La calle Arroyo es un relámpago. Si seguimos su sentido, nace en la calle Libertad, atraviesa la 9 de Julio y desaparece en Esmeralda. Son cuatro cuadras de pura intensidad. Unos metros antes de esfumarse por completo acaricia las vidrieras de la Galería Palatina. Allí, en Arroyo 821, se realizará esta tarde la presentación de una nueva muestra colectiva de arte. Se titula iApóstoles /iy exhibe obras de Viviana Blanco, Delfina Bourse y Ignacio de Lucca. El día anterior —un día de sol y frío: las virtudes del invierno—, mientras se colocan las obras en las paredes y de a poco esa enorme sala divida en tres espacios completa su significado final, los artistas conversan con Infobae Cultura.
Se conocen desde hace tantos años que ya ni se acuerdan. En 2014 montaron una muestra entre los tres y ahora repiten esa experiencia pero con nuevos trabajos. Para pensar mejor la apuesta, decidieron hacer un pozo en la rutina e irse de viaje juntos. En julio de este año partieron a Apósteles, Misiones, ciudad natal de De Lucca y se instalaron durante cinco días en su casa taller. "Un viaje de trabajo", dice Delfina Bourse. Claro, no fueron de corbata, tacos y portafolios. Metieron sus materiales de trabajo en tres valijas y salieron a buscar algo que quizás jamás encontrarían. Pero lo encontraron. Y lo exponen hasta el 28 de septiembre.
—Ignacio de Lucca: La idea fue ir a buscar la inspiración en ese espacio, conectarnos con el paisaje, tener una experiencia vivencial y directa con ese lugar. Cada uno fue encontrando algún hilo de narración en relación también con su obra, porque por ejemplo esa obra de Delfi que es anterior al viaje —señala el cuadro que se impone en la entrada—, yo la veo muy selvática, con urdimbres y capas que se dan en el monte.
—Delfina Bourse: El viaje fue como una manera de buscar una inspiración que ya estaba de distintas maneras en los tres.
—Viviana Blanco: La idea fue trabajar juntos en ese espacio y ver en el cotidiano del trabajo qué cosas surgían, además de la que cada uno traía. El paisaje misionero se terminó imponiendo con sus colores… bueno, en mi caso no porque yo trabajo en blanco y negro pero sí su fauna, y mucho mono —y ríe.
—I.D.L.: Tiene que ver con el recorrido que hicimos por el monte. Nos encontramos con cinco monos. Y están ahí retratados —y señala una obra de Viviana Blanco.
—D.B.: Cierra, además, algo que ya cada uno venía estudiando de distintas maneras, pero además suma una búsqueda. Yo llegué del viaje y me puse inmediatamente a trabajar cosas que pasaron ahí. Aunque también ya existían cosas en nuestras obras que se relacionaban con ese paisaje.
—I.D.L.: Buscar el hilo de nuestras obras, pero también hacer un poco de terapia de grupo y catarsis.
—V.B.: Una residencia. ¿Viste las residencias de artistas?
—D.B.: La pasamos muy bien igual, eh —asegura y los tres se echan a reír con picardía.
De pronto Ignacio de Lucca levanta un dedo y lo coloca bajo la palma de su mano izquierda como quien pide un minuto. Un muchacho de barba, sobre una silla, coloca uno de los cuadros y quiere saber la altura exacta. Él se acerca a la obra y se fija que sus ojos den directo al punto justo. Con su dedo hace el recorrido de la mirada del espectador chocándose contra el cuadro. "Ahí está bien, ¿no?", le pregunta a sus compañeras, que asienten con determinación. El muchacho de barba continúa colgando los demás cuadros que completan esa pequeña serie dentro de la muestra. Nosotros volvemos a meternos bajo el toldo de la conversación.
—¿Qué les permite exponer de forma colectiva?
—D.B.: La muestra colectiva permite ciertos lugares de exploración y no tener que definir tanto lo propio.
—I.D.L.: Tiene que ver con algo más experimental.
—D.B.: Y uno está tranquilo de que de alguna manera el lenguaje del otro completa.
—I.D.L.: Hubo mucho devolución de los tres. Mucho feedback.
—¿Y esto es difícil para un artista?
—D.B.: ¡Absolutamente!
