La lectura es un arte en extinción. Lo pienso mientras me deslizo por un túnel metalizado al son de la escalera mecánica. Estación de subte. Hora pico. Pese a estar bajo tierra, el subte es un lugar ruidoso. Hay carteles por todos lados. Colores, diseños, formas, imágenes, palabras. Eso sobra: palabras. Pero, ¿qué dicen concretamente? ¿Qué sentido nuevo le aportan a este mundo sobrecargado de significados? ¿Acaso leemos con atención todas estas letras ordenadas para exigirnos que compremos, que vendamos, que consumamos?
En ese aspecto, la lectura —la atenta, la reflexiva, la reveladora— es un arte en extinción. No importa. Todo lo que se extingue está en proceso de resistencia. Y los lectores un poco lo somos: ejercemos el sano derecho de resistir lo inminente. Activistas de la reflexión, tal vez. A veces pienso que mientras más leemos, más cerca estaremos de la libertad. Qué pavada. Tampoco importa. Leemos sin ningún tipo de interés más que el de la lectura misma. Ejercemos, silenciosos, el arte —en vías de extinción— de la lectura.
De ese pequeño grupo que forman los lectores de literatura, están los que prefieren la ficción. Son la mayoría. Es una cuestión de gustos. El ensayo, por su parte, es un género que permite otra vía. Sin mediaciones demasiado lúdicas, ofrece argumentación. Quizás en el ensayo sea donde mejor calce eso que decía Roland Barthes sobre el escritor, quien "absorbe radicalmente el porqué del mundo en un cómo escribir". Hacia esa lectura, al menos esta semana, se lanza ese texto. Busquemos un principio donde empezar.
Thoreau, el salvaje, de Michel Onfray
Lunes. El día donde todo el mundo está apurado. El subte está lleno y la metáfora de la lata de sardinas parece ser la indicada. Algunos duermen con música en sus auriculares. Otros bostezan con desgano. La mejor forma de ocupar ese tiempo perdido que ofrecen los viajes en el transporte público es abriendo un libro. Thoreau, el salvaje (Ediciones Godot, 2019), de Michel Onfray (filósofo francés de 60 años, "hedonista ético", fundador de la Universidad Popular de Caen): 84 páginas para ser devoradas en la ida al trabajo, en la vuelta a casa y en un par de recreos durante el día. Ideas sutiles y a la vez potentes.
Henry David Thoreau escribe desde los confines de la primera mitad del siglo XIX. Se lo conoce como un ermitaño y un libertario, pero también fue agrimensor, fabricante de lápices, naturalista (estuvo dos años, dos meses y dos días viviendo en el bosque), filósofo, profesor, poeta, escritor y activista. También fue uno de los fundadores de lo que hoy conocemos por literatura estadounidense. Thoreau creía en la desobediencia civil y le repugnaba que, en un mundo tan enorme y libre, una institución como el Estado regulara las prácticas y las controlara, ya sea con el cobro de impuestos o con la represión más brutal.
Thoreau es "un filósofo raro, de esos que llevan una vida filosófica", escribe Onfray, y en la siguiente página: "Thoreau preferiría siempre contemplar la punta de una flecha, tocarla, seguir su filo con la grasa del pulgar, apreciar su forma curva y ahusada, su ergonomía, diríamos hoy, detenerse sobre las astillas fabricadas para arrancar la carne de la presa, en vez de leer un libro sobre el arte de fabricar flechas o una tesis sobre los libros consagrados al arte de fabricar flechas".
La traducción de Edgardo Scott acorta la distancia con el filósofo francés —por ejemplo, cuando Onfray cuenta que Thoreau "se ratea seguido"— y acentúa la lectura agradable. De alguna forma, Thoreau es el inadaptado que habita en cada uno de nosotros. Esas ganas de irse al campo o a la nada misma —"para Thoreau, la naturaleza es un fin en sí mismo y no un medio para llegar a algo más"— no tienen que ver con un desfasaje temporal sino con la posibilidad de pensarse por fuera de la cotidianeidad que nos envuelve. Por ejemplo, ahora, en el subte, de regreso a casa. Alivia saber que el destino puede ser torcido. Sólo falta hacerlo.
