10 joyas y 10 historias curiosas de la Colección Fortabat

De Turner y Andy Warhol a Blanes, Berni y Porter: Infobae Cultura recorrió la fabulosa exposición permanente del museo de Puerto Madero y recuerda algunas anécdotas alrededor de estas obras

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La Colección Fortabat se encuentra en Puerto Madero (JBatalla)
La Colección Fortabat se encuentra en Puerto Madero (JBatalla)

La exhibición permanente de la Colección Fortabat, que se ubica en el primer y segundo subsuelo, da la bienvenida a los visitantes con el Retrato que Andy Warhol realizó para Amalia Lacroze de Fortabat en 1980 y, a su vez, esta obra inaugura la sala dedicada al arte internacional, donde además de algunas de las obras que conforman esta nota se pueden apreciar trabajos de Dalí, Klimt y Rodin, entre otros, enfrentado a una preciosa recopilación de figuras egipcias de diferentes dinastías y una gran crátera griega.

Sin embargo, la Colección está comprendida en un 90 por ciento por obras de artistas argentinos o de otros países que se inspiraron en esta parte del mundo. Las firmas son inconfundibles: Rugendas, Morel, Pueyrredón, Ripamonte, Malharro, Butler, Fader, Quinquela, Lacámera, Spilimbergo, Figari, Xul, Pettoruti, Del Prete, Forner, Castagnino, Macció, Berni, de la Vega, Kemble, Minujín por nombrar algunos.

Infobae Cultura recorrió la Colección y realizó una selección de 10 obras, basado en diferentes razones, que van desde su valor artístico a su rareza. Esta selección no implica que sean las obras o los artistas de mayor relieve, sino que ilustran el eclecticismo de la Colección.

Julieta y su enfermera, de J. M. William Turner

El óleo sobre tela Juliet and her Nurse (88 x 121 cm) es sin dudas la joya de la corona. Adquirido por Amalia Fortabat en 1980, fue en su momento la obra de arte más cara vendida en una subasta cuando su valor alcanzó USD 6.4 millones, aunque llegó a 7,040,000 si se toma en cuenta la comisión de la casa Sotheby's Parke Bernet, de Nueva York. Hasta ese momento, el récord lo ostentaba un retrato de Velázquez, que en 1970 alcanzó los USD 5.544.000.

“Julieta y su enfermera”, de William Turner
“Julieta y su enfermera”, de William Turner

Las crónicas de la época hablan de una puja que duró seis minutos y 40 segundos, a razón de USD 1 millón por minuto, entre un coleccionista de Londres -por teléfono- y "un hombre fornido y canoso presente en la sala de subastas", publicó entonces The Washington Post.

Tras la muestra de sus Acuarelas en el Bellas Artes en 2018, es una buena oportunidad para acercarse a una pintura donde se encuentran todas las características del considerado como el mejor pintor de Inglaterra y el primer maestro del arte moderno: el trabajo sobre la luz y la ferocidad de sus cielos que amortajan a una ciudad difusa mientras se celebra a San Marcos.

Cuando la obra fue presentada en sociedad en 1836, en la Royal Academy de Londres, recibió un sin fin de críticas, la mayoría relacionadas a la presencia de la Julieta Shakesperiana en Venecia, en vez de Verona, tal como había escrito el bardo. El reverendo John Eagles escribió en Blackwood's Magazine que la obra era "un revoltijo extraño", mientras que The Times sostuvo: "Es doloroso ver las afectaciones de Turner, quien, aunque honrado con el título de profesor de la perspectiva, ha desafiado todas las leyes de esa ciencia que dice la verdad, tanto lineal como aérea. … en la ictericia amarilla llamada Julieta y su enfermera".

Turner donó 282 óleos a la Galería Tate y 19.751 acuarelas al Museo Británico, muchos de ellos perecieron ante una inundación e incluso un incendio, por eso hoy resulta extrañísimo que una obra suya salga al mercado. En ese sentido, de acuerdo a algunos especialistas, esta obra en caso de salir a subasta superaría los USD 100 millones.

