Microrrelato, poesía, novela, literatura infantil: una conversación con Ana María Shua, la dama de todos los géneros

La escritora argentina acaba de publicar “La guerra”, un libro de microrrelatos —o cuentos brevísimos, como se decía antes— editado por Emecé. Sobre eso hablamos, pero también sobre su carrera literaria, el oficio literario, la forma en que navega sobre cualquier género, feminismo, mercado editorial e internet

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(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

Piso 14. El ascensor toma impulso y sube con paciencia. Ana María Shua abre la puerta de su departamento de par en par. El living es enorme, sin embargo está completamente ocupado: una mesa en el medio, al fondo una computadora de escritorio, un juego de sillones por allá, juguetes —"mis nietas me invadieron la casa", confiesa— y muchos, muchísimos estantes rebalsados de libros. Un ventanal enorme da a la calle Laprida e ilumina todo el lugar. "¿Café?" y enseguida aparece haciendo equilibrio con una bandeja. El motivo de la conversación en esta mañana fría de septiembre es la salida de La guerra, su último libro, donde reluce, no sólo su oficio de escritora todo terreno, sino también su habilidad artesanal para el microrrelato. La conversación empieza por ahí.

—¿Cuándo caló el microrrelato en usted? ¿Hay un momento específico que recuerde?

—Fue un momento muy preciso. Pero para empezar mi relación con el género como lectora venía de toda la vida, porque en Argentina tenemos una tradición muy fuerte. Nuestros grandes maestros del cuento han escrito microrrelato: Borges, Bioy, Cortázar, Silvina Ocampo, Denevi. A mí ya me gustaba muchísimo como lectora ese género que en ese momento no era un género, se le llamaba cuento brevísimo. En el 55 Borges y Bioy publican la primera antología que hubo en América latina de microrrelato. Le pusieron Cuentos breves y extraordinarios. A mí el cuento brevísimo me encantaba, lo disfrutaba mucho como lectora. En los setenta, en el año 74 más o menos, cayó en mis manos un ejemplar de la revista mexicana El Cuento, que publicaban a los autores que trabajan el microrrelatos. Y tenía un concurso de cuento brevísimo, de manera que mis primeros microrrelatos fueron para presentarme ahí. Así empecé. Y mi marido —el arquitecto y fotógrafo Silvio Fabrykant, que ahora está en un rincón del living frente a la computadora—, eso debió debió ser en el año 75 porque ya estábamos casados, cuando vio los primeros textos que había escrito me dijo: "Tenés que seguir, esto va a ser un libro". Y así empezó La sueñera, mi primer libro de microrrelatos.

—¿Es un género que lo sigue constantemente o hay momentos especiales?

—Entre un libro y otro dejo pasar muchos porque si sigo escribiendo todo el tiempo forzosamente tiendo a la repetición y al autoplagio. Entonces necesito que pasen muchos años y cambiar algo en mí de algún modo para poder escribir textos diferentes de los anteriores.

(Franco Fafasuli)
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Editado por Emecé, La guerra contiene más de 130 microrrelatos divididos en cuatro capítulos. Historias, eso es lo que hay ahí, pequeñas historias que funcionan como ventanas hacia otros tiempos, hacia otros lugares, hacia otros mundos. De pronto, en esos cuentos brevísimos se lee: "Quien no sea capaz de engañar y por lo tanto sorprender, nunca logrará sobresalir en el arte de la guerra, de la escritura". O también: "Los dioses hacen luchar a los hombres por pura diversión, para entretenerse un rato". O también: "Imposible vencer a quien no existe". O también: "La historia de un pueblo es la historia de sus guerras".

—¿Es un elemento indisociable del ser humano la guerra?

—La historia del género humano es muy corta en relación con la historia del universo y hasta ahora sí, la guerra fue esencial y característica del género humano. Parece que fuera una parte indisoluble de la humanidad.

—¿Es usted optimista?

—Sí, a mí me cae bien la humanidad —dice y se echa a reír—. Sí, soy bastante optimista. Me parece que el problema más grave que tenemos hoy es el de destruir nuestro poco mundo, pero creo que la gente va a aprender a controlarse.

—Los movimientos feministas, de algún modo, dan un poco de optimismo, ¿no?

