"Degenerado" y el peor de los crímenes: una novela que espía la intimidad de la mente de un acusado de pedofilia

Su autora, la argentina radicada en Francia Ariana Harwicz, estuvo recientemente en Buenos Aires y habló con Infobae Cultura sobre esta ficción tan perturbadora como brutal y atractiva. "A veces me da pudor lo que escribo", dijo

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(lidlalo)
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Vive en Francia hace más de doce años y aunque la lectura y la formación tuvieron lugar en Argentina, fue recién al otro lado del océano donde nació la escritora. Ariana Harwicz (1977) es autora de novelas profundamente originales e inquietantes como La débil mental, Matate amor y Precoz (todas publicada por Mardulce, historias duras de una perversión feroz que se caracterizan, además, por haber llegado al teatro en diversas versiones y por habitar una lengua que, al tiempo que cuenta, se lee como poema narrativo. La literatura de Harwicz está siendo reconocida con traducciones en diversas lenguas, y su nombre aparece con regularidad en las listas de grandes premios europeos, con lo que en poco tiempo su obra, esa gran sorpresa, se viene consolidando de manera firme y a puro talento.

Semanas atrás, Ariana Harwicz estuvo en Buenos Aires, adonde llegó para presentar su última novela, Degenerado (Anagrama), una ficción cuyo protagonista es un hombre, un perverso, acusado de violar y matar a una niña. La novela reproduce el discurso de esa mente aberrante y afiebrada durante el juicio y también refleja todo lo que hay alrededor de ese sujeto y ese momento: una sociedad cargada de Historia, historias de vida y su carga de prejuicios y recelos. Lo que sigue es la reproducción de la conversación que tuvo lugar en los estudios de Radio Nacional, durante la visita de Harwicz al programa Vidas Prestadas.

— Tus mundos de ficción son siempre muy inquietantes. Acabás de publicar Degenerado y antes publicaste tres ficciones en las que la perversión está presente, igual que la cuestión de la maternidad: Matate amor, Precoz y La débil mental. En Degenerado por primera vez hay a un protagonista masculino. En este caso, un hombre acusado de haber secuestrado, violado y asesinado a una nena. Muy fuerte.
— Light no es.

— No.
— Lo digo porque en Babelia, en España, donde salió al mismo tiempo que acá en la Argentina, lo recomendaron para lectura veraniega. Y yo digo "bueno, libro playero no es".

— ¿Cómo se mete un autor, una autora en este caso, en la cabeza de un perverso como el protagonista de Degenerado?
— A ver. Cuando escribo no hago algo programático, no es que digo voy a transgredir, voy a luchar contra la moral de una época. Eso no está en el a priori. Pero sí me impuse como consigna no escribir otra vez con una mujer, un personaje femenino como protagonista. En las novelas anteriores traté de ahondar lo más posible en la complejidad, en la profundidad, en todos los vaivenes sentimentales. Y acá digo "bueno, ya volveré a las mujeres", pero me interesaba mucho meterme en la mente de lo más opuesto a mí posible, la otredad más lejana que es un hombre y con ese grado de criminalidad, de perversión, de transgresión de la ley, el reo, el chivo expiatorio de un pueblo, de una sociedad. Me interesó dar ese salto, ese cambio, ese gesto de decir "voy por el camino de ripio", ¿viste el caminito más difícil? Yo vivo en zona de bosques, de campo, de viñedos, y siempre te dicen por ahí los lugareños, los de la aldea: "por ahí no vayas, andá por ahí porque ahí hay inundación". Bueno, quise ir por el lugar más difícil. Me pareció que era interesante.

— ¿Tal vez pensaste que estabas demasiado cómoda en lo que venías haciendo? ¿Te interesaba pensar en otra clase de desafío?
— Cómoda, te juro que no, desde la honestidad te lo digo, cómoda no. Precoz es la más incómoda, la más marginal, digo yo. El hijo más marginal, más rebelde, más punk de las tres. Es como la más oscura, lúgubre. Porque además, desde el punto de vista formal, es como un poema largo, madre e hijo recontra marginales. No tienen ni papeles, están ahí, de hecho van en cana. Cómoda no estaba para nada. Pero sí sentí cómo que al personaje femenino lo entiendo, entiendo lo que le pasa, las locuras. A los hombres, no, y menos en esta época como de guerra fría entre géneros. Que está en el aire, también en Francia, menos que acá pero está esa tensión que se siente en el aire. Tensión entre, bueno, el lenguaje inclusivo, los que no lo utilizan, por qué no lo usan, a veces te corrigen, chicos-chiques, está en la lengua y si está en la lengua, está en todo. Y me interesaba meterme en el barro. No en la guerra de géneros pero sí en la guerra sexual. Un hombre, un crimen sexual, un pedófilo es…

— El peor de los crímenes.
— El peor. Y el enemigo Nº 1, wanted, buscado, ¿viste en el imaginario de las películas americanas el buscado del pueblo?

