Por Moira Soto
Mucha hojarasca de críticos intentando descifrar esa obra maestra absoluta que es La flauta mágica, no ha logrado empañar la frescura radiante de la ópera de Mozart que figura entre las piezas más amadas del género lírico, junto a Carmen, La traviata, Madama Butterfly. Su arrebatadora música pega directamente en el corazón, hace contacto instantáneo, brinda alegría y placer, un estado de bonanza lindante con la euforia…
En estos días, La flauta mágica puede apreciarse en vivo en el precioso Teatro Avenida, en una merecidamente premiada producción de Juventus Lyrica. Con dirección musical de Hernán Schvartzman, régie de Maria Jaunarena —diseñadora asimismo del primoroso vestuario—, escenografía y luces de Gonzalo Córdova y un doble elenco de cantantes. Ayer viernes, noche de estreno, encabezaron Nazareth Aufe, Jaquelina Livieri, Oriana Favario, Gabriel Carasso, Laura Penchi, Verónica Canaves, Rocío Arbizu y Walter Schwarz. Un nuevo y logrado esfuerzo de Juventus, la meritoria ONG que está cumpliendo 20 años de trayectoria ininterrumpida dando difusión al género, abriendo fuentes de trabajo entre cantantes, músicos técnicos y cumpliendo tareas pedagógicas, siempre manteniendo alto el nivel de sus realizaciones.
Como se ha dicho incontables veces, La flauta… es un relato de iniciación, de pasaje a la edad adulta y a la sabiduría, articulando una variedad de componentes: el cuento de hadas, misterios del Antiguo Egipto, prácticas de caballería medieval, rituales masónicos. Todo ello aplicado a que los jóvenes Tamino y Pamina descubran la voz de su conciencia, alcancen la sabiduría y la realización del amor luego de superar una serie de pruebas relacionadas con la tierra, el agua, el aire, el fuego. Lo novedoso radica en el enfoque que trajo Mozart al proyecto que le acercó Emanuel Schikaneder, un hombre de teatro que tanto actuaba un Hamlet, dirigía una obra, cantaba en una ópera. Su propuesta consistía en adaptar una leyenda egipcia sobre los amores contrariados de un príncipe y una princesa que debían sortear escollos protegidos por el sumo sacerdote del templo solar.
De movida, a Mozart —masón como E. S.— lo atrajo el simbolismo de la historia, pero ese año (1780) andaba a la corridas yéndose a Munich (a los 24, ya había compuesto una docena de óperas, entre las cuales La finta giardiniera, Mitridate, Idomeneo). Una década después, Schikaneder insistió con su idea, obtuvo el sí y comenzó la escritura del libreto, con la participación del propio Mozart y otros dos integrantes de la misma logia. Se sumaron otras inspiraciones literarias en ese texto casi colectivo que llevó la única firma de E.S, quien encarnaría el personaje del terrenal Papageno en el estreno. Todo bajo la batuta integradora de Mozart que, además de la audacia de mostrar el ritual esotérico en una época en que la masonería era oficialmente hostigada, introdujo la original propuesta de incorporar la iniciación de la mujer en paridad con el varón, ¡a fines del siglo XVIII!, previo cumplimiento de ciertas pruebas.
La primera presentación de esta ópera con formato de singspiegel —alternando pasajes cantados y hablados— tuvo lugar el 30 de septiembre de 1791, en un nuevo teatro barrial vienés de alcance popular, que regenteaba Emanuel Schikaneder, con efectos especiales, muchos cambios de decorado. Además de intervenir en los ensayos, Mozart dirigió la orquesta en un estreno tan exitoso que las funciones se extendieron largamente. Pero el compositor, enfermo y endeudado, moriría 2 meses y 6 días después. En sus últimos días, según el testimonio de su esposa Constance, Mozart se confortaba cantando bajito la primera aria de Papageno: "Yo soy el pajarero siempre alegre…" El himno vital que en la ópera entona ese personaje bufonesco aliviando el dramatismo y la solemnidad de algunas situaciones. Papageno es alguien común y corriente, de acotada inteligencia, flojo de principios que solo pide poder comer, beber, amar. Su oficio es cazar pajaritos —nunca se sabe con qué destino— para la Reina de la Noche, su ama.
Pero el protagonista de La flauta mágica es Tamino, joven príncipe de viaje en un país desconocido que, de entrada nomás, es atacado por una enorme serpiente, lucha con el animal y se desmaya (como una mujer, se podría decir siguiendo el estereotipo actualmente en deconstrucción). El aspirante a héroe es socorrido por tres Damas que se derriten cantando la belleza del muchacho y hasta discuten cuál de ellas va a custodiarlo, lo que indicaría que estas chicas gozan alegremente de cierta libertad sexual. Las Damas responden a la Reina de la Noche, mujer en rebeldía contra el dominio masculino, en guerra contra el venerable Sarastro (por Zoroastro o Zaratustra). Aliada de la Luna, la Reina suele pasar habitualmente por embajadora del Mal, aunque ella tiene sus razones y alguna que otra ambivalencia. Goethe, gran admirador de esta ópera donde parecen triunfar las Luces, esbozó una continuación donde regresan las fuerzas de la Noche y el bebé que han tenido Tamino y Pamina —hija de la Reina— es salvado de un secuestro, emprende vuelo y desaparece, mientras que el coro afirma: "La noche profunda nos rodea".
Volviendo a La flauta… mozartina y a la primera escena, la Reina hace una aparición impactante y pide al príncipe vuelto en sí que libere a su hija de Sarastro, del lado del Sol, que la retiene. Nada más ver el retrato de la joven, Tamino cae fulminado de amor y recibe de la Reina una flauta mágica que lo protegerá.
En esta ópera exenta de maniqueísmo, Mozart prefiere los claroscuros: las Damas tiene gestos amables, castigan la mentira, le presentan a Tamino los tres Niños (el compositor los veía como ángeles) que lo acompañarán en su recorrido de crecimiento. En cuanto al virtuoso Sarastro, exento de pasiones, que se erige en maestro del príncipe, hay que decir que tiene a lacayos como el villanísimo Monóstatos —acosador de Pamina cuando la tiene prisionera—, provisto de un pequeño ejército de ayudantes. Sarastro, además, se permite sentencias bastante machistas, aunque al final Pamina cumple un rol activo, pasa dos pruebas y se le permite entrar junto a su amado en el reino solar. La Reina, femme fatale si las hay, le da un puñal a Tamina para que liquide a Sarastro, pero en compensación canta su famosa aria y en la platea, los palcos, tertulia y paraíso, todos contentos.
En esta puesta de María Jaunarena que se ofrece este fin de semana y el próximo en el Avenida, entre las fases de una gran Luna y los símbolos masónicos —compás, regla, triángulo, círculo, cuadrado— aportados por Gonzalo Córdova, brilla particularmente el vestuario de la Reina y sus Damas, ingeniosamente provistas de capas flexibles en gajos que semejan alas de murciélago (no en vano son criaturas de la Noche), así como el colorido ropaje de Papageno y su Pagena, que se refleja en sus hijos Papagenitos al cierre. Entre la seriedad y el humor, el triunfo de la sabiduría y el amor llegan entre bellísimas, poéticas melodías, arias, dúos, tríos, quintetos que cautivan y energizan a legos y a iniciados, a grandes y chicos.
* La flauta mágica
3 de agosto a las 20 horas
Teatro Avenida – Avenida de Mayo 1222 – CABA
Entradas desde $250-
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