En El hombre del toque mágico, una deliciosa novela de Stephen Vizinczey, un extraterrestre arriba a la Tierra. Se trata, en realidad, de un adolescente tan alienígena como irresponsable, que ha estrellado la nave de su padre en el fondo del mar y, mientras espera encontrar alguna manera de repararla se dedica a despreciar a los violentos y primitivos habitantes del planeta. Hasta que escucha, por casualidad, una de las Suites para cello de Johann Sebastian Bach. Eso solo basta para cambiar su opinión sobre la especie humana.
Tal vez por la misma razón, algo de esa música figura en el Grandes Hits que el ser humano envió al espacio, en forma de disco dorado, para decirle a quien ande por ahí de qué se trata lo que hay en la Tierra. Es posible, en todo caso, que no haya contradicción mayor que la que portan consigo esas "suites para violoncello solo sin bajo". Por un lado seis conjuntos de danzas estilizadas, precedidas por preludios y escritas para un instrumento grave. En su época, seguramente un entretenimiento solitario. Para la historia, y sobre todo a partir de las legendarias grabaciones de Pau Casals en 1936 y de Paul Tortellier en 1963, un monumento de música pura. El canto más perfecto a lo sonoro concebido como absoluto. La obra capaz de salvar de la condena a toda una especie.
De unas danzas a otras y de Bach a un "hassapiko" griego, junto con el solista de lira Sokratis Sinopoulos y su grupo
Desde Casals en adelante, cada época ha tenido sus grandes intérpretes de estas suites. Algunos más preocupados por la perfección técnica, otros por la comunicatividad, Janos Starker, Heinrich Schiff, Pierre Fournier, Steven Isserlis, Anner Bylsma o Jaap Ter Linden (ambos en violoncello barroco y con cuerdas de tripa) y Yo-Yo Ma en tres ocasiones –la última de ellas en 2018 y con el título genérico de Six Evolutions– han abonado el mito. La versión del presente, no obstante, es sin duda la que el francés -nacido en Canadá- Jean-Guihen Queyras registró en 2007 para el sello francés Harmonia Mundi. Aunque allí estuvo lejos de agotarse su inmersión en estas obras. Siempre vuelve a ellas en sus conciertos. Y, además, hace dos años, participó por primera vez, tocándolas en vivo, de un espectáculo de la notable coreógrafa belga Anne Teresa de Keersmaeker y su grupo Rosas. "Ser parte de ese espectáculo, tocar esas obras junto con bailarines, transformó mi visión de las suites de Bach" aseguraba a la la publicación Bozar. "La danza está en el origen de estas piezas, le dan su estructura y su motor, y volver con ellas a la danza fue una experiencia sumamente enriquecedora", completaba.
Bach, Queyras y la danza. Junto con la compañía Rosas de la coreógrafa Anne Teresa de Keersmaeker
Queyras, el hombre del toque mágico, se mueve con comodidad del cello moderno a los instrumentos antiguos y las cuerdas de tripa, de la música contemporánea al repertorio romántico –sus versiones de conciertos como los de Elgar o Dvorak son referencias obligadas– y del repertorio solista a la música de cámara –los registros junto con la violinista Isabelle Faust y el pianista Alexander Melnikov son joyas de rara belleza– o al folklore de Tracia improvisando junto con el solista de lira Sokratis Sinopoulos. Y los lunes 26 de agosto y 2 de septiembre tocará en el Colón dos programas diferentes armados alrededor de las seis Suites de Bach.
En el primero de los dos conciertos programados por el Mozarteum Argentino interpretará las Suites 1, 2 y 3 y la monumental Sonata para cello solo que Zoltan Kodaly escribió en 1915, en medio de la Gran Guerra, y que Jenő Kerpely pudo estrenar recién en 1918, en Budapest. En el segundo tocará las tres suites restantes, intercalando, entre la quinta y la sexta, las Trois strophes sur le nome de Sacher escritas por Henri Dutilleux en 1976.
Jean-Guihen Queyras, durante el último movimiento del Concierto en Do de Franz-Joseph Haydn
"Descubrí los instrumentos barrocos y las cuerdas de tripa bastante tardíamente, cuando toqué con la Orquesta Barroca de Friburgo", contaba Queyras en una entrevista publicada por Arts-Scénes. "Ahora elijo según mis necesidades. Creo que Bach suena tan bien con unos instrumentos como con otros. Y la sexta suite, escrita para un violoncello piccolo de cinco cuerdas, elijo, por ejemplo, tocarla en un cello 'moderno' de cuatro cuerdas. Los conciertos de Haydn, en cambio, con las cuerdas de tripa tienen un color especial que es imposible de lograr con las cuerdas actuales".
El cellista, que ya estuvo en Buenos Aires hace más de veinte años, junto con el Ensemble Intercontemporain dirigido por Pierre Boulez (fue la época en que grabó con ellos la deslumbrante versión del Concierto de György Ligeti), reconoce entre sus marcas, además de la de Boulez –"él me enseñó una manera de abordar la música"– las grabaciones que escuchaba de chico –"Kuijken, Harnoncourt"– y, sobre todo, su infancia en Argelia, donde trabajaba el segundo marido de su madre. "Nuestras elecciones musicales siempre responden a cruzas y cruces, muchas veces imprevisibles. Otras inevitables. Para muchos, el rock o el jazz ocupan un lugar central. Para mí ese es el lugar del Mediterráneo. Allí es donde están mis fuentes", dijo.
*Lunes 26 de agosto y 2 de septiembre, Jean-Guihen Queyras tocará en el Colón dos programas diferentes armados alrededor de las seis Suites de Bach.
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