El Censo de Belén, de Pieter Brueghel, el Joven

Conocido como Brueghel El Joven o El infernal, el artista flamenco del siglo XVII fue hijo de Pieter Brueghel el Viejo. El dato, en este caso, no va en desmedro de ser el hijo de, sino que esta obra tiene una estrecha relación con la de su padre. El original Censo de Belén fue realizado por El Viejo en 1566 y hoy descansa en los Museos reales de Bellas Artes de Bélgica de Bruselas, Bélgica.

“El Censo de Belén”, de Pieter Brueghel, el Joven
“El Censo de Belén”, de Pieter Brueghel, el Joven

Esta pieza, por su parte, fue una de las realizadas por El Joven que estaban inspiradas en su padre y realizada a través de la técnica de pouncing, a partir de la cual se transfiere una imagen de una superficie a otra.

Este óleo sobre tabla (115,5 x 167,5 cm) no cuenta con fecha de elaboración, aunque data de más de cuatro siglos. El Joven junto a su hermano, Jan Brueghel El Viejo, tuvieron su taller de reproducciones especializado en las obras de su progenitor, aunque en muchos casos El Joven agregaba detalles propios e incluso combinando diferentes obras en una, en lo que hoy podría leerse como un proto ready-made.

El Censo de Belén pone en escena el empadronamiento en Belén, descrito en el Evangelio según San Lucas, aunque toma como escenario el extinto Ducado de Brabante. En un atardecer nevado, la Sagrada Familia – María embarazada monta una mula, mientras José, lleva un cesto y una gran sierra de carpintero al hombro- aparece casi perdida en el paisaje, entre el devenir de los pobladores y los oficios que hacían a una aldea, mientras se dirigen al edificio oficial, con el águila bicéfala de los Habsburgo sobre un costado. Una obra de múltiples detalles, que cuenta muchísimas historias a la vez.

Bouquets de printemps, de Marc Chagall

Su azul místico está allí. Y también esa explosión de colores, de rojos y amarillos, de estridencias que son el corazón de la obra de un artista con una capacidad inherente para observar y observarse, para expresar en sus obras su propia vida, como pocos, como casi ninguno. Este óleo sobre tela (100,5 x 73) nos revela a un Chagall que había vuelto a ser feliz, que volvía a amar y ser amado.

“Bouquets de printemps”, de Marc Chagall
“Bouquets de printemps”, de Marc Chagall

A lo largo de su carrera, el artista bielorruso volvió una y otra vez a los bouquets, aunque siempre alejado del realismo. Si se siguen las múltiples obras que tuvieron a las flores como centro -aunque eso no signifique que fuesen siempre el tema-, la biografía de Chagall se abre al mundo como sus estados de ánimo.

La pieza, que data de 1966 ó 1967, fue realizada durante su estancia en la francesa Saint-Paul-de Vence, durante la misma época en la que allí también vivió Henri Matisse, y se destaca por la fuerza extrema de su color.

Al ramo de flores lo circundan pequeñas escenas de su pasado, pero sobre todo de su presente. Están allí sus animales de granja que representan su niñez en Vitebsk, la Torre Eiffel como recuerdo de sus años maravillosos en París y sobre todo el regreso del amor a su vida, de la felicidad, simbolizada en la pareja abrazada, que es una referencia a la relación con su esposa Valentine Brodsky (Vava).

Vava, con quien se casó en 1952, fue su segundo matrimonio. El primero, Bella, terminó casi al mismo tiempo que la Segunda Guerra Mundial y en 1947, el pintor creó otro bouquet y otra pareja para expresar su tristeza.

La cautiva, de Juan Manuel Blanes

Esta obra del artista uruguayo no es la primera en ingresar al mito de la cautiva, popular durante el siglo XIX en Argentina y que tienen en el alemán Mauricio Rugendas -de quien también hay obra en la colección- su gran fundador pictórico.

En ese sentido, Blanes retoma la tradición de Rugendas desde la perspectiva histórica, que tiene un momento fundacional con el poema homónimo de Esteban Echeverría en 1837, en el que se revela la deshonra que sufre la mujer raptada por los bárbaros.

