Pocas veces la vida misma da la posibilidad de facilitar los medios que dan lugar a la ficción. No la imaginación: la realidad transformada en un hecho literario, no periodístico, sino mediado por las artes de la literatura misma. Por eso la publicación de Malena, una tragedia argentina, de Edgardo Holzman configura un acontecimiento en sí mismo. El autor, además de haber sido uno de los miembros de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el Chile de Pinochet en el año 1974, fue intérprete del dictador Roberto Viola en 1981, cuando gobernaba Ronald Reagan. Su novela se centra en 1979, cuando la CIDH visitó al país para analizar las denuncias de las violaciones de los derechos humanos de entonces.
Holzman acompañó a Viola cada instante de su viaje a los Estados Unidos, fue sus oídos y su voz en tanto intérprete no sólo frente a los diputados norteamericanos, sino también frente a personajes que ya pertenecen a la historia, como Henry Kissinger, que sin ser funcionario de gobierno seguía ostentando su poder de lobby. Criado en el lejano oriente, la lengua se convirtió en el campo de acción de Holzman que, marcado por las experiencias con los detenidos chilenos en 1974 y por su vínculo con el dictador Viola en 1981, las volvió ficción y las ubicó en Buenos Aires en 1979, cuando la CIDH acudió al país ante las denuncias de desapariciones y violaciones a los derechos humanos. Sobre estos temas conversó el escritor con Infobae Cultura.
–Holzman, usted escribió Malena, una tragedia argentina, pero no proviene de la literatura como tal, ¿no? ¿Qué lo decidió a escribir esta novela?
–Quizás sería conveniente que te cuente algunas cosas de mi biografía particular. Nací en 1947, tengo 71 años. Mi padre fue periodista y después diplomático argentino. Cuando yo era chico viví en el sudoeste asiático, pasé diez años en Tailandia, en Taiwán, en Filipinas, siempre iba a escuela de habla inglesa. Terminé el secundario en Taiwán, en una escuela que era básicamente para militares americanos. En esa época Estados Unidos todavía no había reconocido a China continental. Luego volvimos a la Argentina y me recibí de abogado. Fui a Estados Unidos a hacer un master. En 1974 formé parte de un equipo de abogados e inspectores para investigar las denuncias de violaciones de derechos humanos a un año del gobierno de Pinochet. Fue una experiencia no sólo traumática, sino formativa para mí, yo tenía 27 años, que me hizo ver los abismos que median entre los relatos del gobierno y nosotros, que íbamos a los lugares de detención, entrevistábamos a los presos. Esa fue la primera experiencia. Después volví a los Estados Unidos, me casé, tuve hijos. Pero en 1981 fui intérprete de Roberto Viola, el sucesor de Videla en la dictadura argentina. Viola había sido invitado por Reagan, que acababa de asumir la presidencia en el 81, y lo invitó a Viola en viaje oficial a Washington, Nueva York porque, básicamente Reagan quería revertir la política de derechos humanos que había instalado Jimmy Carter, que quería distanciarse de las dictaduras centroamericanas que venían gobernando América Latina hace muchos años, muchas apoyadas por Reagan y por Ford, pero Carter duró 4 años y se dio vuelta todo eso. Y pensé que había tenido una oportunidad única por haber estado en la cuestión de los derechos humanos de ambos lados porque primero había ido con los inspectores a Chile y luego había sido intérprete de Roberto Viola.
–Pero no serían dos lugares de los derechos humanos.
–No, claro, sino polos opuestos. Entonces me pregunté qué tenía que escribir. Y escribí en inglés una novela llamada Malena, un thriller literario, y no una cosa más testimonial. Para mí una novela envuelve más al lector. Hay informes de derechos humanos por todas partes pero el público no los lee. Y yo quería que haya una novela que el gran público leyera.
–Hay una trama no explicitada de esa experiencia tan vívida y hay un clima de época.
–La parte de Pinochet fue una experiencia propia mía y para la novela tuve que cambiar la cronología de los sucesos y personajes inspirados en personajes reales. La novela tiene lugar en 1979 que es cuando la Comisión de Derechos Humanos viene a la Argentina. Ese fue mi razonamiento para hacer una novela en la que la gente se interesaría más, con una ambientación auténtica.
–Es curioso que una novela escrita por un argentino en inglés haya sido traducido al español. ¿Le satisfizo la versión?
–Sí, sí. Yo fui traductor muchos años y con Andrés Ehrenhaus que es profesor de traducción literaria en Barcelona y nos llevamos muy bien y trabajamos en la traducción apenas dos días después de conocernos. La gente dice que no se da cuenta de que no es una traducción, lo que es un halago al traductor.
–Usted fue traductor de Viola, en la trastienda diplomática, en un lugar técnico de una dictadura que había desaparecido a miles de personas.
–Hay dos protagonistas, uno americano y uno argentino y el americano es un intérprete. Un poco me fascinaba la idea del intérprete como parte de una técnica literaria y cinemática como la de la mosca en la pared. Es decir, alguien que escucha, que está al tanto de la trama, pero tiene que mantenerse al margen y en el silencio. Por otras razones, el argentino también, porque es militar. El intérprete tiene un juramento de silencio, no puede decir lo que escucha lo que sabe, y eso presentaba un potencial dramático en términos de un conflicto personal, un dilema moral, y por eso usé el personaje del intérprete.
–Pasado el tiempo, ese pacto de silencio del intérprete, ¿se puede romper?
–A estas alturas no habría mayor inconveniente. Cuando Viola viajó a Estados Unidos, Reagan lo había invitado porque el congreso americano, debido a todas las atrocidades que se cometían en América Central, había prohibido la ayuda militar de Estados Unidos a esas dictaduras centroamericanas. Entonces Reagan estaba buscando la forma de poder reanudar esa ayuda a los contra, etcétera, y la idea era que las fuerzas armadas argentinas con su experiencia en combatir la subversión podían llenar ese vacío ya que el congreso, que estaba controlado por los demócratas en aquel momento, tenía prohibida esa ayuda. Eso después siguió con el escándalo de Irán-Contras y todo eso. El otro tema es que yo acompañé a Viola con Kissinger en el Waldorf Astoria en Nueva York. Eso lo traslado a la embajada argentina en Washington en el libro. Kissinger ya no era funcionario del gobierno, era un particular, seguía siendo un ciudadano de gran figura. El otro gran tema fue que un grupo de senadores y diputados del congreso se reunieron con Viola y era que querían pedirle que el gobierno argentino rindiera cuentas de la gente que estaba desapareciendo y qué podía hacer el gobierno para decirles a los familiares que por lo menos había muerto, y Viola lo evitaba, decía que había pasado a la clandestinidad o se había ido al exterior o había sido asesinada por otros grupos subversivos, que era lo que el gobierno decía en aquel momento.
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