Una mujer descansa entre los parantes del puente griego del rosedal palermitano. Lleva un vestido verde musgo, sobre su rostro el sol se mueve lento acercándose al cenit del mediodía. Parece repetir un mantra, algo se dibuja en el rictus de su boca, mientras en la mano sostiene La luz Negra, la "biografía de una leyenda" que María Gainza escribió alrededor de la artista austríaca Mariette Lydis y "la Negra", "la más grande falsificadora de arte" que jamás haya tenido Buenos Aires, y que tenía un "talento un poco siniestro para entrar en el alma de los otros".
Los turistas atraviesan el puente con sus gorras tipo beisbol coloridas, algunas parejitas de enamorados posan con el lago detrás, como lo hicieron mil veces tantas otras, mientras los botes a pedales dejan una estela sobre el agua que aburre hasta a los patos. Nada parece diferente, siquiera significativo, hasta que la actriz Anabella Bacigalupo comienza a recitar uno de los párrafos finales de la novela -"la calumnia es el autorretrato del calumniador", dice- y recuerda como en la Atenas de Pericles o en la Venecia del S. XVI, Buenos Aires tuvo su época de oro para los falsificadores, allá, por los '60.
El encuentro, que se repetirá hoy y mañana, posee un cupo reducido para darle a la recorrida por la muestra Mariette Lydis. Transicionar lo surreal -que reúne más de 200 piezas entre las que hay 40 pinturas del acervo del Museo Sívori- un aire intimista que pudiera generar una conexión más profunda.
"Se me ocurrió la idea hace un mes y se lo propuse a Teresa (Riccardi, directora del museo). Lo primero que pensamos era una visita guiada, pero no me gustaba porque aplana el texto, plancha la muestra. La visita guiada es un género de por sí y, generalmente, salvo que el guía sea histriónico o performático, suele ser un poco apagado, entonces quería darle una vuelta. Quería que tuviera un poco más de onda y se me ocurrió esta vuelta de tuerca con Anabella. Armé como una especie de guion a partir de la parte de la novela en que se cuenta la vida de Lydis a través de una subasta. Reescribí algunas partes para que fueran como un puente entre la obra y la muestra", explica Gainza a Infobae Cultura.
Esta es la segunda vez que una novela de Gainza se convierte en performance. Sucedió también con su ópera prima, El nervio óptico, que tuvo su representación en el Bellas Artes en 2016: "Últimamente me gusta mucho el teatro. En El nervio óptico funcionaba muy bien, era más centrado, porque las actrices trabajaban al lado de cada una de las siete pinturas a las que se aborda en la obra. Estoy rogando de que podamos volver a hacerlo; había una posibilidad para este año, pero se paró. Espero que sucede el año que viene. Me parece que airea al museo, genera una manera de ir distinta, más atractiva".
El recorrido comienza por un resumen de la vida de la artista, que nació como Marietta Ronsperger. De sus primeros años en Baden bei Wein, ciudad de aguas termales donde Beethoven intentó curar sus problemas de audición solo para ganarse un tapón de cera que empeoró su condición; su matrimonio fugaz con el industrial griego Jean Lydis que le dejaba "diamantes entre las uvas" cuando vivían en Atenas; sus viajes por Oriente y la influencia en su obra; su matrimonio con el Conde Giuseppe Govone, que le da el título de condesa; su éxito como artista en Europa; la huída con su amiga editora Erica Marx -nieta de Karl- hacia Winchcombe, Inglaterra, cuando el nazismo muerde las fronteras de París, hasta su llegada a Buenos Aires en 1940, donde termina de definir su estilo y muere, tres décadas después.
Y allí, en el medio de una vida increíble contada a retazos, un cordobés exaltado vestido como un sibarita londinense -en la interpretación del actor Esteban Feune de Colombi– saca un libro antiguo comprado en alguna feria europea, dice, para mostrarle a todos que la obra de Lydis es aún más amplia de lo que se creía. Lo que sucede después hace más grande la leyenda de la artista y, por qué no, enaltece el interés por la muestra, que finaliza el próximo lunes.
Entonces, un hombre se envalentona y muestra fotos personales, contando la historia de unos amigos que habían heredado obra de Lydis, "más de 15 cuadros", dice, que hoy reposan en una pared de una casa en Francia y que fueron regalados por la propia artista. En la foto se lo ve al hombre, varias décadas antes, en un sillón con algunas personas en esa pose clásica de "si nos sacamos una foto para recordar el encuentro" como las de antes, nada de selfies. "Lástima el flash", se lamenta, "que no deja ver los cuadros". Y no, no se veían. El hombre, así como de misteriosa fue su aparición, retrocede hasta perderse en el grupo.
Pero no fue el único con historias alrededor de Lydis. "Mi padre la conocía y me llevó a una exposición. Tenía 17 años entonces. En un momento me dice 'vení' y voy. Estoy frente a ella y le dice: 'Ella también se llama Mariette y también nació en Viena'", cuenta Mariette Diamont a Infobae Cultura. Y, con ojos lagrimosos agrega: "Desde el primer momento, ella tuvo una onda muy positiva conmigo. Fui su modelo de caras, tengo un dibujo suyo en casa que me permite volver a esa época. Esta exposición para mi fue una sorpresa, nunca me imaginé que iba a volver a verla, que es como volver a verme a mí. Estuve mirando con mucho detenimiento la exposición, con la esperanza de reconocerme, pero no tuve suerte. Voy a dar otra vuelta antes de irme".