—¡Sí, claro! La revolución feminista que se está dando en este momento es interesantísima. Hay que ver hacia dónde va y a qué lleva. Tengo un texto ahí, en La guerra, que tiene que ver con la famosa obra de Aristófanes, Lisístrata… En ese momento Lisístrata propone una huelga sexual de las mujeres para terminar con la guerra. Y hoy las mujeres estamos precisamente en el otro extremo: lo que queremos es combatir a la par de los hombres, que no nos dejen en puestos relegados dentro del ejército sino que queremos ir al frente. Quizás en algún momento la revolución femenina logre descubrir algo intrínseco de lo femenino, y que no resulte despreciable además. No es imposible, podría ser que las mujeres que damos la vida logremos controlar las guerras.

—Sin embargo, hay una idea falsa: que las guerras ya no existen, que el mundo atraviesa un largo y definitivo período pacifista.

—Estamos en un mundo en guerra constante. Siempre hay guerras en distintas partes del mundo. Quizás no hay grandes guerras internacionales como fue la Segunda Guerra Mundial, pero guerras hay en África, en Asia, en todos lados. Me pareció que era un tema básicamente humano, que en cierto modo define a la humanidad. Por otra parte, hay razones literarias: yo estoy siempre buscando un tema que me permite construir todo un libro. Lo intenté con La sueñera pero no me alcanzó con el tema del sueño, la vigilia y el insomnio para todo un libro. Con Botánica del caos yo hubiera querido hacer un libro que fuera todo de ejemplares raros y tampoco me alcanzó. Finalmente lo encontré con Fenómenos de circo. Ahí sí. Y con La guerra me encontré con un tema tan variado, tan vasto, con tantos elementos diferentes, desde los antecedentes de la guerra hasta las consecuencias, las víctimas, los agresores, los guerreros, las armas. Era un tema que me permitía construir un libro entero.

—¿Y por qué llega ahora? ¿Qué motivaciones dentro de la actualidad encontró a la hora de ponerse a escribirlo?

—No hay un momento en que la guerra no sea un tema de actualidad. Está siempre presente. Podría haberlo escrito en cualquier otro momento. Además la literatura no tiene una relación con la actualidad tan intensa como la que tiene el periodismo. La literatura puede permitirse ver la actualidad de otra manera, no en forma tan directa. De pronto podés contar un relato que sucedió tres mil años en el pasado o tres mil años en el futuro, sin embargo uno siempre está hablando del mundo en que vive, pero de una manera mucho más sesgada.

(Franco Fafasuli)
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La poesía fue el género inaugural en Ana María Shua. En 1967 publicó el poemario El sol y yo. Tenía apenas 16 años. ¿Muy joven para publicar? "Yo me sentía casi vieja —dice entre risas—, porque había empezado con la poesía en la escuela primaria cuando era una nena. En esa época escribía poesía muy rigurosa con métrica y rima y demás. Y era la estrella de la escuela. En ese momento mi profesora de teatro me perdía un versito de tarea todas las semanas. Así nació ese libro. Pero claro, también me hizo conocer una infinidad de autores argentinos y latinoamericanos que estaban escribiendo en ese momento. Y me dio la entrada a la poesía del siglo XX, porque yo me manejaba con la poesía de principio de siglo, los poetas más sonoras de la lengua española, podía llegar hasta García Lorca o Nicolás Guillén. Esta profe, María Esther Fernández, me acercó la poesía más reciente, la poesía de verso libre. Fue todo un descubrimiento, interesantísimo para mí y me dio impulso para volver a escribir porque yo estaba un poco frenada. Tenía una especie de bloqueo literario —y vuelve a reír—, aunque es cómico decirlo que a los 14 años una puede estar bloqueada. Como venía escribiendo tanto desde los 10, estaba frenada y no sabía para dónde agarrar, entonces apareció el descubrimiento de un nuevo universo poético. Y ahí pude escribir El sol y yo.

Cuando terminó el secundario —estudió en el Nacional Buenos Aires—, optó por Letras. Antes, dos años de orientación vocacional, hasta que se decidió. "Pensaba que igual ya iba a estar interesada en las letras, igual iba a leer. Y entonces, ¿por qué no estudiar otra cosa? Casi me arrepiento de haber seguido Letras, porque precisamente podría haber estudiado otra cosa y me resultaría un terreno muy interesante de conocimientos para la literatura", confiesa ahora.