— Cuando uno lee, curiosamente hay momentos en los cuales aunque se trata del crimen más aberrante y del criminal más atroz, sin embargo hay algo en el linchamiento general que hace que por momentos, con todo lo que esto incomoda, el lector casi se ponga del lado del protagonista.
— Es la intención. En realidad habría que decir: vamos a hablar de la literatura. Es muy importante, yo no trabajo en cárceles, no soy criminóloga.

— No sos una experta en eso.
— No, y además eso es la realidad, la vida. Esto es literatura, es mentira, es un constructo, es todo ficción, ciencia ficción. Sí, la idea era desplegar una verdad, que es lo que hace el teatro, por eso son tan afines, ¿no? Tan cercanos al teatro. Desplegar una verdad y tratar de entender esa verdad, que no es la verdad de la vida.

— De hecho en un momento en la propia novela se dice: "Escribir no prueba nada del hombre que escribe", en este caso escribir no prueba nada de la mujer que escribe.
— No. Y además es un monólogo y es un juicio, o sea una puesta en escena. Nada más teatral que un juicio, cualquiera que haya estado en un juicio sabe, el banquillo de los acusados… todo depende de la parla, del palabrerío, y la palabra miente, la palabra derrapa, la palabra desplaza. Hablar es ya una puesta en escena: mirá lo que estoy haciendo ahora, palabras, ruidos, ruidos. Entonces, es como una obra de teatro del bla, bla, bla. En un momento él dice: "Dejo de hablar, dejo el palabroteo, bla, bla, bla", como si fuera por momentos ruido, música, notas. Y encima tiene una lengua rara.

— Tenés un hijo chiquito y escribiste un texto como éste en un momento particular de la vida de una mujer como es el embarazo o el puerperio. ¿Cómo hacés para compatibilizar tu vida personal atravesando un momento tan delicado con la escritura de una novela tan brutal?
— Cómo haría para no hacerlo, sería la pregunta. No, en serio, con toda la honestidad, ¿cómo haría para tener un hijo, dos, tres o cuatro, o estar embarazada o haber estado embarazada hace poco, haber parido en mi caso y no hacer esto? Ahí creo que me enloquecería. Me sirve el contraste, me sirve mucho ese estado de contraste entre un cuerpo sensible o una maternidad y meterme, como te decía, en la boca del lobo, meterme a pensar Chernobyl…

— Te resulta productivo, decís.
— Me gusta esa fricción entre la vida y la literatura. Todo el tiempo esa fricción que dialoga desde los opuestos. Así que la vida va por un camino para mí pero la obra tiene otros andares, otros recorridos, otras lógicas, y para mi equilibrio mental, justamente para no enloquecer, necesito meterme en estos mundos aunque la vida vaya por otro lado. Y es verdad que esta novela se llama Degenerado pero se podría haber llamado Solo contra todos, como la película de Gaspar Noé, o La guerra de un solo hombre como el libro de Edgardo Cozarinsky, y tiene mucho que ver con eso, o pensaba en Naked, la película de Mike Leigh, que es el monólogo de un tipo marginal, filósofo, que detesta la sociedad, y bueno, que se creen reyes.

— Es un rechazado total por la sociedad, además, porque una de las cosas que también aparece por momentos para el lector es la sospecha. ¿Es realmente el responsable de lo que se lo está acusando? Él representa lo peor, pero también representa el chivo expiatorio de una sociedad.
— Sí, claro. No me interesa para nada cuando escribo esta división tan taxativa, esta frontera tan delimitada con garitas y aduanas entre el que ejerce el mal, comete el crimen y el que no lo hace, los que estamos del lado de no haber estado prisioneros, no haber ido a la cárcel, no haber violado, no haber matado, no haber robado. Esa división taxativa para el arte no es productiva, para la vida, sí. Pero para el arte lo que es interesante son las zonas intersticias, intermedias. No cometí el crimen pero estuve a un minuto de cometerlo. Lo cometí pero estuve a un minuto de no cometerlo. Las zonas grises son las productivas de la dramaturgia. Y en este "degenerado" me interesaba, y lo vi mucho en casos reales, el tipo que comete el crimen pero que un minuto antes estaba lavando el auto o poniendo nafta al auto o cortándose el pelo, o con la nena, bueno, ese minuto antes era un ciudadano normal, un buen padre. Hitler, estoy exagerando, Hitler era ecologista, amaba a su perro. Digo, el maldito más grande de la historia del siglo XX puede haber tenido un gesto de solidaridad o de ecología. Esas zonas grises, eso atraviesa el degenerado.