“La cautiva”, de Juan Manuel Blanes
“La cautiva”, de Juan Manuel Blanes

En este caso, La Cautiva (óleo sobre tela, 46 x 71 cm) circunda el interés del pintor por los temas latinoamericanos con un estilo en el que funde el naturalismo europeo con el realismo clásico de la Generación del '80. Además, plantea la dicotomía civilización o barbarie. En aquel momento -la pieza fue pintada en Florencia, Italia en 1880- Domingo F. Sarmiento ya había sido presidente de la nación ('68-'74) y Julio A. Roca comenzaba su primer mandato.

En esta alegoría la mujer del centro de la escena, semidesnuda, de piel blanca, representa a la civilización, que se ve asediada por la barbarie en una toldería perdida en un yermo pampeano. Detrás, como lo hizo Rugendas, como lo haría Angel Della Valle en su La vuelta del malón, que hoy descansa en el Museo Histórico situado en Parque Lezama, se ve el regreso de la maloca tras un ataque sorpresa.

Entre duraznos floridos, de Fernando Fader

Este óleo sobre tela (139 x 149 cm) no es la única obra de la Colección del quizá más representativo artista del Grupo Nexus (Collivadino, Ripamonte, de Quirós, entre otros), que a principios del siglo XX planteó la necesidad de construir una tradición artística con raíces locales, por sobre las tendencias europeizantes, sobre todo de los artistas que habían estudiado en el exterior, aunque él fuera uno más de ellos.

Si bien no es la obra más representativa del nacido en Burdeos, la pintura de 1915 se produce un año después de haberse mudado a Buenos Aires, luego de haber abandonado el arte por unos años para atender el negocio familiar en Mendoza y haberse embarcado en una obra de ingeniería gigantesca, como fue la construcción de la represa en el río Mendoza, con lo que había buscado sustituir la tristeza de haber perdido a su padre, y que tras un alud dejó a toda la familia en bancarrota.

“Entre duraznos floridos”, de Fernando Fader
“Entre duraznos floridos”, de Fernando Fader

En su recuperación, la participación de dos personas es fundamental: una la de su marchand, el alemán Federico Müller, quien lo visita en su casa de Belgrano y lo ayuda económicamente para continuar con su obra y Adela Guiñazú, quien fuera su alumna, musa de ésta y otras piezas y luego esposa.

De acuerdo a su datación, la pieza es anterior a su partida hacia Córdoba por serios problemas de salud, aunque allí pueden apreciarse muchas de las marcas que lo distinguieron en el recorrido por los paisajes y pueblos serranos que terminaron de inmortalizarlo, como los colores pasteles, ese juego con la luz "a través de contrastes de claroscuros coloridos y con una materia densa, cuando no opaca o pesada", como reflexionó Romualdo Brughetti, crítico e historiador del arte, ensayista y poeta argentino.

Acción de arte, de Ramón Gómez Cornet

Nacido en Santiago del Estero, hijo de Ramón Gómez -Ministro del Interior de Hipólito Yrigoyen y Senador Nacional por su provincia-, formado en Córdoba y considerado un niño prodigio, Gómez Cornet es mucho más reconocido por sus retratos de niños y adultos santiagueños, de corte realista y espíritu melancólico, que por su primera etapa más cercana al modernismo, pero hay una razón.

Este óleo sobre madera (64 x 54) fue realizado en 1921, año de su primera exposición en Buenos Aires y que significó un quiebre profundo entre su obra del momento y toda la que produciría después, tras su regreso a Santiago y la prosiguiente obra por la que se lo recuerda.

“Acción de arte”, de Ramón Gómez Cornet
“Acción de arte”, de Ramón Gómez Cornet

El escenario de aquella muestra fue la extinta galería Chandler de la calle Florida y las críticas recibidas fueron devastadoras. Gómez Cornet estudió en Barcelona y París, además como diplomático, también vivió en Francia e Italia. De aquella experiencia hizo su propia interpretación de las vanguardias, que trajo al país, que aún no estaba preparado y lo hizo tres años antes que Pettoruti o Xul Solar, que regresaron a Argentina en 1924.

