Los tiempos que corren —porque no caminan, corren— son tan raros que uno necesita aferrarse a discursos que puedan explicarlos. Respuestas, buscamos respuestas. A veces, son cerradas y tranquilizadoras, pero otras a veces esas respuestas son repreguntas que generan nuevas preguntas y el universo se vuelve un gigantesco interrogante. Hay dos opciones: o nos encerramos en nosotros mismos o aprendemos a convivir con la incertidumbre y a aceptar que el mundo no empieza ni termina en nuestro ombligo. Desde la literatura y la astrología, Mercedes Dellatorre decidió transitar el segundo camino.
Ahora, en el café contiguo al Museo Larreta sobre la calle Vuelta de Obligado, corazón del barrio de Belgrano, Mercedes Dellatorre saluda con una sonrisa. Esta conversación con Infobae Cultura se debe a la salida de su primer libro, una novela extensa y atrapante que se titula La gravedad de los cuerpos, que editó hace unos meses Qeja. En el prólogo, Ingrid Sarchman anticipa que se trata de una "novela de escalas, de interrupciones, de bultos mal cargados y de equipajes cerrados a medias que develan secretos sin querer". Hay algo de eso.
Dos personajes monopolizan La gravedad de los cuerpos. Por un lado, Ana Cristina González, una ama de casa argentina que vive en Miami y de pronto, con más tristeza que alegría, tiene que dejar a su familia y volver a Buenos Aires luego de la eclosión de su vida, entre drogas, infidelidades, pérdida de rumbo. Por otro lado, Michael Dean Edwards, el sexto hombre en pisar la luna —en la vida real: Edgar Dean Mitchell, fallecido en 2016— que reconstruye torpemente su vida después del éxito espacial. Son 371 páginas donde estas dos historias se entrelazan como una trenza de dos cabos, narradas con cinismo, profundidad, detalle y algo de crueldad.
Pero la profesión de Mercedes Dellatorre es otra. Se dedica a la docencia y la consultoría astrológica, además de escribir en La Agenda y Polvo sobre este tema. ¿Cómo es que una astróloga apuesta a la literatura? ¿Cuántas similitudes existen entre estas dos disciplinas y qué otras ramas del arte y del conocimiento exploró hasta llegar aquí? Bueno, quizás lo mejor sea empezar por el principio: la lectura.
"En mi casa había una biblioteca", dice y figura allí el origen de su interés literario. "De todos modos mucho no me gustaban los libros que había ahí. Entonces empecé a leer de más grande, a los quince, más o menos. Aunque no era tan grande. A partir de ahí siempre me interesó, pero nunca me imaginaba escribiendo. Hice un intento a los 19, 20 muy frustrado. Eran cuentos. Estaba en el taller con Diego Paszkowski. Era muy estricto. Le importaba más el estilo y para mí fue traumático. Sentía que siempre lo hacía mal. Al mismo tiempo estaba incursionando en el teatro, entonces me decidí por el teatro donde escribí más".
Luego llegó la filosofía. Entró a la Universidad de Buenos Aires a estudiar la Licenciatura en Filosofía. "Me interesa mucho lo abstracto, desarrollar pensamientos o estructuras de pensamientos. Además, lo que me encanta de la filosofía es lo dialéctico. Hay algo en ese mundo que me fascina. Y siempre me gustó más la parte antigua: Grecia, los presocráticos", dice y agrega: "Mi mamá había estudiado Letras, era una puaner mi vieja, entonces no se me ocurrió ir a Ciencias Sociales; fui a Puán", la calle donde se ubica la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, al 480.
Y en un revés del destino, finalmente, llegó la astrología. La historia también tiene literatura. Actuaba en el Teatro San Martín. Compartía camarín con una compañera que estaba en ese tema. "Hablábamos de fantasmas, de cosas raras, ¿viste? Entonces me pasó un libro: Vida y destino humano de Thorwald Dethlefsen. Eso fue en en el 96".
"Bueno, entonces leí ese libro y flashé; es el mismo autor de La enfermedad como camino, que lo escribe con Rüdiger Dahlke. Lo que se plantea ahí es toda la base de la astrología, que tiene que ver con un concepto no predictivo, sino en términos energéticos de cosas que se manifiestan en tu vida porque tienen que ver con vos. Esa es la visión. Todo muy cuestionable, claro, pero en ese momento me pareció que hablaba de algo que yo ya me venía preguntando y que en la filosofía no terminaba de cuajar en lo más mundano".