La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han
Martes. Es temprano, media mañana. En la parada del colectivo, el rostro de algunos ciudadanos maldormidos contrasta con la sonrisa que portan dos nenes que caminan hacia el jardín. Como el viaje es largo y el bondi recién arranca su recorrido, un asiento libre junto a la ventana se convierte en una sala de lectura. Ok. "La desaparición de la otredad significa que vivimos en un tiempo pobre de negatividad", se lee en La sociedad del cansancio (Herder, 2012) de Byung-Chul Han. Este ensayo breve es el más conocido que ha escrito este filósofo surcoreano de 60 años, profesor de la Universidad de las Artes de Berlín que escribe en alemán. El estilo es su virtud: escribe como un aforista, con frases simples y concisas.
¿Y a qué se refiere el autor? La otredad está en los sujetos que no somos nosotros. La intolerancia a la diversidad sexual y el rechazo a los inmigrantes son ejemplos claros de "odio al otro". En este sentido, vivimos enfocados en nosotros mismos, en un estado de ilusoria positividad, tapando con las manos todo aquello que se interponga entre nosotros y el espejo. Esa negatividad constitutiva que hay en el otro, en el que no es igual a nosotros, en el distinto, se empobrece al desaparecer —por la fuerza— la otredad.
"La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la negatividad de la prohibición. El verbo modal negativo que la caracteriza es no-poder. Incluso al deber le es inherente una negatividad: la de la obligación", escribe Han y continúa describiendo la sociedad actual, que es la sociedad del rendimiento, porque "se desprende progresivamente de la negatividad (…) y se caracteriza por el verbo modal positivo poder sin límites. Su plural afirmativo y colectivo 'sí, se puede' expresa precisamente su carácter de positividad (…) A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento [la nuestra, la actual], por el contrario, produce depresivos y fracasados".
Y en esa positividad ególatra, en ese optimismo ciego nos autoexigimos y nos autoexplotamos creyendo que no tenemos jefes, que nosotros somos nuestros propios patrones, que hacemos lo que queremos y cómo lo queremos. Y que somos libres. Pero no. "El cansancio de la sociedad de rendimiento es un cansancio a solas, que aísla y divide", se lee en las páginas finales. Este filósofo norcoreano predice que, de seguir este rumbo, la sociedad del rendimiento en la que vivimos se transformará en la sociedad del cansancio. Es martes, de noche, tarde. El cansancio pesa. Mejor dormir. Mañana vemos.
Cambiemos el mundo, de Greta Thunberg
Miércoles. Día optimista. El libro sobre mis rodillas se titula Cambiemos el mundo. En la tapa, una sueca de 16 años sostiene un cartel que contiene ese enunciado. Se llama Greta Thunberg y está hablando del clima y de los problemas ambientales que atraviesa nuestro planeta. El libro, editado hace un par de semanas por el sello Lumen, reúne una serie de discursos pronunciados en público por esta joven activista que ya es un ícono contra el calentamiento global. "Me diagnosticaron síndrome de Asperger, Trastorno Obsesivo Compulsivo y mutismo selectivo. Esto último significa, básicamente, que solo hablo cuando lo creo necesario. Este es uno de esos momentos", se lee en este libro de formato pequeño y 72 páginas.
Todo comenzó el año pasado. Un viernes 20 de agosto. Se sentó en la vereda del Riksdag (parlamento sueco) mostrando un cartel "Skolstrejk för klimatet" ("Huelga escolar por el clima"). Por ese entonces, Suecia sufría una inédita ola de calor e incendios forestales. Thunberg le exigía al gobierno que redujera las emisiones de carbono en base a lo establecido en el Acuerdo de París. A partir de entonces, todos los viernes los estudiantes se movilizan alrededor del mundo. Fridays for Future se llama el movimiento y el lema es "No hay un Planeta B". Pese a las críticas, su caso es el de un activismo que despierta en medio de una sociedad dormida.
