"Mi papá se llamaba Alfredo Ernesto Vega. Era gráfico. Tenía su taller de imprenta en Lomas del Mirador, La Matanza. Era taurino. Defendía a Los Beatles, y en la última época se hizo fanático de Los Piojos. Fumaba mucho. Llegó a fumar tres paquetes por día. Era de izquierda, estuvo afiliado al PC, votó varias veces a Zamora, y desde 2003 se hizo kirchnerista", recuerda la actriz Lorena Vega. Una descripción exhaustiva sobre quién era su papá para dar un giro y llegar a una única conclusión: que era un verdadero hijo de puta.
Así empieza Imprenteros, obra que se mantuvo a sala llena en el Centro Cultural Rojas durante todo el primer semestre del año y que tendrá un nuevo round a partir de septiembre en varios festivales y desde noviembre en Timbre 4. En ella, Vega se apoya sobre distintos recursos teatrales para reconstruir su historia familiar, cargada del ruido de máquinas del taller, el olor a jazmines del jardín y las mermeladas de higo de su abuela, pero también de las desilusiones permanentes sobre la figura de su padre y los problemas de plata.
Vega pasa del monólogo a las actuaciones, de valerse de videos y fotos de su infancia a realizar entrevistas con sus propios hermanos, sin dejar nunca de interactuar con el público como si estuviera haciendo una exposición. Traza el relato de tal forma que, como resultado, Imprenteros no es una puesta en escena convencional. Y, además, se destaca el humor: lo que es un drama muta en una comedia. Risas hasta el llanto.
En una confitería frente al Parque Rivadavia, en Caballito, Infobae Cultura se encuentra con Vega. La actriz y dramaturga atraviesa un año artístico con cartón lleno. Al éxito de Imprenteros, se le suma el reestreno de otras dos obras que la tienen como protagonista: Todo tendría sentido si no existiera la muerte y La vida extraordinaria, ambas dirigidas por Mariano Tenconi Blanco en el Metropolitan Suri y el Cervantes, respectivamente; y la proyección de su película El bosque de los perros en marzo. Llega con los rulos castaños un poco revueltos y una sonrisa generosa.
-¿Qué te llevó a guionar tu historia y convertirla en una obra de teatro?
-Maruja Bustamante es la curadora del ciclo Familia en el Rojas y me venía insistiendo en que participara. No tenía en mente hacer una obra de mi familia, pero decidí probar. Elegí la línea paterna por esa cuestión del oficio, porque el espacio del taller era concreto y porque había un conflicto familiar con relación a eso.
–¿Cómo fue la elaboración de la puesta en escena, en la que te valés de distintos recursos teatrales?
-Hay muchos elementos en el marco del teatro documental y muchos elementos de distintas líneas teatrales agrupados en una sola obra. El relato hacia el público es un recurso del teatro posdramático y, en este caso, lo enmarqué más como si estuviera dando una conferencia de mi historia familiar. Y me valgo de distintos recursos para que me vayan siguiendo: ahí aparece el archivo, la reconstrucción de los hechos, lo musical. Lo sonoro es muy importante, porque el engranaje de las máquinas genera sonidos, ritmos, un compás. Tomé el seminario sobre biodrama de Vivi Tellas y ahí probé el grueso de lo que se ve después en escena.
–A pesar de los conflictos que describís, elegiste contarlo en clave de humor, ¿por qué?
-El humor es central en mi vida y en mi trabajo escénico. En lo personal, el humor me ha salvado en muchas ocasiones. Observo mucho la torpeza, el desajuste, el accidente, lo incorrecto, las líneas de fuga en el comportamiento. Es el modo en que miro las cosas. Pienso que el humor hace entender mucho más las cosas que queremos que el otro se lleve. Para mí, hacer reír es fundamental, es sanador.
–¿Lo que contás en Imprenteros es algo que todavía duele y esto te ayudó a dejarlo atrás o es algo superado?
-Es algo superado; si no, no podría hablar cómo hablo de todo esto. Invertí bastante en terapia. Mi salud salió unos buenos mangos.
En Imprenteros, Lorena relata cómo su papá se negó a imprimirle las tarjetas para su fiesta de 15, pese a tener toda la maquinaria para hacerlo, lo que lleva a que ella misma le retire la invitación; o cómo él estafó -en más de una oportunidad- a su propia hija. "Tampoco cuento todo. Lo que se ve es un recorte, si uno ve en la obra algunas situaciones, puede inferir que hubo otras", dice antes de darle otro sorbo al café.
–¿El teatro fue una vía de escape ante esa infancia difícil?
-Empecé teatro a los 15 años por casualidad, porque una amiga me dijo que había un curso gratis y me anoté. Como adolescente, vivía con una sensación de pesadez. El teatro me daba una inyección de alegría, me olvidaba de todo cuando estaba ahí. Me funcionó como un rescate.
–¿Qué te generó mostrar este pasado frente al público?
-Tenía la pregunta sobre a quién le iba a interesar que yo cuente estos episodios familiares y para qué hablar de esto que no tiene nada del otro mundo, porque hay tragedias familiares mucho más severas que lo que me pasó a mí. Pero es mi historia, en muchos momentos la pasé muy mal y mi umbral de dolor está. Me sentía muy en jaque al hacerlo por primera vez. Ahora cuando lo hago es un trabajo para mí, estoy pensando en el texto, en respirar bien. Para mí, es un trabajo que hice con un material personal.
–Tus hermanos también participan de la obra, Sergio en vivo y Federico en video, ¿cómo fue trabajar con ellos siendo que no son del mundo del teatro?
-Estuvo buenísimo. Sergio es muy social y está muy vinculado con el teatro. Hizo cursos de improvisación, pero nunca había actuado en público. Le propuse hacerle una entrevista sobre el taller de papá y que me contestara como quisiera. No le di un libreto. El texto es de él. Lo mismo con las respuestas de Fede. Por eso, ellos son coautores conmigo de la obra, son creadores de su propio texto, que es su versión de las cosas.
En la obra, se conjuga un pasado que pesa con la añoranza de un espacio que fue clave en la infancia de los Vega. Pero, al mismo tiempo, tiene un contexto social: "Es, además, un retrato de época, de la clase trabajadora argentina, en el que muchas personas pueden sentirse identificadas desde distintos lugares, porque es la mayor parte de la gente que habita este país", afirma Lorena. Y un componente de género que también dice mucho: "Es la época en la que las hijas mujeres empezábamos a decirles a nuestros padres que muchas cosas tenían que cambiar".
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