—I.D.L.: Lo que sucede es que el taller es muy solitario. Y de alguna manera fue como una especie clínica de obra sin un maestro que guíe. Y elegimos las obras. Y cada uno opinó. Y se plantaron las tres patas de cada uno de entrada. Los pilares —entonces señala: la pintura de Bourse en la pared de la izquierda ni bien se entra a la galería; una serie suya a la derecha; y más allá, a la derecha, dos obras de Blanco.
—D.B.: Eso sostuvo la distribución de las obras que después fluyeron, aunque siempre con un poco de neurosis.
—V.B.: Porque después de la creación de las obras llega el proceso de pensarlas dentro de la galería. Y es como volver a cero. Te preguntás: ¿Y ahora? Te vuelve toda la incertidumbre. Ayer fue duro, pero hoy ya estamos más relajados.
—Claro, porque no hay una sala para cada artistas sino que las obras se mezclan.
—I.D.L.: Jugamos un poco con ese contraste de opuestos. Fijate esa obra tan intensa de Vivi, le siguen dos obras más silenciosas de Delfi.
—V.B.: Y estas obras, además, están inscriptas en una tradición, la de trabajar la bidimensión, en la idea tradicional de la ventana donde el cuadro es la posibilidad de irse hacia otro espacio. A diferencia de esas propuestas que mezclan otros materiales o elementos de instalación, nosotros nos mantenemos en un registro fiel a una tradición.
—D.B.: Pero siempre con la búsqueda incesante del contemporáneo.
—V.B.: Claro. Y no deja de ser contemporáneo porque está inscripto en una tradición.
—Más allá de lo contemporáneo, sus trabajos tienen un tronco común, guardan ciertas similitudes…
—I.D.L.: Creo que el que tiene cierta sensibilidad ve diálogos, desde lo formal hasta lo temático. Esa cosa de textura que usa Vivi, la representación de la naturaleza, eso está muy presente en mi obra pero con un modo totalmente distinto. Porque básicamente son materiales distintos.
—D.B.: Hay mucho contrapunto.
—I.D.L.: Y el registro de Delfi es mucho más abstracto, quizás el más abstracto de los tres.
—V.B.: Hay algo que nos une y es el trabajo con el paisaje como fuente de inspiración, de investigación, que después se va transformando y depurando en la forma que cada uno logra. Pero hay algo que podría coser las obras.
—D.B.: Sí, sí, un tránsito por el paisaje.
—¿Cambió el espectador a lo largo de los años?
—V.B.: Acá voy a hablar individualmente: el espectador es una especie de cuestión extraña. En realidad uno no está pensando quién va a ver la obra, sino que está pensando en la obra en sí, y ya eso es un montón y no hay más espacio para nada —se ríen todos, cómplices—. Después lo que pase con el espectador es otro tema…
—D.B.: Uno se encuentra con el espectador acá, en la muestra, ¿no?
—Te quedaste pensativa… —le dice De Lucca a Viviana Blanco.
—V.B.: Me quedé pensando en la pregunta. A veces uno puede pensar en un espectador ideal, que no es necesariamente el que diga "qué lindo". Y siempre, para mí, está bueno la sorpresa de algún comentario de un espectador. La posibilidad de que el espectador se vea reflejado y proyecte su historia, sus paisajes, sus recuerdos o lo que fuera me parece algo re interesante de este trabajo. Si yo hubiese pensado en el espectador estaría como más…
—D.B.: Condicionada.
—V.B.: Sí, y no me sorprendería lo que el espectador trae. Entonces me parece que esa posibilidad de que el espectador te diga algo que vos no te imaginabas es lo mejor que te puede pasar. Porque vos decís "lo que yo quería hacer acá es…" y el otro te devuelve otra cosa. En ese corrimiento que uno tiene que hacer para entender es donde está la riqueza de la comunicación y de alguna manera el fin último de por qué uno hace estas cosas.
—D.B.: Es un diálogo con el espectador. Y eso es alucinante.
* Apóstoles
Viviana Blanco, Delfina Bourse, Ignacio de Lucca
De lunes a viernes de 10:30 a 19 horas
Inauguración: 4 de septiembre a las 19 horas
Hasta el 28 de septiembre de 2019
Galería Palatina – Arroyo 821 -CABA
Entrada libre y gratuita
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