—¿Y qué le dio esta carrera?

—Casi nada, porque la universidad estaba destruida. Yo entré en el 69 y en el 66 había pasado por Onganía y por la Noche de los Bastones Largos. La carrera había sido diezmada. Creo que lo más interesante que quedaba era Ofelia Kovacci en Gramática. El aprendizaje en Lingüística me interesó mucho. En general las introductorias estaban bien y el resto de la carrera muy abajo. Así que creo que en esa época me dio más mi trabajo como redactora publicitaria que la carrera. Es que la carrera era ir a dar exámenes libres. Yo quería terminar para conformar a mis padres y ya está. La carrera no tenía ninguna influencia sobre mí ni sobre ninguno de los estudiantes. No era interesante. Pero en algún momento un grupo de estudiantes desencantados de la carrera buscamos otro tipo de aprendizaje y de maestro y conseguimos que nos diera cursos paralelos Noé Jitrik y eso fue una apertura mental muy valiosa. Todavía hoy, que es un señor de más de noventa años, lo escuchás hablar y te sigue abriendo puertas en la cabeza.

(Franco Fafasuli)
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En el medio, una estadía de dos años en París, textos escritos que se deshacen antes de ser publicados, trabajo publicitario y “peleas y reencuentros con la poesía”, hasta que llega un nuevo concurso, pero esta vez más serio: premio de novela de la editorial Losada. Lo gana. Ese mismo año, 1980, publica. Es su primera novela y se titula, nada más ni nada menos, Soy paciente. “A partir de ahí puedo empezar a publicar”, comenta. Le siguieron los cuentos de Los días de pesca de 1981, Los amores de Laurita, de 1984, que dos años después Antonio Ottone lleva al cine, y La sueñera de 1984. “Y en el 88 empecé a publicar literatura infantil, porque Canela, que estaba dirigiendo el departamento de literatura infantil de Sudamericana, que se iniciaba en ese momento, me lo vino a proponer. Como ella sabía que yo tenía hijas chicas, bueno, así empecé”, cuenta, y agrega: “Yo tenía ganas de dejar la publicidad y me pareció que la literatura infantil podía ser una buena fuente de ingresos económicos, y realmente fue así”.

—¿Qué encontró en esos lectores?

—Ninguna sorpresa porque a mí la buena literatura me gustó siempre, sea para grande o para chicos. Creo que la literatura es una y única y los escritores somos sus profetas. Además yo tenía hijas chicas a las que les leía todo el tiempo. De manera que no tuve más que tratar de imaginar lo mismo que uno imagina siempre que va a escribir un libro y es: qué libro le gustaría leer a uno. Uno trata de escribir el libro que le gustaría leer. No siempre se logra, en general no se logra. En ese sentido se dice que un escritor escribe para sí mismo.En realidad nadie escribe para sí mismo en el sentido de que todos queremos publicar, todos queremos tener lectores. El que escribe para sí mismo no publica. Pero por otro lado, uno escribe el libro que le gustaría leer. Cuando empecé a escribir para chicos pensé en eso. Lo que me gustaba cuando era chico y lo que me gustaba leer a mis hijas.

—Mencionó hace un rato el miedo al autoplagio. ¿Qué tan difícil es la autocrítica?

—La autocrítica tiene que nacer en el momento mismo que uno empieza a escribir. Cuando me piden un consejo para alguien que se quiere dedicar a la literatura, le digo: primero, que se busque un trabajo, porque de la literatura, incluso suponiendo que le vaya muy muy bien, no va a vivir por mucho tiempo; y segundo, que tenga autocrítica, que no se enamore de todo lo que escribe, eso es fundamental. Darse cuenta de que no todo lo que uno escribe es bueno, ni cuando empecé ni ahora, después de tantos años y tanto oficio. Lo que escribo está bien escrito, porque ese es mi talento natural, pero no todo lo que está bien escrito es bueno…

(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

De pronto, una vocecita se cuela en esta conversación. "Abu, abu" y aparece en el living del departamento una niña. Es su nieta, de apenas un año y poquitos meses. Entra con una enorme sonrisa a buscar a su abuela, pero enseguida atrás aparece su mamá, la hija de Ana María. "En un rato jugamos", le dice la autora y sonríe como sonríen las abuelas orgullosas, limpiándose las babas invisibles de la ternura. Con paso lento y aparatoso, la pequeña se va caminando, de la mano de su madre, saludando con la mirada. Nosotros continuamos.