El artista santiagueño es casi un olvidado más allá del título honorífico de "precursor de la pintura moderna nacional" y tras ser rechazado quemó casi todo lo que había producido. Esta pieza es una de las dos que sobreviven de aquella muestra que eran en gran parte óleos de colores planos, donde los fondos ajedrezados tenían referencias cubistas y fauvistas. La otra sobreviviente es un autorretrato con sus ojos en blanco, aunque al pertenecer a una colección privada, ésta es la única accesible. Y vale la pena.

Domingo en la chacra, de Antonio Berni

La Colección posee varias obras de Berni, aunque este gran óleo sobre arpillera de grandes dimensiones (209 x 398 cm), que toma un poco el tamaño del muralismo de David Alfaro Siqueiros, con quien ya había trabajado -junto a otros consagrados- en el Ejercicio Plástico realizado en el sótano de la finca del director del diario Crítica, Natalio Botana, y que hoy puede apreciarse en el Museo Casa Rosada.

La obra fue presentada por primera vez en 1947, con el nombre El almuerzo en la galería Witcomb, luego en la Viau -como Almuerzo chacarero, 5 años después- y finalmente en 1974, en la marplatense Galería del Mar, como Domingo en la chacra.

En aquella última oportunidad, dijo que era "una obra inconclusa", que "había quedado arrumbada" en su taller por 25 años, aunque en el ensayo El almuerzo del historiador de arte Roberto Amigo, se revela que en cada una de sus presentaciones la pieza estaba finalizada y que con los años fue tomando nuevas características. Enumerarlas llevaría esta nota ad infinitum, pero sí se pueden resaltar algunos aspectos generales.

“Domingo en la chacra”, de Antonio Berni
“Domingo en la chacra”, de Antonio Berni

Para comenzar, una entrevista de Dardo Cúneo de 1947, expone el carácter biográfico de la obra, allí están su abuelo Victorico, su madre Margarita, posiblemente su hermana pianista, su amigo de la infancia Cañadita -de quien dijo podría haber inspirado a su Juanito Laguna-, primos, tíos; en resumen, las personas que habitaban su universo en Roldán, cerca de Rosario, durante sus primeros años de vida.

Si bien Berni retocó muchas de sus obras, en este caso fue cambiando vestimentas, colores y sobre todos a dos personajes en particular. En su primera versión, la mujer del pañuelo en la cabeza poseía los rasgos y sobre todo el peinado de la imagen icónica de Eva Perón tras su gira Arcoiris por Europa, algo que tras la Libertadora podía traerle problemas. Otro cambio rotundo fue la inclusión de Juanito, la figura más vivaz de la pieza, que juega con un gato.

En la expo del '74, dijo sobre su obra "arrumbada": "La muestro al público con recientes retoques para dar el hilo conductor necesario a la comprensión de los actuales collages con el tema de Juanito Laguna". Así, Berni planteaba una génesis del muchacho, un origen, del que había sido su "símbolo para sacudir la conciencia de la gente". Cuando Berni falleció, la obra estuvo allí, acompañándolo en su sepelio, ya que jamás quiso venderla en vida.

Translunar, de Raquel Forner

Esta pieza de 1960 (década bisagra del arte argentino) representa la última época de la pintora y escultora, que ya era una artista reconocida por haber pertenecido al Grupo de París (Butler, Spilimbergo, Badi, Bigatti, entre otros) y también al Grupo Florida, que reunía en la Confitería Richmond a escritores como Victoria Ocampo, Leopoldo Marechal y Oliverio Girondo.

Si bien la Colección cuenta con Presagio, de 1949, donde se puede ver sintetizado su interés por los efectos de la Segunda Guerra Mundial en las mujeres, como lo había hecho también en su clásica pieza de 1944, Ícaro (que no pertenece a la Colección), y que además recuperaba esa estética de marcada gestualidad en el dolor, en la pérdida, que ya había desarrollado en su serie España (1938-1939) a partir del estallido de la Guerra Civil Española, en esta pieza la artista rompe finalmente con las vanguardias históricas de principio de siglo.

