A veces sucede que los límites de una geografía no son aquellos marcados por un mapa, aquellos que se usan en los libros de cartografía o los atlas. A veces, una patria se construye a fuerza de tragedia, y también de voluntad. Una muestra de esta operación se puede visitar en el Museo de la Lengua, que exhibe La patria imaginada, una colección de libros y ediciones que aportaron a la cultura argentina, impulsada por exilados de la guerra civil republicana. Una historia de cómo se constituyó una parte importante de la historia cultural en el país.
La guerra civil, es decir, el golpe de Estado de Francisco Franco contra la República española, produjo entre sus primeros expatriados a miembros del campo cultural. Debe recordarse que "Viva la muerte" era una de las consignas con que las tropas del "Generalísimo" intentaban desalojar del poder al Frente Popular. Y lo lograron.
Los vínculos culturales y lingüísticos transformaron a la Argentina en un puerto amigable para esa emigración que, a la par de frecuentar los bares republicanos sobre la avenida de Mayo, ponía en pie editoriales que cambiarían la historia del libro y, por qué no, la historia a secas.
Esta es una aventura político policial en la que los editores son los investigadores y los libros los perseguidos -en un primer momento- las víctimas. El contexto, los episodios de la derrotada Revolución española. Los protagonistas, los libros que, prohibidos, censurados y quemados, Gonzalo Losada Benítez, quien había sido uno de los primeros expatriados en llegar al país en 1928. Tal premura no impidió que interviniera en las cosas de la colectividad ibérica, que estaba tomada por completo por la guerra civil.
"Soy republicano y lo seguiré siendo hasta el fin de mis días", dijo en París antes de fundar en 1938 la editorial Losada (antes había sido despedido de la filial argentina de Espasa-Calpe, de impronta más conservadora). En diciembre el mismo año, el vasco Julián Urgoiti formó Sudamericana, con el apoyo de algunos intelectuales y empresarios argentinos. Finalmente, a principios de 1939, recién llegado de España, José Medina del Río -junto a Luis Seoane y Arturo Cuadrado– fundó Emecé. Y así la industria editorial argentina se echó a andar.
La muestra en el Museo de la Lengua da cuenta, mediante paneles y vitrinas, de la producción libresca que formaría a varios generaciones de lectores no sólo en el país, sino en el continente hispanohablante. Se publicó a Federico García Lorca y Antonio Machado entre otras víctimas fatales (fusilado el primero) o exiliadas y muertas lejos de sus tierras (el segundo).
Tan pronto como en 1938 Losada publicaba las obras completas de Lorca. Pero también se publicaban autores argentinos –Eduardo Mallea, Norah Lange, Estela Canto, entre otros. Losada publicaba las obras completas de César Vallejo, libros de Neruda o Rafael Alberti, entre los extranjeros.
Se había formado un magma a precios populares, el catálogo que se renovaba con premura era publicado en avisos en los diarios para que el lector supera que elegir. Ese magma se convertiría en el volcán del boom. Es conocida la historia de Cien años de soledad, ofrecida al editor Paco Porrúa, de Sudamericana. Y así fue: Cortázar, Conti, Walsh, Onetti, Vargas Llosa: todos fueron publicados por estas editoriales, para no mencionar las obras completas de Jorge Luis Borges en la mítica edición de tapas verdes de Emecé.
Tapas, primeras ediciones, dedicatorias, publicidades. La muestra del Museo de la Lengua concebida con el nombre de La patria imaginaria, pero que en realidad tenía gran materialidad. Sobre todo si se piensa la situación del libro hoy, en crisis por el precio de papel e imposibilitada de exportar debido a la devolución anticipada de retenciones. Sin embargo, es posible pensar otro futuro, es decir, otra actualidad para el libro. Que no es sino otro futuro para nosotros, como especie.
*La patria imaginada
Museo del Libro y de la Lengua, Av. Gral. Las Heras 2555, CABA
Martes a domingo de 14 a 19 hs
Entrada gratuita
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