"Nuestra casa está ardiendo", dijo en Davos el 25 de enero. "Los adultos dicen continuamente: 'Tenemos que difundir la esperanza a los jóvenes, se lo debemos'. Pero yo no quiero esperanza. No quiero que sean optimistas. Quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el medio que yo siento todos los días. Y entonces quiero que actúen. Quiero que actúen como lo harían si estuvieran en una crisis. Quiero que actúen como si nuestra casa estuviera ardiendo. Porque así es". Su lectura es veloz porque es puro oralidad. Sus discursos son generales, pero tiene interlocutores directos. Por ejemplo, en el último, le dijo a la Unión Europea: "Hemos empezado a limpiar su desastre. Y no pararemos hasta que hayamos acabado".
Los motivos sensibles, de Tomás Richards
Jueves. La semana se pone pesada. El cielo es una placa gris de concreto que amenaza con caer en forma de lluvia torrencial. Habilita el cinismo, la mirada retorcida, la distancia afectiva, la crítica mordaz. Eso aparece, travestido entre la crónica, la nota periodística y el ensayo, en Los motivos sensibles (Ediciones Paco, 2019) de Tomás Richards. Lo que allí hace su autor es narrar; tomar casos y narrarlos. Son doce relatos. Por sus temas pasan las armas hechas con impresoras 3D o aquellas que vende un tal Kirk Kjellberg y que se parecen a un smartphone. También la política, el humor y la pena de muerte. En el texto titulado "Pena de muerte en Texas" hay un recorrido más que interesante por las últimas palabras de los reos ejecutados (el Estado de Texas las postea en una web cada vez que comete una ejecución). Esos son los dos ejes principales del libro: armas y pena de muerte.
Una de las preguntas que se disparan en la mente de este lector ocasional de jueves es la de por qué, en un país que defiende a ultranza la democracia como es Estados Unidos, proliferan las necesidades ¿populares? de la defensa por mano propia y de la pena capital como método más efectivo para sostener la libertad. Las respuestas son varias. Por un lado, porque el capitalismo es "el que tiene los pantalones" en el matrimonio con la democracia. Por otro, porque la libertad es un imposible, un significante vacío que se llena y se sostiene desde un imaginario que requiere, también, de elementos prohibitivos. Entonces, si es que la convivencia alegre es una farsa sostenida a base de ficciones, siempre habrá algún loquito que la rompa. Ahí es donde el libro echa luz: esas "ovejas descarriadas" forman parte de un rebaño que los oprime.
Hay un epígrafe inicial en Los motivos sensibles, una frase de Cesare Beccaria, jurista italiano del siglo XVIII, que explica el hilo conductor del libro de Tomás Richards: los "motivos sensibles" son, entonces, los que llevan a que hombres y mujeres rompan con el pacto social de la convivencia. ¿Y no es acaso eso nuestra democracia liberal: un tapón cada vez más gastado que ejerce fuerza sobre las desigualdades que pujan por salir? Desde luego, cuando el tapón se rompe y deja de cumplir su rol, esas desigualdades no salen a la luz con la forma de una lucha revolucionaria. Claro que no. La mayoría de las veces se manifiesta con crueldad y despropósito. Esos casos son los que narra Los motivos sensibles en sus casi cien páginas: un vistazo al abismo humano desde el borde del precipicio. Un poco crudo, ¿no? Bueno, total, mañana es viernes.
Ofendiditos, de Lucía Lijtmaer
Viernes. La puerta de entrada al fin de semana. Un libro de bolsillo, pequeño, finito, 83 páginas, color rosa, titulado Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta de Lucía Lijtmaer. El señalador, que hace juego con el libro, es del mismo color y con un puño blanco en alto. ¿Estamos frente a un libro feminista? En principio no, porque el tema excede al feminismo, sin embargo el debate que propone viene a cuento de los sacudones que ha provocado el movimiento de mujeres en el mundo. Ofendiditos arranca con una anécdota. La autora —periodista y escritora argentina de 42 años que pasó toda su vida en España— cuenta que un chiste que le hace a su amigo sobre la heterosexualidad llega a las redes sociales y provoca una oleada de indignados que la calificaba a ella como puritana. Ese es el punto de partido para pensar esta época y su proliferación de "ofendiditos", pero también cómo se los cataloga a estos de "puritanos".