"La astrología me conectó esos dos mundos: el más abstracto y el más coyuntural. Ahí fue como amor a primera vista: me fascinó la astrología", confiesa. Se formó en Casa XI, en el barrio de Recoleta, casi Once. "Hasta que me empecé a dedicar pasó un tiempo. No me terminaba de animar. Me parecía mucha responsabilidad. Y en un momento me empezaron a llegar cartas, entonces dije: 'Bueno, vamos viendo…' Y se terminó haciendo una profesión", dice con una sonrisa amable y espontánea que se repetirá en toda la entrevista.
—¿Estaba presente la astrología cuando estudiaste filosofía?
—Todo el tiempo. Miro hacia atrás y pienso: "Yo leía Heráclito y es astrología". Es increíble. Porque la astrología no deja de ser un lenguaje: un lenguaje anclado en una historia. Eso tiene un comienzo. No es que lo bajan los dioses. Muchos de los mitos de la astrología yo ya los había estudiado en la facultad.
—¿Cómo estás viendo el presente de la astrología? ¿Hay una moda?
—Sí, es una moda impresionante. Cuando yo empecé a estudiar, hace 22 años, era como que yo lo ocultaba. No sólo en la facultad, también de mis amigos. Como que era la loca. Ahora lo soy pero por otros motivos —y vuelve a reír—. Hoy en día, al revés, porque me preguntan "¿qué va a pasar?" Hay muchísimo movimiento astrológico de gente joven que entra con mucha cabeza al mundo de la astrología y también la difunde de otra manera. Ese es el proceso verdaderamente distinto que se dio, porque el contenido es el mismo. Quizás hoy en día, y ahí mis críticas, tiene mucho más que ver con este tema de autoayuda y el ego y la "astrología para mí" y no la "astrología en sí".
—¿Cómo sería eso?
—Hoy la moda te lleva a creer que la astrología es una herramienta con la cual vos podés maniobrar o manipular para mejorar tu vida o corregir tus problemas. Toda una voluntad de control sobre el afuera que se cree que con la astrología esto es posible. "Si yo sé lo que va a pasar, entonces puedo modificar mi destino". Entonces toda esa manipulación, o idea de manipulación, porque esto no es real y no termina sucediendo, sí estuvo en mucha gente. Anteriormente se los conocía como brujos, ¿no? La brujería como lo contra natura, lo que modifica lo natural. Deleuze habla de eso y de cómo esto estuvo desde siempre. Pero hoy en día es el lenguaje lavado de la astrología que lo que hace es vendértela como si fuera una herramienta con la cual vos podés manipular tu destino con el solo hecho de ser consciente de lo que hacés. A mí esto en particular me parece una barbaridad. No creo que sea así ni que dé buenos resultados esa línea. Ahí hay como un cierto peligro de la moda astrológica, pero también es cierto que esto le abre la puerta a gente que se interesa, se empieza a meter y sucede lo contrario: que uno se abre a esta dimensión para poder conectar con tu realidad desde un lugar mucho más sensible, diría yo.
Veinte trece (ella suele tener la costumbre de mencionar los años así, don dos dígitos), el año en que Mercedes Dellatorre volvió a la literatura. Leía, como siempre, pero mucho más, y notó que esa lectura le exigía escribir. Lo necesitaba. "Ya está, ya hice mi camino. Esto es hobby", se dijo, y entró al taller de Gonzalo Garcés. Allí escribió una primera novela, pero no vio la luz. Todavía está ahí, esperando que las fichas editoriales se muevan y finalmente se edite. Lleva por título El sexo de las sirenas. "Es un poco más autobiográfica, como toda primera novela", y sonríe. En ese sentido, La gravedad de los cuerpos es la segunda novela que escribió, pero la primera en ser publicada. Tiempos editoriales. "A esta la comencé a escribir en… dejame pesar… veinte dieciséis", agrega.