— Ahora que lo mencionas, la historia de tu novela atraviesa el nazismo, Stalin; también lo judío aparece muy fuertemente vinculado con la propia familia del degenerado. Es interesante cuando él dice algo así como que las víctimas no necesitan afecto porque les sobra.
— "El siglo las eligió", dice, es una provocación. Por eso no quiero caer en la tentación que sería hacer la concesión de aclarar, como si fuera la vida: la novela tiene otra lógica moral, y él dice: las víctimas, que no hablen; que lloren, que gimoteen, no les den cabida, de hecho casi no les da cabida el libro, las marginaliza, las corre, "no les den cabida porque el siglo las eligió para ponerles el micrófono." Las víctimas ideales son las elegidas de este siglo con el cinismo de este siglo. Denme el micrófono a mí…

— Vengan mis fans, dice.
— Claro, que tienen todos fans, bueno, es una obviedad lo que digo, el cantante de Noir Désir, Bertrand Cantat -que mató a golpes a Marie Trintignant- tiene fans.Y obvio, Barreda. Como casos de rock stars.

— Celebridades asesinas.
— Sí. Otro caso que no es un crimen sexual pero es un crimen, el de Bernard Madoff, el financiero, que estafó y por ende mató a gente, porque los efectos son de muerte también, los que se suicidan por haber sido estafados, es un criminal. Y tiene fans. Son rock stars de la cárcel. Todos eh, desde los mayores, Mussolini, Hitler, hasta los más chiquititos. Cuando cometen un crimen, lo explican bien los que estudian esto, despiertan una fascinación erótica. Y él se mofa un poco de esto, "tuve más éxito con las mujeres después de haber cometido la aberración de este siglo que antes."

— Recuerdo que cuando te entrevisté hace dos años te pregunté con qué autores te identificabas y mencionaste a Néstor Perlongher, hablabas de Lamborghini, de Carlos Correas. Tu trabajo con la lengua es un trabajo casi poético, que no es muy habitual en las novelas. Uno puede detenerse en las frases; no es casual que tus textos sean pensados para llevar al teatro, para ser pronunciados, quiero decir. ¿Cómo trabajas esto? ¿Cómo construís esa lengua propia?
— Siempre trato de responder con la mayor verdad posible, pero sabiendo que en el fondo uno no lo sabe del todo. No sé  cómo construyen una voz los otros escritores, cómo se arma la música y cómo termina siendo un tema, porque yo veo a la novela como un tema, como un disco… Por un lado estas referencias, Perlongher, Lamborghini, están, o Copi, en una cosa más extrema de portuñol, del francés no francés, español no español, y la poesía siempre está. Por otro lado, estos cuatro o cinco monólogos del cine, Taxi Driver de Scorsese, esa oscuridad, esa xenofobia, esa cosa oscura, políticamente incorrecta de odio al mundo, a los inmigrantes, y sin filtro político, Gaspar Noé, Mike Leigh, pero también pensaba en El innombrable, de Beckett, esos monólogos fragmentados, lunáticos, absolutistas, y también los discursos de guerra, sobre todo eso.

(Foto: Gustavo Kogan)
(Foto: Gustavo Kogan)

— Claro.
— Lo que más leí son libros de guerra, puede ser Churchill, la biografía, o héroes de guerra anónimos también, soldados que murieron, dejaron cartas, en la época de las correspondencias. Ahora todo es digital y va a ser difícil el siglo que viene y después recuperar correspondencias eróticas, amorosas, o de guerra o políticas. La letra de la guerra, toda esa retórica del prisionero, del reo, del que va a morir, Charles Manson, todo eso, de ahí, de esa escritura me nutrí.

— Hay autores que dicen que vivir en otra lengua los ayuda a escribir mejor en la propia, ¿te pasa algo así?
— Yo nunca había escrito nada en Buenos Aires, en Argentina. Durante los casi 30 años que viví acá en Buenos Aires nunca escribí nada, sí fragmentos, cositas, documentales, ensayos, errores, pero yo siento que nunca dije nada.