El libro va a los orígenes del puritanismo, la facción del protestantismo que "rechaza la reforma de la Iglesia anglicana durante el siglo XVII y, tras ejercer una presión importante durante los reinados de Isabel I y Jaime I, quedaron relegados después de la Restauración inglesa de 1600". Muestra cómo el término ha perdido relación con su origen ya que los puritanos no rechazaban el placer sexual, "ese es un estereotipo falso". Pasando en limpio, dice: "Puritana, aquí, quiere decir estrecha de miras, moralista y cerrada". Entonces se mete de lleno en una serie de debates actual como el de las actrices estadounidenses del #MeToo y el de las intelectuales francesas, las miradas censoras sobre artistas como Woody Allen y Roman Polanski y sobre obras como Lolita de Nabokov y las pinturas de niñas de Balthus, por nombrar algunos. Y en esa mezcolanza de ataques y contraataques e imposiciones morales, ¿qué queda en limpio?
Ahora, la noche manda. Cada vez hay menos transeúntes a la intemperie. Este tren rechina cuando frena en alguna estación. La gente ya no sube, todos bajan. Enfilan para sus casas o lo que sea que los proteja del invierno. Vuelvo la vista al libro y leo: "El señalamiento moralista 'ofendidito' en realidad no hace otra cosa que ocultar interesadamente la criminalización de su derecho, de nuestro derecho como sociedad, a la protesta". No hay que ser muy inteligente para saber que ese derecho se cercena cotidianamente en la calle, en los vendedores callejeros que son requisados y desalojados por la Policía de la Ciudad y en las manifestaciones que todas las fuerzas de seguridad, incluso Gendarmería, reprime con violencia. Pero, ¿también ocurre en la discusión discursiva? ¡Por supuesto! "El neopuritanismo siempre es conservador, y pone en el punto de mira a quienes más libertad reclaman", escribe Lucía Lijtmaer sobre el final.
Feminismo para el 99%, de Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser
Sábado. Al fin. Hay más tiempo, pero no para la lectura, sino para vivir. Sin embargo, esta resistencia literaria implica continuidad. Sábado, entonces, mientras la luz de la mañana —ya casi mediodía— se filtra por la ¿ventana de la cocina, sobre la mesa, un libro que, más que un libro, es un manifiesto: Feminismo para el 99% de Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser. El subtítulo debajo lo indica. Editado en Argentina por Rara Avis, salió en todo el mundo bajo distintos sellos para dar una perspectiva clara y específica dentro de esta gran rebelión de mujeres que se propagó por el mundo pero que, con el pasar del tiempo y la falta de liderazgos políticos, corre el riesgo de convertirse en un fenómeno de época, en un agite momentáneo y generacional, en un "mucho ruido y pocas nueces". En ese sentido, este libro se vuelve imprescindible.
Luego del paro de mujeres del 8 de marzo de 2017 que se hizo en Estados Unidos con notoria masividad, estas tres docentes universitarias decidieron trabajar juntas en un proyecto teórico ambicioso: una mirada feminista y anticapitalista. Así surgió este libro, dedicado "a las huelguistas polacas y argentinas, que están abriendo nuevos caminos hoy", se plantea, ya desde la introducción, la necesidad de correrse de la "visión de una igualdad de oportunidades en la dominación: una que, en nombre del feminismo, les pide a las personas que se muestren agradecidas de que sea una mujer, y no un hombre, quien aplasta sindicatos, manda un drone a matar a sus padres, o encierra a sus hijos en una jaula en la frontera". En ese sentido, las autoras son claras: escriben contra el patriarcado, pero también contra el feminismo liberal, que "está en bancarrota: es hora de superarlo".