La historia surge de su profesión. "El personaje de Ana Cristina se me ocurre por una consultante que tuve, que vino a hacerse la carta una vez, y a mí me flasheó. Vivía en Miami, la deportaron por drogas, tenía dos hijas. Me dije: 'Qué raro, una mina grande, nada que ver el perfil'. Estaba acá, en Buenos Aires, en la casa de la hermana, sin un mango. Todo ese mundo me quedó". El personaje de Michael "es la historia real del astronauta pero ficcionada. Es el sexto astronauta en pisar la Luna. Me llamó mucho la atención su historia. Él vuelve de la Luna, se va de la NASA y se pone un instituto de investigaciones medio de autoayuda, habla de extraterrestres. Me parecía un personaje loquísimo para explorar y ver qué había detrás de eso. Con esas dos cosas fui construyendo la historia, que después cobró su propio vuelo, porque es ficción".
Por ahora —reflexiona Mercedes Dellatorre en voz alta— la literatura y la astrología son dos caminos paralelos pero "seguramente en algún momento se crucen. Sí lo que te puedo decir es que de los dos personajes tenía la carta. Hay algo de la construcción de los personajes que podría verse como una construcción energético-astrológica". La novela tiene pinceladas de acidez, una mirada cruel sobre el mundo que es "necesaria para mirar los personajes de otra manera. Si no, hubiese sido una novela de ciencia ficción, quizás. Y esto le da al narrador una mirada más realista o que se acerca más a la forma de razonar que tenemos casi todos".
—En ese sentido, en la novela escribís: "La ciencia ficción es la manera más pedagógica que encontraron los conservadores para que nada cambie".
—A mí me interesaba la pregunta sobre qué creemos y hasta dónde creemos. Y mover todo el tiempo esa línea, ese límite entre "esto es una locura, no entra en mi sistema" y "ah, en esto sí creo". Y también el paralelo entre lo que es amor, lo que no es, dónde está esa línea que separa cordura de locura. Eso fue lo que traté de explorar. No sé si me salió.
—Pareciera que la novela en cualquier momento se transforma en ciencia ficción, pero nunca llega a serlo.
—Exacto.
—Hay un abordaje tradicional, si se quiere. Una novela larga, con personajes y desarrollos más bien clásicos. Quizás un poco impropio de las modas de esta época. Así como te pregunté por el presente de la astrología, ¿cómo estás viendo el presente de la literatura?
—Hoy veo algo de la literatura del yo que me está aburriendo un poco. No quiero decir que no haya novelas maravillosas de la literatura del yo ni que me deje de interesar, pero sí noto que hay como un regodeo, de la misma manera que lo veo en otros ámbitos: un regodeo del individuo. Creo que es una búsqueda social necesaria, incluso cultural necesaria, pero no necesariamente es artística. Como la búsqueda de la palabra literaria, la palabra que connota un símbolo, ahí es donde me interesaba más pararme para esta novela. De la literatura de hoy, y no es que soy una gran lectora, pero sí leo todo lo que puedo, noto que se está volviendo a activar determinada cuestión literaria.
—En ese regodeo, ¿hay puntos de similitud entre astrología y literatura?
—Es la época. Es la cultura del yo. Lo importante parece ser lo que a mí me provoca o lo que a mí me convoca y cómo yo puedo opinar sobre lo que otros hicieron porque a mí me pasó. Ese es un lugar que está difícil de correr. Y no creo que se vaya a correr demasiado pronto en ningún de los dos mundos, ni en el astrológico ni en el literario. Pero eso no quiere decir que uno no pueda buscar caminos un poquitito desviados de esta masa que va toda para el mismo lado y disfrutar de eso. Yo lo pensé como un espacio de disfrute más allá de si a alguien le fuera a interesar. Lo clásico o lo tradicional está dejando de ser interesante.
—¿Y cuánto tienen que ver las redes sociales con este giro de época?
—Para mí tiene mucho que ver. Las redes sociales exacerbaron esto que ya estaba embrionario. Hace unos años estaba muy fuerte el tema del reality show, ¿te acordás? Ya había algo. No existían las redes, pero ya estábamos buscando una expresión del hombre común. Me parece que ese es el germen y después con las redes esto estalló y ya somos todos los que nos filmamos y nos mostramos.
—La última: ¿por qué hacer literatura hoy?
—Para escribirla, yo creo que es una manera maravillosa de tener un espacio dialéctico con uno mismo, una dialéctica individual, y de poder pensar y reflexionar en soledad. Eso me parece súper valioso, más allá de que después se transforme en algo artístico o no. Y el hecho de publicar y que esto sea un movimiento, me parece que la literatura siempre va a ser resistencia, al menos desde donde yo la pienso. Es una resistencia a todo: a cómo te tomás la vida, a la pasividad. Tiene que ver con plantar bandera.
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