— Te hiciste autora entonces en Francia.
— Sí, así que no es que mejoré mi prosa o la sofistiqué, no, no: la creé de la nada. Había toda una gestación y me formé académicamente, toda mi formación es acá en Argentina, me entrené acá y lucho allá, digamos. Así que tengo como, por ahí es una superstición, una neurosis, pero bueno, cada escritor tiene sus supersticiones, sus rituales. Yo escribo allá. Vengo acá pero acá no escribo ni una palabra, es curioso… Tampoco escribo nada en la ciudad, en París, nada. Ni cuando voy a los hoteles… hay gente que se inspira viajando.

— Tenés entonces un lugar especial donde te sentás a escribir que es tu casa.
— Sí. Sí. Cada escritor tiene su hábito, ¿no? Los nocturnos, los diurnos, los de perro, los de gato.

— ¿Y vos qué sos?
— Yo soy campestre, de ahí, de lugares remotos donde nadie te conoce, no conocés a nadie, nadie te saluda. No hay pasado, es una obviedad lo que digo, pero voy caminando acá por Scalabrini Ortiz y Córdoba y digo acá tuviste tu primer novio, acá fue la primera vez que tal cosa, o cuando tal otra. Allá no hay pasado, no hay nostalgia, no hay melancolía, no hay primeras veces de nada. Es la vida adulta, allá. No hay recuerdo, no hay esa cosa de ir hacia el pasado.

— Pero hay hijos. ¿Cómo hacés con los chicos para sentarte a escribir? Es tan pragmático lo que te estoy preguntando, pero me parece que hay autoras que pueden escribir con los chicos dando vueltas, hay otras que no entonces y tienen que hacerse ese tiempo. ¿Cómo hacés?
— Y hay autoras que toman la decisión de no tenerlos y es más fácil.

— También.
— Muchas. Bastantes de las que publican. Sería muchísimo más fácil escribir sin hijos. Casi no sé qué sería escribir sin hijos porque Matate amor lo escribí con un hijo pegado a mí, así que no sé cómo sería escribir con todo el tiempo del mundo. Esta es la lucha; para mí es una especie de campo de batalla, yo lo veo como una lucha física. Todo el tiempo lo digo y me quejo; entre la vida de ellos, generarles infancia, que no se caigan del balcón, que tengan una vida, y crear la vida del degenerado, meterse ahí. Es todo el tiempo una fricción, una pelea, una dificultad, pero bueno, es interesante también.

— Ariana, queda claro que lo que uno escribe no es lo que piensa, pero también es cierto que incluso escribiendo uno hasta puede conmoverse con el monstruo. ¿Te conmoviste con tu monstruo?
— Me permito pelearte, para mí no es un monstruo. Entiendo que se le dice monstruo, es un hábito de la lengua, una convención, una automatización, pero para mí no hay nada, ni siquiera el peor, eh, el peor demonio, que ya los nombramos antes, no vamos a nombrarlos otra vez, no son monstruos. Justamente lo interesante es que no son monstruos. Que Scilingo o el peor jerarca nazi llegan a la casa, se hacen de comer, duermen una siesta, van al médico, tienen hijos. Entonces eso que te decía antes, qué pasa en los márgenes del crimen, qué piensan, qué sienten. Y cuán cerca estoy yo, que no cometí un crimen, de cometerlo. Yo ahora sí me pongo en primera persona, aunque esto no es literatura del yo. Cuán cerca está mi mente de producir pensamientos que serían aberrantes. Entonces eso me interesa del ser humano, no juzgarlo: el tribunal está montado en el libro, pero yo como escritora no me permito juzgarlo. Si lo juzgo, estoy haciendo literatura maniquea, como bajo el ala soviética, literatura censurada. Conocí un montón de escritores cubanos, antes, en otras épocas más duras de censura en Cuba, no ahora, que me decían "tratamos de sortear la censura como se puede, porque como no se puede criticar al sistema ni nada, edulcoramos el lenguaje, tratamos de usar una metáfora que no sea entendida por el Estado". Yo trato de no juzgar al personaje y escribir incluso dándome pudor, a veces escribo y me da pudor lo que escribo. Me da angustia…

(Foto: Gustavo Kogan)
(Foto: Gustavo Kogan)