¿Por qué feminismo para el 99%? Porque "necesitamos asociarnos con militantes antirracistas, ambientalistas, con activistas que luchan por los derechos de migrantes y de lxs trabajadorxs; solo así podrá el feminismo estar a la altura del desafío de nuestros tiempos". Un feminismo de mayorías. Para lograrlo, argumentan, es necesario entender la crisis que viven nuestras sociedades, donde "la raíz del problema es el capitalismo". En la línea del Manifiesto comunista de Karl Marx Y Friedrich Engels, este manifiesto del Feminismo para el 99% busca sentar las bases, un programa, un panorama, un plan de lucha. Sobre el final hay un epílogo, un texto breve escrito para la edición argentina. Así concluye: "Una vez más, la crisis es nuestro escenario: los niveles de ajuste y endeudamiento, así como de vida, la persecución política y la intromisión imperialista en nuestro continente sigue creciendo. Pero también crece la resistencia".
El psicoanálisis no es un trabajo, de Luciano Lutereau
Domingo. Nadie va a terapia un domingo. Quizás sea el mejor momento para leer al respecto. El psicoanálisis no es un trabajo de Luciano Lutereau es un libro de "ensayos sobre el amor, el tiempo y el dinero", publicado por Qeja hace un par de semanas en una bellísima edición de bolsillo y formato cuadrado para leer en un solo día. El autor, de apenas 39 años, es psicoanalista, Doctor en Psicología y Filosofía, docente y escritor de una veintena de libros. Este libro, dice Verónica Buchman en el prólogo, es una "topografía de accidentes" donde Lutereau cuenta "sus tropiezos que en verdad son encuentros". ¿Y por qué considera que un accidente es, también, un encuentro? Por lo mismo que Lutereau escribe que "el analista y su paciente muchas veces no son más que un roto y un descosido", y también que "el análisis requiere una intimidad que excede las relaciones instrumentales en que se basa nuestra vida cotidiana".
La falta, el deseo, el sinsentido. De todo eso habla este libro. Y lo hace de una forma simple —muy en el sentido de los aforismos de Han— pero nunca resolutiva, es decir, no se cierra en una posición final sino que todo el tiempo las preguntas aparecen para abrir el mundo, para ensancharlo un poco más, y de esta forma hacerlo un poco más nítido. Como quien se posa sobre una imagen de miles y miles de pixeles y con el dedo índice y el pulgar agranda, hace zoom, para mirar un poco mejor lo que a simple vista es imperceptible. ¿Será por eso que Argentina es el país con más psicoanalistas por persona en todo el planeta? Según el Atlas de Salud Mental de 2014, Argentina tiene 193,99 psicoanalistas por cada 100.000 habitantes; lo sigue Finlandia con apenas 56,95. Pero son datos fríos que tal vez no digan nada.
Al psicoanálisis le interesa ponerle voz eso que la economía oculta: la subjetividad. "El psicoanálisis es una de las pocas prácticas de la intimidad que quedan", se lee en este libro. ¿Y del amor? ¿Qué hay de esa fuerza que, diría Sigmund Freud, nos enloquece? "No es fácil amar para toda la vida. No es fácil amar de manera diferente a lo largo de una vida. No es fácil amar, porque el amor concluye y, así y todo, seguimos amando". Bueno, tal vez el enamorado, que no es otra cosa que un loco, tenga conciencia de esa finitud, sin embargo una fuerza voraz lo atraviesa que le impide reflexionar con la mesura indicada. Y si bien es necesario, asegura Lutereau, distinguir entre el proceso de enamoramiento y el siguiente, que podría ser el de establecerse en una pareja, es preciso recordar que estamos hablando "de lo que no hay ninguna teoría verdadera: el amor".
En casa, en el patio o en la vereda, mientras las páginas son bañadas por unos tímidos rayos de sol, leo como un condenado. Pero, ¿condenado a qué? ¿Por qué practicar la lectura, ese viejo arte en vías de extinción, mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor? Tal vez, justamente, por para entenderlo es necesario mirarlo desde las más diversas perspectivas posibles. El ensayo, como género, transforma al lector en un péndulo que va de la imaginación a la realidad. Y en ese hamacar constante, al menos en el tiempo que duran estas lecturas breves, es que se funda una pausa reflexiva, intelectual y argumentativa. El milagro del pensamiento. Ahora es domingo a la noche y la casa es un barco de papel surcando el silencio. Leo las últimas páginas recostado en el sillón y me dejo vencer por el sueño. Mañana será lunes —la alarma, el trabajo, la rutina— pero no me importa.
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