A su lado, Cristina Perasso suma otra anécdota personal: "Mi madre admiraba su obra y me llevaba a exposiciones. Entonces Lydis le pidió si podía ser modelo e hizo dos dibujos y años después, cuando tenía 11, se enteró que iba a tomar la confirmación y me pidió como ahijada y a otra chica también, de quien era como una pariente lejana que descubrió por casualidad, cuando supo que sus tíos-abuelos habían llegado a la Argentina desde antes de la guerra".
Sobre la vida de la artista en Buenos Aires, dice: "Tenía un núcleo muy amplio de amistades, ella extrañaba mucho su vida de antes. Trasplantarse a los 50 años no era fácil ni antes ni ahora, entonces era muy agradecida por cómo la había tratado aquí siempre. El vínculo se mantuvo por mucho tiempo, porque hacía exposiciones un par de veces al año en la galería Müller y en la Galería Argentina. Tenía un carácter muy especial, muy sensible pero también respetuosa. Yo era chiquita y me hablaba de una manera que no era común en la época, te hacía sentir una igual".
Marriete Lydis hizo una parte importante de su obra en el país. Pero no toda. Por eso, en la muestra se pueden apreciar diferentes aspectos de la artista. Desde sus ilustraciones para libros de autores como Henry James, Flaubert, Verlaine o Baudelaire, por nombrar algunos, a los retratos que hacía por encargo para las clases altas de aquella época, que mostraban orgullosos los cuadros personalizados trazados por una condesa austríaca.
La obra de Lydis es inclasificable por su rareza. Fue una artista que si bien toma algunas marcas estéticas del surrealismo realizó una obra fuera del canon del momento, con esas figuras de expresión desmesurada, casi alienígenas; con esos ojos que asemejan a los de una cría animal en el instante que son sorprendidos, altivos y misericordiosos, brillantes en su furia, pero desbordantes de angustia. En otra de las joyas, la muestra también incluye los dibujos eróticos que vendía en la trastienda de la Boutique de Frers, a pocos metros del Hotel Alvear.
"Nacida en la Belle Epoque, fue una adelantada para su época, tuvo una vida agitada, evidente en sus aguafuertes y dibujos de arte erótico que expresan la libertad sexual con la que vivió y que se refleja en tres rupturas matrimoniales y vínculos amorosos con mujeres", reflexiona Riccardi, directora del museo.
Como Théodore Géricault, gran pintor francés, hizo de los locos y los enfermos sus modelos de la realidad, los pintó, los dibujó, aunque también los ficcionalizó, y como el santiagueño Ramón Gómez Cornet eternizó los espíritus melancólicos en las miradas de las personas del interior.
En el final del recorrido, se produce un encuentro con Gainza y María Elena Vigliani de la Rosa, quien estuvo casada con Jorge Correa, el máximo coleccionista de la obra de Lydis en el país y autor de En busca de Mariette Lydis.
"Jorge era ingeniero químico, amaba la literatura y sobre todo a los autores vieneses. Trabajó en una empresa que tenía una sede en Viena y se enamoró de ese mundo, el de Stefan Zweig; el de la cultura, del pensamiento, que se desarrolló durante la caída del imperio austrohúngaro, ese contraste de algo elevado en un mundo decadente. Encarnó en Mariette todo estos pensamientos, esta actitud artísticas que a él le interesaba", cuenta.
Entre otras historias, narra cómo Correa accedió a la información documental sobre la austríaca nacionalizada francesa: "Un día recibe un llamado misterioso desde el mercado de pulgas, de un revendedor que había comprado a la heredera de la heredera de Mariette muchos artículos. Eran 30 bolsas de consorcio. Saqué las cucarachas y también un tesoro documental de su vida, las cartas, todo lo que había sido desechado, pero que no tenía un valor económico de reventa, no eran sus obras, sus óleos".
"A través de sus cartas descubrimos una personalidad fuera de serie, que había vivido muy a la francesa y que tenía cosas de Cocó Chanel, de Edith Piaf, que eran grandes mentirosas, que se habían construído una leyenda a su alrededor. Era también una mujer comprensiva de la diversidad, del dolor, que se acercaba a los manicomios, a los orfelinatos en una época en que no era común.
Esta muestra en el Sívori no es casual, ya que es el museo al que la artista donó sus obras un año antes de morir. Así lo explica Riccardi: "Lydis dona un cuerpo de obras de alrededor de 69 piezas en el 69. Es un grueso de obra, sobre todo pictórica de los últimos años y de un periodo particular, que son las que realiza en Winchcombe, cuando está en el exilio, en Inglaterra. Pero teníamos también una gran cantidad de piezas gráficas que ella había seleccionado de libros. Acá se vieron algunas veces algunos dibujos. Aunque la primera pieza que entró fue en el '48, Gregorio con su perro, o sea que ya había una antes de toda la donación final".
La interpretación llega a su fin. Aparecen la limonada y los scones tan amados por Lydis. Algunos aplauden, otros se reúnen para compartir historias. Las hay y muchas, por Mareitte Lydis sigue siendo un misterio, una leyenda inclasificable.
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