— Lo del pudor me interesa porque hay autores que no se animan o que los intimida incluso a ellos mismos lo que piensan. Cuando uno te lee a vos, que justamente te introducís en lo más tremendo y abrumador que puede tener que ver con la cuestión de las sexualidades más aberrantes, incluso, no parece que tuvieras pudor. Y sin embargo decís que sí, ¿superás ese umbral para poder escribir?
— Sí. Claro, la ética es muy difícil en la tarea de escribir. No me gusta la canchereada, ir ahí a bardear, a provocar, transgredir por transgredir, después se nota eso, esa transgresión vacía, efectista, como hacer un fuck you. Pero tampoco me gusta dejarme y está buenísima la palabra intimidar, porque es una intimidación, como cuando alguien te mira y ya sabés que te está diciendo "no hagas esto, no digas esto". Dejame someterme por mis propios medios. La autocensura hay que combatirla porque es la peor. No es que el editor de Anagrama o de Mardulce o el corrector te van a venir a decir "Ey, esto, ahora, en plena era de…". Por ahí no te lo van a venir a decir, pero ya uno viene autocensurado de casa, ¿viste? Trato de luchar, te juro que es una lucha, ahí otra vez la metáfora de la guerra. Trato de no dejarme intimidar. Y cuando veo que me estoy yendo a menos y me estoy apichonando digo: mi deber es decir lo que el personaje tiene que decir.

— Hablamos de incesto, de pedofilia, de tabúes de la humanidad y de crímenes aberrantes. ¿Cuánto de psicoanálisis hay en la vida de Ariana Harwicz, tanto en lo que tiene que ver con la experiencia personal como la lectura? ¿Cuánto aparece de eso para poder escribir las cosas que escribís?
— Lo menos posible. Me fascina Lacan, me fascina Freud, el gran escritor. Estoy rodeada de psicoanalistas como de tiburones, estoy rodeada en todo sentido, en casa y en lo familiar. Y además soy judía porteña, clase media. O sea, vengo de ahí. Porque otras culturas, incluso la francesa, que han parido a todos los psicoanalistas, pero no está el tema en el habla en el café; para nosotros está en todos lados, ese es nuestro discurso, nuestra doxa. Pero te juro que trato de no psicoanalizar a los personajes, no invadirlos de la semántica de la lengua, del psicoanálisis, casi no vas a encontrar nada de eso, ni patologizarlo tampoco. No dice, por ahí si lo dice es irónico, pero no dice "histeria", "simbiosis". Trato de no pensar así los vínculos filiales. Trato de ir como hacia algo más despojado.

— Hay una frase que me resultó profundamente perturbadora y que dice: "Hay chicos que nacen sin querer vivir".
— Sí, porque invierte. Cada frase, cada sentencia pareciera que se preguntara a sí misma "cómo voy a decir esto". Tiene algo de esa lógica la lengua que armo. Porque hay algo del aforismo, de la sentencia. Cómo voy a decir esto y cómo lo voy a reducir al máximo. Y claro, se supone en esta era que lo más bendito que nos puede pasar son los hijos, la niñez está santificada, nuestra sociedad, no digo en todas, también es cínico e irónico porque los chicos trabajan. Van a la guerra, fuman, en otros países está permitido, trabajan, tienen armas, van a las minas. Acá también. Y la venta de chicos, prostitución, todo. Pero desde el discurso oficial digo que está bendecida y es lo más lindo y lo más sagrado. Los derechos de los chicos, que es muy nuevo, de este siglo, el siglo pasado. Y bueno, atenta contra eso, es una provocación del personaje, no mía.

— ¿Por qué te fuiste a Francia?
— Uno por razones personales de índole amorosa. Y otra, no lo analicé pero estaba cómoda acá, había logrado tener clases, un trabajo, una casa, una vida, entre comillas, armada, tenía casi 30 años, la típica vida armada de clase media, y esa no era la vida que yo quería para mí, aunque fue un logro tener un trabajo y estar blanco y tener jubilación que ahora no tengo, tener un aguinaldo. Y dije "no, bueno, lo voy a desarmar todo, todo". Y me parece que ese desarmar todo, romper todo me sirvió también después para lo que sería la escritura. Creo yo.

— ¿No vas a volver?
— Igual ya no puedo porque hay hijos franceses, ¿viste? Hablando de los hijos y las ataduras y de lo que imprimen a la vida como fricción, como impedimento. Yo no me veo volviendo, sí me veo en esto de ir y venir y que los libros también, de verdad, van y vienen.

— Si tuvieras que decirle a un lector que no te conoce qué va a encontrar en Degenerado, ¿qué le dirías?
— Que difícil seducir al lector… Yo creo que va a encontrar una lengua barbárica, como te decía, una lengua bárbara, una lengua que quizás está un poco desaparecida hoy. No es una lengua de época, es una lengua de la lógica de la guerra. Y va a encontrar un hombre solo espadeando contra el mundo.

 

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