Un haz de luz ingresa por un ventanal que resguarda aún un poco de esa escarcha nocturna impía y juega, formando un caleidoscopio, sobre la mesa de trabajo de Sol Cófreces, la ilustradora del fin del mundo.
Desde su atelier se observa un jardín con ñires y lengas, árboles andinos patagónicos, en una especie de preludio de lo que, al cerrar los ojos, puede imaginarse un poco más allá: un paisaje avasallante de gélidas texturas, de picos montañosos nevados y rústicos, donde el viento blanco serpentea caprichoso hasta caer sobre los techos variopintos y baila en pequeños remolinos antes de fenecer en el canal de Beagle.
Allí pasa sus días Cófreces y resulta natural que entonces, ante la majestuosidad de las catedrales de roca, pueda también encontrar la inspiración que da vida a su obra: "La naturaleza es una influencia directa en mi obra. Y a su vez siento la responsabilidad de acercarla a aquellos que justamente no la tienen en lo cotidiano y ponerla en valor. Mi obra está conscientemente direccionada a Tierra del Fuego", explica la artista a Infobae Cultura, durante un intercambio de mails.
La artista llegó a Ushuaia llegue cuando era muy chica, en los albores de la década del '80: "Mi papá es arquitecto y viajaba mucho por trabajo al sur. Por esta razón decidieron venir a establecerse de manera permanente. Y crecí acá, hasta que me fui a estudiar 6 años a capital, ya que la carrera que quería hacer no estaba acá". Así, Sol se recibió en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón para regresar a su lugar en el mundo, donde el destino, como el viento blanco, la hizo sobrevolar los rincones que se convertirían en el combustible creativo de su obra.
"Al tiempo de volver a Ushuaia, en 2006, me contactó una amiga que quería editar una leyenda fueguina que había adaptado y necesitaba alguien que la ilustre. Sin tener mucha idea de cómo hacerlo, descubrí que cuadraba perfectamente conmigo. Y la verdad no podía identificarme como una pintora en el mundillo del arte en ese momento. Me resultaba elitista y selectivo. Soy amante de los libros para niños y la ilustración. Tengo libros que conservo desde que soy chica. En ese momento se unió todo".
De aquella propuesta surgió El hombre sol y la mujer luna, el primero de una serie de libros álbums que tienen a la zona más austral del planeta como escenario, siendo los últimos Romance de la Duquesa y Mi nombre es Ushuaia, publicados por la resurgida editorial TDF, que tiene el eje en publicar autores de la provincia.
Para sus proyectos, Sol Cófreces trabaja generalmente con la pintura y el grabado: "Me gusta mucho la textura, también porque la naturaleza tiene muchas, y el color. Una de las técnicas que utilizo y que me encanta explorar es generar un fondo con textura, luego trabajar con gouache y terminar con una capa de óleo".
–En tu libro Mi nombre es Ushuaia hablás de una búsqueda, entre personal-espiritual y de ese contacto con la naturaleza, ¿cómo se relaciona con tu historia?
-Creo que la búsqueda de uno mismo es inherente al ser humano. Se despierta en algún momento de la vida cuando uno comienza a hacerse preguntas más profundas y existenciales. La naturaleza es reflejo de armonía y quietud, y ese es un estado en el que me gustaría permanecer. Y este lugar es pura naturaleza, las montañas, la nieve, el mar. Todo te conmueve. La verdad agradezco a mis padres haberme traído a tan hermoso lugar.
–Comentaste que tenés libros que conservás desde la infancia, ¿cuáles eran y cómo se forjó esa relación?
-De chica tenía con mis hermanos una colección española de la editorial Primera Biblioteca Altea. Eran 12 libros rojos ilustrados por Ulises Wensell, entre otros grandes ilustradores. Por diferentes razones se fueron perdiendo y pude conservar 4. Y en todos hablaba un lugar en primera persona, como por ejemplo Soy una estación o Soy un museo y contaba su historia. Qué hacía, qué les gustaba, qué lo hacía sentirse triste. Mi nombre es Ushuaia está inspirado de alguna manera en estos cuentos. Otro libro que conservo es una antología de cuentos del mundo recopilada por Elsa Bornemann. Era tan fanática de ella que un día le escribí una carta con una amiga, y al tiempo nos contestó ¡¡¡con una hermosa poesía!!!! Fue mágico y surrealista para mí. Tenía 10 años.
Conservo también una colección de libros con obras de arte de los diferentes museos del mundo que era de mis padres, y que mire insistentemente de niña.
–Más allá de las lecturas de infancia, que como marcas fueron en un punto formativas, ¿qué artistas son los que más te sensibilizan?
-Son muchos y variados, pero los que siempre me conmueven son Vincent Van Gogh, Monet, Matisse, Caravaggio, los grabadores japoneses. Del mundo de la ilustración, muchos: Rebecca Dautremer, Shaun Tan, Carll Cneut, Wolf Erlbruch, Marjorie Pourchet y Beatrice Alemagna, entre otros.
–En los últimos años, los libros ilustrados crecieron muchísimo, a tal punto que los artistas gráficos comenzaron a exponer en galerías. O sea, el paso hacia la obra de arte está dado cuando hace un tiempo atrás siquiera le daban el reconocimiento en la tapa de los libros, ¿considerás que este será un fenómeno en crecimiento o no?, ¿por qué?
-Si creo que es un fenómeno en crecimiento. También porque el paradigma del arte cambia, en cada época. Las nuevas tecnologías permiten que uno llegue a otros lugares. Podés mostrar tu trabajo en una sala de exposiciones o en una galería virtual. Todo vale. No creo que la ilustración esté fuera de las artes visuales, pero la verdad es que su mejor lugar es el libro. Y su virtud es que no lo vean unos pocos en una expo sino que pueda estar en la biblioteca de muchos. Eso me encanta del formato.
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