Parte de la familia de Pablo Reyero vivió en la zona de Salinas Grandes. De chico, en las fiestas, cuando las mesas familiares eran enormes, escuchaba historias. Esa curiosidad siempre estuvo en él hasta que un día emprendió el viaje hacia allí, el lugar de los hechos, donde empezó todo. Su objetivo era filmar una película: Paso San Ignacio. Fueron días, meses, años. Entrevistó gente, se conectó con la paz del lugar y la inmensidad del paisaje.
Licenciado en Comunicación por la UBA, director, guionista y productor de largometrajes, Reyero se especializa en el género documental pero también ha dirigido series y unitarios de televisión. Esta película, evidentemente, es una experiencia diferente. Ahora está en cartelera. Se puede ver en el CIne Gaumont hasta el 11 septiembre: todos los días a las 13:30 horas.
En esta breve pero rica conversación con Infobae Cultura, Reyero habló del emblemático cacique Juan Calfucurá y de todo el linaje Curá, de la actualidad de los pueblos originarios, de la importancia de que el arte busque las verdades ocultas y de sus motivaciones personales que lo llevaron a filmar Paso San Ignacio.
-¿Cómo surgió la idea de hacer esta película?
-La idea surgió a partir de la familia de mi mamá, que es de La Pampa, viejos vecinos de La Pampa. Ellos vivían en la zona de Salinas Grandes, muy cerca donde Calfucurá tuvo su toldo principal. Mi tatarabuelo era carretero, iba al desierto a buscar sal e intercambiar mercaderías. Mi bisabuelo fundó un pueblo en la entrada de Salinas Grandes de La Pampa que se llama Macachín. En mi familia hubo cautivas, cruza de sangre. Las historias de los salineros me llegaban de chiquito en fiestas familiares y siempre me quedó la incógnita de cómo estarían hoy los descendientes de Calfucurá, que fue el principal líder político, guerrero y espiritual de la Nación mapuche al este de la cordillera de Los Andes, el único que tuvo la visión de armar una confederación de tribus para oponerse a la conquista del desierto.
-¿Cómo fue el proceso de rodaje?
-La investigación empezó en 2013, me llevó tres años. Viajaba tres o cuatro veces por año para investigar y estar con las personas del lugar, conocer la zona del Paso San Ignacio y sus habitantes. Después la filmación fueron cinco semanas en tres viajes con un equipo hiperreducido y viviendo sin luz, sin gas, sin agua, sin señal de celular, a noventa kilómetros del pueblo más cercano y en carpa. Fue un rodaje duro en ese sentido, el lugar es pura piedra, son cañadones de piedra bastante inaccesibles, movilizarse de un lugar a otro lleva mucho tiempo. Entre un protagonista y otro quizás hay veinte o treinta kilómetros por camino de ripio, había que llevar bidones de veinte litros porque no hay agua potable, que es uno de los principales problemas que tiene la comunidad. Trabajamos con luz natural, sí teníamos un generador pequeño a nafta para recargar las baterías de cámara y descargar el material que se filmaba, pero eso era todo.
-¿Con qué cosas te encontraste allí y te sorprendieron?
-Me encontré con un pueblo campesino, con gente de campo de muchas generaciones, y a su vez muy criollos, muy similares a los gauchos argentinos. Me sorprendió mucho cómo algunos elementos de una cultura milenaria persisten en la actualidad, como es el caso de la piedra sagrada que tienen, el nehuén, que esta comunidad Namuncurá es la única que la tiene. Es una piedra volcánica que tiene como mínimo 200 años y a la cual adoran y le asignan poderes sobrenaturales como haberlos salvado del exterminio del banco durante la conquista del desierto. Todas las decisiones importantes la toman a partir de esta piedra. Además, tienen distintas creencias, por ejemplo que todos somos una entidad doble, cuerpo y espíritu, dos cosas que conviven en una sola persona. Mientras el cuerpo duerme, el espíritu sale a buscar por otros mundos y después le trae a ese cuerpo otros conocimientos para que sea más sabio. Una entidad doble: una idea muy borgeana, en algún sentido. Los ancestros muertos también transmiten sabiduría. Y otra cosa es la memoria oral a través de los cantos sagrados de las mujeres, que solo cantan las mujeres ancianas.
-¿Por qué creés que es importante repensar la figura del cacique Calfucurá?
-Es importante por varios puntos. Por un lado, por la situación actual, donde hay una disputa por tierras de mucha riqueza natural que eran antiguamente lugares donde habitaron desde hace miles de años los mapuches y otros pueblos originarios. Por otro lado, Calfucurá fue el principal líder mapuche al este de la cordillera y es importante rescatar su figura porque además todo el linaje Curá estuvo muy vinculado con quienes pelearon por la independencia, no sólo argentina, sino también chilena. Traen en sí una relación con el hombre blanco fuerte, digamos, que se daba no sólo por el intercambio de mercaderías, también por tráfico de ganado que eran acuerdos entre militares, estancieros y caciques. Al controlar las Salinas Grandes, la sal la necesitaban para las curtiembres, también para mantener la carne y el tasajo que se usaba para alimentar a los esclavos del Perú. Del mismo modo, con esa sal se construyó la Iglesia de Luján, la Catedral Metropolitana de Buenos Aires. El valor que tenía la sal… era como el oro. Entonces, retomando, dada la situación conflictiva que hay en la actualidad respecto al reclamo de tierras y al reconocimiento de derechos de vivir con dignidad en tierra fértil y no en lugares aislados y encerrados, repensar a Calfucurá es también repensar la relación entre los pueblos originarios y el hombre blanco, la civilización occidental que llegó después. Y ver cómo esa relación puede enriquecernos.
-La última, ¿qué creés que tiene el cine (o el arte en general) que lo vuelve una herramienta fundamental para contar estas historias y darle voz a estos pueblos?
-Creo que lo que tiende fundamental es que, cuando uno hace una obra de arte, lo que busca es acceder a una verdad. De algún modo se da cuenta de algo que está invisibilizado. Sacar a la luz fuerzas y formas ocultas. A la manera de un escultor que va esculpiendo la piedra y va dejando libre y limpiando ese bloque: en realidad hace visible la figura que está ya dentro de ese bloque. En ese sentido es dar cuenta de una verdad oculta. En esa pretensión es donde me parece que el arte cumple una función, así como también la cumple en la necesidad del hombre de contar y de escuchar historias. Eso es algo que acompaña a la humanidad desde la época de las cavernas. La representación y los mitos. Esos son los elementos que están por debajo de la expresión artística, una necesidad de la naturaleza humana.
* Paso San Ignacio, de Pablo Reyero
Todos los días a las 13:30 horas
Hasta el 11 de septiembre
Cine Gaumont – Av. Rivadavia 1635 – CABA
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