“Translunar”, de Raquel Forner
“Translunar”, de Raquel Forner

La pieza (óleo sobre tela, 160 x 130cm), en ese sentido, muestra la adaptación de la porteña al nuevo lenguaje del arte posthistórico o contemporáneo, que cierra finalmente el camino de la modernidad, cuando el arte deja de parecerse a sí mismo, y surge el informalismo que en palabras de Forner "ha completado la liberación del pintor, representa el impulso vital y la liberación a través del instinto y la intuición".

En aquellos años, la carrera espacial era uno de los temas en boga y en esta obra Forner plantea su interés por la relación del hombre con el cosmos, como lo haría en muchísimas otras.

Green Venice, de Nicolás García Uriburu

1968 fue un año muchos movimientos sociales y tragedias. La Primavera de Praga, el Mayo Francés, las protestas anti Vietnam en EEUU (en especial la represión durante Convención Nacional Demócrata de 1968) el asesinato de Bobby Kennedy, de Martin Luther King, la Masacre de Tlatelolco en México, y la lista sigue, y sigue.

En ese contexto, el arte también tuvo tres grandes momentos. Uno fue la radicalización de las propuestas en el Instituto Di Tella, que comienzan a tener un cariz sociopolítico, otro fue Tucumán Arde, una obra colectiva con muestras en Rosario y Buenos Aires, donde se destaca el compromiso social tras el cierre de los ingenios azucareros durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. El tercero, se produjo en la Bienal de Venecia y tuvo a Nicolás García Uriburu en el centro de la escena.

“Green Venice”, de Nicolás García Uriburu
“Green Venice”, de Nicolás García Uriburu

En la Bienal, los artistas mostraban su descontento tomando pabellones, protestando en la plaza San Marcos, donde se desarrollan enfrentamientos con la policía bajo la consigna "Bienal de los capitalistas ¡quemaremos tus pabellones!". La organización respondió eliminando la oficina de ventas que ayudaba a los artistas a vender sus obras y otorgaba las comisiones y en siguiente ediciones aparecieron espacios de debate, entre otros cambios.

En el medio de este complejo cuadro, el artista llevó adelante su propia protesta e interviene la Bienal de una manera que quedó en la historia, aún cuando siquiera había sido invitado a participar: tiñó el Gran Canal de color verde con una sustancia atoxica que utilizaban los astronautas para marcar los lugares de amerizaje, con el fin de llamar la atención con respecto al desequilibrio ecológico del planeta.

La foto y pastel de 110 x 110 cm que alberga la Colección es un excelente recordatorio de aquellos días.

Fragmentos del viaje, de Liliana Porter

La obra de la porteña es una cita obligada cuando se piensa en los grandes exponentes del arte latinoamericano contemporáneo.

Dueña de un sin fin de técnicas, que van del grabado a la pintura y la fotografía y de las instalaciones al video, por nombrar algunas, Porter construye pequeños universos a partir de objetos y miniaturas, que por su simplicidad y fuerza suelen ser fascinantes.

“Fragmentos del viaje”, de Liliana Porter
“Fragmentos del viaje”, de Liliana Porter

En este caso, la obra de técnica mixta sobre tela (156 x 213) es una fiel exponente de un estilo, en el que lo desnudo, el espacio, habita con la misma potencia que la forma y que, inevitablemente, logra transportar al público, a construir su propio relato.

"Desde 1968, cuando conscientemente decidí tratar de simplificar los elementos visuales de mi obra, esa forma de trabajar se convirtió naturalmente en mi manera de plantear las ideas. Trato de presentar solamente los elementos visuales que considero imprescindibles para que el resultado de lo que digo sea más directo y más claro", dijo en una entrevista la creadora que desde 1964 reside en Nueva York y que ha exhibido su trabajo en más de 35 países.

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