—Hablemos de mercado editorial. ¿Hoy hay más posibilidades de publicar que antes?

—Sí, hoy hay más posibilidades de publicar. Las editoriales grandes publican más que antes, pero además hay un florecimiento extraordinario y maravilloso que no me canso de alabar de editoriales independientes. Hoy en la Argentina hay un gran semillero de autores jóvenes y el movimiento de editoriales independientes acompaña ese surgimiento de nuevos escritores.

—También hay muchos libros que, pese a venderse masivamente, no son necesariamente buenos.

—Bueno, si uno lo piensa en relación a cien años atrás, la gente que hoy lee autoayuda a lo mejor en aquella época sería analfabeta. Entonces, yo creo que hemos progresado muchísimo. Y por otra parte, la literatura es algo de élite, es un arte que no necesariamente le interesa a todo el mundo. Yo soy sorda musical, de manera que entiende perfectamente que a alguien no le guste la literatura y de ficción de particular. Y además la mayor parte de la gente no quiere sorpresas. Los buenos lectores sí, queremos que cada libro nos traiga algo diferente, algo que nunca había sido escrito de ese modo. Pero la mayoría no, más bien prefieren ir por caminos conocidos y les resulta agradable que las historias transiten caminos más o menos convencionales y trillados. Si no, no se podría explicar por ejemplo el auge de las series policiales en Netflix. ¿Cuántas variantes se lo puede encontrar a un tema policial? Yo creo que ya están todas las variantes exploradas y lo que se hace es repetir y repetir, y a la gente le gusta de todas maneras.

—¿Y se lee más que antes?

—Sí, para mí sí. Se lee de otra manera, se lee en internet. Si uno ve las revistas de hace cincuenta años… yo misma me he llevado sorpresas mirando revistas de la época que yo era jovencita, porque no me acordaba que eran nutridas, que tenían tantas páginas, que tenían tanto texto. Las revistas femeninas, Para tí y Vosotras por ejemplo, tenían en general cuatro cuentos de ficción y una novela por entregas. Puede ser que antes se leía más ficción. Es difícil darse cuenta porque la industria editorial ha crecido de una manera espectacular en el mundo. Para que te des una idea, en el año 84 yo publiqué Los amores de Laurita, era una de los cuatro libros que publicaba Sudamericana ese mes. Hoy una editorial grande publica, no sé, treinta, y quizás otros diez vienen del exterior. Es una locura infernal. Mucho de eso se convierte en papel picado pero hay otra parte que se vende y que la gente lo lea. Fijate en la escuela primaria, hoy la literatura infantil entró a la escuela. Cuando yo era chica se leía el libro de lectura

—Le he leído hablar de la lectura como una adicción, como una locura. ¿Se imagina una vida sin la lectura?

—Una vida más triste. En general tiendo a pasarla bien y creo que me las arreglaría de todas maneras, pero una vida sin lectura sería una vida mutilada. Qué se yo, escucharía la radio.

—¿Cambió su forma de leer y escribir a partir de internet?

—No. Te diría que en general no. Internet es una maravillosa fuente de información. Al principio dije: “en la oficina donde trabajo que no haya internet para no distraerme”. Y después dije: “¡no, necesito internet!” Es una fuente de información extraordinaria. Amo internet y todas las mañanas me levanto y digo: “gracias Señor, que me hiciste nacer en la era de internet” —y suelta una risotada—. Yo me acuerdo perfectamente lo que era ir a las bibliotecas a buscar información, era una pesadilla. Uno nunca encontraba lo que buscaba y había que estar desempolvando enciclopedias. ¡Y Wikipedia! La gente dice: “No, en Wikipedia no se puede confiar”. Bueno, como cualquier fuente. Hay comparar y contrastar.

 

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