáfora.
Con la sutileza de un orfebre, mueve los elementos que lo aprisionan en el volquete y, suavemente, lo saca. El cuadro tiene un nombre y ese nombre aparece detrás, en el reverso. La información es precisa. Lee en voz alta: “Adolfo Nigro. Joaquín y la ciudad. Óleo 75 x 56 cm. Buenos Aires, 1978”. “Fue amor a primera vista", dice Gabriela Fanzone, que en ese momento tenía 19 años.
Esa frase no se la dice a Infobae Cultura —lo rectificará después, convencida de la belleza de la obra, que aún hoy está colgada en su casa, 25 años después— sino que lo lanza en Twitter, y los retuits, favs y comentarios llegan de a cientos. No es para menos: el calendario indica que es 14 de mayo de 2018, y las noticias, que Adolfo Nigro acaba de fallecer.
En la Ciudad de Buenos Aires, a los 75 años y a causa de un paro cardiorrespiratorio, el artista rosarino muere y en las redes sociales proliferan voces que lo despiden y lo recuerdan. Es el caso de Gabriela. Conmovida por la muerte del artista —de su artista—, cuenta su historia, la de su cuadro, en las redes sociales como quien tira una botella al mar inmenso:
“Cuando tenía 19 años me encontré un cuadro en un volquete. Fue amor a primera vista: un niño volando sobre la ciudad con un boleto de colectivo en la mano. Me lo llevé y lo colgué en mi casa. 25 años después sigue habitando el mismo lugar”.
“Tiempo después frecuentaba la biblioteca del Museo de Bellas Artes. Iba a leer, cualquier cosa. Un día agarro un libro pequeño sobre un artista que no conocía, pero reconocí al niño de mi cuadro. Allí estaba en otras pinturas: Joaquín y el pez”.
“Busco la firma: la misma que en mi cuadro. Pasé años buscando al artista para devolverle la pintura que había encontrado en la basura. Años. Hasta que una vez estaba trabajando en arteBA y supe que iba a pasar en algún momento. Le dejé una notita”.
“Finalmente logramos encontrarnos. Él recordaba a quién le había regalado ese cuadro, dónde y cuándo. No era un artista reconocido en ese tiempo y tenía amigos por acá. Yo insistí en devolverle la pintura porque supe que pertenece a la serie de Joaquín, su hijo”.
“No quiso que se la devolviera. Me dijo: ‘Es tuya. La viste entre la basura, la valoraste y la rescataste sin saber, sólo porque te gustó. Es tuya". Y quiso que se la llevara para autentificarla (¿no sé si se dice así?). Nunca lo hice. Esos encuentros fueron todo lo que necesité”.
“Fue gracioso que pasé años buscándolo sin suerte y luego de conocerlo nos cruzamos varias veces en distintas circunstancias. Incluso conocí al niño Joaquín de mi cuadro, que ya era un hombre adulto”.
“No sé cómo se agradece a la vida pasar por estas experiencias. Por suerte pude agradecerle a él mi encuentro con su arte. Chau, Nigro. Una partecita tuya vivirá siempre en mi hogar”.
Al final, concluye la breve historia por Twitter, con una frase de Nigro: “Yo elegiría como significado para mi vida, el boleto, y en especial los boletos de colectivo. Porque es el viaje, el no estar, el ir y venir. Mi vida ha sido eso, ir y venir”.
Una historia conmovedora. ¿Quién podría decir que no? Infobae Cultura se contactó con Gabriela casi de inmediato. La nota estuvo a punto de hacerse, pero finalmente no. Ella se informó y supo que le faltaba la autenticación. La familia de Nigro, heredera de toda su obra, podría arrebatarle su pieza. Tenía lógica. Enseguida borró sus tuits. ¿Cómo no ser mal pensado en un mundo en llamas donde todos se devoran entre sí? Por suerte no fue el caso.
“Hace un mes me contactó por casualidad Inés Nigro, la hija de Adolfo, y luego de contarle la historia me comentó algunas cositas más acerca del cuadro”, le dice ahora Gabriela a Infobae Cultura. Hoy, aquella muchacha de 19 años que encontró arte en un volquete, tiene 45. Pasó el tiempo, pero también pasaron cosas. Las fechas siguen primando: esta semana, específicamente el domingo pasado, Nigro hubiera cumplido 77 años.
“Después del encuentro conmigo en 2001, él contaba en reuniones la historia del cuadro encontrado en el volquete, y que había decidido que yo conservara la obra por haberla rescatado. Nigro fue una persona muy generosa, y lo alegraba que hubiese valorado su trabajo sin conocerlo”, agrega.
Y continúa con otra anécdota: “También supe más detalles sobre cómo había llegado al lugar donde lo encontré: su madre vivía en Munro y Nigro tenía amigos en ese barrio, a uno de los cuales le había regalado la obra; por las fechas él dedujo que el cuadro fue tirado luego de la muerte de ese amigo”.
La historia le empezó a cerrar: no se trataba de un cuadro tirado a la basura por que sí —¿quién podría cometer semejante crimen?—, sino por la fuerza mayor de una muerte. Posiblemente, los familiares de aquel amigo de Nigro que recibió el cuadro de regalo no tenían idea del valor afectivo y simbólico de la obra. O quizás simplemente no quisieron averiguar. La muerte tiene esas cosas.
Mientras rememora aquella historia, Gabriela observa la obra colgada en su casa: Joaquín y la ciudad. Es mucho más que un cuadro. Y ella lo sabe. A aquel encuentro originario de 1994 en las calles de Munro lo recuerda como algo “mágico”. “Y 25 años después termina como deseé desde el principio: que no se pierda una obra que pertenece a una serie”, agrega.
Los elementos pintados dentro de la obra de Nigro revelan algo más que el caos de la ciudad. Parecieran conformar la metáfora de su propio hallazgo. Como si Joaquín fuese Gabriela, y el boleto, la obra que sale del volquete lleno de basura. Es una lectura posible. Tal vez.
“Con la hija de Nigro —cuenta— acordamos documentar fotográficamente el cuadro para futuros catálogos, y ponerlo a disposición para que la obra se incluya en caso de hacer una muestra retrospectiva, ya que casi nunca se exhibió porque fue un regalo personal”.
“Esta es mi pequeña historia”, concluye Gabriela, luego de un breve suspiro. Así termina esta conversación con Infobae Cultura como quien le pone punto final a un cuento. No es el final, por supuesto. Cada día que mira al cuadro —pintado en 1978, hace 41 años— la historia se renueva y alarga ese cuento, que se convierte en novela, que se vuelve saga, que sueña con la eternidad.
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